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Asesinos De Europa

camus865 de Febrero de 2012

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Asesinos de Europa.

Teofanía d'Adamo

“El veneno Agua Tofana (Acqua Toffana en italiano) tomó su nombre de Teofanía d'Adamo, una envenenadora famosa en la isla de Sicilia,que suministraba este veneno a mujeres que querían deshacerse de sus maridos, fue descubierta por una clienta que hizo mal uso del acqua toffana y más tarde fue ejecutada y torturada en 1633.

La composición del Agua Tofana es desconocida. Según los cronistas, se trataba de un líquido transparente e insípido, y se sospecha que entre los ingredientes estuviera el arsénico, y la cimbalaria (Linaria cymbalaria). Las confesiones de d'Adamo antes de su ejecución, dieron a entender que se trataba de una mezcla de esencias vegetales. No tiene antídoto.

La dosis de veneno determinaba la aparición de los síntomas, y la velocidad con la que llegaba la muerte. En ocasiones, se decía que simplemente aceleraba los efectos de alguna otra enfermedad pasiva de la víctima. En cualquier caso, no quedaban en el cadáver rastros detectables por los médicos de la época.

El agua tofana terminó llegando al continente. Algunos historiadores mencionan que fue a través de Nápoles, donde se le conoció como "Acqua di Nápoli" y "Acqua di San Nicola di Bari". Otros, la ubican en Perugia.

Quizás su víctima más famosa pudo haber sido Wolfgang Amadeus Mozart. Aunque no está comprobada, una de las múltiples teorías de la muerte de Mozart sugiere que fue víctima de un envenenamiento lento con agua Tofana. De hecho, en los famosos diarios de Mary y Vincent Novello ("A Mozart pilgrimage"), fundadores en el s.XVIII de la moderna industria de edición musical en Inglaterra, figura la entrevista que le realizaron en 1829 en Austria a la viuda de Mozart, Constanze, en la cual declara que "seis meses antes de morir", el célebre autor "tenía la horrenda impresión" de que había sido envenenado por desconocidos con "acqua toffana".perp tambien lo enveneraron con un cirope de muerte.

En busca de lugares históricos que tuvieron relación con los más famosos crímenes del s. XVIII en Sicilia y aún del s. XVII, caminaba un atardecer poco antes de la puesta de sol por la antigua calle de Toledo (hoy Corso Vittorio Emanuele) de la ciudad de Palermo, cuando avisté los lugares que buscaba, la Plaza de Villena o de los Cuatro Cantos y la Plaza de la Marina. La primera con su curiosa forma octogonal que le ha dado el nombre, se debe a la reforma urbanística española llevada a cabo por la iniciativa de D. Pedro de Toledo, Virrey de Sicilia, el año 1608. Los edificios que dan forma a la plaza entremezclan estilos dórico, jónico y compuesto con los que se combinan armónicamente balcones y ventanales, tímpanos y fastuosos áticos, presididos por las cuatro estaciones del año, las estatuas de cuarto reyes españoles, Carlos V, Felipe II, Felipe III y Felipe IV y cuatro santas protectoras de Sicilia: Sta. Oliva, Sta. Ágata, Sta. Cristina y Santa Ninfa.

En cuanto a la plaza de la Marina está en el extremo de la calle de Toledo junto al mar en terrenos ganados al Mediterráneo y precedió en el tiempo a la de Villena. Ambas son lugares como decían en lengua siciliana de "festa, farine e forca", porque sirvieron para los más variados usos, desde torneos y corridas de toros, mercados y fiestas, hasta incluso ejecuciones de criminales.

Así situado en estas encrucijadas históricas, intentaba trasladarme al año 1633 y revivir las escenas que aquí tuvieron lugar.

Las envenenadoras de Sicilia fueron muy famosas, tristemente famosas, pero entre todas llevóse la palma Teofania d’Adamo, la "Gnura Tufana" o Tofana, nombre que después sería aplicado a otras envenenadoras. La primera Tofana, de la que aquí hablamos, fue ejecutada en Palermo en 1633, la segunda murió tranquilamente según se dice en Roma en 1651 y la tercera se retiró a un convento en Roma, desde donde salió para el patíbulo el año 1780.

Aquellas Tofanas, que dieron nombre al veneno, utilizaban un compuesto de jugos de hierbas que no dejaban huella en sus víctimas, matándolas sin que los médicos pudiesen conocer la naturaleza del mal. Su clientela estaba compuesta por mujeres generalmente, que querían deshacerse de sus maridos, o por personas que tenían prisa en heredar y recurrían a la Siñora Tufana para que les ayudase a enviar al otro mundo al familiar que se lo impedía. Todos los odios e iniquidades más repugnantes frecuentaban la casa de aquella mujer de Palermo, émula de Locusta.

La inventora de aquel "agua Tofana" les vendía su invento en pomitos, sin el menor átomo de piedad o remordimiento. No se sabe con certeza cuánto duró aquello a pesar de que han llegado hasta nuestros días los documentos del proceso que se abrió al ser descubierta, pero lo cierto es que hubiese sido mucho más prolongado de no haber mediado una circunstancia accidental que vino a destapar el macabro negocio.

