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Hobsbawm Historia Del Siglo XX Cap IV Resumen

colokaplan11 de Noviembre de 2013

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IV: LA CAIDA DEL LIBERALISMO

La civilización liberal implicaba el rechazo a la dictadura y del gobierno autoritario, el constitucionalismo, el respeto a los derechos y libertades del ciudadano. En el Estado debían imperar la razón, el debate público, la educación y la ciencia. Hasta 1914, estos valores sólo eran rechazados por los tradicionalistas como La Iglesia católica y algunos intelectuales rebeldes. Los movimientos de masas democráticos entrañaban un peligro inmediato, sobre todo el movimiento obrero socialista, que defendía los valores de la razón, la ciencia, el progreso, la educación y la libertad individual con tanta energía, como cualquier otro. Lo que rechazaban era el sistema económico, no el gobierno constitucional y los principios de convivencia. Las instituciones de la democracia liberal habían progresado en la esfera política y la primera guerra mundial parecía ayudar a acelerar ese progreso. Excepto en la URSS todos los regímenes dela posguerra, viejos o nuevos, eran regímenes parlamentarios representativos, sin embargo, en los veinte años que van desde la “marcha sobre Roma” de Mussolini, hasta el apogeo de las potencias del Eje, las instituciones políticas liberales sufrieron un retroceso. Este retroceso se aceleró cuando Hitler tomó el poder en Alemania (1933), en 1920 había 35 gobiernos constitucionales, en 1938, 17, y en 1944 sólo una docena. En estos veinte años del retroceso del liberalismo ni un solo régimen democrático-liberal fue desalojado del poder desde la izquierda, el peligro procedía del movimiento de derecha, que amenazaban al gobierno constitucional y a la civilización liberal como tal, por su contenido ideológico de alcance mundial. Estos movimientos son llamados “fascistas”, aunque no todas las fuerzas que derrocaron regímenes liberales eran fascistas. El fascismo inspiró a otras fuerzas antiliberales, las apoyó y dio a la derecha internacional una confianza histórica. En los años treinta perecía la fuerza del futuro. Estas fuerzas tienen varias características: eran contrarias a la revolución social, autoritaria y hostil a las instituciones políticas liberales, tendían a favorecer al ejército y a la policía por representar la fuerza inmediata contra la subversión y tendían a ser nacionalistas. Había, sin embargo, diferencias entre ellas. Los autoritarios o conservadores de viejo cuño carecían de una ideología concreta, más allá del anticomunismo y de los prejuicios tradicionales de su clase. Si apoyaron a Hitler y a los movimientos fascistas fue porque en la coyuntura del periodo de entreguerras la alianza natural era la de todos los sectores de la derecha. Por otra parte estaban los llamados “estados orgánicos”, regímenes conservadores que más que defender el orden tradicional, recreaban sus principios como una forma de resistencia al individualismo liberal y al desafío que planteaba el movimiento obrero y el socialismo. Se reconocía la existencia de clases o grupos económicos, pero se conjuraba el peligro de la lucha de clases mediante la aceptación de la jerarquía social, y el reconocimiento de que cada grupo social desempeñaba una función en la sociedad orgánica. El nexo de unión entre la Iglesia, los reaccionarios de viejo cuño y los fascistas era el odio común a la Ilustración, a la revolución francesa y a la democracia, el liberalismo y el comunismo ateo. El antifascismo legitimó por primera vez al catolicismo democrático en el seno de la Iglesia. Comenzaron a aparecer partidos políticos que aglutinaban el voto católico cuyo interés era defender los intereses de la Iglesia frente a los estados laicos. El primer movimiento fascista fue el italiano, que dio nombre al movimiento, creación de Mussolini, seguido de la versión alemana creada por Hitler, quien reconocía su deuda con éste último. De no haber triunfado Hitler en Alemania en 1933, el fascismo no se habría convertido en un movimiento general. Salvo el italiano, todos los movimientos fascistas se establecieron después de la subida de Hitler al poder. Sin este hecho no se habría desarrollado la idea del fascismo como movimiento universal, como un equivalente de la derecha del comunismo internacional, con Berlín como su Moscú. Los gobernantes reaccionarios se preocuparon por declarar su simpatía al fascismo. La teoría no era el punto fuerte de estos movimientos que predicaban la insuficiencia de la razón y del racionalismo y la superioridad del instinto y de la voluntad. No se identifica al fascismo como una forma concreta de organización del estado, el estado cooperativo. De hecho, el racismo estaba ausente al principio del fascismo italiano, además, el fascismo compartía el