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DISCURSO DEL PAPA JUAN PABLO II.

PAOSUD18Tesis17 de Octubre de 2014

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DISCURSO DEL PAPA JUAN PABLO II

A LOS REPRESENTANTES DE LAS REALES ACADEMIAS,

DEL MUNDO DE LA UNIVERSIDAD, DE LA INVESTIGACIÓN,

DE LA CIENCIA Y DE LA CULTURA DE ESPAÑA

Madrid, miércoles 3 de noviembre de 1982

Excelentísimos e Ilustrísimos señores, señoras y señores,

1. Me es muy grato encontrarme hoy con un grupo tan calificado de hombres y mujeres, que representan a las Reales Academias, al mundo de la universidad, de la investigación, de la ciencia y de la cultura de España. Recibid ante todo mi más cordial agradecimiento por haber venido en gran número a encontrar al Papa.

Quiero expresaros con mi visita el profundo respeto y estima que nutro por vuestro trabajo. Lo hago hoy con especial interés, consciente de que vuestra labor —por las vinculaciones existentes y por la comunidad de idioma— puede también prestar una válida colaboración a otros pueblos, sobre todo a las naciones hermanas de Iberoamérica.

2. La Iglesia, que ha recibido la misión de enseñar a todas las gentes, no ha dejado de difundir la fe en Jesucristo y ha actuado como uno de los fermentos civilizadores más activos de la historia. Ha contribuido así al nacimiento de culturas muy ricas y originales en tantas naciones. Porque, como dije ante la UNESCO hace dos años, el vínculo del Evangelio con el hombre es creador de cultura en su mismo fundamento, ya que enseña a amar al hombre en su humanidad y en su dignidad excepcional.

Al crear recientemente el Pontificio Consejo para la Cultura insistí en que “la síntesis entre cultura y fe no es sólo una exigencia de la cultura, sino también de la fe . . . Una fe que no se hace cultura es una fe no plenamente acogida, no totalmente pensada, no fielmente vivida” (IOANNIS PAULI PP. II Epistula qua Pontificium Consilium pro hominum Cultura instituitur, die 20 maii 1982: Insegnamenti di Giovanni Paolo II, V, 2 (1982) 1777).

3. Deseo reflexionar con vosotros sobre algunas de las responsabilidades que nos son comunes en el campo cultural, y a la vez tratar de descubrir los medios para enriquecer el diálogo entre la Iglesia y las nuevas culturas. Este diálogo es particularmente fecundo, si se dan las condiciones indispensables de colaboración y respeto mutuo, como lo demuestra la historia cultural de vuestra nación.

Vuestros intelectuales, escritores, humanistas, teólogos y juristas han dejado huellas en la cultura universal y han servido a la Iglesia de manera eminente. ¿Cómo no evocar a este respecto la influencia excepcional de centros universitarios como Alcalá y Salamanca? Pienso sobre todo en esos grupos de investigadores que han contribuido admirablemente a la renovación de la teología y de los estudios bíblicos; que han fundado sobre bases duraderas los principios del derecho internacional; que han sabido cultivar con tanto esplendor el humanismo, las letras, las lenguas antiguas; que han podido producir sumas, tratados, monumentos literarios, uno de cuyos símbolos más prestigiosos es la Políglota Complutense.

A la luz de esta noble tradición hemos de pensar en las condiciones permanentes de la creatividad intelectual. Me referiré brevemente a la libertad de la investigación hecha en común, a la apertura a lo universal y al saber concebido como servicio al hombre integral.

4. En España, como en otros países de Europa, generaciones enteras de investigadores, profesores y autores han tenido gran fecundidad gracias a la libertad de investigación, que les aseguraban comunidades universitarias de régimen autónomo; de ellas, el Rey o la Iglesia se hacían frecuentemente garantes.

Esos centros universitarios, reuniendo a maestros especializados en diversas disciplinas, constituían un medio propicio para la creatividad, la emulación y el diálogo constante con la teología. La universidad aparecía ante todo como un asunto de los mismos universitarios y, en la colaboración entre maestros y discípulos, se realizaban las condiciones favorables para el descubrimiento, la enseñanza y difusión del saber.

Los maestros sabían que, en campo teológico, la investigación implica fidelidad a la Palabra revelada en Jesucristo y confiada a la Iglesia. También el diálogo entre teología y Magisterio se reveló muy fecundo. Obispos y teólogos sabían encontrarse, en beneficio común de pastores y profesores.

Si en momentos como los de la Inquisición se produjeron tensiones, errores y excesos - hechos que la Iglesia de hoy valora a la luz objetiva de la historia - es necesario reconocer que el conjunto de medios intelectuales de España había sabido reconciliar admirablemente las exigencias de una plena libertad de investigación con un profundo sentido de la Iglesia. Lo atestiguan las innumerables creaciones de escritos clásicos que los maestros, sabios y autores de España supieron aportar al tesoro cultural de la Iglesia.

