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Historia Colonial 1500-1560

nildominguez5 de Octubre de 2014

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Siglo XVI. Las Bases Ancestrales de la Cultura Venezolana

En 1492, el viaje de Cristóbal Colón reveló a las naciones europeas la existencia de una humanidad distinta a la ya conocida en Europa, Asia y África. Este evento, quizás uno de los más importantes en la historia universal, transformó en el largo plazo las bases de la civilización. Las naciones europeas de entonces actuaron directamente, como fue el caso de España, o indirectamente, como lo hicieron Inglaterra, Holanda y Francia para tratar de construirse una América que sirviese a sus propósitos. Según Wallerstein (1974) y Braudel (1992 II: 269-270), durante el período 1500-1640, el núcleo duro de países de Europa occidental consolidó una estructura económica basada en la utilización del trabajo asalariado en la agricultura, la ganadería y la industria. Como contraparte, en la periferia del capitalismo emergente, en ciertas regiones como Europa Oriental e Iberoamérica, se revirtió a una forma económica postfeudal o "enfeudada" (Brito Figueroa, 1978), basada en el uso del trabajo forzado, servil o esclavista, para la producción de materias primas como el oro y la plata, melazas, tabaco, cacao, cereales, etc., en tanto que la Europa meridional devenía un espacio de transición para la circulación de dichos bienes hacia el núcleo capitalista duro de los países europeos occidentales.

Iberoamérica es un continente inmenso, habitado todavía para el siglo XVI por poblaciones amerindias que representaban diversos niveles de desarrollo sociohistórico, desde bandas de recolectores cazadores, pasando por sociedades aldeanas, cacicazgos y complejos señoríos, hasta llegar a los enormes imperios Inca y Azteca. En el caso de Iberoamérica, el proceso de conquista y colonización le reportó al imperio español el control precario de un territorio de aproximadamente tres millones de km2, con una población comparativamente escasa, mientras que la extensión del territorio metropolitano a duras penas podía llegar a alcanzar las dimensiones de una de las pequeñas provincias del imperio ultramarino. La tarea de construir dicho imperio requería de estrictos sistemas de control de la fuerza de trabajo, por lo cual España revirtió a la utilización de un modo de trabajo sincrético donde se combinaban las antiguas formas del esclavismo y el servaje —o trabajo servil— que habían caracterizado al mundo antiguo y al mundo medieval, dentro de una forma socioeconómica híbrida de capitalismo mercantil que podríamos quizás llamar "postfeudal", la cual respondía a la necesidad de combinar las condiciones locales de producción y los intereses derivados del mercado mundial (Stern, 1986).

Durante el proceso de colonización, Iberoamérica también "colonizó", asimiló culturalmente a los españoles indianos. La población española que emigró a Iberoamérica, a partir del siglo XVI, se fundió étnica y culturalmente con los pueblos amerindios y afroamericanos, dando origen a una sociedad mestiza inédita, que ya para inicios del siglo XVII había comenzado a trillar caminos históricos alternativos a la tradiciones hispana, amerindia y africana originales.

Las Regiones Geohistóricas Autóctonas y la Producción del Nuevo Espacio Geosocial

La conquista y la colonización española no se hicieron sobre un territorio virgen: éste ya tenía dueños desde hacía miles de años, y la fuerza de trabajo indígena, único recurso efectivo para construir un imperio ultramarino, había sido socializada y organizada para lograr objetivos sociales y económicos distintos a los que perseguían los colonizadores. Por esas razones, las metas inmediatas del proceso colonizador fueron despojar a los indios de sus tierras, desestructurar la organización social y la cultura de las sociedades aborígenes y abolir su autonomía política. El logro de dichos objetivos significó el reordenamiento de la estructura y contenidos de las regiones geohistóricas aborígenes que existieron hasta el siglo XV, requisito esencial para conformar una base territorial y una organización de la fuerza de trabajo amerindia que sirviese los propósitos coloniales.

La noción de región geohistórica connota la delimitación de un espacio de vida de las sociedades en su devenir, de un espacio geográfico producido y definido por el uso que del mismo hicie-sen grupos territoria-les históricamente diferenciados (Var-gas-Arenas 1990; Sanoja y Vargas-Arenas 1999). En este sentido, para el año 1499, cuando Cristóbal Colón arribó a las costas de Paria, el territorio de la actual Venezuela estaba dividido en siete grandes regiones geohistóricas aborígenes:

1) La Cuenca del Lago de Maracaibo

2) La Región Andina

3) El Noroeste

4) Los Llanos Altos Occidentales

5) La Región Centro-costera (valle de Caracas, valles de Aragua, Cuenca del Lago de Valencia, la región litoral y las islas vecinas).

