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MODERNIDAD

Leo BritezMonografía16 de Junio de 2021

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UNIVERSIDAD CATÓLICA

 “NUESTRA SEÑORA DE LA  ASUNCIÓN”

FACULTAD ECLESIÁSTICA DE SAGRADA TEOLOGÍA

MODERNIDAD


ÍNDICE

INTRODUCCIÓN        3

EL HOMBRE MODERNO        4

RASGOS RESALTANTES DEL HOMBRE PREMODERNO        4

a) El hombre antiguo        4

b) El hombre medieval        5

1. INICIO DE LA MODERNIDAD        6

a) Concepto de modernidad        6

b) ¿Cuándo nace la modernidad?        7

c) Configuradores de la modernidad        7

2. PRINCIPALES CARACTERÍSTICAS DEL HOMBRE MODERNO        11

2.1. Secularización        11

2.2. Mentalidad científico-técnica        18

2.3. Mentalidad Inmanentista        22

2. 4. Relatividad        23

2.5. Secularismo        26

CONCLUSIÓN        28

BIBLIOGRAFÍA        29


INTRODUCCIÓN

En esta breve monografía nos abocaremos  al estudio del hombre moderno, presentando brevemente y a grandes rasgos los aspectos esenciales del hombre de las épocas precedentes a la modernidad, para posteriormente centrarnos exclusivamente en el hombre moderno, cuya existencia se caracteriza por sobrevalorar la razón humana en detrimento de otras facultades, por su mentalidad tecno-cientista y por la pretensión de construir el paraíso terrenal con la sola fuerza humana. No obstante, sin negar los inmumerables beneficios que proporcionó a la humanidad, el proyecto moderno desarrollado hasta sus últimas posibilidades, llegó hasta el punto de poner en peligro, por ejemplo, a causa de la bomba atómica, de la guerra química y bacteriológica, de la contaminación del medio ambiente... la existencia del hombre y de la naturaleza en general.

        Es la razón por la cual nos aventuramos en un territorio inmenso, puesto que es un fenómeno sumamente complejo, por el que afirmamos “el hombre puede lograr su plenitud humana, sólo si logra equilibrar en su justa medida sus dimensiones humanas: afectiva,  racional y espiritual”, equilibrio del cual carece el hombre moderno al sobredimensionar la razón, negando protagonismo a otras facultades, por ejemplo, a la afectiva y el rechazo de la dimensión espiritual trascendente del hombre.

        De ahí que el hombre se encuentra sumido, dentro de esta configuración existencial,  en el goce de los ilimitados bienes materiales, proporcionados por la ciencia y la técnica, que son paliativos superficiales que no solucionan, sino disimulan el profundo desorden interior del hombre, lo que le impide alcanzar su plenitud existencial.

        Al asumir como tema de investigación esta problemática, confesamos que nos ha sido bastante difícil realizar una radiografía verosímil del hombre moderno. Hemos aceptado, sin embargo, el desafío, a sabiendas de que el tema propuesto es demasiado amplio -lo que impedirá a cualquiera dominarlo en todos sus sectores- para abordarlo de un modo exhaustivo. No obstante, consideramos, por una parte, que es un desafío indeclinable y de gran envergadura que requerirá una obra colectiva, en el que cada hombre, consciente de sus responsabilidades, trazará las fronteras de su competencia y de su acción. Por otra parte, sabemos con certeza de que el análisis es un trabajo provisorio, perfectamente ampliable y mejorable.

        


EL HOMBRE MODERNO

        

        RASGOS RESALTANTES DEL HOMBRE PREMODERNO

        Para poder situar mejor al hombre moderno y resaltar los cambios que se producen en él, sus características peculiares, sus aspiraciones, sus utopías y las consecuencias existenciales que derivan de ellas, es preciso tener presentes algunas características centrales del hombre de las épocas precedentes. Por ello, comenzamos a esbozar en forma escueta y concisa la imagen del hombre antiguo, para posteriormente presentar de la misma forma la que corresponde al hombre medieval.

        a) El hombre antiguo

        Bien puede afirmarse como uno de los rasgos resaltantes del hombre antiguo la carencia de la idea de la infinitud cósmica, pues el hombre antiguo considera el cosmos como una realidad limitada y cerrada, en donde cada componente forma una armonía, “un todo bello y ordenado[1], como diría Romano Guardini.