5. Se nota también en la tradición intelectual de vuestra nación la apertura a lo universal, que ha dado reputación y fama a vuestros maestros.

Vuestros sabios e investigadores han tenido los ojos abiertos a la historia clásica y bíblica, a los demás países de Europa, al mundo antiguo y nuevo. Vuestros autores han sido pioneros geniales en la ciencia de las relaciones internacionales y del derecho entre las naciones.

El rápido establecimiento de universidades de alto prestigio calcadas en la de Salamanca, de las que llegarán a implantarse hasta treinta en las nacientes Américas, es otra prueba del universalismo que durante largo tiempo ha caracterizado a vuestra cultura, enriquecida por tantos descubrimientos y descubridores, y por la influencia profunda de tantos misioneros en el mundo entero.

El papel que vuestro país ha reconocido a la Iglesia, ha dado a vuestra cultura una dimensión especial. La Iglesia ha estado presente en todas las etapas de la gestación y del progreso de la civilización española.

Vuestra nación ha sido el crisol donde tradiciones muy ricas se han fundido en una síntesis cultural única. Los rasgos característicos de las colectividades hispánicas se han enriquecido con aportaciones históricas del mundo árabe —vuestra armoniosa lengua, arte y toponimia dan prueba de ello— fusionándose en una civilización cristiana ampliamente abierta a lo universal. Tanto dentro como fuera de sus fronteras, España se ha hecho a sí misma, acogiendo la universalidad del Evangelio y las grandes corrientes culturales de Europa y del mundo.

6. Vuestros maestros y pensadores tenían también el sentimiento de servir al hombre integral, de responder a sus necesidades psíquicas, intelectuales, morales y espirituales. Nació así una ciencia del hombre, en la que colaboraban tanto los médicos como los filósofos, teólogos, moralistas y juristas.

Un lugar aparte corresponde a vuestros grandes maestros espirituales. Su obra tuvo una difusión que desbordó rápidamente vuestras fronteras para extenderse a la Iglesia entera. Pensemos en Santa Teresa de Jesús y San Juan de la Cruz, doctores de la Iglesia, Santo Domingo, Fray Luis de Granada, San Ignacio de Loyola, figuras gigantes en el campo de la espiritualidad.

Ellos han prestado grandes servicios también a la cultura del hombre, continuando una larga tradición en la que destacan precursores eminentes como San Isidoro de Sevilla, uno de los primeros enciclopedistas católicos, y San Raimundo de Peñafort, autor de una de las primeras síntesis del derecho en vuestro país. Todos esos hombres y mujeres son maestros en el sentido pleno de la palabra, que han sabido, con una inteligencia excepcional y profética, servir al hombre en sus aspiraciones más altas. ¿Quién puede medir su influencia y el efecto duradero de sus enseñanzas, escritos y creaciones? Son testigos maravillosos de una cultura que concebía al hombre como creado a imagen de Dios, capaz de dominar el mundo, pero llamado sobre todo a un progreso espiritual cuyo modelo perfecto es Jesucristo.

7. Estas lecciones de la historia de España merecen ser recordadas. En primer lugar para rendir un homenaje a la contribución insigne que vuestros maestros, sabios, investigadores y vuestros santos aportaron a la humanidad entera, la cual no sería lo que es sin la herencia hispánica.

Otra razón nos invita hoy, en contextos históricos muy diversos, a reflexionar sobre las condiciones que pueden en nuestros días favorecer la promoción de la cultura y de la ciencia, y estimular las investigaciones sobre el hombre, de las que tanta necesidad tiene nuestra época.

Para los hombres y las mujeres de cultura es de gran provecho meditar sobre los presupuestos de la creatividad intelectual y espiritual. Y que, hoy como ayer, reclaman un clima de libertad y de cooperación entre investigadores, con una actitud de apertura a lo universal y con una visión integral del hombre.

8. La primera condición es que se asegure la libertad de espíritu. En la investigación, en efecto, es necesario tener libertad para buscar y anunciar los resultados.

La Iglesia apoya la libertad de investigación, que es uno de los atributos más nobles del hombre. A través de la búsqueda, el hombre llega a la Verdad: uno de los nombres más hermosos que Dios se ha dado a sí mismo. Porque la Iglesia está convencida de que no puede haber contradicción real entre la ciencia y la fe, ya que toda realidad procede en última instancia de Dios creador. Así lo afirmó el Concilio Vaticano II (Cfr. Gaudium et Spes, 36). También yo le he recordado en varias ocasiones a los hombres y mujeres de ciencia. Es cierto que ciencia y fe representan dos órdenes de conocimiento distintos, autónomos en sus procedimientos, pero convergentes finalmente en el

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