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Destino Muerte Y Religion

pabloarturoherna27 de Noviembre de 2014

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Destino, muerte y religión - Tres ideas acerca de la vida

Luis Xavier López-Farjeat

A Octavio Paz

Le debo un gallo a Esculapio, me ha curado de la vida, voy a morir. Sócrates

Hace un par de años apareció en el mercado literario una novela que ha

llegado a ser la más representativa de su autor Antonio Tabucchi. Me refiero a

Sostiene Pereira, llevada también a la pantalla bajo la dirección de Faenza y con

el estelar de Marcelo Mastroiani. La opresiva dictadura salazarista en Portugal, la

guerra civil española y el fascismo italiano son el telón de fondo para que Pereira,

un periodista dedicado a la sección cultural de un mediocre periódico de derechas

llamado el Lisboa, se vuelva un auténtico ejemplo para aquellos quienes creemos

todavía en la libertad de todos los hombres y rechazamos la opresión y los

absolutismos. Pereira es un individuo sumamente obeso y atado al recuerdo de su

difunta esposa, la única a quien confía sus grandes preocupaciones y cuya

presencia es tan sólo una fotografía. Posiblemente la más fuerte inquietud de

Pereira es la muerte. Pereira, un buen católico, no consigue creer en la

resurrección de la carne. En el alma sí, claro, porque estaba seguro de poseer un

alma; pero toda esa carne que circunda el alma, todo aquel sebo que le

acompañaba cotidianamente, el sudor, el jadeo al subir las escaleras, ¿para qué

iban a renacer?

Sostiene Pereira que una tarde leyó en una revista una reflexión acerca de la

muerte. Su autor era Francesco Monteiro Rossi, un joven licenciado en filosofía y

amante de la vida. Pereira sostiene que cuando leyó el artículo de Monteiro, copió

algunas líneas que en verdad atrajeron su atención: La relación que caracteriza de

una manera más profunda y general el sentido de nuestro ser es la que une la vida

con la muerte, porque la limitación de nuestra existencia por la muerte es decisiva

para la comprensión y la valoración de la vida.[1]

Esta cuestión de la vida y la muerte o del ser y la nada –si quiere abordarse

filosóficamente–, esta aparente oposición entre dos estados que se niegan el uno

al otro, es también uno de los problemas filosóficos más antiguos. Y es también

uno de los más serios porque al discutirlo, lo que está en juego no es tan sólo la

refutación de algún sistema filosófico o de alguna idea más o menos convincente;

al hablar de la vida y la muerte lo que está en juego es la propia existencia de los

hombres. El esto y lo otro, es decir, la vida y la muerte, entendidos como

contrarios, constituye un rasgo característico de la cultura occidental. En occidente

tenemos miedo de lo otro, o en otras palabras, si tenemos vida tememos a la

muerte. El pensamiento oriental no ha padecido el horror a lo otro, como afirma

Octavio Paz. El mundo occidental es el mundo del "esto o aquello", el oriental, en

cambio, el del "esto y aquello" y, más aún, el del "esto es aquello". Los budistas,

los exégetas del hinduismo, parten de un principio enunciado ya en uno de los

más antiguos Upanishad que afirma la identidad de los contrarios: Tú eres mujer.

Tú eres hombre. Tú eres el muchacho y también la doncella. Tú, como un viejo, te Antropología filosófica

Programa Impulso

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apoyas en un cayado... Tú eres el pájaro azul oscuro y el verde de ojos rojos... Tú

eres las estaciones y los mares.[2]

Si oriente parte de la identidad, occidente arranca con la oposición. El poema

del filosófo Parménides de Elea es muy claro al respecto: si algo empieza a ser, o

procede del ser o procede del no ser; si viene del primero, entonces ya es y, en tal

caso, no comienza entonces a ser; si viene de lo segundo no es nada, puesto que

de la nada no puede salir nada. Ahora bien, si del ser nace la vida y dejar de ser, o

sea morir, consiste en no ser ya más, ¿qué sentido tendría ser para dejar de ser?

La muerte le sucede a la vida y, si después de la muerte queda algo de nosotros,

no sería el hombre terrenal que ahora somos. La muerte, mientras vivamos, es

siempre futuro, es siempre después; pero al darse la muerte en el tiempo, no es

sólo futuro sino también presente, es el mismo tiempo el que nos va matando y

sólo al morir dejamos de estar en el tiempo. Esto es lo que llevó a Heidegger a

pensar que el hombre es un ser en el tiempo y un ser para la muerte.

