La Situación Económica Y Política En La época De La Soberana Convención Revolucionaria
solidreptil20 de Mayo de 2014
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El 30 de noviembre de 1915 en una hacienda llamada La Gruñidora, en el camino de Zacatecas a Mazapil, fueron batidos los últimos restos de la Soberana Convención Revolucionaria que venía bajo la protección de Benjamín Argumedo. El Presidente Interino, Francisco Lagos Cházaro, abandonó la columna convencionista logrando pasar al poco tiempo al lado norteamericano con unos cuantos de sus partidarios. Por esas mismas fechas (1º de diciembre de 1915) el General Francisco Villa sufría una derrota más, ahora en el Alamito, Sonora, que lo hizo huir hacia la sierra de Chihuahua con apenas 3,000 de sus efectivos.
El desarrollo económico observado hasta principios de siglo en nuestro país, provocado casi enteramente por el capital extranjero (norteamericano e inglés, y en menor medida francés y alemán), convirtieron a nuestro país en una arena política y militar de gran envergadura durante los años que van de 1910 a 1916. Y a pesar de los enormes intereses económicos que se encontraban en juego, resultaba imposible que dichos enfrentamientos no asumiesen en seguida un carácter popular, democrático y hasta nacionalista. Es decir, que el pueblo, que había comprado la victoria con su sangre, no fue remiso a plantear sus propias reivindicaciones después del triunfo conseguido en junio de 1914.
Esas reivindicaciones eran más o menos oscuras y hasta confusas, a tono en cada período con el grado de desarrollo de la conciencia popular, pero se reducían siempre a la exigencia de abolir los antagonismos de clase entre obreros agrícolas, obreros industriales, campesinos y pequeñoburgueses confrontados con los de la burguesía industrial, la burguesía terrateniente tanto como con la burocracia gubernamental proclive al capital extranjero.
A decir verdad, nadie sabía cómo podía conseguirse esto. Pero la reivindicación misma por vaga que fuese su formulación, encerraba ya una amenaza contra el orden social existente, aún más porque el pueblo que la sostenía estaba en armas; por eso, la derrota militar aún a costa de enajenar la ya poca soberanía existente, era el primer mandamiento de la clase gobernante. De aquí que después de la revolución ganada por el pueblo, se llevó a cabo una contrarevolución que acabó con la derrota de éste.
En 1910 la burguesía liberal sumada a la de otros sectores pronorteamericanos, abogaban por la no reelección de Porfirio Díaz. Viéndose cada vez más obligados a apelar al pueblo en la lucha que sostenían contra el porfiriato, no tenía más remedio que tolerar que los sectores radicales y republicanos de la burguesía y de la pequeña burguesía tomasen poco a poco la delantera. Al producirse la crisis de mayo de 1911, con la caída militar de Ciudad Juárez, Porfirio Díaz desapareció y con él los intereses probritánicos que llegó a representar. Una vez instalada en el control del Estado, la burguesía liberal desarmó al pueblo, licenciando al ejército de la revolución que la llevo al poder.
En realidad Francisco I. Madero no conoció punto de reposo en los 15 meses que duró su mandato. Las rebeliones eran cada vez más frecuentes: Pascual Orozco por un lado, los hermanos Vázquez Gómez con el ‘Plan de Tacubaya’ por otro, tanto Félix Díaz con el ‘Pacto de la Empacadora’, como Emiliano Zapata y su ‘Plan de Ayala’, así como el inefable Bernardo Reyes, que guardaba aspiraciones presidenciales desde la época en que fue Secretario de Guerra de Porfirio Díaz, todos ellos daban fe de que el triunfo de la causa maderista nada resolvía..
Sumando a lo anterior, su inocultable pronorteamericanismo y consecuente antibritanismo, llevaron a Madero a la sangrienta ‘Decena Trágica’, en la que el pretorianismo llevado de la mano por el embajador norteamericano Lane Wilson, colocó en la presidencia a Victoriano Huerta.
Ya en esos momentos, con el pueblo nuevamente en armas, no era permisible dejar pasar la oportunidad de cobrarse todos los agravios. Y en una acción todavía un poco más confusa, en que se reunían las reivindicaciones sociales, económicas y políticas con las de un ‘maderismo’ un tanto trasnochado, el pueblo accedió a que un anciano ex-porfirista dirigiera la nueva etapa, ahora en contra de la llamada ‘usurpación’.
Al triunfo militar, el pueblo ingenuo, que reunió ejércitos numerosísimos y que había obtenido triunfos en batallas históricas (Torreón, Ciudad Juárez, Tierra Blanca, nuevamente Torreón, Saltillo y Zacatecas) calculó que la hora de su liberación había llegado, y con el objeto de deshacerse de Carranza convocó a una Convención Militar Revolucionaria que se autonombró Soberana, en donde a pesar de vencer las maniobras parlamentarias de los carrancistas que asistieron a ella, aceptando inexplicablemente estar en minoría en las sesiones realizadas en Aguascalientes, y ante la traición a los acuerdos, a diferencia de lo ocurrido en otras latitudes, enfrentó por las vías militar y política a sus enemigos de clase, llegando a controlar militar, pero no económica ni políticamente, hasta 16 estados de la República.
