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Platón, por boca de Sócrates, se resuelve firmemente á explicar todos estos problemas terribles


Enviado por   •  3 de Octubre de 2017  •  Exámen  •  16.215 Palabras (65 Páginas)  •  149 Visitas

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Platón, por boca de Sócrates, se resuelve firmemente á explicar todos estos problemas terribles, y toca uno tras Platón, Obras completas, edición de Patricio de Azcárate, tomo 5, Madrid 1871 1-i utro los puntos siguieutes, que basta indicar, para conocer su importancia : la supervivencia del alma respecto del cuerpo, la reminiscencia, la preexistencia del alma, la existencia de las ideas en sí, la simplicidad, la inmaterialidad , la indisolubilidad, la libertad del alma, y, en fin, su inmortalidad. Parte de las ideas pitagóricas de la estancia del alma en los infiernos y de su vuelta á la vida, para probar que existe después de la muerte. Este es el sentido de la má- xima: «los vivos nacen de los muertos», envuelta en esta otra más general: «todo lo que tiene un contrario nace de este contrario;» como lo más grande de lo más peque- ño, lo más fuerte de lo más débil, lo más ligero de lo más lento, lo peor de lo mejor, la vigilia del sueño, y la vida de la muerte.—A este argumento en favor de la supervivencia del alma, tomado de la doctrina de la metempsícosis, se añade otro puramente platoniano en favor de la preexistencia. Es una consecuencia del principio según el que la ciencia es una reminiscencia; principio que supone ya la teoría de las ideas, con que nos encontramos aquí por segunda vez. Saber no es más que recordar, y el recuerdo supone un conocimiento anterior; por consig'uiente, si el alma se acuerda de cosas que no ha podido conocer en esta vida, es una prueba de que ha existido antes. ¿No es cierto que nuestra alma, al través de la imperfecta igualdad que muestran los objetos sensibles entre sí, tiene la idea de una igualdad perfecta, inteligible é inaccesible á los sentidos? ¿No tiene asimismo la idea del bien, de lo justo, de lo santo y de la esencia de todas las cosas? Estos conocimientos no ha podido adquirirlos después de nacer, puesto que no son perceptibles á los sentidos, y es preciso que los haya adquirido antes: (da consecuencia de todo es que el alma existe antes de nuestra aparición en este mundo, y lo mismo las esencias.))—Estos dos argumentos, á decir verdad, apePlatón, Obras completas, edición de Patricio de Azcárate, tomo 5, Madrid 1871 13 sar del prestigio de los nombres do Pitágoras y Platón, no tienen á nuestros ojos mas que un valor histórico. El primero es tan débil como la muerta teoría de la metempsícosis, de donde procede. El segundo tendría toda la fuerza de una demostración, si las dos teorías dé la Idea y de la Reminiscencia, que tanta importancia tienen en la doctrina de Platón, pudiesen ser boy aceptadas sin reserva. Pero bé aquí, en cambio, una serie de razonamientos, que bien pueden satisfacer á los espíritus más exigentes. Se fundan en el examen de la naturaleza del alma. Nuestra alma ¿es una de las cosas que pueden disolverse, ó es indisoluble? ¿Es simple ó compuesta, material ó inmaterial? En fin, ¿con qué se conforma más; con lo que cambia sin cesar, ó con lo que subsiste eternamente idéntico á sí mismo? Todas estas cuestiones bastan por sí solas, para probar que en el pensamiento de Platón el problema del destino del alma, después de la muerte, no puede tener solución, sino después del relativo á su misma esencia. La busca desde luego, y á este fin distingue dos órdenes de cosas; unas que son simples, absolutas, inmudables, eternas, en una palabra, las esencias inteligibles; otras, imágenes imperfectas de las primeras, que son compuestas, mudables; es decir, cuerpos perceptibles por medio de los sentidos. ¿En cuál de estos dos órdenes se encuentra nuestra alma ? En el de las Esencias; porque es como ellas invisible, simple, y llevada por su propia tendencia á buscarlas, como bien acomodado á su naturaleza. Si nuestra alma es semejante á las Esencias, no muda nunca, como no mudan ellas; y no tiene que temer la disolución por la muerte como el cuerpo; ella es inmortal. I^ero Platón tiene gran cuidado de decir en seguida, que de que el alma tenga asegurado á causa de su naturaleza un destino futuro, no se sigue que haya de ser este destino igual para todas las Platón, Obras completas, edición de Patricio de Azcárate, tomo 5, Madrid 1871 11 almas indistintamente. La del filósofo y la del justo, depuradas mediante la constante meditación sobre las Esencias divinas, serán indudablemente admitidas á participar de la vida bienaventurada de los dioses. Pero las del vulgo* y la del hombre malo, manchadas con impurezas y crímenes, serán privadas de esta dichosa eternidad, y sometidas á pruebas, cuya pintura toma Platón de la mitología. Estas creencias de otro tiempo prueban por lo menos la antigüedad de la fe del género humano en una sanción suprema de la ley moral, y fortifican, con el peso del consentimiento universal, uno de los principios más ciertos de la filosofía. Pero esta argumentación suscita dos objeciones. ¿No puede decirse de la armonía de una lira, lo mismo que del alma, que es invisible é inmaterial ? ¿ Y no puede entonces temerse que suceda con el alma lo que con la armonía, esto es, que perezca antes del cuerpo, como la armonía perece antes de la lira? Esta objeción es, especiosa. Para reducirla á la nada, basta considerar que no puede seriamente compararse el alma con la armonía por dos poderosas razones : la primera, porque existe antes del cuerpo, como se ha demostrado, y es un absurdo decir que la armonía existe antes que la lira; la segunda, porque el alma manda al cuerpo y gobierna sus órganos, al paso que es un absurdo decir que la armonía manda á las partes de la lira. Y véase cómo la preexistencia y la libertad del alma vienen, en cierto modo, en auxilio de la inmortalidad que se pone en duda. La otra objeción se funda en la idea de que no es imposible que el alma, después de haber sobrevivido á muchos cuerpos, llegue á perecer con el último á que anime. No estando esta objeción, como estaba la precedente, en contradicción con la preexistencia y la libertad del alma, con las cuales puede concordarse, Platón la refuta en nombre del principio, á que apela sin cesar con motivo Platón, Obras completas, edición de Patricio de Azcárate, tomo 5, Madrid 1871 15 de todas las cuestiones capitales. Es el principio de la existencia de las Ideas, que aparece aquí desenvuelto con más extensión, y sobre el que entra al fín en explicaciones. Por cima de todas las cosas que hieren nuestros sentidos en este mundo, hay seres puramente inteligibles, que son los tipos perfectos, absolutos, eternos, inmutables de todo cuanto de imperfecto existe en este mundo. Estos seres son las Ideas, no abstractas, sino realmente existentes ; únicas realidades, á decir verdad, y de las que es sólo una imperfecta imagen todo lo que no son ellas; son la justicia absoluta, la belleza absoluta, la santidad absoluta, la igualdad absoluta, la unidad absoluta, la imparidad absoluta, la grandeza absoluta, la pequenez absoluta; entre las que no parece hacer al pronto Platón ninguna distinción, en cuanto admite la realidad de todas ellas del mismo modo. Ahora bien, si no hay repugnancia en admitir que la justicia, la belleza, la verdad absoluta existen en sí, como otros tantos atributos de Dios, es preciso convenir en que no están en el mismo caso estas otras ideas platonianas, tales como la igualdad, la magnitud, la fuerza, la pequenez, y otras más lejanas aún de la naturaleza divina; es decir, de las ideas-tipos de todos los seres sensibles. Así nos vemos obligados á una de estas dos cosas: ó á rechazar absolutamente la teoría de las Ideas, porque es excesiva, ó á suponer que el buen sentido de Platón ha debido establecer entre las ideas distinciones y grados, mediante los que su teoría seria racional. Esto último es lo que debe hacerse á pesar del silencio de Platón; pues si bien ni en el Fedon, ni en ningún otro escrito se encuentra razón alguna explícita, debe tenerse casi como un argumento su insistencia manifiesta en fijarse con más empeño, en más ocasiones y con más fuerza, en ciertas ideas con preferencia á otras. Estas ideas preferentes son las de lo bello, de lo justo, de lo verdadero, de lo santo, la del bien en sí; á las que parece dar, por lo Platón, Obras completas, edición de Patricio de Azcárate, tomo 5, Madrid 1871 Ifi mismo, una importancia capital. Desde este acto, decídase lo que se quiera sobre el carácter de las otras ideas, el principio de las Esencias mantiene toda su fuerza contra las dudas propuestas con respecto á la inmortalidad del alma. Si ésta, como se ha demostrado, participa de la naturaleza divina de las Esencias, no puede, como no pueden las Esencias mismas, admitir nada contrario á su naturaleza; no puede, cuando el cuerpo se disuelve, perecer con él, porque es inmutable, indisoluble; porque escapa por su propia esencia á todas las condiciones de la muerte. Y si tal es su destino, añade Sócrates, no hay que decir cuánto la importa poner en esta vida todo su cuidado en hacerse digna de una dichosa eternidad. En este punto cesa la discusión, y comienza el mito. No vamos á someter á un riguroso análisis esta pintura poética, y al mismo tiempo profundamente moral, de las estancias diferentes de los malos y de los justos; de las pruebas impuestas á los unos, y de la felicidad concedida á los otros. Pero importa observar, de una vez para siempre, el sentido filosófico de estas explicaciones tomadas de la mitología, que se encuentran en la mayor parte de los diálogos importantes de Platón. ¿A qué venia recurrirá las creencias religiosas y alas tradiciones populares? ¿Es una concesión prudente al politeísmo, para el que los adelantos de la filosofía corrían el riesgo de hacerse sospechosos, como lo prueban el proceso y la condenación de Sócrates? No es irracional pensarlo así. Pero parece explicación más digna la de que Platón , en interés mismo del progreso de las creencias morales, á cuya propagación consagró tantos esfuerzos, no despreciaba nada de cuanto pudiese contribuir á grabarlos más pronto en el espíritu de sus contemporáneos. ¿Qué cosa más conforme al objeto que se proponia, que establecer el acuerdo de los dogmas religiosos con las conclusiones de la filosofía sobre las cuestiones fundamentales de la moral? ¿Qué cosa Platón, Obras completas, edición de Patricio de Azcárate, tomo 5, Madrid 1871 17 más hábil que presentar las tradiciones populares como una imagen y una profecía de las doctrinas nuevas? Pero espreciso tener en cuenta la exactitud y superioridad de miras con que procura tomar de estos mitos primitivos sólo aquello que puede engrandecer el espíritu, hiriendo la imaginación. Todos los pormenores de estas pinturas contribuyen á este fin. Y con el mismo propósito nos presenta á Sócrates, cumpliendo rigurosamente todos los actos que la religión imponía como homenaje debido á la omnipotencia de la Divinidad: la libación y la oración á los dioses antes de beber la cicuta, y el sacrificio de un g-allo á Esculapio. Volviendo al fin al relato histórico, que en cierta manera abraza la obra entera, el Feclon termina con los pormenores dolorosos de los últimos momentos de Sócrates, á quien no abandonan sus amigos, sino después de cerrarle piadosamente los ojos. En dos palabras se resume la impresión que deja en el espíritu esta grande y noble figura: Sócrates ha sido el más sabio y el más jnsto de los hombres. TOMO Platón, Obras completas, edición de Patricio de Azcárate, tomo 5, Madrid 1871 Platón, Obras completas, edición de Patricio de Azcárate, tomo 5, Madrid 1871 FEDON • ó DEL ALMA EQUECRATES (1) Y FEDON. SOCRATES.