6) La Región Oriental, dividida, a su vez, en dos grandes subregiones:

a) La Cuenca del Orinoco o territorio Guayana-Amazonas.

b) El Noreste (Sanoja y Vargas-Arenas 1999: 15).

El régimen administrativo colonial reconoció la validez empírica de esa delimitación territorial de las regiones geo-históricas aborígenes, las cuales constituyeron el fundamento de los posteriores orde-namientos territoriales en provincias, alterando y resemantizando al mismo tiempo sus contenidos étnicos, políticos, económicos y territoriales, mediante la institución de un nuevo régimen de propiedad que desposeía de la tierra a los sujetos indígenas que habían sido sus antiguos propietarios.

El proceso de colonización y la conquista supusieron también un violento cambio en la calidad ambiental, humana y cultural del territorio y la población aborigen venezolana. En regiones como Paria, al noreste de Venezuela, en sólo tres años se produjo un deterioro profundo de las comunidades aborígenes debido, principalmente, a la intensidad del comercio de esclavos indios que practicaban los expoliadores de los placeres de perlas de Cubagua, así como de los placeres de perlas mismos debido a su explotación irracional. De la misma manera, según la arqueología, el proceso de consolidación del poblado de Santo Tomé de Guayana, capital de la Provincia de Guayana, y la caza indiscriminada de decenas de miles de especímenes , ocasionaron entre 1595 y 1700 la virtual extinción de la tortuga arrau (Pocdonemis expansa) en el Bajo Orinoco (Sanoja, 2001; Sanoja y Vargas 2002). La contracción paisajista generalizada y el deterioro demográfico, que ocurrió en el territorio venezolano durante las primeras décadas del siglo XVI y durante el siglo XVII, tuvo por causa, pues, tanto la extracción indiscriminada de recursos silvícolas y faunísticos para la subsistencia, como la captura forzada de la fuerza de trabajo indígena como mercancía para el mercado esclavista (Cunill Grau, 2000).

El impacto de la colonización española sobre la base material, a partir de la cual se producía y reproducía la vida de la sociedad indohispana en ciernes, no ha sido evaluado todavía en profundidad. Sin embargo, es evidente que los cambios inducidos en el paisaje natural y cultural de las diferentes regiones geohistóricas por la intervención colonizadora a partir del siglo XVI, terminaron por crear a su vez un paisaje criollo, el elemento contingente que le daría su especificidad a la producción del espacio social urbano o agrario:

...La larga permanencia del poblamiento prehispánico entre los siglos XVI al XVIII culminó en un paisaje criollo, fruto de la mestización entre elementos étnicos, culturales y de la biodiversidad de proveniencia española, indígena y africana (...) que empequeñecerían cualquier comparación con los homogéneos paisajes del Viejo Mundo... (Cunill Grau 1997: 153).

En regiones geohistóricas como la del Noroeste de Venezuela, los primeros conquistadores y colonizadores españoles no tuvieron que desbrozar territorios vírgenes. Por el contrario, se asentaron en espacios geosociales que habían sido producidos, poblados y trabajados desde hacía miles de años por poblaciones aborígenes agroalfareras sedentarias. Los paisajes urbanos o rurales que se produjeron con la colonización española adoptaron los sistemas constructivos de la vivienda aborigen, utilizando materiales autóctonos como el bahareque, la guadua, los cogollos de palma, las cuerdas trenzadas con fibras de sisal, y el mobiliario corres-pondiente: hamacas, chinchorros, esteras de enea, vasijas culinarias de barro, "turas" o asientos de madera, trojas y soberados para guardar alimentos, fogones con topias, etc. (Sanoja 1991; Wagner, E. 1991). Los paisajes agrarios producidos por los aborígenes venezolanos legaron a la nueva sociedad indohispana tradiciones alimenticias y culinarias que mantienen todavía su vigencia en la sociedad venezolana contemporánea: la utilización sostenida de las papas (Solanum tuberosa), la yuca (Manihot esculenta Crantz), las caraotas (Phaseolus vulgaris Lobel), los frijoles (Phaseolus lunatus L., Sp.), el ají (Capsicum.Sp.), la piña (Ananas sativus), la guanábana (Annona muricata), el mamey (Mammea americana), el hicaco, el mamón (Melicocca bijuga), la parchita (Passiflora sp.), el zapote (Calocarpum mammosum), la uva de playa (Coccoloba uvifera), el aguacate (Persea americana), la batata (Ipomea batata), el mapuey (Dioscorea triphylla), el ocumo (Xanthsosoma sagitti-folium), el apio (Arracacha arracacha), la auyama (Cucurbita máxima), la cuiba (Oxalis tuberosa), la lechosa

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