En cierta ocasión, una mujer de Palermo quiso envenenar a su marido para poder escapar con su amante y así obtuvo de Tofana el agua mortal, que por ser insípida e incolora mezcló con la ensalada. Pero el marido sin saber lo que se fraguaba contra él, en un momento que la esposa salió a la cocina, le cambió por broma el plato por el suyo. El caso es que la mujer se comió la ensalada envenenada. Aquello produjo un efecto no esperado. Al verse morir y al saber por el marido el cambio de las ensaladas, confesó su culpa, contando cómo y quién le había proporcionado el veneno.

La vieja Tofana fue detenida y sometida a un estrecho interrogatorio. El jefe de policía le preguntó si aquella receta de veneno se la había dado Francesca La Sarda, otra famosa envenenadora ejecutada años antes, a lo que la vieja contestó con desprecio:

–"La Sarda no sabía nada. El agua que vendía ella era la que yo preparé. Yo fui su maestra".

La Tofana fue condenada a muerte, sin atenuantes de ninguna clase, pero antes reveló los nombres de sus cómplices y los de quienes le habían comprado veneno, los "pomos del acquetta".

La noticia de que la sentencia se iba a cumplir aquella tarde del 12 de julio de 1633 en la Plaza Marina, atrajo a una enorme multitud.

Todos querían conocer a la mujer y presenciar los últimos momentos de aquel monstruo del mal.

Eran las 20,30 cuando el carro circundado de guardias salió de la puerta de la Vicaría. Tuvieron que ir abriendo paso a golpes de mosquete entre el populacho. Tofana iba sentada en un banquillo con manos y pies bien atados al banco. Abría y cerraba la boca, mirando sin ver por encima de aquel mar de cabezas que la rodeaba. Por fin sus ojos se dirigieron a la horca que se alzaba en medio de la plaza sobre la marea humana. Al pie del cadalso estaba el verdugo que calentaba unas grandes tenazas al rojo en un brasero, cuya llama alimentaba un ayudante con un pequeño fuelle.

Apenas el carro pasó de la calle Porto Salvo a la de Toledo, el verdugo levantó las tenazas al rojo vivo y acercándose a la vieja las probó en su carne, arrancándole un pellizco de los músculos del brazo. Un horrendo grito salió de la boca de la miserable que se contrajo tratando de soltarse de sus cuerdas. El verdugo volvió a colocar las tenazas en el fuego.

El carro infamante dio la vuelta a la plaza durante cuyo trayecto el verdugo repitió el terrible suplicio que difundía por el aire un nauseabundo olor a carne quemada. A la tercera pasada, la impresión es que ya atormentaba a un cadáver. La vieja Tofana no daba signos de vida. Su cuerpo torturado fue liberado de las cuerdas que la sujetaban. Había terminado la primera parte del suplicio.

El cuerpo ensangrentado de la condenada fue transportada a la plataforma de la horca. Una escalera apoyaba sobre la parte superior desde la que el verdugo y sus ayudantes izaron el cuerpo poniéndole el lazo al cuello. Cuando estuvo el cuerpo de la mujer en lo alto de la escalera, la dejaron caer desde arriba, oyéndose un crujido de huesos rotos. Allá quedó balanceándose en el aire con la cabeza caída a un lado.

Se escuchó un murmullo de horror entre la masa humana que presenciaba la escena. Había terminado la segunda parte del suplicio que no era la última. Era grotesco ver aquel cuerpo que parecía un muñeco de trapo colgando como un péndulo de la siniestra silueta de la horca acariciado por los últimos rayos del sol.

Permaneció toda la noche en la horca. La gente se fue desperdigando por las calles adyacentes después de desfilar ante el cadalso. Por la mañana aparecieron más curiosos para ver la última parte de la ejecución. Bajaron los verdugos el cuerpo, no para ser enterrado sino para descuartizarlo, cosa que hicieron con habilidad de expertos matarifes. Cada parte, separada, fue llevada lejos de la ciudad a lugares abandonados para que fuese pasto de las alimañas. Así pagó Tofania d’Adamo sus delitos. Pero aun después de muerta siguió haciendo daño pues alguien había aprendido la fórmula y el agua Tofana salió de Sicilia, instalándose en Nápoles donde se la conocería como "acqua di Napoli".

Algunos autores como Rodríguez Solís, apuntan el hecho de que Tofanna o La Toffarina, era una mujer de Palermo, dama de alta clase social, que comenzó a expender en Nápoles unas redomitas con la efigie de San Nicolás de Bari, razón por la cual fue llamada "Acqua de San Nicolás di Bari", además de "acqua Toffanaª, ´acqua di napoliª o simplemente el ´acquettaª. En otros lugares se llamó ´acqua di Perugia" o "manna di Santo Nicola di Bari".

Los usos fueron los mismos que en Palermo.

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