-APOLODOEO.-CEBES.-SIMMIAS.-CRITON. FEDON.-JANTIPA.-EL SERVIDOR DE LOS ONCE. EQÜECRATES. Fedon, ¿estuviste tú mismo cerca de Sócrates el dia que bebió la cicuta en la prisión, ó sólo sabes de oidas lo que p&so t FEDOTÍ. Yo mismo estaba allí, Equecrates. EQÜECRATES. ¿Qué dijo en sus últimos momentos y de qué manera murió? Te oiré con gusto, porque no tenemos ánadie que de Fhonte vaya á Atenas; ni tampoco ha venido de Atenas ninguno que nos diera otras noticias acerca de este suceso que la de que Sócrates habia muerto después de Haber bebido la cicuta. Nada más sabemos. FEDOS. ¿No habéis sabido nada de su proceso ni de las cosas que ocurrieron? EQÜECRATES. • Sí ; lo supimos, porque no ha faltado quien nos lo rePlatón, Obras completas, edición de Patricio de Azcárate, tomo 5, Madrid 1871 22 este hombre admirable iba á abandonarnos para siempre; y cuantos estaban presentes, se hallaban, poco más ó menos, en la misma disposición. Se nos veia tan pronto sonreír como derramar lágrimas; sobre todo á Apolodoro; tú conoces á este hombre y su carácter. EQUECRATES. ¿Cómo no he de conocer á Apolodoro? FEDOX. Se abandonaba por entero á esta diversidad de emociones ; y yo mismo no estaba menos turbado que todos los demás. EQÜECRATES. ¿Quiénes eran los que se encontraban allí, Fedon? FKDON. De nuestros compatriotas, estaban: Apolodoro, Critó- bulo y su padre, Gritón, Hermógenes, Epigenes, Esquines y Antistenes (1). También estaban Ctesipo, del pueblo de Peanea, Menexenes y algunos otros del país. Platón creo que estaba enfermo. EQÜECRATES. ¿Y habia extranjeros? FEDON. Sí; Simmias, de Tebas, Cebes y Fedondes; y de Megara, Euclides (2) y Terpsion. EQÜECRATES. Arístipo (3) y Cleombroto, ¿no estaban allí? FEDON. No; se decía que estaban en Egina. EQÜECRATES. ¿No habia otros? FEDON. Creo que, poco más ó menos,, estaban los que te he dicho. (1) Jefe de la Escuela cínica. (2) Jefe de la Escuela megárica. (3) Jefe de la Escuela cirenaiea. Platón, Obras completas, edición de Patricio de Azcárate, tomo 5, Madrid 1871 23 EQUECRATES. Ahora bien; ¿sobre qfié decias que habia versado la conversación? FEDON. Todo te lo puedo contar punto por punto, porque desde la condenación de Sócrates no dejamos ni un solo dia de verle. Como la plaza pública donde habia tenido lugar el juicio, estaba cerca de la prisión, nos reuniamos allí de madrugada, y conversando aguardábamos á que se abriera la cárcel, que nunca era temprano. Luego que se abria, entrábamos; y pasábamos ordinariamente todo el dia con él. Pero el dia de la muerte, nos reunimos más temprano que de costumbre. Habiamos sabido la víspera, al salir por la tarde de la prisión, que el buque habia vuelto de Délos. Convinimos todos en ir al dia siguiente al sitio acostumbrado lo más temprano que se pudiera, y mnguno faltó á la cita. El alcaide, que comunmente era nuestro introductor, se adelantó, y vino donde estábamos para decirnos que esperáramos hasta que nos avisara, porque los Once (1), nos añadió, están en este momento mandando quitar los grillos á Sócrates, y dando orden para que muera hoy. Pasados algunos momentos, vino el alcaide y nos abrió la prisión. Al eatrar, encontramos á Sócrates, á quien acababan de quitarlos grillos, y á Jantipa, ya la conoces, que tenia uno de sus hijos en los brazos. Apenas nos vio, comenzó á deshacerse en lamentaciones, y á decir todo lo que las mujeres acostumbran en semejantes circunstancias. \ Sócrates, gritó ella , hoy es el último dia en que te hablarán tus amigos y en que tú les hablarás! Pero Sócrates, dirigiendo una mirada á Gritón, le dijo: que la lleven á su casa. En el momento, algunos esclavos de Criton condujeron á Jantipa, que iba dando (1) Magistrados encargados de la policía de las prisiones y de hacer ejecutar las sentencias de los jueces. Platón, Obras completas, edición de Patricio de Azcárate, tomo 5, Madrid 1871 24 gritos y golpeándose el rostro. Entonces Sócrates, tomando asiento, dobló la pierna, libre ya de los hierros, la frotó con la mano, y nos dijo: es cosa singular, amigos mios, lo que los hombres llaman placer; y ¡qué relaciones maravillosas mantiene con el dolor, que se considera como su contrario! Porque el placer y el dolor no se encuentran nunca á un mismo tiempo; y sin embargo, cuando se experimenta el uno, es preciso aceptar el otro, como si un lazo natural los hiciese inseparables. Siento que á Esopo no haya ocurrido esta idea, porque hubiera inventado una fábula, y nos hubiese dicho, que Dios quiso un dia reconciliar estos dos enemigos, y que no habiendo podido conseguirlo, los ató á una misma cadena, y por esta razón, en el momento que uno llega, se ve bien pronto llegar á su compañero. Yo acabo de hacerla experiencia por mí mismo; puesto que veo que al dolor, que los hierros me hacían sufrir en .esta pierna, sucede ahora el placer —Verdaderamente, Sócrates, dijo Cebes, haces bien en traerme este recuerdo ; porque á propósito de las poesías que has compuesto, de las fábulas de Esopo que has puesto en verso y de tu himno á Apolo, algunos, principalmente Eveno (1), me han preguntado recientemente por qué motivo te hablas dedicado á componer versos desde que estabas preso, cuando no lo has hecho en tu vida. Si tienes algún interés en que pueda responder á Eveno, cuando vuelva á hacerme la misma pregunta. y estoy seguro de que la hará, dimeloque he de contestarle. —Pues bien, mi querido Cebes, replicó Sócrates, dile la verdad ; que no lo he hecho seguramente por hacerme su rival en poesía, porque ya sabia que esto no me era fá- cil ; sino que lo hice por depurar el sentido de ciertos sueños y aquietar mi conciencia respecto de ellos ; para ver si por casualidad era la poesía aquella de las bellas (1) Poeta elegiaco , natural de la isla de Paros. Platón, Obras completas, edición de Patricio de Azcárate, tomo 5, Madrid 1871 25 artes á que me ordenaban que me dedicara ; porcjne muchas veces, en el curso de mi vida, un mismo sueño me lia aparecido tan pronto con una forma, como con otra, pero prescribiéndome siempre la misma cosa : Sócrates, me decia, cultiva las bellas artes.—Hasta ahora habia tomado esta orden por una simple indicación, y me imaginaba que, á la manera de las excitaciones con que alentamos á los que corren en la lid, estos sueños que me prescribían el estudio de las bellas artes, me exhortaban sólo á continuar en mis ocupaciones acostumbradas; puesto que la filosofía es la primera de las artes, y yo vivia entregado por entero á la filosofía. Pero después de mi sentencia y durante el intervalo que me dejaba la fiesta del Dios, pensé que si eran las bellas artes, en el sentido estricto, á las que querían los sueños que me dedicara, era preciso obedecerles, y para tranquilizar mi conciencia no abandonar la vida hasta haber satisfecho á los dioses, componiendo al efecto versos según lo ordenaba el sueño. Comencé, pues, por cantar en honor del Dios, cuya fiesta se celebraba; en seguida, reflexionando que un poeta, para ser verdadero poeta, no debe componer discursos en verso sino inventar ficciones, y no reconociendo en mí este talento, me decidí á trabajar sobre las fábulas de Esopo; puse en verso las que sabia, y que fueron las primeras que vinieron á mi memoria. Hé aquí, mi querido Cebes, lo que habrás de decir á Eveno. Salúdale también en mi nombre, y dile, que si es sabio, que me siga, porque al parecer hoy es mi último dia, puesto que los atenienses lo tienen ordenado. —Entonces Simmias dijo : Ah! Sócrates, qué consejo das á Eveno! verdaderamente he hablado con él muchas veces ; pero, á mi juicio, no se prestará muy voluntariamente á aceptar tu invitación. —Qué! repuso Sócrates ; Eveno no es filósofo? —Por tal le tengo ; respondió Simmias. Platón, Obras completas, edición de Patricio de Azcárate, tomo 5, Madrid 1871 26 —Pues bien, dijo Sócrates; Eveno me seguirá como todo hombre que se ocupe dignamente de filosofía. Sé bien que no se suicidará, porque esto no es licito. Diciendo estas palabras se sentó al borde de su cama, puso los pies en tierra, y habló en esta postura todo el resto del dia. —Cebes le preguntó : ¿cómo es, Sócrates, que no es permitido atentar á la propia vida, y sin embargo, el filó- sofo debe querer seguir á cualquiera que muere? —y qué! Cebes, replicó Sócrates, ¿ni tú ni Simmias habéis oido hablar nunca de esta cuestión á vuestro amigo Filolao? (1). —Jamás, respondió Cebe.s, se explicó claramente sobre este punto. —Yo, replicó Sócrates, no sé más que lo que he oido decir, y no os ocultaré lo que he sabido. Asi como así no •puede darse una ocupación más conveniente para un hombTe que va á partir bien pronto de este mundo, que la de examinar y tratar de conocer á fondo ese mismo viaje, y descubrir la opinión que sobre él tengamos formada. ¿En qué mejor cosa podemos emplearnos hasta la puesta del sol? —¿En qué se fundan, Sócrates, dijo Cebes, los que afirman que no es permitido suicidarse? He oido decir á Filolao, cuando estaba con nosotros, y á otros muchos, que esto era malo ; pero nada he oido que me satisfaga sobre este punto. —Cobra ánimo, dijo Sócrates, porque hoy vas á ser más afortunado ; pero te sorprenderás al ver que el vivir es para todos los hombres una necesidad absoluta é invariable, hasta para aquellos mismos á quienes vendría mejor la muerte que la vida ; y tendrás también por cosa extraña que no sea permitido á aquellos, para quienes la (1) Filósofo pitagórico de Cretona. Platón, Obras completas, edición de Patricio de Azcárate, tomo 5, Madrid 1871 27 muerte es preferible á la vida, procurarse á sí mismos este bien, y que estén obligados á esperar otro libertador. —Entonces Cebes, sonriéndose, dijo á la manera de su país : Dios lo sabe. —Esta opinión puede parecer irracional, repuso Sócrates, pero no es porque carezca de fundamento. No quiero alegar aquí la máxima, enseñada en los misterios, de que nosotros estamos en este mundo cada uno como en su puesto, y que nos está prohibido abandonarle sin permiso. Esta máxima es demasiado elevada, y no es fácil penetrar todo lo que ella encierra. Pero hé aquí otra más accesible, y que me parece incontestable; y es que los dioses tienen cuidado de nosotros, y que los hombres pertenecen á los dioses. ¿No es esto una verdad? —Muy cierto ; dijo Cebes. —Tú mismo, repuso Sócrates, si uno de tus esclavos se suicidase sin tu orden, ¿no montarías en cólera contra él, y no le castigarías rigurosamente, si pudieras? —Sí, sin duda. —Por la misma razón, dijo Sócrates, es justo sostener que no hay razón para suicidarse, y que es preciso que Dios nos envíe una orden formal pasa morir, como la que me envía á mí en este día. — Lo que dices me parece probable, dijo Cebes; pero decías al mismo tiempo que el filósofo se presta gustoso á la muerte, y esto me parece extraño, sí es cierto que los dioses cuidan de los hombres, y que los hombres pertenecen á los dioses; porque ¿cómo pueden los filósofos desear no existir, poniéndose fuera de la tutela de los dioses , y abandonar una vida sometida al cuidado de los mejores gobernadores del mundo? Esto no me parece en manera alguna racional. ¿Creen que serán más capaces de gobernarse cuando se vean libres del cuidado de los dioses? Comprendo que un mentecato pueda pensar que es preciso huir de su amo á cualquier precio; porque no Platón, Obras completas, edición de Patricio de Azcárate, tomo 5, Madrid 1871 28 comprende que siempre conviene estar al lado de lo que es bueno, y no perderlo de vista; y por tanto si huye, lo hará sin