nacionalismo, el anticomunismo, el antiliberalismo, etc., con otros movimientos no fascistas de derecha. La diferencia entre derecha fascista y no fascistas era que la primera movilizaba a las masas desde abajo. Pertenecía a la era dela política democrática y popular que los reaccionarios tradicionales rechazaban y que los paladines del estado orgánico intentaban sobrepasar. El fascismo denunciaba la emancipación liberal –la mujer debía permanecer en el hogar y dar a luz a muchos hijos- y desconfiaba de la influencia de la cultura moderna y del arte de vanguardia. Los principales movimientos fascistas (italiano y alemán) no recurrieron a la Iglesia y a la monarquía. Al contrario, intentaron suplantarlos por un principio de liderazgo encarnado en el hombre hecho a sí mismo y legitimado por el apoyo de las masas y por unas ideologías de carácter laico. Hostil a la revolución francesa y a la Ilustración, el fascismo no creía formalmente en la modernidad y en el progreso, pero no tenía dificultad en llevar ala práctica la modernización tecnológica. El fascismo triunfó sobre el liberalismo al demostrar que los hombres pueden conjurar sus creencias absurdas sobre el mundo con un dominio eficaz de la alta tecnología contemporánea. Esos movimientos de la derecha radical que combinaban valores conservadores con técnicas de la democracia de masas, habían surgido en los países europeos a finales del siglo XIX como reacción contra el liberalismo y contra la corriente de extranjeros que se desplazaban de uno otro lado del planeta en el mayor movimiento migratorio que la historia había registrado. Esto anticipó lo que ocurriría en el siglo XX, iniciando la xenofobia masiva, de la que el racismo pasó a ser la expresión habitual. Estos movimientos tenían en común el resentimiento de los humildes en una sociedad que los aplastaba entre el gran capital, y los movimientos obreros. Encontraron su expresión más característica en el antisemitismo, que a finales del XIX comenzó a animar en diversos países, movimientos políticos específicos basados en la hostilidad hacia los judíos, que eran el símbolo del odiado capitalista/financiero, agitador revolucionario, competencia “injusta” a los puestos de determinadas profesiones, etc. Estos movimientos calaban en las capas medias y bajas de la sociedad europea, y su retórica y su teoría fueron formuladas por intelectuales nacionales en la década de 1890. En los países centrales del liberalismo occidental (Gran Bretaña, Francia y EE.UU.) la hegemonía de la tradición revolucionaria impidió la aparición de movimientos racistas importantes. Las capas medias y medias bajas fueron el sustento de esos movimientos durante todo el período de vigencia del fascismo, que ejerció un fuerte atractivo entre los jóvenes de clase media, especialmente entre los universitarios de la Europa continental que, durante el periodo de entreguerras, daban apoyo a la ultraderecha. La atracción de la derecha radical era mayor cuanto más fuerte era la amenaza, real o temida, que se cernía sobre la posición de un grupo de la clase media, a medida que se desbarataba el marco que se suponía que tenía que mantener en su lugar el orden social. Durante el periodo de entreguerras, la alianza natural de la derecha abarcaba desde conservadores tradicionales hasta los extremos del fascismo, pasando por los reaccionarios de viejo cuño. Estas fuerzas eran poco activas, pero el fascismo les dio una dinámica y el ejemplo de su triunfo sobre las fuerzas del desorden. El ascenso de la derecha radical después de la primera guerra mundial fue una respuesta a la revolución social y al fortalecimiento de la clase obrera, o en particular a la revolución de octubre y al leninismo. Sin ellos no habría existido el fascismo, aunque esta tesis necesita ser matizada en dos aspectos. En primer lugar, subestima el impacto de la primera guerra mundial tuvo sobre un importante segmento de las capas medias y medias bajas. Los jóvenes soldados nacionalistas se sintieron defraudados al término de la guerra por ver esfumarse su oportunidad de acceder al heroísmo. Por otra parte, la reacción derechista no fue una respuesta al bolchevismo como tal, sino a todos los movimientos que amenazaban el orden vigente de la sociedad. La amenaza no residía en los partidos socialistas obreros, sino en el fortalecimiento del poder, la confianza y el radicalismo de la clase obrera, que daba a los viejos partidos socialistas una nueva fuerza política y que los convirtió en el sostén indispensable de los estados liberales. Ha sido una racionalización a posteriori la que ha hecho de Lenin y Stalin la excusa del fascismo. Lo que le dio a la reacción de la derecha la oportunidad de triunfar después de la primera guerra mundial fue el hundimiento de los viejos regímenes

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