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La Republica Liberal

nicolas0599030329 de Junio de 2014

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COLOMBIA SIGLO XX (Bibliografía: BUSHNELL DAVID. COLOMBIA UNA NACIÓN A PESAR DE SI MISMA. Editorial Planeta. Bogotá DC 1994)

LA REPÚBLICA LIBERAL (1930-1946) (I)

Colombia es una de las pocas naciones latinoamericanas que no sufrieron un cambio revolucionario de gobierno durante los altos de la depresión mundial. Por el contrario, el gobierno conservador cayó en elecciones libres y transfirió pacíficamente el mando al nuevo Presidente liberal. De esta manera se inició un periodo marcado por un rápido cambio social y una controversia política que durarían hasta 1946, cuando los conservadores volvieron a asumir el control del país.

La causa inmediata del relevo de partido en el poder en 1930 fue que los conservadores habían dividido sus votos entre dos candidatos diferentes, de suerte que el liberal Enrique Olaya Herrera logró ganar, si bien por mayoría simple. En el pasado, cuando los conservadores se habían escindido de manera similar, habían solicitado al arzobispo de Bogotá que sirviera de árbitro y procedido a apoyar la decisión del prelado. En 1930, sin embargo, el arzobispo tuvo dificultades para decidirse y respaldó primero a uno de los candidatos y luego al otro, con el resultado de que los liberales retomaron al poder después de permanecer casi cincuenta años en la oposición. La creciente crisis económica y la reacción contra el gobierno conservador por su terca inflexibilidad ante la huelga bananera de 1928, así como otros errores y omisiones acumulados, animaron a los enemigos del gobierno y destruyeron la moral de sus seguidores. Pero el propio Olaya Herrera era definitivamente un liberal moderado, que había servido recientemente, bajo la administración conservadora, como ministro de Colombia en Washington; por lo tanto, a corto plazo se esperaban pocos cambios de fondo en las políticas oficiales.

El cambio más inmediato y notorio fue el deterioro repentino del orden público en la mayor parte del país. Este brote de violencia ofrecía un tajante contraste con la aparente tranquilidad que predominó en la vida política de Colombia durante el último período de la hegemonía conservadora (aparte de las huelgas y la agitación laboral). En dicho lapso, aparentemente, el gobierno funcionaba sin tropiezos y de acuerdo con la Constitución, prevalecía una atmósfera cordial entre los altos mandos de los partidos, la prensa y la expresión libres eran respetadas y Colombia parecía surgir como una democracia modelo en América Latina. No obstante, las apariencias eran engañosas en algunos sentidos. Ni el liberal ni el conservador medio habían entendido verdaderamente a qué se referían las consignas y principios que proclamaban los líderes de sus respectivos partidos y tal vez por esta misma razón nunca captaron el hecho de que los temas que otrora habían dividido a los partidos, como por ejemplo el federalismo, la cuestión religiosa y otros, ya no eran primordiales en los programas políticos. En efecto, la existencia de un sistema bipartidista, aunque superficialmente se podía considerar como prueba de la estabilidad política del país, era una buena manera de mantener vivas las viejas rencillas, que pasaban de padres a hijos; como lo dijo un estadista conservador, los partidos colombianos eran en realidad dos «odios heredados» y aunque el asunto religioso había perdido intensidad en Bogotá, no ocurría lo mismo en las regiones apartadas, donde el párroco podía incluso negarse a dar la comunión a alguien que reconocidamente votase por los liberales. No es aventurado afirmar que estos últimos se habían tomado más dóciles frente a la Iglesia que ésta hacia ellos; el clero, en especial en el más bajo estrato, todavía no había perdonado los daños que los liberales le habían causado con las reformas anticlericales de mediados del siglo anterior.

En 1930, uno de los problemas era simplemente que el liberalismo había estado lejos del poder por casi medio siglo. Lo máximo que había logrado había sido ocupar los puestos reservados a la oposición en los cuerpos colegiados y la cuota menor de prebendas que los conservadores habían tenido a bien darle. Éstos se habían acostumbrado a considerar la nómina del Estado casi como de su propiedad privada, mientras muchos liberales bien preparados habían estado 'esperando durante todo este tiempo una oportunidad. Además de ver insatisfechas sus ambiciones burocráticas, los liberales guardaban viejos rencores, resultantes de agravios del otro partido durante la larga hegemonía conservadora. La transición necesariamente habría de despertar resquemores, y Olaya Herrera buscó facilitar el proceso al instalar un gobierno de coalición, con miembros del Partido Conservador en el gabinete y en otros puestos del gobierno. En lo que respecta a las relaciones entre las cúpulas de los partidos. La coalición se sostuvo. Pero en varios departamentos se registraron episodios violentos. En algunos casos, éstos se iniciaron cuando liberales jubilosos empezaron a saldar viejas cuentas, a vengarse por injusticias reales o imaginarias causadas durante el mandato de sus adversarios; en otros casos, los conservadores locales sencillamente no estaban preparados para entregar el poder pacíficamente. El saldo de muertos y heridos parece relativamente insignificante si se lo compara con el que se produjo entre finales de los altos 40 y mediados de los 50, el período de la Vio/elida propiamente dicha, y de hecho el fenómeno no mereció mucha atención fuera de Colombia. Se trataba s610 de unos pocos campesinos asesinados y estas rusticas tragedias fueron opacadas por el espectacular cambio de mando pacífico que se escenificó en Bogotá.