razón. Pero un hombre sabio debe desear permanecer siempre bajo la dependencia de quien es mejor que él. De donde infiero, Sócrates, todo lo contrario de lo que tú decias; y pienso que á los sabios aflige la muerte y que á los mentecatos les regocija. — Sócrates manifestó cierta complacencia al notar la sutileza de Cebes; y dirigiéndose á nosotros, nos dijo: Cebes siempre encuentra objeciones, y no se fija mucho en lo que se le dice. —Pero, dijo entonces Simmias, yo encuentro alguna razón en lo que dice Cebes. En efecto, ¿qué pretenden los sabios al huir de dueños mucho mejores que ellos, y al privarse voluntariamente de su auxilio? A tí es á quien dirige este razonamiento Cebes, y te echa en cara que te separas de nosotros voluntariamente, y que abandonas á los dioses que, según tú mismo parecer, son tan buenos amos. —Tenéis razón, dijo Sócrates; y veo que ya queréis obligarme á que me defienda aquí como me he defendido en el tribunal. —Así es; dijo Simmias. —Es preciso, pues, satisfaceros, replicó Sócrates, y procurar que esta apología tenga mejor resultado respecto de vosotros, que el que tuvo la primera respecto de los jueces. En verdad, Simmias y Cebes, si no creyese encontrar en el otro mundo dioses tan buenos y tan sabios y hombres mejores que los que dejo en éste, seria un necio, si no me manifestara pesaroso de morir. Pero sabed que espero reunirme allí con hombres justos. Puedo quizá hacerme ilusiones respecto de ésto; pero en cuanto á encontrar allí dioses que son muy buenos dueños, yo lo aseguro en cuanto pueden asegurarse cosas de esta naturaleza. Hé aquí por qué no estoy tan afligido en estos Platón, Obras completas, edición de Patricio de Azcárate, tomo 5, Madrid 1871 29 momentos, esperando que hay alg-o reservado para los hombres después de esta vida, y que, según la antigua máxima, los buenos serán mejor tratados que los malos. —¿Pero qué, Sócrates, replicó Simmias, será posible que nos abandones sin hacernos partícipes de esas convicciones de tu alma? Me parece que este bien nos es á todos común; y si nos convences de tu verdad, tu apología está hecha. —Eso es lo que pienso hacer, respondió; pero antes veamos lo que Critnn quiere decirnos. Me parece que há rato intenta hablarnos. —No es más, dijo Gritón, sino que el hombre, que debe darte el veneno, no ha cesado de decirme largo rato há, que se te advierta que hables poco, porque dice que el hablar mucho acalora, y que no hay cosa más opuesta, para que produzca efecto el veneno; por lo que es preciso dar dos y tres tomas, cuando se está de esta suerte acalorado. —Déjale que hable, respondió Sócrates; y que prepare la cicuta, como si hubiera necesidad de dos tomas y de tres, si fuese necesario. —Ya sabia yo que darías esta respuesta, dijo Gritón; pero él no desiste de sus advertencias. —Dejadle que diga, repuso Sócrates; ya es tiempo de que explique delante de vosotros, que sois mis jueces, las razones que tengo para probar que un hombre, que se ha consagrado toda su vida á la filosofía, debe morir con mucho valor, y con la firme esperanza de que gozará después de la niuerte bienes infinitos. Voy á daros las pruebas, Simmias y Gebes. Los hombres ignoran que los verdaderos filósofos no trabajan durante su vida sino para prepararse á la muerte ; y siendo esto así, seria ridículo que después de haber proseguido sin tregua este único fin, recelasen y temiesen, cuando se les presenta la muerte. Platón, Obras completas, edición de Patricio de Azcárate, tomo 5, Madrid 1871 30 —En este momento Simmias echándose á reir, dijo á Sócrates: jPor Júpiter! tú me has hecho reir, á pesar de la poca gana que tengo de hacsrlo en estos momentos; porque estoy seguro de que si hubiera aquí un público que te escuchara, los más no dejarían de decir que hablas muy bien de los filósofos. Nuestros tebanos, sobre todo, consentirían gustosos en que todos los filósofos aprendieran tan bien á morir, que positivamente se murieran; y dirían que saben bien que esto es precisamente lo que se merecen. —Dirían verdad, Simmias, repuso Sócrates; salvo un punto que ignoran, y es por qué razón los filósofos desean morir, y por qué son dignos de la muerte. Pero dejemos á los tebanos, y hablemos nosotros. La muerte, ¿es alguna cosa? —Sí, sin duda, respondió Simmias. —¿No es, repuso Sócrates, la separación del alma y el cuerpo, de manera que el cuerpo queda solo de un lado y el alma sola de otro? ¿No es esto lo que se llama la muerte? —Lo es, dijo Simmias. —Vamos á ver, mi querido amigo, si piensas como yo, porque de este principio sacaremos magníficos datos para resolver el problema que nos ocupa. ¿Te parece digno de un filósofo buscar lo que se llama el placer, como, por ejemplo, el de comer y beber? —No, Sócrates. —;,Y los placeres del amor? — De ninguna manera. —Y respecto de todos los demás placeres que afectan al cuerpo, ¿crees tú que deba buscarlos y apetecer, por ejemplo, trajes hermosos, calzado elegante, y todos los demás adornos del cuerpo? ¿Crees tú que debe estimarlos ó despreciarlos, siempre que la necesidad no le fuerce á servirse de ellos? Platón, Obras completas, edición de Patricio de Azcárate, tomo 5, Madrid 1871 31 _ Me parece, dijo Simmias, que un verdadero filósofo no puede menos de despreciarlos. — Te parece entonces, repuso Sócratos, que todos los cuidados de un filósofo no tienen por objeto el cuerpo; y que, por el contrario, procura separarse de él cuanto le es posible, para ocuparse sólo de su alma. — Seguramente. —Así, pues, entre todas estas cosas de que acabo de hablar, replicó'Sócrates, es evidente que lo propio y peculiar del filósofo es trabajar más particularmente que los demás hombres en desprender su alma del comercio del cuerpo. . , -Evidentemente, dijo Simmias; y sin embargo, la mayor parte de los hombres se figuran que el que no tiene placer en esta clase de cosas y no las aprovecha no sabe verdaderamente vivir; y creen que el que no disfruta de los placeres del cuerpo, está bien cercano á la muerte. —Es verdad, Sócrates. . • o in - ¿ Y qué diremos de la adquisición de la ciencia.' H-l cuerpo ¿es ó nó un obstáculo cuando se le asocia á esta indagación? Voy á explicarme por medio de un ejemplo. La vista y eloido, ¿llevan consigo alguna especie de certidumbre, ó tienen razón los poetas cuando en sus cantos nos dicen sin cesar, que realmente ni oímos ni vemos? Porque si estos dos sentidos no son seguros ni verdaderos, los demás lo serán mucho menos, porque son más débiles. ¿No lo crees como yo? — Sí, sin duda; dijo Simmias. —¿Cuándo encuentra entonces el alma la verdad? Porque mientras la busca con el cuerpo, vemos claramente que este cuerpo la engaña y la induce á error. —Es cierto. — ¿No es por medio del razonamiento como el alma descubre la verdad? —Sí. Platón, Obras completas, edición de Patricio de Azcárate, tomo 5, Madrid 1871 32 —Y no razona mejor que nunea cuando no se ve turbada por la rista, ni por el oido, ni por el dolor, ni por el placer; y cuando, encerrada en sí misma, abandona al cuerpo, sin mantener con él relación alguna, en cuanto esto es posible, fijándose en el objeto de sus indagaciones para conocerlo? —Perfectamente dicho. — ¿Y no es entonces cuando el alma del filósofo desprecia el cuerpo, huye de él, y hace esfuerzos para encerrarse en sí misma? —Así me parece. —¿Qué diremos ahora de ciertas cosas, Simmias, como la justicia, por ejemplo? ¿Diremos que es algo, ó que no es nada? —Diremos que es alguna cosa, seguramente. — ¿Y no podremos decir otro tanto del liion y de lo bello? — Sin duda. —¿Pero has visto tú estos objetos con tus ojos? —Nunca. —¿Existe algún otro sentido corporal, por el que hayas percibido alguna vez estos objetos, de que estamos hablando, como la magnitud, la salud, la fuerza; en una palabra, la esencia de todas las cosas, es decir, aquello que ellas son en sí mismas? ¿Es por medio del cuerpo como se conoce la realidad de estas cosas? ¿O es cierto que cualquiera de nosotros, que quiera examinar con el pensamiento lo más profundamente que sea posible lo que intente saber, sin mediación del cuerpo, se aproximará más al objeto y llegará á conocerlo mejor? —Seguramente. —¿Y lo hará con mayor exactitud el que examine cada cosa con sólo el pensamiento, sin tratar de auxiliar su meditación con la vista, ni sostener su razonamiento con ningún otro sentido corporal; ó el que sirviéndose del Platón, Obras completas, edición de Patricio de Azcárate, tomo 5, Madrid 1871 33 pensamiento, sin más, intenté descubrir la esencia pura y verdadera de las cosas sin el intermedio de los ojos, ni délos oidos; desprendido, por decirlo así, del cuerpo por entero, que no hace más que turbar el alma, é impedir que encuentre la verdad siempre que con él tiene la menor relación? Si alguien puede llegar á conocer la esencia de las cosas ¿no será, Simmias, el que te acabo de describir? —Tienes razón, Sócrates, y hablas admirablemente. —De este principio, continuó Sócrates, ¿no se sigue necesariamente que los verdaderos filósofos deban pensar y discurrir para sí de esta manera? La razón no tiene más que un camino que seguir en sus indagaciones; mientras tengamos nuestro cuerpo, y nuestra alma esté sumida en esta corrupción, jamás poseeremos el objeto de nuestros deseos; es decir, la verdad. En efecto, el cuerpo nos opone mil obstáculos por la- necesidad en que estamos de alimentarle , y con esto y las enfermedades que sobrevienen, se turban nuestras indagaciones. Por otra parte, nos llena de amores, de deseos, de temores, de mil quimeras y de toda clase de necesidades; de manera que nada hay más cierto que lo que se dice ordinariamente: que el cuerpo nunca nos conduce á la sabiduría. Porque ¿de dónde nacen las guerras, las sediciones y los combates? Del cuerpo con todas sus pasiones. En efecto; todas las guerras no proceden sino del ansia de amontonar riquezas , y nos vemos obligados á amontonarlas á causa del cuerpo, para servir como esclavos á sus necesidades. Hé aquí por qué no tenemos tiempo para pensar en la filosofía; y el mayor de nuestros males consiste en que en el acto de tener tiempo y ponernos á meditar, de repente interviene el cuerpo en nuestras indag'aciones, nos embaraza, nos turba y no nos deja discernir la verdad. Está demostrado que si queremos saber verdaderamente alguna cosa, es preciso que abandonemos el cuerpo, y TOMO V. 3 Platón, Obras completas, edición de Patricio de Azcárate, tomo 5, Madrid 1871 34 que el alma sola examine los objetos que quiere conocer. Sólo entonces gozamos de la sabiduría, de que nos mostramos tan celosos; es decir, después de la muerte, y no durante la vida. La razón misma lo dicta; porque si es imposible conocer nada en su pureza mientras que vivimos con el cuerpo, es preciso que suceda una de dos cosas: ó que no se conozca nunca la verdad, ó que se la conozca después de la muerte, porque entonces el alma, libre de esta carga, se pertenecerá á sí misma; pero mientras estemos en esta vida, no nos aproximaremos á la verdad, sino en razón de nuestro alejamiento del cuerpo, renunciando á todo comercio con él, y cediendo sólo á la necesidad; no permitiendo que nos inficione con su corrupción natural, y conservándonos puros de todas estas manchas, hasta que Dios mismo venga á libertarnos. Entonces, libres de la locura del cuerpo, conversaremos, así lo espero, con hombres que gozarán la misma libertad, y conoceremos por nosotros mismos la esencia pura de las cosas; porque quizá la verdad sólo en esto consiste; y no es permitido alcanzar esta pureza al que no es asiinismo puro. Hé aquí, mi querido Simmias, lo que me parece deben pensar los verdaderos filósofos, y el lenguaje que deben usar