Habiendo conquistado la ciudad de México en diciembre de 1914 sin disparar un sólo tiro, todavía los meses de febrero y marzo de 1915 siguieron siendo días de gloria, en los que la División del Norte iba de triunfo en triunfo, haciendo retroceder a los carrancistas (Sayula y Ramos Arizpe fueron los triunfos mas sonados) mientras que por su lado el Ejército Libertador del Sur tomaba temporalmente la ciudad de Puebla.
Pero volvió a ponerse de manifiesto cuan difícil es el poder del pueblo, pues si de una parte Carranza se encontraba arrinconado en el puerto de Veracruz; de la otra la Convención se consumió en la disputa estéril entre los representantes de los dos ejércitos, ninguno de los cuales sabía qué era lo que había que hacer.
A pesar de esta inconsistencia, el ejército del pueblo mantuvo durante todo ese año una desigual guerra civil en contra de quienes aparte de no tener reparo en pasar por encima de la palabra empeñada, contaron con el decidido apoyo de los Estados Unidos de Norteamérica y su Presidente Woodrow Wilson, acabando por ser derrotados a finales del año de 1915.
En su Programa de Reformas Político Sociales, la Soberana Convención Revolucionaria dejó expresadas aspiraciones que a más de ochenta años, continúan en la agenda de los mexicanos: Establecimiento de un gobierno parlamentario; desaparición del senado por considerarlo un órgano aristocrático; establecimiento de los más elementales derechos de asociación y de huelga; independencia económica de la organización municipal etc. Quedándose en el tintero otros como los relativos a la autonomía de la Universidad Nacional; a una nueva redistribución territorial de los estados , cuyos límites habían sido establecidos de acuerdo a los intereses de las burguesías locales durante el siglo XIX; todos ellos junto a una serie de principios francamente incomprensibles, como el derecho de los obreros al boicotage, la creación de la pequeña propiedad agraria, los ingenuos intentos por controlar a los inversionistas extranjeros obligándolos a establecer oficinas en nuestro país, bajo el supuesto de someterlos a las leyes mexicanas.
El desconocimiento de la situación económica del país, que obligaba a los convencionistas, como al mismo Villa y Zapata, a reiterar que el problema toral era el de la tierra y su propiedad, los llevaron a no resolver ni lo uno ni lo otro: ni distribuían la tierra, ni organizaban la producción industrial en las zonas bajo su control. En estas circunstancias, desde luego que es demasiado exigirles que fijaran su atención en el hecho de que las grandes desgracias nacionales derivaban en el hecho de que el país no se había industrializado, y que la inversión extranjera jugaba un papel de primordial importancia no solamente al traer sus filiales a México y explotar libremente la mano de obra mexicana así como sus recursos naturales, sino al impulsar una estructura agraria y minera para la exportación, que devastó a la propiedad comunal en beneficio de la metrópoli.
Sin embargo, desdeñar el hecho de haber abierto la puerta a la discusión nacional, de enfrentar con las armas ‘la causa del pobre’, de plantear el establecimiento de un régimen parlamentario, son méritos indiscutibles, de tal forma que si no por parte de ellos, de ahí en adelante cualquier otro grupo social podría perfectamente vislumbrar la necesidad de la revolución industrial, para sacar al país de la miseria, del atraso y la marginación, con el sólo hecho de que a partir de ahí las decisiones serían tomadas colectivamente, en el seno de un parlamento.
Efectivamente la historia no es la Magister Vita, pero se le parece en mucho. Si no aprendemos de élla, seguramente concluiremos con un prestigiado historiador norteamericano que afirma que la etapa de la Convención fue “políticamente inútil”.
En cuanto a las condiciones económicas prevalecientes durante el período de la Soberana Convención, que primero se reunió en Aguascalientes del 10 de octubre de 1914 al 15 de noviembre del mismo año, pero que continuó sus trabajos hasta el mes de octubre de 1915 en distintas sedes (México, Cuernavaca, Toluca), consideramos indispensable hacer una semblanza de lo que era el país en aquellos álgidos años.
Para 1910 el nuestro era un país atrasado, sin industria propia pero con enormes riquezas agrícolas, mineras, silvícolas y madereras entre otras. Era tan grande la riqueza nacional, que a pesar de no estar industrializado, el país logró hacer crecer el Producto Interno Bruto de 31,791 millones de pesos en 1896 a 47,054 millones en 1910 , más de un cincuenta por ciento en tan sólo
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