La ola de violencia fue finalmente controlada y, por lo demás, el único incidente verdaderamente dramático durante la administración Olaya Herrera fue el conflicto fronterizo en la región amazónica, que se inició cuando una banda de aventureros peruanos se tomó la estrecha extensión de territorio colombiano que toca el río Amazonas en la población de Leticia. Aunque los individuos no traían instrucciones expresas del gobierno de Lima, el entusiasmo popular que provocó la recuperación de un territorio que la mayoría de peruanos consideraban como suyo -a pesar de un tratado fronterizo de 1922 que asignaba el territorio en cuestión a Colombia- determinó que para el gobierno peruano fuera políticamente imposible repudiar la acción. La conclusión fue un breve conflicto armado. Con el fin de hacer frente a los peruanos y vencerlos finalmente, Colombia, que no tenía comunicación terrestre viable con Leticia, se apoderó de una embarcación bananera de la United Fruit Company, en la que se transportó un ejército desde la costa caribeña hasta el extremo oriental de Suramérica, para remontar luego al río Amazonas hasta Leticia, cubriendo una distancia de alrededor de 3.000 km a través de la selva brasileña. Mientras tanto, la Liga de las Naciones había intervenido para mediar en la contienda. El asunto fue finalmente resuelto por medio de un tratado entre Colombia y el Pero en el que se confirmaba la posesión colombiana de Leticia. La confrontación tuvo un efecto positivo, en cuanto despertó una ola de sentimiento patriótico entre los colombianos en protesta por la violación del territorio nacional por parte de los peruanos; esta fue una de las razones por las cuales el estallido de las luchas partidistas que siguió al regreso del liberalismo al poder se apaciguó rápidamente.

Otra consecuencia positiva del asunto de Leticia fue el auge del gasto militar, cuyo efecto fomentó la actividad económica y ayudó a Colombia en su recuperación de la crisis económica mundial más rápidamente de lo previsto. Desde luego, el gasto militar no fue impuesto como medida de recuperación económica, ni los efectos de la depresión mundial fueron tan traumáticos en el caso colombiano. La población rural todavía combinaba la agricultura de subsistencia con la producción para el mercado y así pudo reabsorber gran número de trabajadores que habían perdido su trabajo en las ciudades o en las obras públicas. En la industria cafetera, la baja de los precios fue compensada en parte por el aumento en el volumen de café vendido. En lo que respecta a las medidas que fueron adoptadas conscientemente para manejar la crisis económica, éstas se impusieron desde dos puntos de vista lógicamente contradictorios. De un lado, al igual que la mayor parte de América Latina durante el periodo en cuestión, Colombia devaluó su moneda, impuso controles cambiarlos y reajustó los aranceles, con el fin de hacer más competitivas sus exportaciones en los mercados mundiales y más escasas y caras las importaciones. Tales medidas defensivas tendían a estimular una industrialización que sustituyera las importaciones y estaban obviamente comprometidas con el nacionalismo económico. De otro lado, sin embargo, Olaya Herrera se desvivía por complacer al gobierno ya los empresarios de los Estados Unidos, con la vana esperanza de que, con sus vastos recursos, el país norteamericano ayudara a Colombia a resistir la depresión.

Para demostrar la responsabilidad fiscal de Colombia, y cuando ya casi todos los países latinoamericanos lo habían descuidado, Olaya Herrera mantuvo el servicio de la deuda externa, incluso a expensas de los programas domésticos y los salarlos de los empleados del gobierno. De igual manera, se afanó por resolver las controversias sobre el status de las compañías norteamericanas en Colombia, y lo hizo esencialmente bajo las condiciones que ellas imponían. Lo más chocante -aunque no se conoció públicamente en su momento-- fue que, cuando llegó el momento de designar un nuevo ministro de Industrias, posición que tenía

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