entre sí. ¿No lo crees como yo? —Seguramente, Sócrates. —Si esto es así, mi querido Simmias, todo hombre que llegue á verse en la situación en que yo me hallo, tiene un gran motivo para esperar que allá, mejor que en otra parte, poseerá lo que con tanto trabajo buscamos en este mundo; de suerte que este viaje, que se me ha impuesto, me llena de una dulce esperanza; y hará el mismo efecto sobre todo hombre que se persuada, que su alma está preparada, es decir, purificada para conocer la verdad. Y bien; purificar el alma, ¿no es, como antes deciamos , separarla del cuerpo, y acostumbrarla á encerrarse y recogerse en sí misma, renunciando al comercio Platón, Obras completas, edición de Patricio de Azcárate, tomo 5, Madrid 1871 35 con aquel cuanto sea posible, y viviendo, sea en esta vida, sea en la otra, sola y desprendida del cuerpo, como quien se desprende de una cadena? — Es cierto, Sócrates. —Y á esta libertad, á esta separación del alma y del cuerpo, ¿no es á lo que se llama la muerte? —Seguramente. —Y los verdaderos filósofos, ¿no son los únicos que verdaderamente trabajan para conseguir este fin? ¿No constituye esta separación y esta libertad toda su ocupación? —Así me lo parece, Sócrates. _ _ . —¿No seria una cosa ridicula, como dije al principio, que después de haber gastado un hombre toda su vida en prepararse para la muerte, se indignase y se aterrase al ver que la ma^rte llega? ¿No seria verdaderamente ridículo? — ¿Cómo nó? —Es cierto, por consiguiente, Simmias, que los verdaderos filósofos se ejercitan para la muerte, y que ésta no les parece de ninguna manera terrible. Piénsalo tú mismo. Si desprecian su cuerpo y desean vivir con su alma sola, ¿no es el mayor absurdo, que cuando llega este momento, tengan miedo, se aflijan y no marchen gustosos allí, donde esperan obtener los bienes, por que han suspirado durante toda su vida y que son la sabiduría, y el verse libres del cuerpo, objeto de su desprecio? ¡Quél Muchos hombres, por haber perdido sus amigos, sus esposas, sus hijos, han bajado voluntariamente á los infiernos , conducidos por la única esperanza de volver a ver los que habían perdido, y vivir con ellos; y un hombre, que ama verdaderamente la sabiduría, y que tiene la firme esperanza de encontrarla en los infiernos, ¿sentirá la muerte, y no irá lleno de placer á aquellos lugares donde gozará de lo que tanto ama? ¡Ahí mi querido Simmias; Platón, Obras completas, edición de Patricio de Azcárate, tomo 5, Madrid 1871 30 hay que creer que irá con el mayor placer, si es verdadero filósofo, porque estará firmemente persuadido de que en ninguna parte, fuera de los infiernos, encontrará esta sabiduría pura que busca. Siendo esto así, ¿no seria una extravagancia, como dije antes, que un hombre de estas condiciones temiera la muerte ? —¡Por Júpiter I sí lo seria, respondió Simmias. —Por consiguiente, siempre que veas á un hombre estremecerse y retroceder cuando está á punto de morir, es una prueba segura de que tal hombre ama , no la sabiduría, sino su cuerpo, y con el cuerpo los honores y riquezas, ó ambas cosas á la vez. — Así es, Sócrates. —Así, pues, lo que se llama fortaleza, ¿no conviene particularmente á los filósofos? Y la templanza, que sólo en el nombre es conocida por los más de los hombres; esta virtud, que consiste en no ser esclavo de sus deseos , sino en hacerse superior á ellos, y en vivir con moderación, ¿no conviene particularmente á los que desprecian el cuerpo y viven entregados á la filosofía? —Necesariamente. —Porque si quieres examinar la fortaleza y la templanza de los demás, encontrarás que son muy ridiculas. . —¿Cómo, Sócrates? —Sabes que todos los demás hombres creen que la muerte es uno de los mayores males. —Es cierto, dijo Simmias. —Así que cuando estos hombres, que se llaman fuertes , sufren la muerte con algún valor, no la sufren sino por temor á un mal mayor. —Es preciso convenir en ello. —Por consiguiente, los hombres son fuertes á causa del miedo, excepto los filósofos: ¿y no es una cosa ridicula que un hombre sea valiente por timidez? — Tienes razón, Sócrates. N Platón, Obras completas, edición de Patricio de Azcárate, tomo 5, Madrid 1871 37 —Y entre esos mismos hombres que se dicen moderados ó templados, lo son poij intemperancia, y aunque parezca esto imposible á primera vista, es el resultado de esa templanza loca y ridicula; porque renuncian á un placer por el temor de verse privados de otros placeres que desean, y á los que están sometidos. Llaman, en verdad, intemperancia al ser dominado por las pasiones; pero al mismo tiempo ellos no vencen ciertos placeres sino en interés de otras pasiones á que están sometidos y que los subyugan; y esto se parece á lo que decia antes, que son templados y moderados por intemperancia. —Esto me parece muy cierto. —Mi querido Simmias, no hay que equivocarse; no se camina hacia la virtud cambiando placeres por placeres, tristezas por tristezas, temores por temores, y haciendo lo mismo que los que cambian una moneda en menudo. La sabiduría es la única moneda de buena ley, y por ella es preciso cambiar todas las demás cosas. Con ella se compra todo y se tiene todo: fortaleza, templanza, justicia ; en una palabra, la virtud no es verdadera sino con la sabiduría, independientemente de los placeres, de las tristezas, de los temores y de todas las demás pasiones. Mientras que, sin la sabiduría, todas las demás virtudes, que resultan de la transacción de unas pasiones con otras, no son más que sombras de virtud; virtud esclava del vicio, que nada tiene de verdadero ni de sano. La verdadera virtud es una purificación de toda suerte de pasiones. La templanza, la justicia, la fortaleza y la sabiduría misma son purificaciones; y hay muchas señales para creer que los que han establecido las purificaciones no eran personajes despreciables, sino grandes genios , que desde los primeros tiempos (1) han querido hacernos (1) Hay sobre esto un precioso pasaje en el libro segundo de La República. Platón, Obras completas, edición de Patricio de Azcárate, tomo 5, Madrid 1871 38 comprender por medio de estos enigmas, que el que vaya á los infiernos sin estar iniciado y purificado, será precipitado en el fango; y que el que llegue allí después de haber cumplido con las expiaciones, será recibido entre los dioses; porque, como dicen los que presiden en los misterios: muchos llevan el cetro, pero son pocos los inspirados por el Dios; y éstos en mi opinión no son otros que los que han filosofado bien. Nada he perdonado por ser de este número, y he trabajado toda mi vida para conseguirlo. Si mis esfuerzos no han sido inútiles, y si lo he alcanzado, espero en la voluntad de Dios saberlo en este momento. Hé aquí, mi querido Cebes, mi apología para justificar ante vosotros, porqué, dejándoos y abandonando á los señores de este mundo, ni estoy triste ni desasosegado, en la esperanza de que encontraré allí, como he encontrado en este mundo, buenos amigos y buenos gobernantes, y esto es lo que la multitud no comprende. Pero estaré contento si he conseguido defenderme con mejor fortuna ante vosotros que ante mis jueces atenienses. Después que Sócrates hubo hablado de esta manera, Cebes, tomando la palabra, le dijo: Sócrates, todo lo que acabas de decir me parece muy cierto. Hay, sin embargo, una cosa que parece increíble á los hombres, y es eso que has dicho del alma. Porque los hombres se imaginan , que cuando el alma ha abandonado el cuerpo, ella desaparece; que el día mismo que el hombre muere, ó se marcha con el cuerpo ó se desvanece como un vapor, ó como un humo que se disipa en los aires y que no existe en ninguna parte. Porque si subsistiese sola, recogida en sí misma y libre de todos los males de que nos has hablado , podríamos alimentar una grande y magnífica esperanza, Sócrates; la de que todo lo que has dicho es verdadero. Pero que el alma vive después de la muerte del hombre, que obra, que piensa; hé aquí puntos Platón, Obras completas, edición de Patricio de Azcárate, tomo 5, Madrid 1871 que quizá piden alguna explicación y pruebas sólidas. —Dices verdad, Cebes, replicó Sócrates: ¿pero cómo lo liaremos? ¿Quieres que examinemos esos puntos en esta conferencia? — Tendré mucho placer, respondió Cebes, en oír lo que piensas sobre esta materia. — No creo, repuso Sócrates, que cualquiera que nos escuche, aun cuando sea un autor de comedias, pueda echarme en cara que me estoy burlando, y que hablo de cosas que no nos toquen de cerca (1). Ya que quieres, examinemos la cuestión. Preguntémonos, por lo pronto, si las almas de los muertos están ó nó en los infiernos. Según una opinión muy antigua (2), las almas, al abandonar este mundo, van á los infiernos, y desde alli vuelven al mundo y vuelven á la vida, después de haber pasado por a muerte. Si esto es cierto, y los hombres después de la muerte vuelven á la vida, se sigue de aquí necesariamente quelas almas .están en los infiernos durante este intervalo porque no volverían al mundo si no existiesen, y sera una prueba suficiente de que existen, si vemos claramente que los vivos no nacen sino de los muertos; porque si esto no fuese así, seria preciso buscar otras pruebas. — De hecho, dijo Cebes. -Pero , replicó Sócrates, para asegurarse de esta verdad , no hay que concretarse á examinarla con relación á los hombres, sino que es preciso hacerlo con relación á los animales, á las plantas, y á todo lo que nace; porque así se verá que todas las cosas nacen de la misma manera, es decir, de sus contrarias, cuando tienen contrarias. Por ejemplo; lo bello es lo contrario de lo feo; lo (1) Alusión á un cargo que le había hecho un poeta cómico. (2) Es la metempsicosis de Pitágoras, 500 anos antes de Je sucristo. Platón, Obras completas, edición de Patricio de Azcárate, tomo 5, Madrid 1871 40 justo de lo injusto; y lo mismo sucede en una infinidad de cosas. Veamos, pues, si es absolutamente necesario que las cosas que tienen sus contrarias sólo nazcan de estas contrarias; como también si cuando una cosa se hace más grande, es de toda necesidad que antes haya sido más pequeña, para adquirir después esta magnitud. — Sin duda. —Y cuando se hace más pequeña, si es preciso que haya sido antes más grande, para disminuir después. —Seguramente. — Asimismo, lo más fuerte viene de lo más débil; lo más ligero de lo más lento. —Es una verdad manifiesta. —Y, continuó Sócrates, cuando una cosa se hace más mala, ¿no es claro que era mejor, y cuando se hace más justa, no es claro que era más injusta? — Sin dificultad, Sócrates. —Así, pues, Cebes, todas las cosas vienen de sus contrarias; es una cosa demostrada. —Muy suficientemente, Sócrates. — Pero entre estas dos contrarias, ¿no hay siempre un cierto medio, una doble operación, que lleva de éste á aquél y de aquél á éste? Entre una cosa más grande y una cosa más pequeña, el medio es el crecimiento y la disminución; al uno llamamos crecer y al otro disminuir. —En efecto. —Lo mismo sucede con lo que se llama mezclarse, separarse , calentarse, enfriarse y todas las demás cosas. Y aunque sucede algunas veces, que no tenemos términos para expresar toda esta clase de cambios, vemos, sin embargo, por experiencia, que es siempre de necesidad absoluta que las cosas nazcan las unas de las otras, y que pasen de lo uno á lo otro por un medio. —Es indudable. Platón, Obras completas, edición de Patricio de Azcárate, tomo 5, Madrid 1871 41 — [Y qué! repuso Sócrates: ¿la vida no tiene también su contraria, como la vigilia tiene el sueño ? — Sin duda, dijo Cebes. —¿Cuál es esta contraria? — La muerte. —Estas dos cosas, si son contrarias, ¿no nacen la una de la otra, y no hay entre ellas dos