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Las Teorias E La Moral A Traves Del Tiempo


Enviado por   •  30 de Agosto de 2014  •  4.629 Palabras (19 Páginas)  •  295 Visitas

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EDAD ANTIGUA.

SÓCRATES. El intelectualismo socrático o intelectualismo moral socrático es aquel que identifica la virtud como el conocimiento. Según Sócrates, bastaba el conocimiento de lo justo (la autognosis) para obrar correctamente. Según esta doctrina, las malas acciones son producto del desconocimiento, esto es, no son voluntarias, ya que el conocimiento de lo justo sería suficiente para obrar virtuosamente. Es decir, el intelectualismo socrático es una teoría moral para la que la conducta moral sólo es posible si se basa en el conocimiento del bien y la justicia. Incluso decía que el conocimiento no es algo que se pueda aprender, sino que es algo que ya está adquirido

Sócrates (470 al 399 a.C.) desarrolló la teoría del intelectualismo moral partiendo de la base del dualismo antropológico, es decir, a partir de la afirmación que el hombre está formado por una parte material (el cuerpo) y una parte no material (el alma), sin tener ésta última un significado religioso y la vez siendo la parte más importante del hombre (de ahí la frase “Conócete a ti mismo”). Por tanto, se da supremacía a los valores internos, y la salud del hombre residirá en su alma. Esta salud será únicamente alcanzable a través de la virtud (hacer lo correcto), la cual, a su vez, se alcanza mediante el conocimiento (conocimiento de la verdad, no el conocimiento erudito). Es decir, ser virtuoso conducirá a una conducta justa, la cuál llevará a la felicidad y la satisfacción.

PLATÓN. «De los bienes y males decía (Platón), escribe Diógenes Laercio, que el fin del hombre es la semejanza con Dios; que la virtud es bastante por sí sola para la felicidad; pero necesita de los bienes del cuerpo como instrumentos y auxiliares, por ejemplo, la fortaleza, la salud; y que también necesita de los bienes externos, como son las riquezas, la nobleza, la gloria; pero aunque falten estas cosas, el hombre sabio o virtuoso será, no obstante, feliz.»

Este pensamiento de hacer consistir la perfección moral del hombre en la imitación de Dios; la importancia que concede a la virtud, al considerarla como el mayor de los bienes humanos; sus ideas acerca de la providencia que Dios tiene de los hombres, juntamente con su teoría acerca de las cuatro virtudes principales [252] como medios de perfección moral para el individuo y la sociedad, acreditan la excelencia de la moral platónica, considerada por parte de sus principios y máximas generales.

Y decimos por parte de sus principios generales porque si, abandonando el terreno de estos principios y máximas generales de la ética platónica, descendemos a puntos particulares y a sus aplicaciones concretas, especialmente en el terreno político-social, tropezaremos al instante con el hombre del paganismo, con el filósofo que carece de las luces y seguridad que en estas materias suministran la moral del Evangelio y la concepción cristiana. Veremos, en fin, al divino Platón enseñar que la vida doméstica debe desaparecer; que la esclavitud es una institución basada y legitimada en la misma naturaleza y en la inferioridad de ciertos individuos; que las mujeres deben ser comunes; que deben ser abandonados, o, lo que es lo mismo, entregados a la muerte, los niños contrahechos y enfermizos; que a un hombre enfermo e imposibilitado no deben suministrársele alimentos ni asistencia, toda vez que no puede ser útil ni a sí mismo, ni a los otros hombres {82}, [253] y que en la educación de los hijos no deben intervenir los padres.

ARISTOTELES. El hombre es capaz de moralidad, porque y en cuanto está dotado de libertad y de razón. A diferencia de los animales, los cuales obran propter finem de una manera instintiva e inconsciente, el hombre conoce, delibera y obra propter finem, de una manera consciente y refleja. El fin o bien que el hombre se propone alcanzar por medio de su acción, es el primer movente [310] y la primera causa de esta acción, aunque su consecución real y efectiva es posterior a las otras causas: primum in intentione, est ultimum in executione.

No siendo posible proceder in infinitum en el número y orden de los bienes que sirven de fin a nuestras acciones deliberadas, es preciso que haya alguna cosa que se considere como fin último y bien supremo asequible por medio de dichas acciones, y, por consiguiente, como la última perfección del individuo.

Consiste esta, para el hombre, en el ejercicio más perfecto de las facultades que son propias del hombre como ser racional, y, por consiguiente, en la práctica de la virtud, y sobre todo en la contemplación de la verdad, operación la más sublime y como la parte más divina (eorum, quae sunt in nobis divinissimum) que hay en el hombre. Así, pues, la última perfección del hombre y su felicidad en la vida presente consiste en la operación propia de la razón, como la cosa más divina en el hombre, y la vida que emana de esta operación es vida divina con respecto a la vida humana {109}. Las riquezas, los honores, la salud y los demás bienes de la vida, no constituyen la felicidad y perfección del hombre; pero pueden contribuir a ella y son neccesarios para esta felicidad, según que y en la medida con que pueden facilitar la posesión de la virtud y la contemplación perfecta de la verdad.

EPICURO. La esencia de la Filosofía consiste en conocer el objeto final de la vida y de las acciones humanas, en determinar la cosa en que consiste el bien sumo del hombre y que constituye su felicidad. Prescindiendo de la felicidad perfecta y absoluta, la cual sólo puede hallarse en los dioses, si existen, la felicidad relativa, imperfecta y limitada de que es capaz el hombre, consiste esencialmente en el deleite, puesto que el deleite es la cosa que deseamos y buscamos por sí misma y a la que subordinamos todas las demás cosas. Todos nuestros actos y aspiraciones deben tener por objeto la posesión de esta felicidad, o sea del placer posible al hombre en esta vida; porque, perdida esta felicidad, nada nos queda si no es la esperanza ilusoria y quimérica de la felicidad propia de los dioses.

Este deleite o placer, que constituye la felicidad del hombre, tiene dos manifestaciones, que son el movimiento y el reposo. El placer consiguiente a la satisfación de una necesidad o apetito sensible que se experimenta, el que resulta de las emociones agradables, como la alegría, la amistad y otras análogas, representan el primer aspecto de la felicidad, mientras que el segundo, o sea el placer del reposo y por el reposo, consiste en estar libre o exento del dolor y de la petrubación. Aunque la felicidad humana abraza las dos manifestaciones del deleite, la segunda, sin embargo, es superior a la primera, y constituye en cierto [361] modo la verdadera felicidad del hombre, toda vez que ésta, en último término, consiste en la exención de dolores por parte

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