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Peter Bakewell, Resumen Cap 2, La Mineria En La Hispanoamerica Colonial

brisaluz31 de Octubre de 2013

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Peter Bakewell

Capítulo 2

La minería en la Hispanoamérica colonial

Pero no era tanto el oro como la plata lo que esperaba a los españoles en América. El oro acumulado durante siglos fue objeto del pillaje

a lo largo de las dos décadas comprendidas entre 1520 y 1540, momento en que se llevó a cabo la conquista militar de Meso y

Sudamérica. A partir de entonces, aunque se extrajeron cantidades de oro variables, y en ocasiones sustanciosas, el valor y volumen de

la plata fue siempre considerablemente mayor. Los españoles recorrieron de punta a punta las Américas en busca de yacimientos de

ambos metales. Ello explica en parte la asombrosa rapidez con que exploraron y poblaron los territorios del continente que les

correspondieron. Tanto Nueva España como el Perú y el norte de Nueva Granada, rindieron buenas ganancias en oro. Pero incluso antes

de que Pizarro recibiera el rescate en oro de Atahualpa, Nueva España ya había empezado a proporcionar importantes yacimientos de

plata. Se produjo entonces el gran auge de la plata del norte: Zacatecas (1546), Guanajuato (c. 1550), Sombrerete (c. 1558), Santa

Bárbara (1567), San Luis Potosí (c. 1592), por mencionar sólo algunas. A finales de la década de 1530, ya se habían localizado los

primeros grandes yacimientos auríferos de Nueva Granda, en las cuencas del Cauca y del Magdalena; hacia 1541, el oro del centro de

Chile; en 1542, el oro de Cara-baya al este de los Andes centrales. Por aquel entonces, la plata también estaba en escena: Gonzalo

Pizarro explotó los viejos yacimientos incas de Porco hacia 1538. Cerca de allí, en Potosí, se encontrarían en 1545 los yacimientos

argentíferos más ricos de todos, hallazgo al que sucedieron muchos otros de menor importancia en Charcas. Durante la mayor parte de la

época colonial, sin embargo, la mayor contribución minera que hizo Perú al imperio no fueron los metales preciosos, sino el mercurio

descubierto en Huancavelica en 1563. A medida que estos ricos distritos empezaron a arrojar metales preciosos, surgieron poblaciones

en varias regiones inhóspitas —como el litoral neogranadino, las tierras altas de Charcas o el norte del altiplano mexicano, por ejemplo

—, habitadas con anterioridad solamente por una población dispersa y primitiva. Las carreteras y el comercio se extendieron

rápidamente a medida que los nuevos circuitos económicos, potenciados por la minería, se fueron desarrollando.

En ocasiones, los filones se encontraban a gran altura —hasta cerca de 4.800 metros en Potosí, por ejemplo—, y por tanto las

poblaciones mineras también estaban a altitudes considerables. La mayoría se encontraba por encima de los 3.000 metros en Perú y

Charcas, y entre L800 y 2.400 metros en Nueva España. Por el contrario, el oro se extraía a menor altura, ya que en su mayor parte

procedía de yacimientos aluviales situados al pie de las cordilleras, desde donde había sido transportado por acción hidráulica. El oro,

debido a su composición química, aparecía en bruto o en aleación, cosa que no ocurría con la plata, que sólo ocasionalmente se

encontraba en estado bruto, siendo más normal hallarla combinada con otras substancias. El mineral argentífero original depositado en

las fallas de la roca procedente de zonas muy profundas de la tierra, se conoce como mineral hipogénico o mineral primario,

generalmente sulfuros. La mayoría de los grandes centros argentíferos de Hispanoamérica extraían su riqueza de mineral hipogénico

enriquecido. Ello podía ocurrir de dos maneras. La primera resultaba de la acción oxidante del agua sobre los sulfuros, convirtiéndolos

normalmente en cloruro de plata (cerargirita), con un alto contenido de plata. Pero un segundo proceso de enriquecimiento entraba aquí

en acción. Este proceso, mucho más complejo, se denomina enriquecimiento supergénico secundario, y produce sulfuros de mayor

contenido en plata que los sulfuros hipogénicos. Simplificando, el resultado de dichos procesos era que se creaba una zona de mineral

rico por encima y por debajo de la capa freática: cloruro de plata encima, y sulfuro debajo. Los cloruros eran generalmente fáciles de refinar

mediante fusión o amalgama. Los sulfuros se conocían universalmente como «negrillos». Aunque podían ser enriquecidos

mediante el proceso supergénico, su componente sulfuroso planteaba serios problemas para refinarlo.