generaciones ó una operación intermedia qne hace posible el paso de una á otra? —¿Cómo no? — Yo, dijo Sócrates, te explicaré la combinación de las dos contrarias de que acabo de hablar, y el paso recí- proco de la una á la otra; tú me explicarás la otra combinación. Digo, pues, con motivo del sueño y de la vigilia , que del sueño nace la vigilia y de la vigilia el sueño; que el paso de la vigilia al sueño es el adormecimiento, y el paso del sueño á la vigilia es el acto de despertar. ¿ No es esto muy claro? —Sí, muy claro. —Dinos á tu vez la combinación de la vida y de la muerte. ¿No dices que la muerte es lo contrario de la vida? —Sí. —¿Y qué la una nace de la otra? -Sí . —¿Qué nace entonces de la vida? —La muerte. —¿Qué nace de la muerte? —Es preciso confesar que es la vida. —De lo que muere, replicó Sócrates, nace por consiguiente todo lo que vive y tiene vida. — Así me parece. —Y por lo tanto, repuso Sócrates, nuestras almas están en los infiernos después de la muerte. —Así parece. Platón, Obras completas, edición de Patricio de Azcárate, tomo 5, Madrid 1871 42 — Pero de los medios en que se realizan estas dos contrarias, ¿uno de ellos no es la muerte sensible? ¿No sabemos lo qije es morir? — Seguramente. — ¿Cómo nos arreglaremos entonces? ¿Reconoceremos igualmente á la muerte la virtud de producir su contraria, ó diremos que por este lado la naturaleza es coja? ¿No es toda necesidad que el morir tenga su contrario? — Es necesario. —¿Y cuál es este contrario? — Revivir. — Revivir, si hay un regreso de la muerte á la vida, repuso Sócrates, consiste en verificar este regreso. Por lo tanto, estamos de acuerdo en que los vivos no nacen menos de los muertos, que los muertos de los vivos; prueba incontestable de que las almas de los muertos existen en alguna parte de donde vuelven á la vida. — Me parece, dijo Cebes, que lo que dices es ana consecuencia necesaria de los principios en que hemos convenido. — Me parece. Cebes, que no sin razón nos hemos puesto de acuerdo sobre este punto. Examínalo por tí mismo. Si todas estas contrarias no se engendrasen recíprocamente, girando, por decirlo así, en un círculo; y si no hubiese más que una producción directa de lo uno por lo otro, sin ningún regreso de este último al primer contrario que le ha producido, ya comprendes que en este caso todas las cosas tendrían la misma figura, aparecerían de una misma forma, y toda producción cesaría. — ¿Quédices, Sócrates? — No es difícil de comprender lo que digo. Si no hubiese más que el sueño, y no tuviese lugar el acto de despertar producido por él, ya ves que entonces todas las cosas nos representarían verdaderamente la fábula de Endimion, y no se diferenciaría en ningún punto, porque Platón, Obras completas, edición de Patricio de Azcárate, tomo 5, Madrid 1871 43 las sucedería lo que á Eudimion; estarían sumidas en el sueño. Si todo estuviese mezclado sin que esta mezcla produjese nunca separación alguna, bien pronto se verificaria lo que enseñaba Auaxágoras: todas las cosas esta- ñan jimias. Asimismo, mi querido Cebes, si todo lo que ha recibido la vida, llegase á morir, y estando muerto, permaneciere en el mismo estado, ó lo que es lo mismo, no reviviese; ¿no resultarla necesariamente que todas las cosas concluirían al fin, y que no habría nada que viviese? Porque si de las cosas muertas no nacen las cosas vivas, y si las cosas vivas llegan á morir, ¿no es absolutamente inevitable que todas las cosas sean al fin absorbidas por la muerte? — Inevitablemente, Sócrates, dijo Cebes; y cuanto acabas de decir me parece incontestable. — También me parece á mí, Cebes, que nada se puede objetar á estas verdades, y que no nos hemos engañado cuando las hemos admitido; porque es indudable, que hay un regreso á la vida; que los vivos nacen de los muertos; que las almas de los muertos existen; que las almas buenas libran bien, y que las almas malas libran mal. Cebes, interrumpiendo á Sócrates, le dijo: lo que dices es un resultado necesario de otro principio que te he oído muchas veces sentar como cierto, á saber: que nuestra ciencia no es más que una reminiscencia. Si este principio es verdadero, es de toda necesidad que hayamos aprendido en otro tiempo las cosas de que nos acordamos en éste; y esto es imposible, sí nuestra alma no existe antes de aparecer bajo esta forma humana. Esta es una nueva prueba de que nuestra alma es inmortal. Simmias, interrumpiendo á Cebes, le dijo: ¿cómo se puede demostrar este principio? Recuérdamelo, porque en este momento no caigo en ello. —Hay una demostración muy preciosa, respondió Cebes, y es que todos los hombres, sí se les interroga Platón, Obras completas, edición de Patricio de Azcárate, tomo 5, Madrid 1871 u bien, todo lo encuentran sin salir de sí mismos, cosa que no podría suceder, si en si mismos no tuvieran las luces de la recta razón. En prueba de ello, no hay más que ponerles delante figuras de geometría ú otras cosas de la misma naturaleza, y se ve patentemente esta verdad. — Si no te das por convencido con esta experiencia, Simmias, replicó Sócrates, mira si por este otro camino asientes á nuestro parecer. ¿Tienes dificultad en creer que aprender no es más que acordarse ? — No mucha, respondió Simmias; pero lo que precisamente quiero es llegar al fondo de ese recuerdo de que hablamos; y aunque gracias á lo que ha dicho Cebes, hago alguna memoria y comienzo á creer, no me impide esto el escuchar con gusto las pruebas que tú quieres darnos. —Helas aquí, replicó Sócrates. Estamos conformes todos en que, para acordarse, es preciso haber sabido antes la cosa de que uno se acuerda. —Seguramente. —¿Convenimos igualmente en que cuando la ciencia se produce de cierto modo es una reminiscencia? Al decir de cierto modo, quiero dar á entender, por ejemplo, como cuando un hombre, viendo ú oyendo alguna cosa, ó percibiéndola por cualquiera otro de sus sentidos. no conoce sólo esta cosa percibida, sino que al mismo tiempo piensa en otra, que no depende de la misma manera de conocer sino de otra. ¿No diremos con razón que este hombre recuerda la cosa que le ha venido al espíritu ? —¿Qué dices? — Digo, por ejemplo, que uno es el conocimiento del hombre y otro el conocimiento de una lira. ' —Seguramente. — Pues bien; continuó Sócrates: ¿no sabes lo que sucede á los amantes, cuando ven una lira, un traje ó cualquiera otra cosa, de que el objeto de su amor tiene Platón, Obras completas, edición de Patricio de Azcárate, tomo 5, Madrid 1871 45 costumbre de servirse? Al reconocer esta lira, viene ásu pensamiento la imagen de aquel á quien ha pertenecido. Hé aquí lo que se llama reminiscencia; frecuentemente al ver á Simmias, recordamos á Cebes. Podria citarte un millón de ejemplos. —Hasta el infinito, dijo Simmias. —Hé aquí lo que es la reminiscencia; sobretodo, cuando se llega á recordar cosas, que se hablan olvidado por el trascurso del tiempo, ó por haberlas perdido de vista. —Es muy cierto, dijo Simmias. ^Pero , replicó Sócrates, al ver un caballo ó una lira pintados, ¿no puede recordarse á un hombre? Y al ver el retrato de Simmias, ¿no puede recordarse á Cebes? — ¿Quién lo duda? —Con más razón, si se ve el retrato de Simmias, se recordará á Simmias mismo. — Sin dificultad. —¿No es claro, entonces, que la reminiscencia la despiertan lo mismo las cosas semejantes, que las desemejantes? — Así es en efecto. — Y cuando se recuerda alguna cosa á causa de la semejanza, ¿no sucede necesariamente que el espíritu ve inmediatamente si falta ó nó al retrato alguna cosa para la perfecta semejanza con el original de que se acuerda? —No puede menos de ser así, dijo Simmias. —Fíjate bien, para ver si piensas como yo. ¿No hay una cosa á que llamamos igualdad? No hablo de la igualdad entre un árbol y otro árbol, entre una piedra y otra piedra, y entre otras muchas cosas semejantes. Hablo de una igualdad que está fuera de todos estos objetos. ¿Pensamos que esta igualdad es en sí misma algo ó que no es nada? —Decimos ciertamente que es algo. Sí, ¡por Júpiter! Platón, Obras completas, edición de Patricio de Azcárate, tomo 5, Madrid 1871 46 —¿Pero conocemos esta igualdad? —Sin duda. —¿De dónde hemos sacado esta ciencia, este conocimiento? ¿No es de las cosas de que acabamos de hablar; es decir, que viendo árboles iguales, piedras iguales y otras muchas cosas de esta naturaleza, nos hemos formado la idea de esta igualdad, que no es ni estos árboles , ni estas piedras, sino que es una cosa enteramente diferente? ¿No te parece diferente? Atiende á esto: las piedras, los árboles que muchas veces son los mismos, ¿no nos parecen por comparación tan pronto iguales como desiguales? — Seguramente. —Las cosas iguales parecen algunas veces desiguales; pero la igualdad considerada en sí, ¿te parece desigualdad? —Jamás, Sócrates. — ¿La igualdad y lo que es igual no son, por consiguiente, una misma cosa? — No, ciertamente. —Sin embargo; de estas cosas iguales, que son diferentes de la igualdad, has sacado la idea de la igualdad. —Así es la verdad, Sócrates; dijo Simmias. — Y esto se entiende, ya sea esta igualdad semejante ya desemejante respecto de los objetos que han motivado la idea. —Seguramente. —Por otra parte; cuando al ver una cosa, tú imaginas otra, sea semejante ó desemejante, tiene lugar necesariamente una reminiscencia. —Sin dificultad. —Pero, repuso Sócrates, díme: ¿cuando vemos árboles que son iguales ú otras cosas iguales, las encontramos iguales como la igualdad misma, de que tenemos idea, ó falta mucho para que sean iguales como esta igualdad? — Falta mucho. Platón, Obras completas, edición de Patricio de Azcárate, tomo 5, Madrid 1871 47 —Convenimos, pues, en que cuando alguno, viendo una cosa, piensa que esta cosa, como la que yo estoy viendo ahora delante de mi, puede ser igual á otra, pero que la falta mucho para ello, porque es inferior respecto de ella, será preciso, digo, que aquel, que tiene este pensamiento , haya visto y conocido antes esta cosa á la que dice que la otra se parece, pero imperfectamente? — Es de necesidad absoluta. —¿No nos sucede lo mismo respecto de las cosas iguales, cuando queremos compararlas con la igualdad? —Seguramente, Sócrates. — Por consiguiente, es de toda necesidad que hayamos visto esta igualdad antes del momento en que, al ver por primera vez cosas iguales, hemos creido que todas tienden á ser iguales como la igualdad misma, y que no pueden conseguirlo. —Es cierto. —También convenimos en que hemos sacado este pensamiento (ni podia salir de otra parte) de alguno de nuestros sentidos, por haber visto ó tocado, ó, en fin, por haber ejercitado cualquiera otro de nuestros sentidos, porque lo mismo digo de todos. —Lo mismo puede - decirse, Sócrates, tratándose de lo que ahora tratamos. —Es preciso, por lo tanto, que de los sentidos mismos saquemos este pensamiento: que todas las cosas iguales que caen bajo nuestros sentidos, tienden á esta igualdad inteligible, y que se quedan por bajo de ella. ¿No es asi? —Sí, sin duda, Sócrates. —Porque antes que hayamos comenzado á ver, oir, y hacer uso de tqdoslos demás sentidos, es preciso que hayamos tenido conocimiento de esta igualdad inteligible, para comparar con ella las cosas sensibles iguales; y para ver que ellas tienden todas á ser semejantes á esta Igualdad, pero que son inferiores á la misma. Platón, Obras completas, edición de Patricio de Azcárate, tomo 5, Madrid 1871 48 —Es una consecuencia necesaria de lo que se ha dicho, Sócrates. —Pero ¿no es cierto que, desde el instante en que hemos nacido, hemos visto, hemos oido, y hemos hecho uso de todos los demás sentidos ? —Muy cierto.. —Es preciso, entonces, que antes de este tiempo hayamos