LITERATURA IBEROAMERICANA
Wilfredoh14 de Mayo de 2014
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LITERATURA IBEROAMERICANA DEL SIGLO XX
Poesía
La primera guerra mundial provoca una grave crisis en la evolución del modernismo. Desde algo antes de 1920 pueden considerarse iniciadas las literaturas nacionales; pero se nota en ese momento un gran desequilibrio entre tendencias nuevas y estilos anteriores.
Escritores jóvenes afirman su personalidad e incorporan sus respectivas nacionalidades a la literatura universal. Durante el modernismo aparecieron algunas de las ya citadas reacciones, como la del mejicano González Martínez, y otras precursoras de los vanguardismos posteriores, que lograron armonizar con gran habilidad las viejas músicas poéticas con los más arriesgados y detonantes barroquismos hacia las locuras antirrealistas. La poesía fue la más susceptible a los extraños modos nuevos.
El uruguayo JULIO HERRERA Y REISSIG (1875 –1910) combina en sus poemas lo barroco con un humorismo personalísimo. Su poesía, iniciada bajo el gusto dieciochesco del simbolismo francés, trascendió a Europa y llegó a ejercer influencia sobre algunos poetas españoles como Bacarisse y García Lorca. En sus obras completas (Montevideo, 1913) encontramos una gran originalidad, en una abigarrada sucesión de heterogéneos motivos antiguos y contemporáneos hasta llegar, con fina ironía, a los más extremados vanguardismo. Cantor del tiempo en su poemario Las Pascuas del Tiempo, consigue estrofas maestras por su arquitectura, como las del poema Su majestad el Tiempo, por su predominante ritmo anfibraco:
Su frente de viejo ermitaño
parece el desierto de todo lo antaño:
En ella han carpido la hora y el año,
lo siempre empezado, lo siempre concluso,
lo vago, lo ignoto, lo iluso, lo extraño,
lo extraño, lo iluso...
Su poesía, ingeniosa y arbitraria, conjuga los más diversos recursos poéticos. EI vanguardismo en la poesía iberoamericana se extendió; pero sin perder su matiz autóctono frente a lo europeo y el criollismo, constituyó la manifestación mas genuina del arte literario continental.
El creador del "nativismo" el gran poeta uruguayo Fernán Silva VALDÉS (nacido en 1887) que lo inició, según su propia explicación, con expresiones y palabras de frescura bárbara. Después de un libro modernista, Ánforas de barro (1913) – da categoría poética a las formas populares en su trascendental libro Agua del tiempo (1922), con los clásicos motivos rioplatenses del ombú, el pago, el potro, etc.
El ensayista EMILIO ORIBE, también uruguayo, cultiva la poesía vanguardista hacia el ultraísmo.
Pero el más representativo de la vanguardia poética americana fue PEDRO PRADO (1886 –1952), que fundó en Santiago el grupo de "Los Diez" y la "Revista Moderna", la cual influía sobre los poetas jóvenes. El poeta parece pensar más en la tradición poética española del siglo XVII que en Rubén Darío. Con Flores de cardo (1908), Prado inicia en Chile el "versolibrismo"; pero sus prosas poéticas, Los pájaros errantes (1915) – y los sonetos de El camino de las horas están mas relacionados con la mencionada tradición. En Palabras del relato del hermano errante encontrarnos versos de impresionante lirismo, que parece alcanzar su máxima expresión en Alsino (1031), fórmula novelesca de realidad y ficción que se considera su obra maestra. Como si fuera el centro del universo, cree que todas las cosas se acercan o se alejan de él. Se siente volador y, tras vuelo nocturno, llega a una trágica angustia preexistencialista. Raúl Silva Castro ha dicho de este poeta que lo propio en él es arrebatar consigo a las almas estáticas sobre las cuales pesan las ataduras carnales. En el hondo lirismo de Prado hay una concepción pesimista. Volvernos a encontrar su patetismo en un poeta del sur de Chile:
PABLO NERUDA (Neftalí Ricardo Reyes, nacido en 1904) que gana universalidad con sus primeros poemarios de primaria popularidad, Veinte poemas de amor y una canción desesperada (1921) y Crepusculario (1936), algunos, de tanta fama continental como Farewell:
Desde el fondo de ti, y arrodillado,
un niño triste, como yo, nos mira.
Por esa vida que arderá en sus venas
tendrían que amarrarse nuestras vidas.
Por esas manos, hijas de tus manos,
tendrían que matar las manos mías.
Por esos ojos abiertos en la tierra
veré en los tuyos lágrimas un día.
