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DISCURSO DEL PAPA JUAN PABLO II.


Enviado por   •  17 de Octubre de 2014  •  Tesis  •  3.040 Palabras (13 Páginas)  •  258 Visitas

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DISCURSO DEL PAPA JUAN PABLO II

A LOS REPRESENTANTES DE LAS REALES ACADEMIAS,

DEL MUNDO DE LA UNIVERSIDAD, DE LA INVESTIGACIÓN,

DE LA CIENCIA Y DE LA CULTURA DE ESPAÑA

Madrid, miércoles 3 de noviembre de 1982

Excelentísimos e Ilustrísimos señores, señoras y señores,

1. Me es muy grato encontrarme hoy con un grupo tan calificado de hombres y mujeres, que representan a las Reales Academias, al mundo de la universidad, de la investigación, de la ciencia y de la cultura de España. Recibid ante todo mi más cordial agradecimiento por haber venido en gran número a encontrar al Papa.

Quiero expresaros con mi visita el profundo respeto y estima que nutro por vuestro trabajo. Lo hago hoy con especial interés, consciente de que vuestra labor —por las vinculaciones existentes y por la comunidad de idioma— puede también prestar una válida colaboración a otros pueblos, sobre todo a las naciones hermanas de Iberoamérica.

2. La Iglesia, que ha recibido la misión de enseñar a todas las gentes, no ha dejado de difundir la fe en Jesucristo y ha actuado como uno de los fermentos civilizadores más activos de la historia. Ha contribuido así al nacimiento de culturas muy ricas y originales en tantas naciones. Porque, como dije ante la UNESCO hace dos años, el vínculo del Evangelio con el hombre es creador de cultura en su mismo fundamento, ya que enseña a amar al hombre en su humanidad y en su dignidad excepcional.

Al crear recientemente el Pontificio Consejo para la Cultura insistí en que “la síntesis entre cultura y fe no es sólo una exigencia de la cultura, sino también de la fe . . . Una fe que no se hace cultura es una fe no plenamente acogida, no totalmente pensada, no fielmente vivida” (IOANNIS PAULI PP. II Epistula qua Pontificium Consilium pro hominum Cultura instituitur, die 20 maii 1982: Insegnamenti di Giovanni Paolo II, V, 2 (1982) 1777).

3. Deseo reflexionar con vosotros sobre algunas de las responsabilidades que nos son comunes en el campo cultural, y a la vez tratar de descubrir los medios para enriquecer el diálogo entre la Iglesia y las nuevas culturas. Este diálogo es particularmente fecundo, si se dan las condiciones indispensables de colaboración y respeto mutuo, como lo demuestra la historia cultural de vuestra nación.

Vuestros intelectuales, escritores, humanistas, teólogos y juristas han dejado huellas en la cultura universal y han servido a la Iglesia de manera eminente. ¿Cómo no evocar a este respecto la influencia excepcional de centros universitarios como Alcalá y Salamanca? Pienso sobre todo en esos grupos de investigadores que han contribuido admirablemente a la renovación de la teología y de los estudios bíblicos; que han fundado sobre bases duraderas los principios del derecho internacional; que han sabido cultivar con tanto esplendor el humanismo, las letras, las lenguas antiguas; que han podido producir sumas, tratados, monumentos literarios, uno de cuyos símbolos más prestigiosos es la Políglota Complutense.

A la luz de esta noble tradición hemos de pensar en las condiciones permanentes de la creatividad intelectual. Me referiré brevemente a la libertad de la investigación hecha en común, a la apertura a lo universal y al saber concebido como servicio al hombre integral.

4. En España, como en otros países de Europa, generaciones enteras de investigadores, profesores y autores han tenido gran fecundidad gracias a la libertad de investigación, que les aseguraban comunidades universitarias de régimen autónomo; de ellas, el Rey o la Iglesia se hacían frecuentemente garantes.

Esos centros universitarios, reuniendo a maestros especializados en diversas disciplinas, constituían un medio propicio para la creatividad, la emulación y el diálogo constante con la teología. La universidad aparecía ante todo como un asunto de los mismos universitarios y, en la colaboración entre maestros y discípulos, se realizaban las condiciones favorables para el descubrimiento, la enseñanza y difusión del saber.

Los maestros sabían que, en campo teológico, la investigación implica fidelidad a la Palabra revelada en Jesucristo y confiada a la Iglesia. También el diálogo entre teología y Magisterio se reveló muy fecundo. Obispos y teólogos sabían encontrarse, en beneficio común de pastores y profesores.

Si en momentos como los de la Inquisición se produjeron tensiones, errores y excesos - hechos que la Iglesia de hoy valora a la luz objetiva de la historia - es necesario reconocer que el conjunto de medios intelectuales de España había sabido reconciliar admirablemente las exigencias de una plena libertad de investigación con un profundo sentido de la Iglesia. Lo atestiguan las innumerables creaciones de escritos clásicos que los maestros, sabios y autores de España supieron aportar al tesoro cultural de la Iglesia.

5. Se nota también en la tradición intelectual de vuestra nación la apertura a lo universal, que ha dado reputación y fama a vuestros maestros.

Vuestros sabios e investigadores han tenido los ojos abiertos a la historia clásica y bíblica, a los demás países de Europa, al mundo antiguo y nuevo. Vuestros autores han sido pioneros geniales en la ciencia de las relaciones internacionales y del derecho entre las naciones.

El rápido establecimiento de universidades de alto prestigio calcadas en la de Salamanca, de las que llegarán a implantarse hasta treinta en las nacientes Américas, es otra prueba del universalismo que durante largo tiempo ha caracterizado a vuestra cultura, enriquecida por tantos descubrimientos y descubridores, y por la influencia profunda de tantos misioneros en el mundo entero.

El papel que vuestro país ha reconocido a la Iglesia, ha dado a vuestra cultura una dimensión especial. La Iglesia ha estado presente en todas las etapas de la gestación y del progreso de la civilización española.

Vuestra nación ha sido el crisol donde tradiciones muy ricas se han fundido en una síntesis cultural única. Los rasgos característicos de las colectividades hispánicas se han enriquecido con aportaciones históricas del mundo árabe —vuestra armoniosa lengua, arte y toponimia dan prueba de ello— fusionándose en una civilización cristiana ampliamente abierta a lo universal. Tanto dentro como fuera de sus fronteras, España se ha hecho a sí misma, acogiendo la universalidad del Evangelio y las grandes corrientes culturales de Europa y del mundo.

6. Vuestros maestros y pensadores tenían también el sentimiento de servir al hombre integral, de responder a sus necesidades psíquicas,

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