El Cuerpo Como Modelo De Una Impasse
baro1125 de Septiembre de 2012
4.042 Palabras (17 Páginas)534 Visitas
ISSN 1688-7247 (2002) Revista uruguaya de psicoanálisis (En línea) (95)
El cuerpo como modelo de una impasse
Silvia Bleichmar *
Es evidente que la oscilación entre innatismo y sociologismo por la que atraviesa gran
parte del pensamiento psicoanalítico no ha encontrado un debate profundo que
confronte, al modo que se hizo en otras épocas, las vertientes en juego y las opciones a
las cuales cada uno de ellos conduce. Preocupados los psicoanalistas por el avance de
otros campos del pensamiento que adquieren protagonismo en la cultura de hoy,
atenazados en muchos países por la crisis económica y la declinación de la consulta –
sin que necesariamente la segunda derive de la primera -, sometidos a la
desconstrucción de un mega-relato que privilegió los modos de producción en ciencias
humanas a lo largo del siglo XX, la cotidianeidad apremiante – y no sólo en
Latinoamérica – contribuye a un cortoplacismo que se manifiesta tanto en los modos de
producción de conceptos como en la ausencia de debates profundos respecto al futuro
de la teoría y de la práctica.
El desentrañamiento de una problemática como la que inaugurara el psicoanálisis, al
descubrir la intervención del inconciente en la producción humana tanto de la
subjetividad singular como de la cultura, y definirlo como objeto de conocimiento que
abre un campo teórico independiente, no ha disminuido su complejidad a lo largo de un
siglo ni tampoco la riqueza explicativa que ésta pone en juego. Sin embargo, esta
complejidad se ha visto invadida de complicaciones, siendo estas últimas las que
producen en ciertos momentos un andar en círculos, llenando nuestros desarrollos -
como diría Kühn- de hipótesis adventicias que llegan a un nivel obsceno de
Psicoanalista. Arroyo 844, 4 º piso. CP 1007 Buenos Aires.
REVISTA URUGUAYA DE
PSICOANÁLISIS
ISSN 1688-7247 (2002) Revista uruguaya de psicoanálisis (En línea) (95)
acumulación de aporías que no sólo obstaculizan el avance sino que dan visos de
anacronismo a nuestro discurso.
En la fundación de una ciencia psicológica de pretensión universal, el innatismo
ocupa un lugar no fácil de destituir: ¿Cómo sostener, más allá de las variaciones
regionales -geográficas, de cultura, sociales- ciertos parámetros que permitan generar
enunciados que no se restrinjan a un universo reducido de objetos? En los orígenes, las
diferencias históricas no ocuparon ningún lugar en las preocupaciones del fundador: la
ilusión de culminación que embargó a la Europa del siglo XX en sus comienzos, que la
hizo sentir como el punto de llegada del espíritu humano, también estuvo presente en
Freud de múltiples maneras; y no sólo en sus aspectos más burdos, tales como la
afirmación acerca del carácter infantil del pensamiento primitivo, sino en problemáticas
que hoy se despliegan con fuerza, relativas a la constitución de una psicopatología
concebida como clasificación definitiva, o a los modos de organización de la pautación
de la sexualidad en el marco del mito Edípico clásico.
Inevitablemente, en la medida en que la investigación psicoanalítica ancla su núcleo
fuerte en el proceso de la práctica clínica, sus descubrimientos fundamentales se ven
empapados de los modos históricos con los cuales los seres humanos procesan las tareas
que el despliegue de la vida psíquica impone. A este respecto, he señalado en múltiples
ocasiones la necesidad de diferenciar entre la producción de subjetividad, que alude a
las formas históricas y sociales con las cuales cada cultura propicia los modos con los
cuales se constituye el sujeto en el seno de las propuestas políticas que la determinan, de
las premisas de la constitución psíquica, que cobran carácter universal y se sostienen
más allá -o más acá- de las formas históricas con las cuales se inscriban.