Porque parece que no encontramos un sentido definitivo para la vida, sino

hasta que morimos, somos seres para la muerte. Todos los hombres somos

mortales. Pero la causa de nuestra mortalidad es la corrupción de nuestro cuerpo.

Por eso Pereira, con toda razón, dudaba de la resurrección de los cuerpos. Por el

cuerpo morimos, el cuerpo es quien se cansa de vivir. Tal vez porque es el cuerpo

quien muere primero, Platón pensaba que los hombres estábamos encarcelados

en el cuerpo y que nuestra liberación vendría con la muerte, una vez que hayamos

abandonado nuestra corporeidad.

La muerte no es el fin de la vida, porque la vida sigue mientras viven otros. La

muerte del otro no es la propia muerte, sino que participamos todos de la vida.

Pero si la vida misma contiene ya el germen de la muerte, ¿qué sentido tendría

vivir?, ¿qué sentido tendría alargar la vida? Es un hecho que tendremos que morir

y, aunque la medicina se esmera por hacernos sobrevivir, el hecho natural y

biológico tendrá lugar en algún momento: moriremos. Más aún, la muerte no es lo

contrario a la vida, sino que acompaña a la vida. Por ser la vida y la muerte dos

compañeras de viaje, el poeta Xavier Villaurrutia narraba en su Nocturno en que

habla la muerte esa presencia constante e inevitable en la vida, que es la muerte:

"Aquí estoy.

Te he seguido como la sombra

que no es posible dejar así nomás en casa;

como un poco de aire cálido e invisible

mezclado al aire duro y frío que respiras;

como el recuerdo de lo que más quieres;

como el olvido, sí, como el olvido

que has dejado caer sobre las cosas

que no quisieras recordar ahora.

Y es inútil que vuelvas la cabeza en mi busca:

estoy tan cerca que no puedes verme,

estoy fuera de ti y a un tiempo dentro. Antropología filosófica

Programa Impulso

3

Nada es el mar que como un dios quisiste

poner entre los dos;

nada es la tierra que los hombres miden

y por la que matan y mueren;

ni el sueño en que quisieras creer que vives

sin mí, cuando yo misma lo dibujo y lo borro;

ni los días que cuentas

una vez y otra vez a todas horas,

ni las horas que matas con orgullo

sin pensar que renacen fuera de ti.

Nada son estas cosas ni los innumerables

lazos que me tendiste,

ni las infantiles argucias con que has querido dejarme

engañada, olvidada.

Aquí estoy, ¿no me sientes?

Abre los ojos; ciérralos, si quieres".

Ahora bien, si es la muerte quien viaja en todo momento con la vida y, de

hecho, vivir es ir muriendo, ¿por qué vivir, si nuestro destino es morir? Aquí están

ya presentes nuestras dos primeras ideas acerca de la vida: destino y muerte.

Desde los estoicos, la idea del destino juega un papel fundamental en la vida de

los hombres. Ellos pensaban que había que vivir conforme a la naturaleza, es

decir, atenerse al principio que opera en la naturaleza. En otras palabras, había

que atenerse al destino, había que asumir el orden divinamente impuesto por Dios

en el mundo. Y por esta misma creencia, Cleantes, el estoico, sostenía que el ser

humano sigue necesariamente la senda que le marca el destino, y, por su parte,

Séneca sentenciaba que Ducunt volentem fata, nolentem trahunt.[3]

Si nuestro destino es morir, no estamos lejos del estoicismo: la senda

inevitable que nos marca el destino, es la muerte. Y tampoco estarían tan

equivocados algunos filósofos como Schopenhauer o Nietzsche. Para el primero

de estos el destino es una acción determinante. Schopenhauer sostiene que la

voluntad de los hombres es esencialmente, "voluntad de vida". En realidad, es esa

voluntad de vida la que se manifiesta en todas las dimensiones de nuestra

existencia, por ejemplo, el hambre, el miedo a la muerte y el impulso sexual, y

solicitud de los hijos. Pero el pesimismo schopenhaueriano se enfrenta a una

gravísima paradoja, pues si nuestra única voluntad es vivir, y resulta que vivimos

para morir, entonces, observará el filósofo, ese querer vivir no tiene fundamento ni

finalidad.

Sin embargo, Schopenhauer también entiende lo que aquí hemos comentado:

nacimiento y muerte pertenecen igualmente a la vida y se contrapesan. El uno es

la condición de la otra. Forman los dos extremos, los dos polos de todas las

manifestaciones de la vida.[4] Pero si la vida es voluntad de vivir, es decir, un

constante querer, la búsqueda permanente de nuestros deseos, al contrario, la

muerte, es dejar de desear. Por esto Schopenhauer ve la necesidad

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