tenido conocimiento de la igualdad. — Sin duda. —Por consiguiente, es absolutamente necesario, que lo hayamos tenido antes de nuestro nacimiento. —Así me parece. —Si lo hemos tenido antes de nuestro nacimiento, nosotros sabemos antes do nacer; y después hemos conocido no sólo lo que es igual, lo que es más grande, lo que es más pequeño, sino también todas las cosas de esta naturaleza ; porque lo que decimos aquí de la igualdad, lo mismo puede decirse de la belleza, de la bondad, de la justicia, de la santidad; en una palabra, de todas las demás cosas, cuya existencia admitimos en nuestras conversaciones y en nuestras preguntas y respuestas. De suerte que es (Je necesidad absoluta que hayamos tenido conocimientos antes de nacer. —Es cierto. — Y si después de haber tenido estos conocimientos, nunca los olvidáramos, no sólo naceríamos con ellos, sino que los conservaríamos durante toda nuestra vida ¡porque saber ¿es otra cosa que conservar la ciencia, que se ha recibido, y no perderla? y olvidar, ¿no es perder la ciencia que se tenia antes? —Sin dificultad, Sócrates. — y si después de haber tenido estos conocimientos antes de nacer, y haberlos perdido después de haber nacido, llegamos en seguida á recobrar esta ciencia anterior, sirviéndonos del ministerio de nuestros sentidos, que es lo Platón, Obras completas, edición de Patricio de Azcárate, tomo 5, Madrid 1871 49 que llamamos aprender; ¿no es esto recobrar la ciencia que teníamos, y no tendremos razón para llamar á esto reminiscencia? —Con muchísima razón, Sócrates. —Estamos, pues, conformes en que es muy posible, que aquel que ha sentido una, cosa, es decir, que la ha visto, oido ó, en fin, percibido por alguno de sus sentidos, piense, con ocasión de estas sensaciones, en una cosa que ha olvidado, y cosa que tenga alguna relación con la percibida, ya se le parezca ó ya no se le parezca. De manera que tiene que suceder una de dos cosas: ó que nazcamos con estos conocimientos y los conservemos toda la vida; ó que los que aprenden, no hagan, según nosotros, otra cosa que recordar, y que la ciencia no sea más que una reminiscencia. —Así es, Sócrates. —¿Qué escoges tú, Simmias? ¿Nacemos con conocimientos, ó nos acordamos después de haber olvidado lo que sabíamos? — En verdad, Sócrates, no sé al presente qué escoger. —Pero ¿qué pensarías y qué escogerías en este caso? Un hombre que sabe una cosa, ¿puede dar razón de lo que sabe? —Puede, sin duda, Sócrates. —¿Y te parece que todos los hombres pueden dar razón de las cosas de que acabamos de hablar? — Yo querría que fuese así, respondió Simmias; pero me temo mucho que mañana no encontremos un hombre capaz de dar razón de ellas. — ¿Te parece, Simmias, que todos los hombres tienen esta ciencia? —Seguramente no. —¿Ellos no hacen entonces más que recordar las cosas que han sabido en otro tiempo? — Así es. TOMO V. 4 Platón, Obras completas, edición de Patricio de Azcárate, tomo 5, Madrid 1871 50 — ¿Pero en qué tiempo han adquirido nuestras almas esta ciencia? Porque no ha sido después de nacer. —Ciertamente no. — ¿Ha sido antes de este tiempo? — Sin duda. —Por consiguiente, Simmias, nuestras almas existían antes de este tiempo, antes de aparecer bajo esta forma humana; y mientras estaban asi, sin cuerpos, sabian. — Amenos que digamos, Sócrates, que hemos adquirido los conocimientos en el acto de nacer; porque esta es la única época que nos queda. —Sea así, mi querido Simmias, replicó Sócrates; pero ¿en qué otro tiempo los hemos perdido? Porque hoy no los tenemos según acabamos de decir. ¿Los hemos perdido al mismo tiempo que los hemos adquirido? ¿ó puedes tú señalar otro tiempo? —No, Sócrates; no me habia apercibido de que nada significa lo que he dicho. —Espreciso, pues, hacer constar, Simmias, que si todas estas cosas, que tenemos continuamente en la boca, quiero decir, lo helio, lo justo y todas las esencias de este género, existen verdaderamente, y que si referimos todas las percepciones de nuestros sentidos á estas nociones primitivas como á su tipo, que encontramos desde luego en nosotros mismos, digo, que es absolutamente indispensable, que así como todas estas nociones primitivas existen, nuestra alma haya existido igualmente antes que nacié- semos; y si estas nociones no existieran, todos nuestros discursos son inútiles. ¿No es esto incontestable? ¿No es igualmente necesario que si estas cosas existen, hayan también existido nuestras almas antes de nuestro nacimiento; y que si aquellas no existen, tampoco debieron existir éstas? —Esto, Sócrates, me parece igualmente necesario é incontestable ; y de todo este discurso resulta, que antes de Platón, Obras completas, edición de Patricio de Azcárate, tomo 5, Madrid 1871 51 nuestro nacimiento nuestra alma existia, así como estas esencias, de que acabas de hablarme; porque yo no encuentro nada más evidente que la-existencia de todas estas cosas: lo bello, lo bueno, lo justo; y tú me lo has demostrado suficientemente. —¿Y Cebes? dijo Sócrates: porque es preciso que Cebes esté persuadido de ello. — Yo pienso, dijo Simmias, que Cebes considera tus pruebas muy suficientes, aunque es el más rebelde de todos los hombres para darse por convencido. Sin embargo, supongo que lo está de que nuestra alma existe antes de nuestro nacimiento; pero que exista después de la muerte, es lo que á mí mismo no me parece bastante demostrado; porque esa opinión del pueblo, de que Cebes te hablaba antes , queda aún en pié y en toda su fuerza; la de que, después de muerto el hombre, su alma se disipa y cesa de existir. En efecto, ¿qué puede impedir que el alma nazca, que exista en alguna parte, que exista antes de venir á animar el cuerpo, y que, cuando salga de éste, concluya con él y cese de existir? —Dices muy bien, Simmias, dijo Cebes; me parece que Sócrates no ha probado más que la mitad de lo que era preciso que probara; porque ha demostrado muy bien que nuestra alma existia antes de nuestro nacimiento; mas para completar su demostración, debia probar igualmente que, después de nuestra muerte, nuestra alma existe lo mismo que existió antes de esta vida. Ya os lo he demostrado, Simmias y Cebes, repuso Sócrates; y convendréis en ello, si unís esta última prueba á la que ya habéis admitido; esto es, que los vivos nacen de los muertos. Porque si es cierto que nuestra alma existe antes del nacimiento, y si es de toda necesidad que, al venir á la vida, salga, por decirlo así, del seno de la muerte, ¿cómo no ha de ser igualmente nece- "san qu o e exista después de la muerte, puesto que debe Platón, Obras completas, edición de Patricio de Azcárate, tomo 5, Madrid 1871 52 volver á la vida? Asi, pues, lo que ahora me pedís ba sido ya demostrado. Sin embargo, me parece que ambos deseáis profundizar más esta cuestión, y que teméis, como los niños, que, cuando el alma sale del cuerpo, la arrastren los vientos, sobre todo cuando se muere en tiempo de borrascas. —Entonces Cebes, sonriéndose, dijo: Sócrates, supon que lo tememos; ó más bien, que sin temerlo, está aquí entre nosotros un niño que lo teme, á quien es necesario convencer de que no debe temer la muerte como á un vano fantasma. —Para esto, replicó Sócrates, es preciso emplear todos los dias encantamientos, basta que se haya curado de semejante aprensión. —Pero, Sócrates, ¿dónde encontraremos un buen encantador , puesto que tú vas á abandonarnos? —La Grecia es grande. Cebes, respondió Sócrates; y en ella encontrareis muchas personas muy entendidas. Por otra parte, tenéis muchos pueblos extranjeros, y es preciso recorrerlos todos é interrogarlos, para encontrar este encantador, sin escatimar gasto, ni trabajo; porque en ninguna cosa podéis emplear más útilmente vuestra fortuna. También es preciso que lo busquéis entre vosotros, porque quizá no encontrareis otros más capaces que vosotros mismos para estos encantamientos. — Haremos lo que dices, Sócrates; pero si no te molesta, volvamos á tomar el hilo de nuestra conversación. —Con mucho gusto. Cebes, ¡.j por qué nó'í —Perfectamente, Sócrates, dijo Cebes. —Lo primero que debemos preguntarnos á nosotros mismos, dijo Sócrates, es cuáles son las cosas que por su naturaleza pueden disolverse ; respecto de que otras deberemos temer que tenga lugar esta disolución; y en cuáles no es posible este accidente. En seguida, es preciso examinar á cuál de estas naturalezas pertenece núesPlatón, Obras completas, edición de Patricio de Azcárate, tomo 5, Madrid 1871 53 tra alma; y teniendo -esto en cuenta , temer ó esperar por ella. —Es muy cierto. —¿No os parece que son las cosas compuestas, ó que por su naturaleza deben serlo, las que deben disolverse en los elementos que ban formado su comptisicion; y que si bay seres, que no son compuestos, ellos son los únicos respecto de los que no puede tener lugar este accidente? — Me parece muy cierto lo que dices, contestó Cebes. —Las cosas que son siempre las mismas y de la misma manera, ¿no tienen trazas de no ser compuestas? Las que mudan siempre y que nunca son las mismas, ¿no tienen trazas de ser necesariamente compuestas? —Creo lo mismo, Sócrates. — Dirijámonos desde luego á esas cosas de que hablamos antes, y cuya verdadera existencia hemos admitido siempre en nuestras preguntas y respuestas. Estas cosas, ¿son siempre las mismas ó mudan alguna vez? La igualdad, la belleza, la bondad y todas las existencias esenciales, ¿experimentan á veces algún cambio, por pequeño que sea, ó cada una de ellas, siendo pura y simple, subsiste siempre la misma en sí, sin experimentar- nunca la menor alteración, ni la menor mudanza? —Es necesariamente preciso que ellas subsistan siempre las mismas sin mudar jamás. —Y todas las demás cosas, repuso Sócrates, hombres, caballos, trajes, muebles y tantas otras de la misma naturaleza, ¿quedan siempre las mismas, ó son enteraríiente opuestas á las primeras, en cuanto no subsisten siempre en el mismo estado, ni con relación á sí mismas, ni con relaciona los demás? —No subsisten nunca las jnismas, respondió Cebes. ~'^"''^^ bien; estas cosas tú las puedes ver,tocar, percibir por cualquier sentido; mientras que las primeras, que son siempre las mismas, no pueden ser comprendidas Platón, Obras completas, edición de Patricio de Azcárate, tomo 5, Madrid 1871 54 sino por el pensamiento, porque son inmateriales y no se las ve jamás. —Todo eso es verdad; dijo Cebes. —¿Quieres, continuó Sócrates, que reconozcamos dos clases de cosas? — Con mucho gustó, dijo Cebes. —¿Las unas visibles y las otras inmateriales? ¿Estas, siempre las mismas; aquellas, en un continuo cambio? —Me parece bien, dijo Cebes. — Veamos, pues. ¿No somos nosotros un compuesto de cuerpo y alma? ¿Hay otra cosa en nosotros? — No, sin duda; no hay más. —¿A cuál de estas dos especies diremos, que nuestro cuerpo se conforma ó se parece? '—Todos convendrán en que á la especie visible. — Y nuestra alma, mi querido Cebes, ¿es visible ó invisible? —Visible no es; por lo menos, á los hombres. — Pero cuando hablamos de cosas visibles ó invisibles, hablamos con relación á los hombres, sin tener en cuenta ninguna otra naturaleza. —Sí, con relación á la naturaleza humana. —¿Qué diremos, pues, del alma? ¿Puede ser vista ó no puede serlo? — No puede serlo. —Luego es inmaterial. -Sí . —Por consiguiente, nuestra alma es más conforme que el cuerpo con la naturaleza invisible; y el cuerpo más conforme con la naturaleza visible. —Es absolutamente necesario. —¿No decíamos que , cuando el alma se sirve del cuerpo para considerar algún objeto, ya por la vista, ya por el oido, ya por cualquier otro sentido (porque la única función del cuerpo es atender á los objetos mediante los Platón, Obras completas, edición