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Introducción A La Filosofía


Enviado por   •  16 de Mayo de 2014  •  3.484 Palabras (14 Páginas)  •  111 Visitas

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LECCIONES DE COSAS

UNA INTRODUCCION A LA FILOSOFIA

Lo que motiva la actividad filosófica no es tanto la lectura que presupone tal motivación como la insólita presencia del mundo y la relación que mantenemos con él. Los interrogantes filosóficos no se ciñen a un campo específico, convertido en santuario, sino que se ocupa de todas las cosas, incluidas aquellas que en el lenguaje corriente no llamaríamos cosas. Un problema filosófico no es en principio un interrogante técnico o esotérico, reservado únicamente a los especialistas. Un problema filosófico, por naturaleza, es intrigante: creemos tener la respuesta, y sin embargo, cuando tratamos de formular las razones que justifican aquello de lo que estamos convencidos, descubrimos con estupor, adquiriendo poco a poco conciencia de nuestros prejuicios, que somos incapaces de articular una respuesta argumentada, susceptible de agotar la cuestión, y nos encontramos enseguida sumergidos en un abismo de perplejidad.

A menudo es como si los textos filosóficos estuvieran redactados en una lengua extranjera para la que no existiera diccionario. Una buena forma de filosofar consiste en recurrir a experimentos mentales, un método clásico que forma parte del equipamiento básico del filósofo. Lo que es imaginable o concebible no es necesariamente realista o realizable. No se trata de aprender si la filosofía tiene una utilidad sino de comprender que a los hombres, porque son hombres, no les queda otra opción. No es en lo que está delante, sino en el que está detrás donde hay que buscar la razón de ser de la filosofía. No del hecho de que el mundo sea de una manera o de otra, sino del hecho puro de su existencia. El hombre es una criatura altamente específica, dotada de razón, una capacidad que le permite mirar con perspectiva al mundo y a sí mismo. El hombre es una animal enfermo de sus propios interrogantes.

LOS DEMÁS

¿Qué puede saber de su vecino? Si quisiera obtener informaciones suplementarias, podría establecer contacto con él, entablar una conversación. Sin embargo, por muy poderosos que sean sus medios de investigación, hay algo que nunca podría saber de su vecino. Y ese algo es el efecto que produce ser él. Se trataría no de lograr saber lo que hace, sino de saber lo que le hace a él eso que hace, ver y oír lo que él ve y oye, experimentar y sentir lo que él experimenta y siente. Para llegar a experimentar lo que él experimenta, tendría que conseguir colarse dentro de él, de forma que la boca de él fuera la suya, las heridas de él las suyas, el dolor de él el suyo. Por eso el hecho de acceder al cerebro de su vecino no significaría en absoluto acceder a su mente. Además parece imposible que su vecino y usted lleguen a saber si sienten las mismas cosas. Aunque afirmen lo mismo, les resultará imposible, a su vecino y a usted, saber si hablan en efecto de lo mismo. La identidad de palabras no demuestra en absoluta una identidad de percepción. Y es que nada nos dice que su vecino y usted sientan las mismas cosas cuando adoptan comportamientos análogos. Aunque creía saberlo todo de su vecino, usted comprueba que a fin de cuentas sabe muy pocas cosas de él, y en cualquier caso nada de lo que parece esencial, a saber, lo que siente él, desde su punto de vista.

LA DUDA

Imagínese una situación en la que las cosas, tal y como se manifiestan ante usted, no se corresponden con objetos tridimensionales, en la que, pese a sus irreprimibles creencias, no existe un mundo físico amueblado con cosas tangibles como el sol, las ranas verdes y los cepillos de dientes. Usted es un hombre entre los hombres, al menos un vivo entre los vivos, una cosa del mundo entre las cosas del mundo. Algunos filósofos consideran que tales ficciones derivan de una especie de patología o neurosis típicamente filosófica que es bastante fácil de remediar, aunque sólo sea formulando un razonamiento convincente que permita hacer callar al insensato que las expresa y lograr que los hombres de buena voluntad encuentren, con el ánimo sosegado, el añorado realismo tradicional próximo al sentido común. Imagínese que al despertar se da cuenta de que ciertas cosas han desaparecido y otras parece que desaparecen poco a poco, que se van desvaneciendo de su espacio familiar, como si las borraran. Nada de lo que constituía el mundo antes de acostarse parece seguir existiendo. Tratando de verse al espejo se da cuenta que ya no hay espejo y que usted no tiene cuerpo. No está usted en la situación del hombre invisible. Dudar de todo permite al menos llegar a la conclusión de que el sujeto que duda existe de una forma o de otra. Evidentemente, sé que las cosas existen. Puedo en todo momento aprehender los objetos que me rodean. Sin lugar a dudas, sus percepciones, si de verdad percibe algo, son muy diferentes a las mías. Además, nuestros intereses propios condicionan nuestras percepciones. Es cierto que la ciencia, más allá de las apariencias sensibles, dilucida la intimidad de las sustancias, saca a la luz lo que tradicionalmente llamamos esencia. Contrariamente a lo que imaginaba hasta ahora, me doy cuenta de que una descripción depende necesariamente del observador y de las condiciones materiales de observación, y por tanto no permite captar las cosas tal y como son en sí mismas. En cualquier caso, salvo error inmediatamente rectificable, nuestras descripciones no podrían contradecirse. Tal vez mi amigo sea una ilusión. Al consultarle, tal vez no hiciera más que engañarme a mí mismo. No obstante, decir que yo existo no es decir que un hombre existe. En primer lugar, yo podría no ser más que una pura mente, en segundo lugar, ni siquiera es seguro que yo exista. No parece posible aportar algo que sirva de prueba de la existencia de cualquier cosa que no sea eso que, por comodidad de lenguaje, llamo <<yo>>. En tal caso, ya no es mi mente la que está en el mundo, sino el mundo en su totalidad. En concreto, para resolver el problema no serviría de nada gritar, golpear la mesa con el puño o examinarse minuciosamente delante de un espejo. No es el sentido de una palabra el que determina su referencia, como solemos pensar, sino que, por el contrario, es la referencia de las palabras la que fija su sentido. No hay ninguna teoría mágica de la referencia, lo que hay es una duda sobre la naturaleza de las cosas.

LAS COSAS

En el lenguaje filosófico, la palabra <<cosa>> se aplica a un número mucho mayor de objetos: no solamente a los objetos fabricados de todos los tamaños, sino también a los objetos naturales, geográficos o cosmológicos, e incluso a los objetos biológicos, como los órganos y los organismos.

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