Modernidad y posmodernidad
cfc1969Ensayo30 de Septiembre de 2015
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LA FATIGA DE SER UNO MISMO. Depresión y Sociedad.
Autor: ALAIN EHRENBERG
Introducción, cap. I, cap. III, cap. IV, cap. VII
- Resumen….
- Acerca del Autor y sus obras fundamentales…
Alain Ehrenberg, sociólogo e investigador francés, dirige el grupo de investigación “Psicotrópicos, Política, Sociedad” del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas (CNRS) de Francia. Publicó hace algunos años un libro llamado La fatigue d´être soi –Dêpression et société.(1999) El libro forma parte de una trilogía que pretende, como se expresa el autor, "delinear las figuras del individuo contemporáneo". Los otros dos se llaman Le culte de la perfomance (1991) y L´individu incertain (1995).
Una introducción a la problemática…
El malestar cultural producido por las presiones de la cultura dominante y de la normativa social, fueron hace tiempo objeto de numerosos estudios de antropología psicoanalítica (Marcuse, H. 1984). En todos ellos se aseveraba que cualquier civilización, antigua o moderna, es represora de los deseos básicos del hombre. De ahí que cada época histórica se distinga por enfermedades psicosociales y epidemias peculiares, productos directos de una insalubridad dimanante del entramado social. Tales enfermedades no derivan de la fisiología humana ni de la naturaleza, sino de la cultura. Y así, en el siglo XIX la psiquiatría médica descubrió neurosis, neurastenias e histerias, afecciones a las que no lograba asignar causa orgánica, traumatismo o lesión anatómica alguna. Eran respuestas reactivas de la gente ante las vicisitudes reales o imaginadas de su vida social. Se trataba de afecciones que escapaban a cualquier etiología natural, cuyos síntomas no radicaban en la naturaleza sino en la mente de los sujetos civilizados.
Entre los psiquiatras decimonónicos que se dieron cuenta de tales heridas no corporales sino espirituales, Freud fue quien analizó el sentimiento de culpa como factor psíquico traumático que desencadenaba auténticas afecciones neuróticas. El remordimiento, la culpa, el escrúpulo, eran síntomas de una conciencia dividida entre el yo personal íntimo y la norma social externa. Casi toda neurosis fue interpretada por los freudianos como resultado del conflicto íntimo entre el “Ello” y el “Super Yo” (impulsos biológicos y conciencia moral), entre el deseo y la ley, entre las pulsiones primitivas y las restricciones civilizadas, entre la espontaneidad del instinto individual y su represión cultural.
La depresión exógena había sido una categoría psiquiátrica relativamente marginal hasta los años 60 del siglo XX, sólo después de la segunda guerra mundial los psiquiatras separaron netamente la depresión de la melancolía, ante evidentes datos provenientes del electrochoque. Pero en los 70 la depresión se había extendido ya por Europa y Estados Unidos como una patología típica de los países neoliberales y que estaba curiosamente ausente de los pueblos en vías de desarrollo. La depresión se constituyó en epidemia durante la década de los 80 y a ella occidente comenzó a responder farmacológicamente con el Prozac, la así llamada aspirina del espíritu que, en los 90, era ya una droga tan aceptada socialmente como el alcohol.
Después de más de 15 años de administración del Prozac, hoy ya un porcentaje notable de la humanidad rica le es químicamente adicta, es decir, se ha hecho dependiente de antidepresivos y particularmente de estimulantes. Parece como si el primer mundo sufriera una enfermedad crónica identitaria, un sentimiento permanente de insuficiencia, derivado de esa compulsiva necesidad de ser uno mismo, el mejor de todos, dentro de un escenario social competitivo, libertario y despiadado, donde no hay identidades, parentescos tribales o pertenencias grupales que institucionalmente respalden al ciudadano particular. Y este malestar cultural o psíquico se ha somatizado en enfermedades que requieren auténtico tratamiento médico. Las sustancias psicotrópicas parece como si fueran imprescindibles para actuar en una vida democrática que exige a cada uno la intensificación máxima de sus prestaciones. Es decir se acude a la farmacología para resolver tensiones estructurales derivadas de una agobiante forma de organización social.
