Sociolingüística actual
fiorella43Tesis27 de Octubre de 2013
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Historia del quechua y del aymara y la situación sociolingüística actual
escrito por Vlastimil Rataj
Las historias del quechua y del aymara están relacionadas y no se puede entender la historia del quechua sin entender la del aymara. Por eso se tratarán ambas lenguas conjuntamente.
La época pre-conquista
El territorio original del proto-quechua se encontraba en la sierra central del Perú más la franja costera aledaña, cerca de la capital actual, la zona donde se da la mayor diversificación del quechua (los dialectos Q I). Allí se hallaba el centro religioso y económico del horizonte temprano (Chavín, 900–200 a. C.), y durante esta época se habría difundido la protolengua como vehículo de comercio. A principios de nuestra era se da una primera separación de las ramas Quechua I y Quechua II.
La región del proto-aymara se extendía al sur de la cuna del quechua, probablemente en la costa y sierra entre Nasca e Ica, y la diversificación entre el aymara y el jaqaru se habría producido hacia el siglo VI d. C., cuando el aymara ya había penetrado la sierra ayacuchana.
En los siguientes siglos, que coinciden con el horizonte medio (hasta el siglo IX o X), se produce otra fase de la expansión de ambas lenguas, la cual puede correlacionarse con la acción cultural de las culturas Wari y/o Tíwanaku. El aymara se extiende, como lengua estatal de Wari (que se ubicaba en la zona de Ayacucho), por toda la sierra sur-peruana hasta la zona de Cusco. En la zona del lago Titicaca se hablaba al norte el hoy extinguido puquina (centro ceremonial de Pucará) y al sur alguna lengua de la familia uru-chipaya (Tíwanaku). Parece que el aymara penetró en esta región ya en esta época, coexistiendo las tres lenguas.
La expansión del quechua en esta época corresponde solamente al conjunto Q II Wampuy. El quechua empezó a penetrar hacia la sierra y costa norteñas y hacia la costa sur, desarrollándose en el norte bajo la forma Q II A Yungay y en el sur bajo la forma Chinchay (Q II B-C).
La fase mayor de la expansión del grupo Chinchay se produjo desde el siglo XII o XIII hasta la llegada de los españoles. Tras la caída de Tíwanaku-Wari y de Pachacámac (al sur de Lima), el señorío de Chincha se convierte en un poderoso centro mercantil, y el Quechua Chinchay expande, por diversas vías marítimas y terrestres, hacia el norte (norte del Perú, Ecuador; Q II B) y hacia el sur (Ayacucho, Cusco, Bolivia, Argentina, Chile; Q II C). En el sur, el quechua coexistía con el aymara o se convertían estas zonas en quechuahablantes.
El imperio incaico, en el último siglo de su expansión, asumió las variedades Chinchay como lengua de su administración. Durante las conquistas de los incas Pachakuti (mitad del sg. XV; el altiplano y todo el norte peruano hasta el Ecuador), Tupaq Yupanki (finales del sg. XV; todo el sur, Argentina y Chile) y Wayna Qhapaq (principios del sg. XVI; algunas partes del Ecuador y de la selva peruana), el quechua fue consolidado en las áreas donde se hablaba y ganó nuevas áreas.
La variedad Chinchay, como lengua de prestigio proveniente de Cusco, influenció u ocasionalmente suplantó las variedades quechuas habladas en las áreas del dominio incaico o se convirtió en lingua franca en zonas donde no se hablaba quechua. Los hijos de los caciques de las áreas dominadas eran obligados a estudiar en la capital Cusco, y, por otra parte, grupos de habitantes de zonas dominadas anteriormente eran enviados a nuevas partes del imperio (los mitmaqkuna o mitimaes “colonos”). También se encontraban dispersos por el Tawantinsuyu los llamados yanakuna o “indios de servicio”.
La época colonial y republicana
En el siglo XVI, cuando llegaron los españoles, el Quechua Chinchay ya se encontraba dialectalizado y el aymara comprendía un área mucho más amplia que la actual, en muchos casos coexistiendo con el quechua, el puquina, el uru u otras lenguas, en áreas tan distantes como Huarochirí (Lima) y sureste de Bolivia.
La expansión del quechua, comenzada en la época incaica, continúa incluso durante la Colonia y se prolonga hasta la Independencia, y en algunas partes hasta más tarde, sobre todo hacia la selva ecuatoriana y en la zona de los aymarahablantes. Sin embargo, tales extensiones fueron de las variedades regionales ya anteriormente instaladas en las zonas, debido al aislamiento y pocos contactos de estas áreas.
