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Resumen Del Libro Ensayos Filosoficos De Bertrand Russell

orlando_vila9112 de Junio de 2015

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Los actos irreflexivos, por otra parte, en los que no hay juicio acerca de si son justos o injustos, con frecuencia se alaban o condenan. Los actos de generosidad, por ejemplo, son más admirados cuando son impulsivos que cuando resultan de la reflexión. No puedo encontrar ejemplo alguno de un acto que sea más condenable cuando es impulsivo que cuando es deliberado; pero no hay duda de que se condenan muchos actos impulsivos, por ejemplo cuando provienen de un impulso de malicia o de crueldad.

22. En todos estos casos en los que falta la reflexión, así como en los de reflexión inapropiada, puede decirse que la condena no recae propiamente sobre el acto, sino más bien sobre el carácter revelado por el acto; o, si se trata de varios actos, sobre los actos de deliberación previos a través de los cuales se ha producido el carácter que ha tenido como resultado el acto presente. Los casos de auto-engaño serían entonces dejados a un lado sobre la base de que quien se engaña a sí mismo nunca cree realmente lo que desea creer. Podríamos conservar en este caso nuestra definición original de que un acto moral es el que el agente considera justo, mientras que el acto inmoral es el que el agente considera injusto. Pero no creo que esto esté de acuerdo con lo que mucha gente piensa en realidad. Creo más bien que el acto moral debería ser definido como un acto que el agente habría juzgado justo si hubiera considerado la cuestión sinceramente y con el debido cuidado; es decir, si hubiera examinado los datos desplegados ante él con el objetivo de descubrir lo que es justo, y no para demostrar que determinada actuación es justa. Si un acto carece de importancia y al mismo tiempo no es claramente menos justo que alguna alternativa obvia, no lo consideraremos moral ni inmoral, pues en tal caso no merece una consideración cuidadosa. El grado de cuidado que merece una decisión depende de su importancia y de su dificultad; en el caso de un estadista que propugna una nueva política, por ejemplo, a veces pueden ser necesarios años de deliberación para poder excusarle de la acusación de ligereza. Pero en el caso de actos menos importantes, generalmente es justo decidir, incluso, cuando la posterior reflexión puede mostrar que la decisión actual es errónea. Hay, por tanto, un cierto grado de reflexión apropiado para los diversos actos; al mismo tiempo, algunos actos justos son mejores cuando proceden de un impulso (aunque son de tal género que la reflexión los aprobaría). Consiguientemente, podemos decir que un acto es moral cuando se trata de un acto que el agente juzgaría justo tras el grado apropiado de reflexión sincera, o, en el caso de los actos que son mejores si son irreflexivos, tras el grado y tipo de reflexión necesaria para formar una primera opinión. Un acto es inmoral cuando el agente lo juzgaría injusto tras el grado de reflexión apropiada. No es moral ni inmoral cuando carece de importancia y cuando un pequeño grado de reflexión no basta para mostrar si es justo o injusto.

23. Podemos resumir ahora nuestro examen sobre lo justo y lo injusto. Cuando un hombre se pregunta: «¿Qué debo hacer?», se pregunta cuál es la conducta justa en sentido objetivo. No pregunta: «¿Qué debería hacer una persona que sostuviera mis opiniones acerca de lo que debe hacer una persona?»; pues sus opiniones acerca de lo que debe hacer una persona constituirán su respuesta a la cuestión «¿Qué debo hacer?» Pero el observador, que cree que el hombre ha respondido equivocadamente a esta cuestión, puede, sin embargo, sostener que, al actuar según su respuesta, actuaba justamente en un segundo sentido, subjetivo. Llamamos acción moral a este segundo tipo de acción justa. Afirmamos que una acción es moral cuando el agente la juzgaría justa tras un grado apropiado de reflexión sincera, o tras un pequeño grado de reflexión en el caso de acciones que son mejores cuando son irreflexivas; el grado de reflexión apropiado depende de la dificultad y la importancia de la decisión. Y afirmamos que una acción es justa cuando, entre todas las acciones posibles, es la que probablemente tendrá mejores resultados. Justo tiene muchos otros significados, pero me parece que éstos son los que se necesitan para responder a las preguntas: «¿Qué debo hacer?» y «¿Qué actos son inmorales?»

