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La Vida Sin Sal


Enviado por   •  25 de Marzo de 2014  •  2.246 Palabras (9 Páginas)  •  248 Visitas

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e repente sale de mi cuerpo y me estremezco. Se sienta en la cama y tira el condón usado en una papelera.

—Vamos, tenemos que vestirnos… si quieres conocer a mi madre.

Sonríe, se levanta de la cama y se pone los vaqueros… sin calzoncillos. Intento incorporarme, pero sigo atada.

—Christian… no puedo moverme.

Su sonrisa se acentúa. Se inclina y me desata la corbata, que me ha dejado la marca de la tela en las muñecas. Es… sexy. Me observa divertido, con ojos

danzarines. Me besa rápidamente en la frente y me sonríe.

—Otra novedad —admite.

No tengo ni idea de lo que quiere decir.

—No tengo ropa limpia.

De pronto el pánico se apodera de mí, y teniendo en cuenta la experiencia que acabo de vivir, el pánico me parece insoportable. ¡Su madre! Maldita sea. No

tengo ropa limpia y prácticamente nos ha pillado in fraganti.

—Quizá debería quedarme aquí.

—No, claro que no —me contesta en tono amenazador—. Puedes ponerte algo mío.

Se ha puesto una camiseta y se pasa la mano por el pelo revuelto. Aunque estoy muy nerviosa, me quedo embobada. Su belleza es arrebatadora.

—Anastasia, estarías preciosa hasta con un saco. No te preocupes, por favor. Me gustaría que conocieras a mi madre. Vístete. Voy a calmarla un poco. —Aprieta

los labios—. Te espero en el salón dentro de cinco minutos. Si no, vendré a buscarte y te arrastraré lleves lo que lleves puesto. Mis camisetas están en ese cajón. Las

camisas, en el armario. Sírvete tú misma.

Me mira un instante inquisitivo y sale de la habitación.

Maldita sea, la madre de Christian. Es mucho más de lo que esperaba. Quizá conocerla me permita colocar algunas piezas del puzle. Podría ayudarme a entender

por qué Christian es como es… De pronto quiero conocerla. Recojo mi blusa del suelo y me alegra descubrir que ha sobrevivido a la noche sin apenas arrugas.

Encuentro el sujetador azul debajo de la cama y me visto a toda prisa. Pero si hay algo que odio es no llevar las bragas limpias. Me dirijo a la cómoda de Christian y

busco entre sus calzoncillos. Me pongo unos Calvin Klein ajustados, los vaqueros y las Converse.

Cojo la chaqueta, corro al cuarto de baño y observo mis ojos demasiado brillantes, mi cara colorada… y mi pelo. Dios mío… Las trenzas despeindas tampoco me

quedan bien. Busco un cepillo, pero solo encuentro un peine. Menos da una piedra. Me recojo el pelo rápidamente, mirando desesperada la ropa que llevo. Quizá

debería aceptar la oferta de Christian. Mi subconsciente frunce los labios y articula la palabra «ja». No le hago caso. Me pongo la chaqueta y me alegro de que los

puños cubran las marcas de la corbata. Nerviosa, me miro por última vez en el espejo. Es lo que hay. Me dirijo al salón.

—Aquí está —dice Christian levantándose del sofá.

Me mira con expresión cálida y agradecida. La mujer rubia que está a su lado se gira y me dedica una amplia sonrisa. Se levanta también. Va impecable, con un

vestido de punto marrón claro y zapatos a juego, arreglada y elegante. Está muy guapa, y me mortifico un poco pensando que yo voy hecha un desastre.

—Mamá, te presento a Anastasia Steele. Anastasia, esta es Grace Trevelyan-Grey.

La doctora Trevelyan-Grey me tiende la mano. T… ¿de Trevelyan? Su inicial.

—Encantada de conocerte —murmura.

Si no me equivoco, en su voz hay un matiz de sorpresa, quizá de inmenso alivio, y sus ojos castaños emiten un cálido destello. Le estrecho la mano y no puedo

evitar sonreír, devolverle su calidez.

—Doctora Trevelyan-Grey —digo en voz baja.

—Llámame Grace. —Sonríe, y Christian frunce el ceño—. Suelen llamarme doctora Trevelyan, y la señora Grey es mi suegra. —Me guiña un ojo—. Bueno, ¿y

cómo os conocisteis? —pregunta mirando interrogante a Christian, incapaz de ocultar su curiosidad.

—Anastasia me hizo una entrevista para la revista de la facultad, porque esta semana voy a entregar los títulos.

Mierda, mierda. Lo había olvidado.

—Así que te gradúas esta semana… —me dice Grace.

—Sí.

Empieza a sonar mi móvil. Apuesto a que es Kate.

—Disculpadme.

El teléfono está en la cocina. Me acerco y lo cojo de la barra sin mirar quién me llama.

—Kate.

—¡Dios mío! ¡Ana!

Maldita sea, es José. Parece desesperado.

—¿Dónde estás? Te he llamado veinte veces. Tengo que verte. Quiero pedirte perdón por lo del viernes. ¿Por qué no me has devuelto las llamadas?

—Mira, José, ahora no es un buen momento.

Miro muy nerviosa a Christian, que me observa atentamente, con rostro impasible, mientras murmura algo a su madre. Le doy la espalda.

—¿Dónde estás? Kate me ha dado largas —se queja.

—En Seattle.

—En Seattle.

—¿Qué haces en Seattle? ¿Estás con él?

—José, te llamo más tarde. No puedo hablar ahora.

Y cuelgo.

Vuelvo con toda tranquilidad con Christian y su madre. Grace está en pleno parloteo.

—… y Elliot me llamó para decirme que estabas por aquí… Hace dos semanas que no te veo, cariño.

—¿Elliot lo sabía? —pregunta Christian mirándome con expresión indescifrable.

—Pensé que podríamos comer juntos, pero ya veo que

...

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