El instrumento de la difusión de la lengua general fue sobre todo la mita, trabajo obligatorio en las minas, particularmente en las de Potosí, y la concentración de los indios en las ciudades. En estos lugares se encontraban grupos de hablantes de diversas lenguas y tenían que usar una lengua común – el quechua – como lingua franca, convirtiéndose ésta posteriormente en su lengua nativa. También la cristianización ejerció su influencia en la generalización del quechua. En esta lengua y en aymara se enseñaban la doctrina y el catecismo, y los doctrineros estaban obligados a aprender dichas lenguas. De aquí surge la necesidad de disponer de gramáticas y vocabularios del quechua y del aymara, que se iban publicando desde los tiempos relativamente tempranos.
Los mismos españoles empezaron a adoptar el quechua para comunicarse con los hablantes de diversas lenguas vernáculas, y los criollos, por lo menos en el sur, tenían el quechua o el aymara como su lengua materna o aprendían uno de los idiomas al mismo tiempo que el español.
El quechua fue privilegiado por los invasores en preferencia a las otras lenguas indígenas. Sin embargo, también el aymara y el puquina sirvieron como lingua franca. Mientras que el puquina se extinguió en el siglo XVIII, las dos otras lenguas sobrevivieron con vigor, pero el aymara a costa de reducir notablemente sus fronteras frente al quechua, concentrándose en el antiguo Qullasuyu (el altiplano boliviano). Esta reducción se debía al mayor status del quechua primero en el incanario y después incluso a través de la labor misionera.
El uso del quechua y del aymara fue fortalecido también por el dualismo lingüístico, mantenido en este tiempo:
“La política lingüística colonial oficialmente pedía la castellanización pero en la práctica fomentaba el dualismo lingüístico entre los criollos castellanos dominantes y los indios, porque resultaba más fácil mantener oprimidos a estos últimos, si se les mantenía en su lengua y cultura. Ello ayudó también a la vitalidad del aymara hasta el día de hoy.” (Cárdenas, Víctor Hugo – Albó, Javier: “El aymara”. En Pottier, Bernard (ed.): América Latina en sus lenguas indígenas. Caracas: UNESCO/Monte Ávila, 1983, p. 284.)
La situación cambió algo después de la rebelión de Túpac Amaru (1780–81). El quechua fue prohibido y fueron cerrados los departamentos de las universidades y de los conventos en los que se enseñaba el quechua; la tradición de estudiar el quechua y el aymara cesó. La Independencia no conllevó ningún cambio en la situación de las lenguas vernáculas.
Durante el siglo XIX, el quechua perdió su papel de lingua franca. Ello se debía a la crisis de la minería, la fragmentación de la economía andina, la separación de los hablantes en varios países, menos circulación de la gente y contactos, y otras causas.
Hacia mediados del siglo XIX empezó la castellanización del interior andino. En la costa, el castellano se generalizó ya durante el siglo XVII, facilitado por la casi total despoblación de nativos locales (debido a las enfermedades y la mita en las minas). La castellanización implicó inicialmente la ampliación del bilingüismo, y luego la reducción de las áreas del quechua y otras lenguas indígenas. Mientras que la castellanización ocurrió de manera más pronta y completa en el interior de Argentina y Colombia, en las sierras del Perú, Ecuador y Bolivia fue más lenta y parcial.
Sin embargo, el quechua se mantenía presente en los Andes en forma vigorosa hasta el siglo XX, ya no como lingua franca, sino más bien como lengua local o vernácula, usándose también en las ciudades. Según un caso, a principios del siglo XX, la población urbana de Cusco estaba formada por dos terceras partes de monolingües quechuas y una tercera parte de bilingües quechua-castellanos. En aquella época, el hecho de hablar quechua no representaba, en sí mismo, ninguna marca de inferioridad social o cultural, especialmente por la razón de que la mayoría de la población no sabía hablar castellano. Sí lo fue, sin embargo, el de ser monolingüe, el de no hablar español.
La situación cambia a partir del año 1940. Debido a un desarrollo económico a principios del siglo, la población rural empieza a migrar a las ciudades, sobre todo a Lima. Los migrantes que llegan a las ciudades tienen que afrontar actitudes racistas, y como identifican su inferioridad social y cultural con su lengua, dejan de usarla y se convierten bilingües y, después de una o dos generaciones, monolingües en español. De este modo casi desapareció el quechua de la sierra peruana norteña.
Aunque en esta época el número total de quechuahablantes creció – de casi dos millones y medio en 1940 a cuatro millones en 1993 – la proporción de los monolingües quechuas en la población peruana descendió considerablemente. El número
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