de Patricio de Azcárate, tomo 5, Madrid 1871 55 sentidos), se ve entonces atraída por el cuerpo hacia cosas, que no son nunca las mismas; se extravia, se turba, vacila y tiene vértigos, como si estuviera ebria; todo por haberse ligado á cosas de esta naturaleza? —Sí. —Mientras que, cuando ella examina las cosas por sí misma, sin recurrir al cuerpo, se dirige á lo que es puro, eterno, inmortal, inmutable; y como es de la misma naturaleza, se une y estrecha con ello cuanto puede y da de sí su propia naturaleza. Entonces cesan sus extravíos , se mantiene siempre la misma , porque está unida á lo que no cambia jamás, y participa de su naturaleza; y este estado del alma es lo que se llama sabiduría. —Has hablado perfectamente, Sócrates; y dices una gran verdad. —¿A cuál de estas dos especies de seres, te parece que el alma es más semejante, y con cuál está más conforme, teniendo en cuenta los principios que dejamos sentados y todo lo que acabamos de decir? —Me parece, Sócrates, que no hay hombre, por tenaz y estúpido que sea, que estrechado por tu método, ho convenga en que el alma se parece más y es más conforme con lo que se mantiene siempre lo mismo, que no con lo que está en continua mudanza. —¿Y el cuerpo? — Se parece más á lo que cambia. — Sigamos aún otro camino. Cuando el alma y el cuerpo están juntos, la naturaleza ordena que el uno obedezca y sea esclavo; y que el otro tenga el imperio y el mando. ¿Cuál de los dos te parece semejante á lo que es divino, y cuál á lo que es mortal? ¿No adviertes que lo que es divino es lo único capaz de mandar y de ser dueño; y que lo que es mortal es natural que obedezca y sea esclavo? —Seguramente. Platón, Obras completas, edición de Patricio de Azcárate, tomo 5, Madrid 1871 56 —¿A cuál de los dos se parece nuestra alma? — Es evidente, Sócrates , que nuestra alma se parece á lo que es divino, y nuestro cuerpo á lo que es mortal. —Mira, pues, mi querido Cebes, si de todo lo que acabamos de decir no se sigue necesariamente, que nuestra alma es muy semejante á lo que es divino, inmortal, inteligible, simple, indisoluble, siempre lo mismo, y siempre semejante á sí propio; y que nuestro cuerpo se parece perfectamente á lo que es humano, mortal, sensible , compuesto, disoluble, siempre mudable, y nunca semejante á sí mismo. ¿Podremos alegar algunas razones que destruyan estas consecuencias, y que hagan ver que esto no es cierto? —No, sin duda, Sócrates. —Siendo esto así, ¿no conviene al cuerpo la disolución , y al alma el permanecer siempre indisoluble ó en un estado poco diferente ? —Es verdad. —Pero observa, que después que el hombre muere, su parte visible, el cuerpo, que queda expuesto á nuestras miradas, que llamamos cadáver, y que por su condición puede disolverse y disiparse, no sufre por lo pronto ninguno de estos accidentes, sino que subsiste entero bastante tiempo, y se conserva mucho más, si el muerto era de bellas formas y estaba en la flor de sus años; porque los cuerpos que se recogen y embalsaman, como en Egipto, duran enteros un número indecible de años; y en aquellos mismos que se corrompen, hay siempre partes, como los huesos, los nervios y otros miembros de la misma condición, que parecen, por decirlo así, inmortales. ¿No es esto cierto ? —Muy cierto. —Y el alma, este ser invisible que marcha á un paraje semejante á ella, paraje excelente, puro, invisible, esto es, á los infiernos, cerca de un Dios lleno de bondad y de Platón, Obras completas, edición de Patricio de Azcárate, tomo 5, Madrid 1871 57 sabiduría, y á cuyo sitio espero que mi alma volará dentro de un momento, si Dios lo permite ; ¡ qué! ¿un alma semejante y de tal naturaleza se habrá de disipar y anonadar , apenas abandone el cuerpo, como lo creen la mayor parte de los homares? De ninguna manera, mis queridos Simmias y Cebes ; y hé aquí lo que realmente sucede. Si el alma se retira pura, sin conservar nada del cuerpo, como sucede con la que, durante la vida, no ha tenido voluntariamente con él ningún comercio, sino que por el contrario, le ha huido, estando siempre recogida en sí misma y meditando siempre, es decir, filosofando en i-egla, y aprendiendo efectivamente á morir; porque, ¿no es esto prepararse para la muerte?... —De hecho. —Si el alma, digo, se retira en este estado, se uneá un ser semejante áella, divino, inmortal, lleno de sabiduría, cerca del cual goza de la felicidad, viéndose así libre de sus errores, de su ignorancia, de sus temores, de sus amores tiránicos y de todos los demás males afectos á la naturaleza humana ; y puede decirse (Je ella como de los iniciados, que pasa verdaderamente con los dioses toda la eternidad. ¿No es esto lo que debemos decir. Cebes? —Sí, ¡por Júpiter! —Pero si se retira del cuerpo manchada, impura, como la que ha estado siempre mezclada con él, ocupada en servirle, poseída de su amor, embriagada en él hasta el punto de creer que no hay otra realidad que la corporal, lo que se puede ver, tocar, beber y comer, ó lo que sirve á los placeres del amor; mientras que aborrecía, temía y huía habitualmente de todo lo que es oscuro é invisible para los ojos, de todo lo que es inteligible, y cuyo sentido sólo la filosofía muestra; ¿crees tú que un alma, que se encuentra en tal estado, pueda salir del cuerpo pura y libre? Platón, Obras completas, edición de Patricio de Azcárate, tomo 5, Madrid 1871 58 —No; eso no puede ser. —Por el contrario, sale afeada con las manchas del cuerpo, que se han hecho como naturales en ella por el comercio continuo y la uijion demasiado estrecha que con él ha tenido, por haber estado siempre unida con él y ocupádose sólo de él. —Estas manchas, mi querido Cebes, son una cubierta tosca, pesada, terrestre y visible ; y el alma, abrumada con este peso, se ve arrastrada hacia este mundo visible por el temor que tiene del mundo invisible, del infierno; y anda, como suele decirse, errante por los cementerios alrededor de las tumbas, donde se han visto fantasmas tenebrosos, como son los espectros de estas almas, que no han abandonado el cuerpo del todo pui'itícadas, sino reteniendo algo de esta materia visible, que las hace aún á ellas mismas visibles. —Es muy probable que asi sea, Sócrates. •—Si, sin duda, Cebes : y es probable también que no sean las almas de los buenos, sino las de los malos, las que se ven oblig'adas á andar errantes por esos sitios, donde llevan el castigo de su primera vida, que ha sido mala; y donde continitan vagando hasta que, llevadas del amor que tienen á esa masa corporal que les sigue siempre, se ingieren de nuevo en un cuerpo y se sumen probablemente en esas mismas costumbres, que constituian la ocupación de su primera vida. —¿Qué dices, Sócrates? —Digo, por ejemplo, Cebes, que los que han hecho de su vientre su Dios y que han amado la intemperancia, sin ningún pudor, sin ninguna cautela, entran probablemente en cuerpos de asnos ó de otros animales semejantes ; ¿no lo piensas tú también? —Seguramente. —Y las almas, que sólo han amado la injusticia, la tiranía y las rapiñas, van á animar cuerpos de lobos, de Platón, Obras completas, edición de Patricio de Azcárate, tomo 5, Madrid 1871 59 gavilanes, de falcones. Almas de tales condiciones ¿pueden ir á otra parte? —No, sin duda. —Lo mismo sucede á las demás; siempre van asociadas á cuerpos análogos á sus gustos. —Evidentemente. — ¿Cómo puede dejar de ser así? Y los más dichosos, cuyas almas van á un lugar más agradable, ¿no son aquellos que siempre han ejercitado esta virtud social y civil que se llama templanza y justicia, á la que se han amoldado sólo por el hábito y mediante el ejercicio, sin el auxilio de la filosofía y de la reflexión? —¿Cómo pueden ser los más dichosos? —Porque es probable que sus almas entren en cuerpos de animales pacíficos y dulces, como las abejas, las avispas , las hormigas; ó que vuelvan á ocupar cuerpos humanos, para formar hombres de bien. — Es probable. — Pero en cuanto á aproximarse á la naturaleza de los dioses, de ninguna manera es esto permitido á aquellos que no han filosofado durante toda su vida, y cuyas almas no han salido del cuerpo en toda su pureza. Esto está reservado al verdadero filósofo. Hé aquí por qué, mi querido Simmias y mi querido Cebes, los verdaderos filósofos renuncian á todos los deseos del cuerpo; se contienen y no se entregan á sus pasiones; no temen ni la ruina de su casa, ni la pobreza, como la multitud que está apegada á las riquezas; ui teme la ignominia ni el oprobio, como los que aman las dignidades y los honores. — No debería obrarse de otra manera, repuso Cebes. —No sin duda, continuó Sócrates; así, todos aquellos que tienen interés por su alma y que no viven para halagar al cuerpo, rompen con todas las costumbres, y no siguen el mismo camino que los demás, que no saben á dónde van; sino que persuadidos de que no debe hacerse Platón, Obras completas, edición de Patricio de Azcárate, tomo 5, Madrid 1871 60 nada que sea contrario á la filosofía, á la libertad y á la purificación que ella procura, se dejan conducir por ella y la siguen á todas partes á donde quiera conducirles. — ¿Cómo, Sócrates? — Voy á explicároslo. Los filósofos, al ver que su alma está verdaderamente ligada y pegada al cuerpo, y forzada á considerar los objetos por medio del cuerpo, como á través de una prisión oscura, y no por si misma, conocen perfectamente que la fuerza de este lazo corporal consiste en las pasiones, que hacen que el alma misma encadenada contribuya á apretar la ligadura. Conocen también que la filosofía, al apoderarse del alma en tal estado, la consuela dulcemente é intenta desligarla, haciéndola ver que los ojos del cuerpo sufren numerosas ilusiones, lo mismo que los oidos y que todos los demás sentidos; la advierte que uo debe hacer de ellos otro uso que aquel á que obliga la necesidad, y la aconseja que se encierre y se recoja en sí misma; que no crea en otro testimonio que en el suyo propio, después de haber examinado dentro de sí misma ¡o que cada cosa es en su esencia ; debiendo estar bien persuadida de que cuanto examine por medio de otra cosa, como muda con el intermedio mismo, no tiene nada de verdadero. Ahora bien; lo que ella examina por los sentidos es sensible y visible; y lo que ve por si misma es invisible é inteligible. El alma del verdadero filósofo, persuadida de que no debe oponerse á su libertad, renuncia, en cuanto le es posible, á los placeres, á los deseos, á las tristezas, á los temores, porque sabe que, después de los grandes placeres, de los grandes temores, de las extremas tristezas y de los extremos deseos, no sólo se experimentan los males sensibles, que todo el mundo conoce, como las enfermedades ó la pérdida de bienes, sino el más grande y el último de todos los males, tanto más grande, cuanto que no se deja sentir. Platón, Obras completas, edición de Patricio de Azcárate, tomo 5, Madrid 1871 61 — ¿En qué consiste ese mal, Sócrates? —En que obligada el alma á regocijarse ó afligirse por cualquier objeto, está persuadida de que lo que le causa este placer ó esta tristeza es muy verdadero y muy real, cuando no lo es en manera alguna. Tal es el efecto de todas las cosas visibles; ¿no es así? — Es cierto, Sócrates. — ¿No es principalmente cuando se experimenta esta clase de afecciones cuando el alma está particularmente atada y ligada al cuerpo? — ¿Por qué es eso? — Porque cada placer y cada tristeza están armados de un clavo, por decirlo así, con el que sujetan el alma al cuerpo; y la hacen tan material, que cree que no hay otros objetos reales que los que el cuerpo le dice. Resultado de esto es que, como tiene las mismas opiniones que el cuerpo, se ve necesariamente