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Contexto historico de la democracia argentina

pablo120282Apuntes26 de Abril de 2022

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CavaroZZI, MARCELO (2002): Autoritarismo y democracia, Buenos Aires, Eudeba.

De Ipola, Emilio (1987): “La difícil apuesta del peronismo democrático”, en José Nun y Juan Carlos Portantiero (comps.), Ensayos sobre la transición democrática en la Argentina, Buenos Aires, Puntosur.

Novaro, Marcos y Palermo, Vicente (2003): La dictadura militar 1976/1983. Del golpe de Estado a la restauración democrática, Buenos Aires, Paidós.

O’Donnell, Guillermo y Schmitter, Philippe C. (1988): Transiciones desde un gobierno autoritario. Conclusiones tentativas sobre las democracias inciertas, Buenos Aires, Paidós.

Podetti, Mariana; Qués, María Elena y Sagol, Cecilia (1988): La palabra acorralada. La constitución discursiva del Peronismo renovador, Buenos Aires, FUCADE.

PORTANTIERO, Juan Carlos (1987a): “La concertación que no fue: de la ley Mucci al Plan Austral”, en José Nun y Juan Carlos Portantiero (comps.), Ensayos sobre la transición democrática en la Argentina, Buenos Aires, Puntosur.

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sé Nun y Juan Carlos Portantiero (comps.), Ensayos sobre la transición democrática en la Argentina, Buenos Aires, Puntosur.

Portantiero, Juan Carlos y De Ipola, Emilio (1990): “Luces y sombras de un- discurso trascendente”, en La Ciudad Futura N° 25/26, Buenos Aires.

W.AA. (1986): Alfonsín. Discursos sobre el discurso, Buenos Aires, Eude- ba-FUCADE. .        ■

Veinte años después
(Parque Norte : razones del fracaso

de un intento inédito de enfrentar la crisis Argentina)

Emilio de Ipola

Se van a cumplir diecinueve años del discurso que pronunció el entonces presidente Alfonsín, ante un soñoliento plenario de la UCR, convocando a una “convergencia democrática” . Conocido desde entonces como el “dis- rnrsa_de_ijai;q.ue. Norre” ?sta alocución se convirtió ránidaTrrerrrc-e-n^iTna referencia ineludible en el campo político. Una referencia que monopolizó, -ya sea_nP-*~-9_ar>oya.rln-o-par^-.critica rlor-lo-eg.en cta-Lrld-- debate de-ecos d í.Q.g. Po- cos años pasarían para que la dura realidad disolviera esas palabras Como el agua en el agua y quitándolesrtodaotra sonoridad queda que puede poseer un retazo remoto del pasado. Un vestigio de innovación al menos discursiva, en el seno de una sociedad selectivamente desmemoriada, condenada a vivir siempre en tiempos discontinuos, fragmentados, en los que el resplandor muchas veces superficial, no arendtiano, de las coyunturas sustrae a los acontecimientos del flujo de la historia.

¿Qué queda pues de aquello? Las reflexiones que siguen, y que siguen —digo de nuevo- las líneas que planteamos Juan Carlos Portantiero y yo en un artículo fechado en 1990, siguen esas líneas, repito, pero agregan algunas cosas nuevas y quitan otras. Buscan esbozar un balance a través de un conjunto de reflexiones cuya sola justificación reposa en que, en esos ya lontanos tiempos, colaboramos junto con otros en la elaboración y discusión de muchas de

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las ideas que dieron forma y contenido a ese discurso. Todavía reconocemos, y ésta será mi única referencia testimonial, en nuestra contribución —que estuvo lejos de ser la única— un intento de otorgarle un sentido no meramente formal a la construcción de la democracia en la Argentina.

Cuando el 5 de diciembre de 1985, Alfonsín asestó ese torrente de palabras a sus desprevenidos auditores, su estrella (y la de la democracia) estaban en un plano ascendente. El plebiscito sobre la diferencia con Chile, el buen resultado obtenido en las recientes elecciones, la confianza generada por los resultados iniciales del Plan Austral (junio de 1985) dibujaban una perspectiva optimista para una empresa de transformación. En el peronismo, a su vez, se desencadenaban cambios que parecían decisivos; la renovación, encabezada por Antonio Cañero desplazaba a la vieja y más retrógrada expresión del justicialismo, encarnada en la figura mitad cómica y mitad siniestra de Herminio Iglesias. Todo parecía indicar que con el surgimiento de Cañero en el peronismo, y el anterior de Alfonsín en la UCR, los dos principales partidos surgían como garantes de la una innovadora reestructuración del sistema político, tras los duros años del terrorismo de Estado y de la guerrilla. Con el precedente de los juicios a las Juntas, que ponía por primera vez a la justiciaren el centro de nuestra historia, la transición a la democracia parecía avanzar resueltamente.