Técnicas extractivas

La minería colonial de la plata normalmente explotaba los filones mediante el sistema de excavación abierta, para después ahondar la

prospección a mayor profundidad en busca de concentraciones más ricas de mineral. Este procedimiento, que llevó a trazar túneles

retorcidos y estrechos, se llamó en Nueva España «sistema del rato». Dicho sistema perduró en pequeñas minas a lo largo de toda la

etapa colonial y también después. Se ha culpado al «sistema del rato» de muchos de los problemas de la minería colonial. Pero el

método surgió de forma natural y tenía ciertas ventajas. La primera mejora que condujo a una notable racionalización de las

explotaciones subterráneas fue la excavación de socavones: túneles ligeramente inclinados que, desde la superficie, intersectaban las

galerías inferiores de la mina. Los socavones permitían la ventilación y el drenaje, y facilitaban la extracción del mineral y los

escombros. Resultaba mucho más ventajoso en las explotaciones concentradas, ya que entonces podía cortar varias minas al mismo

tiempo. Deben mencionarse otras tres mejoras aplicadas a la extracción, de tipo puramente tecnológico. Hacia finales del siglo XVI, se

utilizaban ocasionalmente bombas para el drenaje de las minas. Los malacates fueron la segunda mejora tecnológica importante. Hacia

el siglo XVIII, se habían convertido en Nueva España en un recurso habitual para la extracción tanto del agua como del mineral, aunque

son menos frecuentes en las minas andinas. El tercer avance tecnológico digno de mención fue la voladura.

Procesos de transformación

El mineral de plata era desmenuzado en la mina con el fin de eliminar los materiales inútiles. El concentrado resultante quedaba

entonces listo para ser sometido al proceso de transformación, que normalmente se llevaba a cabo en una refinería conocida en Nueva

España como «hacienda de minas» y en los Andes como «ingenio». El mineral concentrado en la refinería era triturado hasta quedar

reducido al tamaño de los granos de arena, para garantizar así el máximo contacto entre la plata y el mercurio en la amalgama y obtener

la máxima producción de plata. El sistema comúnmente empleado era el bocarde o machacadora, máquina simple pero maciza

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consistente en un cierto número de martinetes de pilones con pesado revestimiento de hierro (generalmente seis u ocho) levantados

alternativamente mediante levas fijas en un pesado eje rotatorio, y que caían sobre un lecho de piedra, provisto en ocasiones de bloques

de hierro. Las machacadoras eran impulsadas por agua, por caballos o por mulas. Si se requería un mayor grado de pulverización, se

recurría a otro procedimiento conocido como tahona, arrastre o arrastra. Se trataba de un simple mecanismo consistente en una base de

piedra enmarcada por un múrete bajo, con una o más piedras duras y pesadas que colgaban de una viga montada sobre un eje clavado en

el centro de la base. Los animales hacían girar la viga, arrastrando la piedra sobre la base. Una vez triturado, el mineral ya estaba listo

para la amalgama. Este proceso lento pero seguro era la base de la producción de plata, porque permitía refinar con costos bajos las

grandes cantidades de mineral de baja calidad de que se disponía en Hispanoamérica. El clásico proceso de amalgama realizado en

América tenía lugar en un patio. Allí era allí donde se depositaba el mineral triturado (harina) formando montones de entre 1.000 y 1.750

kg; entonces se añadía sal común en una proporción, por cada quintal de mineral, de 1 a 1,5 kg. También podían usarse otros reactivos.

A continuación se exprimía sobre el mineral el mercurio, haciéndolo pasar por la trama de sacos de tela resistente, en una proporción de

entre 4,5 y 5,5 kg por montón. Por último, se le añadía agua y se extendía, formando una «torta» de hasta 27 m. La combinación de la

plata y el mercurio se ejercía entonces por afinidad química. Transcurrido algún tiempo, normalmente seis u ocho semanas, el supervisor

de la refinería precisaba el momento en que se alcanzaba el grado máximo de fusión entre la plata y el mercurio. La mezcla era entonces

introducida en un aparato destinado a su lavado, y dotado de una pala rotatoria impulsada por fuerza animal o hidráulica, denominada

generalmente tina. Se hacía pasar agua a través de la tina, de forma que arrastrase las impurezas, quedando depositada en su interior la

«pella» o amalgama depurada. La pella se empaquetaba en un saco de lienzo en forma de media, que se retorcía para eliminar los restos

de mercurio. La separación final de plata y mercurio tenía lugar mediante un proceso de volatilización consistente en aplicar calor bajo

la pella, tras haber dispuesto sobre ella una cubierta de barro o de metal, consiguiéndose así la vaporización del mercurio. El proceso

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