forzada á tener las mismas costumbres y los mismos hábitos, lo cual la impide llegar nunca pura al otro mundo; por el contrario, al salir de esta vida, llena de las manchas de ese cuerpo que acaba de abandonar, entra á muy luego en otro cuerpo, donde echa raíces, como si hubiera sido allí sembrada; y de esta manera se ve privada de todo comercio con la esencia pura, simple y divina. —Es muy cierto, Sócrates; dijo Cebes. —Por esta razón, los verdaderos filósofos trabajan para adquirir la fortaleza y la templanza, y no por las razones que se imagina el vulgo. ¿Piensas tú como éste? —De ninguna manera. —THaces bien; y es lo que conviene á un verdadero filósofo; porque el alma no creerá nunca que la filosofía quiera desligarla, para qué, viéndose libre, se abandone á los placeres, á las tristezas, y se deje encadenar por ellas para comenzar siempre de nuevo como la tela de Penélope. Por el contrario, manteniendo todas las Platón, Obras completas, edición de Patricio de Azcárate, tomo 5, Madrid 1871 62 pasiones en una perfecta tranquilidad y tomando siempre la razón por guia, sin abandonarla jamás, el alma del filósofo contempla incesantemente lo verdadero, lo divino, lo inmutable, que está por cima de la opinión; y nutrida con esta verdad pura, estará persuadida de que debe vivir siempre lo mismo, mientras permanezca adherida al cuerpo; y que después de la muerte, unida de nuevo á lo que es de la misma naturaleza que ella, se verá libre de todos los males que aflig-en á la naturaleza humana. Siguiendo estos principios, mis queridos Simmias y Cebes, y después de una vida semejante, ¿temerá el alma que en el momento en que abandone el cuerpo, los vientos la lleven y la disipen, y que, enteramente anonadada, no existirá en ninguna parte? Después que Sócrates hubo hablado de esta suerte, todos quedaron en gran silencio, y parecía que aquel estaba como meditando en lo que acababa de decir. Nosotros permanecimos callados, y sólo Simmias y Cebes hablaban por lo bajo. Percibiéndolo Sócrates, les dijo: ¿de qué habláis? ¿Os parece que falta algo á mis pruebas? Porque se me figura que ellas dan lugar á muchas dudas y objeciones, si uno se toma el trabajo de examinarlas en detalle. Si habláis de otra cosa, nada tengo que deciros; pero por poco que dudéis sobre lo que hablamos, no tengáis dificultad en decir lo que os parezca, y en manifestar francamente si cabe una demostración mejor; y en este caso asociadme á vuestras indagaciones, si es que creéis llegar conmigo más fácilmente al término que nos hemos propuesto. —Te diré la verdad, Sócrates, respondió Simmias; há largo tiempo que tenemos dudas Cebes y yo, y nos hemos dado de codo para comprometernos á proponértelas, por que tenemos vivo deseo de ver cómo las resuelves. Pero ambos hemos temido ser importunos, proponiéndote cuestiones desagradables en la situación en que te hallas. Platón, Obras completas, edición de Patricio de Azcárate, tomo 5, Madrid 1871 63 —¡Abl mi querido Siramias, replicó Sócrates, sonriendo dulcemente; ¿con qué trabajo convencerla yo á los demás hombres de que no tengo por una desgracia la situación en que me encuentro, cuando de vosotros mismos no puedo conseguirlo, pues que me creéis en este momento en peor posición que áiites? Me suponéis, al parecer, muy inferior á los cisnes, por lo que respecta al presentimiento y ala adivinación. Los cisnes, cuando presienten que van á morir, cantan aquel dia aún mejor que lo han hecho nunca, á causa de la alegría que tienen al ir á unirse con el dios á que ellos sirven. Pero el temor que los hombres tienen á la muerte, hace que calumnien á los cisnes, diciendo que lloran su muerte y que cantan de tristeza. No Teflexionan que no hay pájaro que cante cuando tiene hambre ó frió ó cuando sufre de otra manera, ni aun el ruiseñor, la golondrina y la abubilla, cuyo canto se dice que es efecto del dolor. Pero estos pájaros no cantan de manera alguna de tristeza, y menos los cisnes, á mi juicio; porque perteneciendo á Apolo, son divinos, y como prevenios bienes de que se goza en la otra vida, cantan y se regocijan en aquel dia más que lo han hecho nunca. Y yo mismo pienso que sirvo á Apolo lo mismo que ellos; que como ellos estoy consagrado á este dios; que no he recibido menos que ellos de nuestro común dueño el arte de la adivinación, y que no me siento contrariado al salir de esta vida. Así pues, en este concepto, podéis hablarme cuanto queráis, é interrogarme por todo el tiempo que tengan á bien permitirlo los Once. —Muy bien, Sócrates, repuso Simmias; te propondré mis dudas, y Cebes te hará sus objeciones. Pienso, como tú, que en estas materias es imposible, ó por lo menos muy difícil, saber toda la verdad en esta vida; y estoy convencido de que no examinar detenidamente lo que se dice, y cansarse antes de haber hecho todos los esfuerzos posibles para conseguirlo, es una acción digna de un Platón, Obras completas, edición de Patricio de Azcárate, tomo 5, Madrid 1871 64 hombre perezoso y cobarde; porque, una de dos cosas: ó aprender de los demás la verdad ó encontrarla por sí mismo; y si una y otra cosa son imposibles, es preciso escoger entre todos los razonamientos humanos el mejor y más fuerte, y embarcándose en él como en una barquilla, atravesar de este modo las tempestades de esta vida, á menos que sea posible encontrar, para hacer este viaje, algún buque más grande, esto es, algún razonamiento incontestable que nos ponga fuera de peligro. No tendré reparo en hacerte preg'untas, puesto que lo permites; y no me expondré al remordimiento que yo podría tener algún día, por no haberte dicho en este momento lo que pienso. Cuando examino con Cebes lo que nos has dicho, Sócrates, confieso que tus pruebas no me parecen suficientes. — Quizá tienes razón, mi querido Simmias; pero ¿por qué no te parecen suficientes? —Porque podría decirse lo mismo de la armonía de una lira, de la lira misma y de sus cuerdas; esto es, que la armonía de una lira es algo invisible, inmaterial, bello, divino; y lalira y las cuerdas son cuerpos, materia, cosas compuestas, terrestres y de naturaleza mortal. Después de hecha pedazos la lira ó rotas las cuerdas, podría alguno sostener, con razonamientos iguales á los tuyos, que es preciso que esta armonía subsista necesariamente y no perezca; porque es imposible que la lira subsista una vezfotas las cuerdas; que las cuerdas, que son cosas mortales, subsistan después de rota la lira; y que la armonía, que es de la misma naturaleza que el ser inmortal y divino, perezca antes que lo que es mortal y terrestre. Es absolutamente necesario, añadiría, que la armonía exista en alguna parte, y que el cuerpo de la lira y las cuerdas se corrompan y perezcan enteramente antes que la armonía reciba el menor daño. Y tú mismo, Só- crates , te habrás hecho cargo sin duda, de que la idea Platón, Obras completas, edición de Patricio de Azcárate, tomo 5, Madrid 1871 65 que nos formamos generalmente del alma es algo semejante á lo que voy á decirte. Como nuestro cuerpo está compuesto y es mantenido en equilibrio por lo caliente, lo frió, lo seco y lo Mmedo, nuestra alma no es más que la armonía que resulta de la mezcla de estas cualidades, cuando están debidamente combinadas. Si nuestra alma no es otra cosa que una especie de armonía, es evidente que cuando nuestro cuerpo está demasiado laxo ó demasiado tenso á causa de las enfermedades ó de otros males, nuestra alma, divina y todo, perecerá necesariamente como las demás armonías, que son consecuencia del sonido ó efecto de los instrumentos; mientras que los restos de cada cuerpo duran aún largo tiempo; duran hasta que se queman ó se corrompen. Mira, Sócrates, lo que podremos responder á estas razones, si alguno pretende que nuestra alma, no siendo más que una mezcla de las cualidades del cuerpo, es la primera que perece, cuando llega eso á que llamamos la muerte. Entonces Sócrates, echando una mirada á cada uno de nosotros, como tenia de costumbre, y sonriéndose, dijo: Simmias tiene razón. Si alguno de vosotros tiene más facilidad que yo para responder á sus objeciones, puede hacerlo; porque me parece que Simmias ha esforzado de veras sus razonamientos. Pero antes de responderle querría que Cebes nos objetara, á fin de que, en tanto que él habla, tengamos tiempo para pensar lo que debemos contestar; y así también, oidos que sean ambos, cederemos, si sus razones son buenas; y en caso contrario, sostendremos nuestros principios hasta donde podamos. Dínos, pues. Cebes; ¿qué es lo que te impide asentir á lo que yo he dicho? — Voy á decirlo, respondió Cebes. Se me figura que la cuestión se halla en el mismo punto en que estaba antes, y que quedan en pié por tanto nuestras anteriores objeciones. Que nuestra alma existe antes de venir á aniTOMO V. 5 Platón, Obras completas, edición de Patricio de Azcárate, tomo 5, Madrid 1871 66 mar el cuerpo, lo hallo admirablemente probado; y si no te ofendes, diré que plenamente demostrado; pero que ella exista después de la muerte, no lo está en manera alguna. Sin embargo, no acepto por completo la objeción de Simmias. según el cual nuestra alma no es más fuerte ni más durable que nuestro cuerpo; porque , á mi parecer, el alma es infinitamente superior á todo lo corporal. ¿En qué consiste entonces tu duda, se me dirá? Si ves que muerto el hombre, su parte más débil, que es el cuerpo, subsiste, ¿no te parece absolutamente necesario que lo que es más durable dure más largo tiempo? Mira, Sócrates, yo te lo suplico, si respondo bien á esta objeción, porque para hacerme entender, necesito valerme de una comparación, como Simmias. La objeción que se me propone es, á mi parecer, como si. después de la muerte de un viejo tejedor, se dijese: este hombre no ha muerto, sino que existe en alguna parte, y la prueba es que ved que está aquí el traje que gastaba y que él mismo se habla hecho; traje que subsiste entero y completo, y que no ha perecido. Pues bien, si alguuo repugnara reconocer como suficiente esta prueba, se le podría preguntar: ¿cuál es más durable, el hombre ó el traje que gasta y de que se sirve? Necesariamente habria que responder que el hombre, y sólo con esto se creería haber demostrado que, puesto que lo que el hombre tiene de menos durable no ha perecido, con más razón subsiste el hombre mismo. Pero no hay nada de eso, en mi opinión, mi querido Simmias ; y ve ahora, te lo suplico, lo que yo respondo á esto. No hay nadie que no conozca á primer golpe de vista que hacer esta objeción es decir un absurdo; porque este tejedor murió antes del último traje, pero después de los muchos que habia gastado y consumido durante su vida; y no hay derecho para decir que el hombre es una cosa más débil y menos durable que el traje. Esta comparación puede aplicarse al alma y al cuerpo, y decirse con grande exacPlatón, Obras completas, edición de Patricio de Azcárate, tomo 5, Madrid 1871 67 titud, en mi opinión, que el alma es un ser muy durable, y que el cuerpo es un ser más débil y que dura menos. Y el que conteste de este modo podrá añadir que cada alma usa muchos cuerpos, sobre todo si vive muchos años; porque si el cuerpo está mudando y perdiendo continuamente mientras el hombre vive, y el alma, por consiguiente, renueva sin cesar su vestido perecible, resulta necesario que cuando llega el momento de la muerte viste su último traje, y éste será el único que sobreviva al alma; mientras que cuando ésta muere, el cuerpo muestra inmediatamente la debilidad de su naturaleza, porque se corrompe y perece muy pronto. Así, pues, no hay que tener tanta fe en tu demostración, que vayamo

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