Plomería Filosófica
Free_Mind23 de Octubre de 2014
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Plomería filosófica
Mary Midgley
La filosofía el saber que subyace bajo otros saberes y los interconecta. Sin embargo, la gran red comunicante puede obstruirse e incluso puede hacer explosión. En el siguiente ensayo, la veterana filósofa explica, llave inglesa en mano, el camino para desbloquear los vasos comunicantes.
¿La filosofía como la plomería? He hecho esta comparación en varias ocasiones, queriendo recalcar con ello al filosofar no sólo como admi-rable, elegante y difícil, sino además necesario antes que opcional. Esta idea causó alguna sorpresa e incluso se le ha considerado más bien indigna. La cuestión de la dignidad algo muy interesante y volve-remos a ella al final de este escrito. Pero primero me gustaría explo-rar la comparación de una forma más completa.
La plomería y la filosofía actividades que surgen debido a que culturas desarrolladas como las nuestras tienen bajo su superficie un sistema bastante complejo que usualmente pasa inadvertido, pero que en al-gunas ocasiones no funciona debidamente. Esto puede tener graves consecuencias en ambos casos. Cada sistema abastece las necesida-des básicas de aquellos que viven encima de él. Cada sistema difícil de reparar cuando tiene fallas, porque ninguno conscientemente se planeo como un todo. Ha habido muchos intentos ambiciosos por re-formarlos. Pero, para los dos sistemas, sus complicaciones existentes se encuentran demasiado difundidas como para permitir un nuevo co-mienzo radical.
Ninguno de los dos sistemas tuvo nunca un diseñador especializado que supiera exactamente qué necesidades tendría que satisfacer. Por el contrario, los dos han crecido imperceptiblemente a través de los siglos en la misma forma en la que crecen los organismos. Alterados gradualmente, aunque de forma constante, para satisfacer las exigen-cias cambiantes de los estilos de vida que se ramifican encima de ellos. En consecuencia, ambos sistemas se han hecho muy complejos. Cuando surge un problema, se requiere un conocimiento especializado que daría esperanza de localizar la falla y corregirla.
Aquí, sin embargo, nos topamos con la primera diferencia notable en-tre los dos casos. En cuanto a la plomería, todo el mundo acepta la necesidad de especialistas preparados. En cuanto a la filosofía, mu-chas personas —especialmente los ingleses— no sólo dudan de su ne-cesidad, sino que con frecuencia se manifiestan escépticos, incluso respecto a la existencia misma del sistema subyacente, oculto de ma-nera más profunda. Cuando los conceptos con los que vivimos fallan, normalmente no gotean del techo o inundan la cocina. Simplemente distorsionan y obstruyen nuestro pensamiento de forma silenciosa.
Nosotros con frecuencia no notamos de manera consciente esta oscu-ra disfunción, así como notamos la incomodidad ante un constante mal olor o ante una gripa que se desarrolla poco a poco. Podríamos lamentarnos diciendo que nuestra vida va mal, que nuestras acciones y relaciones no resultan como nos lo proponemos, pero puede resul-tar muy difícil ver el por qué de lo que ocurre y qué hay que hacer al respecto. Encontramos mucho más simple buscar la fuente del proble-ma fuera y no dentro de nosotros. Notoriamente difícil ver errores en nuestra propia motivación o en la estructura de nuestros sentimien-tos. Pero de alguna manera más complejo —incluso menos natural— enfocar nuestra atención hacia aquello que puede encontrarse mal en la estructura de nuestro pensamiento. La atención se dirige de mane-ra natural hacia fuera, hacia posibles faltas externas del mundo a nuestro alrededor. Cambiar la dirección del pensamiento dirigido hacia fuera para mirarse críticamente a sí mismo algo bastante complicado. Por ello, en cualquier cultura, la filosofía se da como un desarrollo re-lativamente tardío.
Sin embargo, cuando las cosas fallan, tenemos que mirarnos crítica-mente. Entonces debemos, de algún modo, reajustar de nuevo nues-tros conceptos subyacentes, debemos cambiar el conjunto de supues-tos con los cuales crecimos. Debemos reformular aquellos supuestos —los cuales normalmente se encuentran desordenados e inarticulados— para así encontrar la fuente del problema. Esta nueva formulación debe ponerse a disposición de todos en una forma tal que los cambios necesarios se vean como cambios posibles.
¿Disputas entre filosofía y poesía?
La necesidad de replantear nuestros conceptos, precisamente, la ne-cesidad para cuya satisfacción existe la filosofía. Ésta no una necesi-dad sentida sólo por personas con un alto grado de educación. Una necesidad que incluso puede estropear la vida de personas que tienen muy poco interés en el pensamiento, y su fuerza puede sentirla vaga-mente cualquier persona que intente pensar. Cuando esta fuerza se torna más impetuosa, las personas decididas a pensar de una forma particularmente rigurosa se las ingenian para crear remedios contra su oscura molestia, así comenzó la filosofía. Una y otra vez en el pa-sado, cuando los esquemas conceptuales comenzaron a fallar, alguien encontró el medio para sugerir un cambio que retirara el obstáculo, permitiéndole al pensamiento fluir hacia donde le resultase necesario.