En 1933, Neruda inició su modalidad poética propia con el primer volumen de Residencia en la Tierra (el segundo volumen se publicó en 1035, y la Tercera residencia, en 1945), que contiene una poesía considerada por Amado Alonso "expresionista por el modo eruptivo de salir" y por "la visión de apocalipsis perpetuo que la informa" y alcanza su máxima resonancia en América con Canto general (Méjico, 1930), en el que utiliza, con grandiosa concepción artística, las ansias generales de su continente, aun que con enfoque partidista. Posteriormente, con Odas elementales (1934) y Nuevas odas elementales (1936), inaugura una tercera época. Canta, en un lenguaje perfectamente accesible, los seres humildes y las cosas cotidianas. Toda ella tiende ahora a superar el hermetismo de sus primeros libros y se inclina a la simplificación, aunque a veces cae en el prosaísmo. Se ha transformado en el cantor de los elementos. Pero muchos de sus comentaristas creen que tanto en este tema como en el amoroso, su canto no logra elevarse sobre la materia. Sin embargo la poesía de tipo nerudiano domina casi todo el panorama de la poesía chilena moderna, ya en sus aspectos sociales, como hacen Efraín Barquero y Gonzalo Rojas, va profundizando en los parajes descubiertos Neruda, como Juvencio Vallé y Miguel Arteche. Tampoco faltan los poetas que mantienen ajenos a tal influencia, como Ángel Custodio González y David Rosenmann Taub. No olvidemos los poetas del "Grupo Fuego", como Fernando González y Raúl Rivera; y, por dar algunos ejemplos entre una valiosa lista de nombres, citemos a José Miguel Vicuña, con su poemario En los trabajos de la muerte, y a María Piwonka, con Lazo de arena, cuya poesía, según el crítico Aloe, sólo puede compararse con la de Gabriela Mistral.
Cabe destacar en nuestro siglo la poesía heroica del longevo Samuel A. Lillo (1870 –1958) en su fervor araucano, sin dejar de subrayar lo hispano.
La Naturaleza y sus fuerzas desatadas han dado temas a la poesía iberoamericana. Desde que el norteamericano Walt Whitman cantó el dinamismo de la civilización maquinista estadounidense, estos motivos encontraron ancho campo en la poesía y en la prosa. Los temas del mar han constituido una preferencia. Los chilenos, por ejemplo, cuentan con una extensa obra poética del tema, como corresponde a su geografía.
El poeta más destacado es el uruguayo Carlos Sabat Ercasty (1887), que llega a plasmar en fondo y forma las fuerzas libres de los mares sin patetismos románticos, contagiado de sus naturales optimismos de poder sano, fuerte, arrebatador. La imponente hermosura y majestad del mar adquiere bajo su estro una rotunda personalidad decisiva, no de fuerza nefasta, sino de pura e inocente vorágine, que cumple con alegría sus impresionantes destinos. Aunque conoce el manejo de la métrica clásica, como, por ejemplo, en un libro de sonetos –, donde su inspiración halla ancho cauce es en el verso libre, en el que, sin ciertas trabas retóricas, se nos revela como un vigoroso cantor del mar. Escribe también apasionadas prosas poéticas, como en Retratos de fuego, iniciado con el de Antonio Castro Alves en 1948, o en El charrúa Veinte Toros, impresionante idealización del indio uruguayo, escrito en un delirante estilo. Con Poemas del hombre llega, a lo largo de cuarenta años, a secuencias como el Libro de los mensajes (1958), con sus tres mensajes a los poetas de América.
Este caudal de vitalidad lo encontramos también en el poeta colombiano Rafael Maya (1989), crítico y orador brillante, gran poeta moderno desde su libro Coros del mediodía (1925), hasta navegación nocturna (1939), que se distingue por un hondo intimismo.
En Perú destaca la obra de César Vallejo que nos da una poesía profundamente humana, peculiar por su patetismo: Escaladas melografiadas, Fabla salvaje.
Desde los tiempos virreinales de Sor Juana Inés de la Cruz hasta nuestros días, las mujeres hispanoamericanas han sido grandes poetisas. Aunque es difícil seleccionar nombres, citaremos algunas de ellas que han adquirido relieve continental y hasta universalidad, como la chilena Gabriela Mistral (1581 –1937), Premio Nobel de Literatura en 1945. Maestra de profesión, infunde a sus versos una gran ternura maternal y ofrece a Dios sus penas (la tristeza de la esterilidad, la pérdida del ser querido, que se suicidó, y sus reacciones ante la pobreza, especialmente de los niños). Desolación es un cancionero del amor infeliz. Con emoción y sencillez, ahonda en los problemas de la infancia y consigue poemas encantadores, como Miedo ("Yo no quiero que a mi niña la vayan a hacer princesa...") y Hombrecito ("Madre, cuando sea grande / ¡ay.., qué mozo el que tendrás!.." ), motivos que triunfan en libros como Ternura (1925), Tala y Lagar (1954), el último. La influencia de Gabriela Mistral ha sido profunda en la poesía femenina de América, y en la de Chile cuenta con nombres prestigiosos (María Isabel Peralta, Olga Acevedo, Mila Oyarzum, Gladys Thein, Stella Corvalán y Sylvia Moore). Su actitud ante el hambre y la infancia desvalida crea
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