        También el hombre antiguo carece de una concepción lineal del tiempo, ya que su concepto del tiempo gira en torno a la visión del eterno retorno. En esta línea encontramos a los diversos filósofos que trataron esta problemática, por ejemplo: Heráclito, Platón, Aristóteles, etc., quienes no tenían una visión lineal ascendente del tiempo, tal como se entiende a partir del concepto cristiano.

 

        Dentro de la esfera cerrada o cosmos, se encuentran las distintas divinidades, quienes, igual que los mortales, están sometidas a la fuerza del destino, a una justicia y a un orden que, como hemos señalado, imperan en el cosmos. Estas divinidades, a pesar de ser presentadas como realidades carentes de imperfecciones, no logran trascender el mundo, como por ejemplo, el “Ser” de Parménides, el “Motor Inmóvil” de Aristóteles o el “Uno” de Plotino.

        Estas explicaciones, si bien son intentos de superar lo concreto y dar el salto hacia el “más allá” de lo mundano, no pueden ser consideradas realidades trascendentes que ofrezcan, por lo tanto, a los que depositan su fe en ellas, firmes pedestales hacia el “más allá”, pues siempre están remitidas o en referencia a lo mundano.

        No obstante, a pesar de la carencia de una realidad trascendente, el mundo es concebido como una realidad divina que procede de un principio, el cual no debe entenderse como algo por encima o fuera del mundo, sino como una realidad que pertenece al mundo, constituyéndose en algo  primordial y misterioso, al que se debe captar y acoger en una actitud fundamental. El mundo, por lo tanto, es una realidad

 ...poblada de divinidades, las cuales no eran tan ajenas, tan indiferentes, tan extrañas a la condición humana, como habrían de ser las leyes casuales. El hombre compartía con los dioses su morada. Los fenómenos naturales eran ajenos al designio humano, y en este sentido formaban parte de lo “otro”. Al mismo tiempo, no eran ajenos al designio divino. También era algo ajeno ese designio divino, supremo y arbitrario. Pero la divinidad era mediadora entre las cosas y el hombre[2].

        De esta experiencia  surge el mito que, aunque nunca ha de separarse de la mentalidad del hombre en sus diversas etapas o edades, está muy arraigado en la mentalidad antigua. Romano Guardini lo define de la siguiente manera:

                Los mitos son figuras o acontecimientos que interpretan el mundo y sus elementos, y también al hombre que, por la fuerza de su espíritu, se sitúa frente a él y, sin embargo, vuelve a formar parte de él. Los mitos ofrecen, pues, al hombre la posibilidad de orientarse en su existencia[3].

        

        Sin embargo, con el correr de los siglos, el mito ha ido perdiendo su privilegio en la monopolización de la interpretación del mundo y la orientación existencial de los hombres con la aparición de la filosofía, la que pone en tela de juicio sus explicaciones e interpretaciones. Así también, podemos observar  que el sentimiento religioso, se desprende de su base mítica, para aliarse con la razón, sin identificarse con esta, sino manteniendo su  libertad.

        b) El hombre medieval

        Para poder acceder a una imagen cabal del hombre medieval, es necesario despojarnos de los prejuicios de la Ilustración, de su glorificación por parte del Romanticismo y de la crítica de primitivismo, dependencia y coacción que le atribuyó la Edad Moderna.

        En el medioevo sucede un cambio sustancial. Ya no se puede hablar del hombre, sin hacer referencia a la religión cristiana, que es el elemento englobante de toda la realidad medieval. Por dicha razón no se puede dejar de poner de relieve su carácter teocéntrico: “La categoría de todo lo que existe depende de la calidad y la medida de su semejanza con Dios[4]. Por medio de la revelación bíblica se cree en la existencia de un Dios absoluto, único, personal, que existe en sí y se basta a sí mismo, por lo que es trascendente al mundo e inmanente a este, en cuanto creador y conservador.

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