La prioridad se trasladó entonces a otro terreno: cómo consolidar ese proceso para que diera lugar, como se decía a cien años de democracia”. Esa preocupación es el hilo-rojo que liga uno a-une-les hitos-de la trama discursiva que, a la manera de una saga, abarca el mensaje de Parque Norte, el documento del 2 de octubre de 1986 y, ya después de la funesta Semana Santa de 1987, el discurso de apertura del período parlamentario de 1987.

Pero lo que nos interesa aquí no es el análisis de esa continuidad sino él conjunto de ideas y planteos, con sus aspectos positivos y sus aspectos negativos, que aparece en el discurso del cual se cumplen pronto diecinueve años. Nos parece notorio que, si alguna relevancia, sin duda menguada y menguante, tiene aún es porque fijó los temas centrales de la agenda política de entonces. Su repercusión popular fue nula, pero su impacto sobre el justicialismo y otros partidos políticos y los media fue muy significativa.

El discurso no resolvió los dilemas cruciales que planteó -ningún discurso puede hacerlo en la realidad y si son dilemas sólo discursivos no importan políticamente— pero los propuso a la sociedad civil y sobre todo a la clase política, cuando aún se estaba a tiempo de encarar su resolución en un sentido positivo y progresista. Sus efectos no fueron los deseados y esperados: las fuerzas políticas y sociales que podían tomar a su cargo esas bases de acción reformista hicieron oídos sordos a esa convocatoria, considerándolo una mera maniobra táctica producto de un proyecto hegemónico.

En realidad, el objetivo —fallido— del discurso era un llamado por encima del partido oficial, realizado desde el gobierno, desde el centro del sistema político, y cuyos destinatarios eran los actores de la transición, en la suposición -algo ingenua— de que a partir del 82 se había conformado una sólida voluntad anti autoritaria en nuestra sociedad.

La idea que ofició de punto de partida era que el pasaje de la transición a la consolidación debía fundarse en un conjunto de pactos. Como se ve, no se trataba de plantear lo que se denominaba años antes una “salida pactada” —como la chilena o la española, aunque algo se inspiraba en esta última— del anden régime a la democracia sino, una vez ya reinstalados el estado de derecho y la democracia política, y con la voluntad de consolidarlos a la vez que dar contenidos a un nuevo proyecto de país, proponer un sistema de acuerdos fundamentales, excluyente del antiguo régimen.

De todos n iodos, c: JEzlcEntZCO ■ ciu iiirQLiu ívojFvC se proponía. ii üítcl üc-ih UCR, al proponerle a ese partido, refractario de larga data a toda idea de pacto, constituirse en elpolodinamfzador parad logro-de un consenso síinrapar ti darlo. Como pronto se mostraría, esa tarea iba a desbordar a la UCR y al proyecto mismo, aunque hay que-señalar que la desconfianza demfi- cio manifestada por la dirigencia política y social fomentaron no poco su fracaso.

Hablamos de conjunto de pactos porque en Parque Norte se intentaba diferenciar dos dimensiones del acuerdo proyectado. Por un lado, el mínimo consenso sobre las reglas del juego que posibiliten el disenso dentro del marco institucional. Por el otro, el acuerdo respecto de temas básicos de reforma. Esto es: un pacto de garantías y un pacto de transformación.

No siempre esa diferencia fue percibida, porque el discurso mismo no siempre marcaba con nitidez este punto. Es notorio que Parque Norte implicaba una hipótesis de base acerca de las características de la transición, hipótesis que no había estado clara en la UCR en su primer año de gobierno, y menos aún en la oposición: el paso del autoritarismo a la democracia no se conseguiría con la mera instalación, ya nada fácil, de un Estado de Derecho. La

[pic 4]crisis nacional no se agotaba en su dimensión institucional sino que comprometía al modo de desarrollo de nuestro capitalismo —calificado como una asociación perversa entre Estado prebendalista y capitalismo asistido—, modo de desarrollo agotado en su capacidad de expansión desde mediados de los años setenta. El pasaje a una democracia fuerte requería, por tanto, resolver también esa crisis —agravada por la deuda externa y sus secuelas—, crisis cuya síntesis se expresaba como suma de recesión más inflación.

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