Ya se sabe, sin embargo, que los antidepresivos y ansiolíticos no curan, no eliminan el problema de fondo, pues el origen de esta enfermedad no es bioquímico sino socio cultural. Para librarse de la depresión hace falta que el paciente entre, comprenda, trabaje su intimidad psíquica y se interese por reducir psicoterapéuticamente sus conflictos anímicos, el desvalimiento de su yo ante la sociedad. Las sustancias psicotrópicas que estimulan momentáneamente el humor, el rendimiento laboral o las capacidades personales, se han convertido en una forma de “dopage” social muy semejante al practicado por los atletas en las grandes competiciones deportivas; la única diferencia está en que aquí el dopage con antidepresivos refiere al estrés del triunfo social, en competiciones no deportivas sino del yo consigo mismo.
Esta adicción revela en términos psíquicos una auténtica pérdida de control personal, un sufrimiento interior derivado de la conciencia de ser impotente, de quedarse uno corto en la acción social. Se trata de una adicción que, aunque no tenga las consecuencias dramáticas de la heroína, supone una auténtica llamada de atención, dadas sus dimensiones demográficas y su correlación con la socio cultura.
En los últimos 40 años se ha ido pasando de una sociedad de obediencia a normas, de docilidad a instituciones, de conformidad a usos y costumbres colectivos, a otra sociedad en la que cada uno tiene que elegir su propio destino, autónomamente. En efecto, a partir de los años 60, con la liberalización de las costumbres, la conquista de libertades individuales, el estado del bienestar, la democratización de la escuela y de la familia, empezaron a desarrollarse unos peculiares procesos culturales de individualización, aumentaron notablemente las posibilidades de emancipación individual respecto de las instituciones sociales y de escoger la propia vida. Ya pocos pensaban y se entusiasmaban con proyectos sociales colectivos. Hubo un auténtico desarraigo personal de los destinos comunes, una disfunción comunitaria. Había fracasado incluso el concepto y la idea mito del progreso social.
- Algunos conceptos fundamentales de la obra de Ehrenberg
Una de esas figuras es la depresión, que para muchos autores, sobre todo sociólogos e historiadores, es una de las marcas del individuo actual, una de las formas que él toma y hasta lo definen como contemporáneo. La depresión señalaría una superación histórica de la neurosis, porque los sujetos actuales no se sitúan frente a las dificultades del conflicto intrapsíquico, como en la neurosis, sino con un sentimiento de insuficiencia, frente a exigencias que los sobrepasan, o de un saber que los oprime, o de una pérdida cuyo objeto carece de definición.
Para Ehrenberg, hubo una mutación importante en la sociedad, y con ella se pasó del predominio del registro de la culpa y la disciplina al de la responsabilidad e iniciativa.
"La depresión nos instruye sobre nuestra propia experiencia actual de la persona, pues es la patología de una sociedad en la cual la norma no está más fundada en la culpa y en la disciplina sino en la responsabilidad e iniciativa. Ayer, las reglas sociales comandaban conformismos de pensamiento, o hasta automatismos de conducta, hoy, ellas exigen iniciativas y aptitudes mentales. El individuo está confrontado a una patología de la insuficiencia, más que a una enfermedad de la falta, al universo del disfuncionamiento, más que al de la ley."
O sea, con la declinación de un principio unitario de autoridad - hablaríamos aquí de la declinación de la función del padre-, se exige de cada sujeto que cargue con su propia autorización y aprenda a ser él mismo, con todo el peso que implica la correspondencia entre el sujeto y él mismo. La experiencia de la depresión expresa, entonces, el desacuerdo del sujeto con esos ideales y su insuficiencia frente a ellos; pero, al mismo tiempo, la insuficiencia muestra, paradójicamente, que es la identificación con el Ideal, meta ofrecida al sujeto, lo que lo conduce a la impotencia.
¿Qué ocurre cuando los ideales no proveen al sujeto parámetros identificatorios estables, o se muestran fallidos?
Creo que podemos pensar que el efecto del fracaso de la identificación con los ideales puede ser la identificación con un residuo de esos ideales, en analogía con la definición freudiana del mecanismo de la melancolía. Quiere decir, que el sujeto se confronta, a partir del fracaso frente al Ideal, con una correspondencia imaginaria de su ser, bajo las especies de un objeto caído del Otro. Ese residuo tiene un nombre freudiano, Superyo, que entre otros aspectos, tiene el de resto caído del Ideal.
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