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Cap. XIV Las décadas De Crisis - Hobsbawm


Enviado por   •  8 de Diciembre de 2013  •  5.569 Palabras (23 Páginas)  •  852 Visitas

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La historia de los veinte años que siguieron a 1973 es la historia de un mundo que perdió su rumbo y se deslizó hacia la inestabilidad y la crisis. Sin embargo, hasta la década de los ochenta no se vio con claridad hasta qué punto estaban minados los cimientos de la edad de oro. Hasta que una parte del mundo -la Unión Soviética y la Europa oriental del “socialismo real”- se colapsó por completo, no se percibió la naturaleza mundial de la crisis. Durante muchos años los problemas económicos siguieron siendo “recesiones”. Hubo que esperar a principios de los años noventa para que se admitiese que los problemas económicos del momento eran peores que los de los años treinta.

¿Por qué el mundo económico era ahora menos estable? Los elementos estabilizadores de la economía eran más fuertes ahora que antes. Los controles de almacén informatizados, la mejora de las comunicaciones y la mayor rapidez de los transportes redujeron la importancia del “ciclo de stocks” de la vieja producción en masa. El nuevo método permitía tener stocks menores, producir lo suficiente para atender al momento a los compradores y tener una capacidad mucho mayor de adaptarse a corto plazo a los cambios de la demanda. El considerable peso del consumo gubernamental y de la parte de los ingresos privados que procedían del gobierno (“transferencias” como la seguridad social y otros beneficios del estado de bienestar) estabilizaban la economía. En conjunto sumaban casi un tercio del PIB, y crecían en tiempo de crisis, aunque sólo fuese por el aumento de los costes del desempleo, de las pensiones y de la atención sanitaria.

Las “décadas de crisis” que siguieron a 1973 no fueron una “Gran Depresión”, a la manera de la de 1930. La economía global no quebró. En el mundo capitalista avanzado continuó el desarrollo económico, aunque a un ritmo más lento que en la edad de oro. El crecimiento del PIB colectivo de las economías avanzadas apenas fue interrumpido por cortos períodos de estancamiento en los años de recesión de 1973-1975 y de 1981-1983. El comercio internacional de productos manufacturados, motor del crecimiento mundial, continuó, e incluso se aceleró, en los prósperos años ochenta, a un nivel comparable al de la edad de oro. A fines del siglo XX los países del mundo capitalista desarrollado eran, en conjunto, más rico y productivos que a principios de los setenta y la economía mundial de la que seguían siendo el núcleo central era mucho más dinámica.

Por otra parte, la situación en zonas concretas del planeta era bastante menos halagüeña. En África, Asia occidental y América Latina, el crecimiento del PIB se estancó. La mayor parte de la gente perdió poder adquisitivo y la producción cayó. Nadie dudaba de que en estas zonas del mundo la década de los ochenta fuese un período de grave depresión. En la antigua zona del “socialismo real” de Occidente, las economías se hundieron por completo después de 1989. No sucedió lo mismo en Oriente. El término “depresión” carecía de significado, excepto, curiosamente, en el Japón de principios de los noventa. Sin embargo, si la economía mundial capitalista prosperaba, no lo hacía sin problemas. Los problemas que habían dominado en la crítica al capitalismo de antes de la guerra, y que la edad de oro había eliminado en buena medida durante una generación -“la pobreza, el paro, la miseria y la inestabilidad” reaparecieron tras 1973. El crecimiento volvió a verse interrumpido por graves crisis.

Por lo que se refiere a la pobreza y la miseria, en los años ochenta incluso muchos de los países más ricos y desarrollados tuvieron que acostumbrarse de nuevo a la visión cotidiana de mendigos en las calles, así como al espectáculo de las personas sin hogar refugiándose en los soportales al abrigo de cajas de cartón.

La reaparición de los pobres sin hogar formaba parte del gran crecimiento de las desigualdades sociales y económicas de la nueva era.

En las décadas de crisis la desigualdad creció inexorablemente en los países de las “economías desarrolladas de mercado”, en especial desde el momento en que el aumento casi automático de los ingresos reales al que estaban acostumbradas las clases trabajadoras en la edad de oro llegó a su fin. Aumentaron los extremos de pobreza y riqueza, al igual que lo hizo el margen de la distribución de las rentas en la zona intermedia.. Como los países capitalistas ricos eran más ricos que nunca con anterioridad, y sus habitantes, en conjunto, estaban protegidos por los generosos sistemas de bienestar y seguridad social de la edad oro, hubo menos malestar social. Pese a los esfuerzos realizados, casi ninguno de los gobiernos de los países ricos lograron reducir, o mantener controlada, la gran proporción del gasto público destinada a los gastos sociales.

A principios de los noventa empezó a difundirse un clima de inseguridad y de resentimiento incluso en muchos de los países ricos. Esto contribuyó a la ruptura de sus pautas políticas tradicionales. Entre 1990 y 1993 no se intentaba negar que incluso el mundo capitalista desarrollado estaba en una depresión. Nadie sabía qué había que hacer con ella. El hecho central de las décadas de crisis es que las operaciones del capitalismo estaban fuera de control. La acción política coordinada nacional o internacionalmente, ya no funcionaba. Las décadas de crisis fueron la época en la que el estado nacional perdió sus poderes económicos.

Esto no resultó evidente enseguida, porque la mayor parte de los políticos, los economistas y los hombres de negocios no percibieron la persistencia del cambio en la coyuntura económica. Se daba por supuesto que los problemas eran temporales. La historia de esta década fue, esencialmente, la de unos gobiernos que compraban tiempo y aplicaban las viejas recetas de la economía keynesiana. Durante gran parte de la década de los setenta sucedió también que en la mayoría de los países capitalistas avanzados se mantuvieron en el poder gobiernos socialdemócratas, que no estaban dispuestos a abandonar la política de la edad de oro.

La única alternativa que se ofrecía era la propugnada por la minoría de los teólogos ultraliberales, creyentes en el libre mercado sin restricciones. El celo ideológico de los antiguos valedores del individualismo se vio reforzado por la aparente impotencia y el fracaso de las políticas económicas convencionales, especialmente después de 1973. Tras 1974 los partidarios del libre mercado pasaron a la ofensiva, aunque no llegaron a dominar las políticas gubernamentales hasta 1980

La batalla entre los keynesianos y los neoliberales se trataba de una guerra entre ideologías incompatibles.

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