Es indudable que el sociologismo psicoanalítico confunde unas con otras: de ahí
ciertas afirmaciones que se vienen propiciando bajo una modalidad de supuesto sentido
común que se reduciría a poner en conjunción el psicoanálisis con los tiempos actuales,
sin tener en cuenta que las mismas ponen en discusión, sin hacerlo de manera directa,
las premisas de base del campo mismo al cual dicen pertenecer. Sólo por citar algunas:
Afirmar que “ya no estamos en tiempos de Freud, y que es necesario tener en cuenta las
nuevas modalidades de patología” es tan verdadero como falaz. Es verdadero porque
inevitablemente, si consideramos que la psicopatología no es algo del orden del
inconciente, sino una forma de clasificación que da cuenta del modo con el cual el
aparato psíquico regula en la relación inter-sistémica los destinos deseantes a partir de
los ordenamientos históricos que se adscriben a ciertas representaciones sociales, vemos
modificaciones -aunque no de manera globalizada- entre los deseos sexuales y las
ISSN 1688-7247 (2002) Revista uruguaya de psicoanálisis (En línea) (95)
formas más o menos variables que las culturas ponen en juego. Pero es falaz, si se
pretende con ello transformar los órdenes de lectura de la patología, o adscribir la
psicopatología psicoanalítica a modelos explicativos extra-campo, diluyendo el orden
explicativo mismo, vale decir la motivación libidinal, con la cual el psicoanálisis intenta
no sólo dar cuenta de las raíces del sufrimiento sino proponer un modo de resolución
para el mismo.
El ejemplo de las llamadas “anorexias” servirá no sólo para ver la oscilación sino
incluso la implicación entre sociologismo y biologismo, y nos dejará abierta la pregunta
respecto a cómo sostener los universales desde la perspectiva de una ciencia que no se
pretende históricamente transitoria sino emergente de un campo de realidad constitutiva
de la cualidad de lo humano.
Se insiste, reiteradamente, que las anorexias y bulimias son el ejemplo paradigmático
de las nuevas enfermedades “del alma”. Se pierde de vista que el sólo hecho de emplear
esta clasificación, no para el debate exterior al psicoanálisis sino para la presentación
intra-campo es una regresión al pre-freudismo, no en virtud de tomar en cuenta el
fenómeno “anorexia” o “bulimia”, sino en razón de considerar al fenómeno como la
enfermedad misma. Es como si en tiempos de Freud se hubiera llamado a una
conversión histérica “trastorno de la marcha”, o se hubiera asimilado la ceguera
histérica con el cuadro mismo que le daba posibilidad de constituirse en tanto síntoma.
Sabemos que, detrás de una anorexia bien puede haber un modo de producción histérico
de síntomas pero también una psicosis, y que la reducción al síntoma de la propuesta
curativa es del orden de la anulación de la existencia del inconciente como estructura
productora de efectos en su ensamblaje con las instancias segundas: con el yo y el
superyo.
Por eso el debate con otras teorías, con otros intentos exteriores al psicoanálisis de
explicar el síntoma implica, en primera instancia, la discusión del diagnóstico mismo, y
la puesta en correlación del síntoma con aquello que lo determina, poniendo en el centro
que no renunciamos en esto a un universal, que es la determinación libidinal de la
patología y la noción de conflicto como eje de toda producción sintomática.
Pero aún suponiendo que estos enunciados se conserven, el debate intra-teórico toma
un sesgo interesante cuando se hace depender la explicación de la anorexia de la imagen
narcisista del cuerpo y las exigencias que la cultura tiene al respecto, los nuevos modos
de la feminidad, e incluso, en una propuesta ideológicamente válida pero
psicoanalíticamente reductiva del lugar objeto que la mujer tiene en el interior de un
ISSN 1688-7247 (2002) Revista uruguaya de psicoanálisis (En línea) (95)
modo de capitalismo degradado que ha llevado el cuerpo a su carácter último de
mercancía. Y es aquí donde la noción de conflicto inter-sistémico se pierde, y con ella
también la motivación libidinal del conflicto, el cual queda reducido a una variación de
las relaciones del yo con sus ideales, desapareciendo en ello la sexualidad en sentido
estricto, pulsional, como base misma del conflicto.
Porque si bien es cierto que la sintomatología anoréxica actual presente en pacientes
histéricas en su mayoría, da cuenta de un modo de alienación de la imagen que implica
la expropiación de todo deseo que no sea el de reconocimiento, es también cierto, y este
es el ABC de nuestra teoría, que el conflicto fundamental se plantea entre el deseo oral,
de comer, y la prohibición narcisista de este ejercicio en función de la conservación de
esa imagen perfecta garantía de éxito en una sociedad cada vez más cruel y marginante.
Pero al mismo tiempo, es aquí donde la teoría psicoanalítica se ve interpelada, al
sostener el deseo oral, en el límite mismo, como algo del orden de la pulsión de
autoconservación. Cuestión que hunde sus raíces en los modos con los cuales
...