4. Determinismo y moral

24. La importancia para la ética de la cuestión de la libertad de la voluntad es un tema sobre el que se ha suscitado casi tanta diversidad de opiniones como sobre el de la libertad de la voluntad misma. Los partidarios de la libertad de la voluntad han afirmado que su negación supone la negación del mérito y el demérito; y que, con la negación de éstos, la ética se derrumba. Se han argüido, en el otro bando, que a menos que podamos prever, siquiera parcialmente, las consecuencias de nuestras acciones, es imposible saber qué camino debemos emprender en determinadas circunstancias; y que si no es posible predecir en cierto grado las acciones de los demás hombres, la previsión requerida por la acción racional se convierte en imposible. En las siguientes líneas, no me propongo entrar en la controversia acerca de la libertad de la voluntad. Las razones favorables al determinismo me parecen abrumadoras, y me contentaré con una breve indicación de. las mismas. La cuestión de que me ocupo no es la de la libertad de la voluntad misma, sino la cuestión de saber cómo la moral se ve afectada por el determinismo presupuesto, si es que lo es de alguna manera.

Al examinar esta cuestión, como en la mayoría de los problemas de la ética, el moralista que carece de formación filosófica equivoca, a mi juicio, el camino y se ve envuelto en complicaciones innecesarias al suponer que, respecto de la conducta, lo justo y lo injusto son las concepciones últimas de la ética, en vez de lo bueno y lo malo; y ello tanto para los efectos de la conducta como para otras cuestiones. Los términos bueno y malo se usan tanto para el tipo de conducta que es justa o injusta como para el tipo de efectos que pueden esperarse de la conducta justa e injusta, respectivamente. Hablamos de un buen cuadro, de una buena comida, etc., y también de una buena acción. Pero hay una gran diferencia entre estos dos significados de bueno. Hablando de manera aproximativa, una buena acción es aquélla cuyos efectos son buenos en el otro sentido. Manejar dos significados para una sola palabra produce confusión, y por ello hemos acordado en la sección anterior emplear acción justa en vez de acción buena. Para decidir si una acción es justa es necesario, como hemos visto, considerar sus probables efectos. Si los efectos probables son, en conjunto, mejores que los de cualquier otra acción posible bajo las circunstancias dadas, entonces la acción es justa. Las cosas buenas son cosas que, por sí mismas e independientemente de sus efectos, debemos desear ver en existencia: podemos suponer que son cosas que le hicieron pensar al Creador que valía la pena crear el mundo. No pretendo negar que la conducta justa figure entre las cosas que son buenas por sí mismas; pero si es así, su bondad intrínseca depende de la bondad de las cosas que esa conducta trata de producir, como el amor o la felicidad. Por tanto, la justicia de la conducta no es el concepto fundamental sobre el que se construye la ética. El concepto elemental es la bondad o la maldad intrínsecas.

Como resultado de nuestros análisis en la sección anterior, daré por supuesto las definiciones siguientes: La acción objetivamente justa, en cualesquiera circunstancias, es la que, si se toman en consideración todos los datos disponibles, nos proporciona la mayor expectativa de efectos buenos probables, o la menor expectativa de efectos malos probables. La acción subjetivamente justa o moral es la que sería considerada objetivamente justa por el agente si dedicara a la cuestión un grado apropiado de reflexión sincera; o, en el caso de acciones que deben ser impulsivas, un grado mínimo de reflexión. El grado de reflexión apropiado depende de la importancia de la acción y de la dificultad de la decisión. Un acto no es moral ni inmoral cuando carece de importancia; y un pequeño grado de reflexión no bastaría para mostrar si el acto es justo o injusto. Tras estos preliminares, podemos pasar al examen de la cuestión principal.

25. El principio de causalidad —que todo acontecimiento está determinado por acontecimientos anteriores y puede (teóricamente) ser predicho cuando se conocen suficientes acontecimientos anteriores— parece aplicarse tanto a las acciones humanas como a los demás acontecimientos. No cabe decir que su aplicación a las acciones humanas, o a otros fenómenos, esté enteramente fuera de duda; pero la puesta en duda del principio de causalidad debe ser tan fundamental que implique a toda la ciencia, a todo el conocimiento cotidiano y a todo o casi todo lo que creemos sobre el mundo real. Si se duda de la causalidad, la moral se derrumba, puesto que una acción justa, como hemos visto, es aquella cuyos probables efectos son los mejores posibles; de modo que las valoraciones de justo e injusto presuponen necesariamente que nuestras acciones pueden tener efectos y, consiguientemente, que rige la ley de causalidad. En favor de la opinión de que son sólo las acciones humanas las que no son efectos de causas no parece haber más base que el sentido de la espontaneidad Pero el sentido de espontaneidad solamente afirma que podemos hacer lo que elegimos, y que elegimos lo que queremos, cosa que ningún determinista niega; no es posible afirmar que nuestra elección sea independiente de toda motivación4, y en realidad la introspección tiende a mostrar lo contrario. Los partidarios de la libertad de la voluntad5 dicen que el determinismo destruye la moral, puesto que

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