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El Discurso Del Metodo


Enviado por   •  9 de Marzo de 2015  •  2.629 Palabras (11 Páginas)  •  135 Visitas

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El discurso del método

El buen sentido es la cosa mejor repartida del mundo, pues cada uno piensa estar tan bien provisto de él que aún aquellos que son más difíciles de contentar en todo lo demás, no acostumbran a desear más del que tienen. La diversidad de nuestras opiniones no proviene de que unos sean más razonables que otros, sino solamente de que conducimos nuestros pensamientos por distintas vías y no consideramos las mismas cosas.

Pero, tan pronto como hube acabado el ciclo de estudios a cuyo término se acostumbra a ser recibido en el rango de los doctos, cambié enteramente de opinión, pues me encontraba embarazado de tantas dudas y errores que me parecía no haber obtenido otro provecho, al tratar de instruirme, que el de haber descubierto más y más mi ignorancia.

No dejaba, empero, de estimar los ejercicios que se practican en las escuelas. Sabía que las lenguas que en ellas se aprenden son necesarias para el entendimiento de los libros antiguos; que la ingeniosidad de las fábulas estimula el espíritu; que las acciones memorables de la historia lo elevan, y, leídas con discreción, ayudan a fomentar el juicio…etc.

Estimaba mucho la elocuencia y estaba prendado de la poesía, pero pensaba que una y otra eran dones del espíritu más bien que frutos del estudio.

Me complacían, sobre todo, las matemáticas, a causa de la certeza y evidencia de sus razones…

Por lo que respecta a las otras ciencias, por cuanto toman sus principios de la filosofía, juzgaba que no se podría haber edificado nada sólido sobre cimientos tan poco firmes… y lo que yo deseaba siempre extremadamente era aprender a distinguir lo verdadero de lo falso, para ver claro en mis acciones y caminar con seguridad en la vida.

Pero, después de haber empleado algunos años en estudiar de esta manera en el libro del mundo y en tratar de adquirir alguna experiencia, un día tomé la resolución de estudiar también en mi mismo y de emplear todas las fuerzas de mi espíritu en elegir el camino que debía seguir, lo que conseguí, según creo, mucho mejor que si no me hubiese alejado nunca de mi país y de mis libros. En lugar del gran número de preceptos de que la lógica está compuesta, creí yo que tendría bastante con los cuatro siguientes,

Era el primero, no aceptar nunca cosa como verdadera que no la conociese evidentemente como tal.

El segundo, dividir cada una de las dificultades que examinase en tantas partes como fuera posible y como se requiriese para su mejor resolución.

El tercero conducir ordenadamente mis pensamientos, comenzando por los objetos más simples y fáciles de conocer para ascender poco a poco, como por grados, hasta el conocimiento de los más complejos, suponiendo, incluso, un orden entre los que no se preceden naturalmente.

Y el último, hacer en todas partes enumeraciones tan completas y revistas tan generales que estuviese seguro de no omitir nada.

Las primeras meditaciones que hice, son tan metafísicas y poco comunes, que no serán quizá del gusto de todo el mundo.

Debía rechazar como absolutamente falso todo aquello en lo que pudiera imaginar la más pequeña duda, para ver si después de esto quedaba algo en mis creencias que fuera enteramente indubitable. Así, fundándome en que los sentidos nos engañan algunas veces, quise suponer que no había cosa alguna que fuese tal y como ellos nos la hacen imaginar. Me resolví a fingir que nada de lo que entonces había entrado en mi mente era más verdadero que las ilusiones de mis sueños. Pero inmediatamente después caí en cuenta de que, mientras de esta manera intentaba pensar que todo era falso, era absolutamente necesario que yo, que lo pensaba, fuese algo; y advirtiendo que esta verdad: pienso, luego existo, era tan firme y segura pensé que podía aceptarla sin escrúpulos como el primer principio de la filosofía que andaba buscando.

Conocí por esto que yo era una sustancia cuya completa esencia o naturaleza consiste solo en pensar, y que para existir no tiene necesidad de ningún lugar ni dependencia de ninguna cosa material; de modo que este yo, es decir, el alma, por la que soy lo que soy, es enteramente distinta del cuerpo, y hasta más fácil de conocer que él, y aunque él no existiese, ella no dejaría de ser todo lo que es.

A continuación, reflexionando en este hecho de que yo dudaba, y en que, por consiguiente, mi ser no era enteramente perfecto, puesto que veía claramente más perfección en conocer que en dudar, quise indagar de dónde había aprendido yo a pensar en algo más perfecto que yo mismo, y conocí con evidencia que tenía que ser de alguna naturaleza que, en efecto, fuese más perfecta. Tenerla de la nada era manifiestamente imposible. De modo que no quedaba sino que hubiese sido puesta en mi por una naturaleza verdaderamente más perfecta que yo, e incluso que reuniese en sí todas las perfecciones de que yo pudiese tener alguna idea; es decir, para explicarme en una sola palabra, que fuese Dios.

Con respecto a todas las cosas cuya idea encontraba en mí, estaba seguro de que ninguna de las que implicaban imperfección pertenecía a Dios; y, en cambio, estaban en él todas las demás; así, veía que la duda, la inconstancia, la tristeza y cosas semejantes no podían estar en él, puesto que yo mismo, me hubiese considerado mejor viéndome libre de ellas.

Empero, el que haya muchos que consideren difícil conocerlo, y hasta conocer lo que es su alma, se debe a que nunca elevan su espíritu por encima de las cosas sensibles, y a que están de tal manera acostumbrados a no pensar nada sino imaginándolo, que todo lo que no es imaginable les parece que no es inteligible.

En fin, si todavía hay hombres que no estén bastante persuadidos de la existencia de Dios y del alma por las razones que he expuesto, quiero que sepan que todas las demás cosas de que se creen quizá más seguros, como de tener un cuerpo, y de que hay astros y una tierra y cosas semejantes, son menos ciertas; pues, aunque de estas cosas se tenga una seguridad moral, tal que parezca no poderse dudar de ellas mientras se duerme, puede uno imaginarse de la misma manera que tiene otro cuerpo y que ve otros astros y otra tierra, sin que haya nada de ello. Pues ¿de dónde se sabe que los pensamientos que sobrevienen en el sueño son más falsos que los demás, siendo así que con frecuencia no son menos vivos y expresos?

Mucho me agradaría continuar mostrando aquí la cadena completa de las demás verdades que de estas primeras deduje, pero como para eso necesitaría hablar ahora de varias cuestiones que están en discusión entre los doctos, con los que no deseo malquistarme, creo que será mejor que me abstenga de ello y que diga solamente en término generales cuáles fueron aquellas.

Advertí ciertas leyes que Dios

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