Efectuado el cambio, los que lo presencian tienden a lanzar profundos suspiros y decir: “Claro, yo ya lo sabía. ¿Por qué no se me ocurrió de-cirlo antes?”. (Algunas veces, de hecho, piensan que en realidad ya lo habían dicho...). Las nuevas sugerencias usualmente provienen en parte de sabios no filósofos de tiempo completo, especialmente de poetas u otros artistas. Shelley tenía razón al decir que los poetas se encuentran entre los legisladores no reconocidos de la humanidad. Ellos pueden mostrarnos una nueva visión, pero desarrollar a cabali-dad las nuevas ideas, no obstante, un tipo diferente de trabajo. Sin importar quién lo haga, siempre se trata de un trabajo filosófico. No sólo se necesita una nueva visión, sino también la articulación cuida-dosa y disciplinada de sus detalles y consecuencias.
La mayor parte del trabajo filosófico se da tedioso y algunas veces puede convertirse en algo sorprendentemente largo y difícil, no obs-tante indispensable. Cualquier idea nueva y poderosa exige una gran cantidad de cambios, cuanto más útil, mayor necesidad de desarrollar tales cambios hasta el fondo. Para hacerlo, resulta de gran ayuda en-contrarse enterado de otras visiones y de otras clases de cambios y así tener alguna preparación sobre los antecedentes de la forma en la que esos desarrollos conceptuales anteriores han funcionado. Claro que ha habido algunos filósofos autodidactas que no han contado con la ventaja de esos antecedentes —Tom Paine entre otros—, pero para ellos el trabajo resulta mucho más arduo.
Los grandes filósofos, entonces, necesitan una rara combinación de dones. Deben tener de abogados como de poetas, han de poseer tan-to la nueva visión que señale el camino hacia donde debemos ir como la tenacidad lógica que separe lo innecesario de lo necesario. Este di-fícil acto de equilibrio los ha hecho merecedores de respeto, diferente del respeto del que se goza por cada una de las labores por separado. Lo anterior da cuenta del prestigio del que aún goza la filosofía, inclu-so entre personas que tienen nociones extremadamente vagas frente a ésta, o al por qué podrían necesitarla.
Mantener unidas estas dos funciones resulta difícil. Donde la filosofía se hace por salario y se encuentra profesionalizada, las habilidades de abogado se ven destinadas a predominar, dada la posibilidad de exa-minar a las personas para evaluar su competencia lógica y su laborio-sidad. Pero resulta imposible evaluar su creatividad. Así, tales habili-dades ya no se usan para aclarar alguna nueva visión especialmente importante. La filosofía se vuelve escolástica, un asunto para plome-ros expertos que hacen buena plomería y, algunas veces, la hacen en sus propios laboratorios. Esto ocurrió en la Baja Edad Media, parece haber sucedido en China y le ha ocurrido a la filosofía angloamericana durante la mayor parte del siglo XX.
El asunto de la visión
La filosofía escolástica autosuficiente aún se le ve como una hazaña impresionante, algo que bien vale la pena perseguir por sus propios méritos. Cierto que debería haber pensamiento profundamente espe-cializado como, por ejemplo, algunas partes de las matemáticas que para la mayoría de nosotros resultan impenetrables. Pero, si los filó-sofos tratan esta área esotérica como su principal asunto, dejan un vacío muy peligroso en la escena intelectual. Semejante trabajo no puede, por supuesto, hacer que el aspecto visionario de la filosofía deje de resultar necesario o que su necesidad deje de encontrar res-puestas. El rebaño de corderos hambrientos, a los que no se les ofre-ce este tipo de visión creativa, buscan pero no encuentran su alimen-to. Entonces tienden a vagar sin rumbo fijo buscando nuevas visiones hasta que las encuentran en otro lugar. Así, una buena parte del filo-sofar visionario se ha importado últimamente de Europa continental y de Oriente, de las ciencias sociales, de los evangelizadores, de la críti-ca literaria y de la ciencia ficción, así como de filósofos del pasado. Pero ello no necesariamente trae consigo la reflexión disciplinada y detallada necesaria para aplicar la visión a la vida diaria.
La corriente de agua fluye, pero no se encauzada hacia donde se ne-cesita. Moja todo alrededor, con frecuencia produciendo inundaciones, y al final se establece en pozos donde reina el azar, porque los practi-cantes de la filosofía en la localidad no se ocupan de ella. De hecho, la presencia de semejantes corrientes extrañas
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