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Doctrina Del Shock En El Mundo Y America


Enviado por   •  8 de Septiembre de 2014  •  11.968 Palabras (48 Páginas)  •  305 Visitas

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Doctrina Friedminiana

Cuando Eisenhower juró el cargo en 1953, Irán estaba dirigido por un líder desarrollista, Mohamed Mossadegh, que ya había nacionalizado el petróleo, e Indonesia estaba en manos del cada vez más ambicioso Ahmed Sukarno, que hablaba de unir todos los gobiernos nacionalistas del Tercer Mundo en una superpotencia a la par con Occidente y el bloque soviético.

El Departamento de Estado estaba particularmente preocupado por el creciente éxito de los nacionalismos económicos en el Cono Sur. En unos tiempos en que buena parte del globo miraba al estalinismo y el maoísmo como soluciones, las propuestas desarrollistas de «sustitución de importaciones» resultaban bastante centristas. Aun así, la idea de que América Latina merecía tener su propio New Deal tenía poderosos enemigos.

A los terratenientes feudales del continente les gustaba el antiguo statu quo, que les permitía tener grandes beneficios y una masa inagotable de campesinos pobres para trabajar sus campos y minas. Ahora se sentían ultrajados al ver cómo se canalizaban sus beneficios en la construcción de otros sectores, cómo sus trabajadores exigían una redistribución de la tierra y cómo el gobierno mantenía el precio de sus cosechas artificialmente bajo para que la comida no resultara demasiado cara. Las empresas estadounidenses y europeas que operaban en América Latina empezaron a plantear quejas similares a sus respectivos gobiernos: sus productos eran bloqueados en 95las aduanas, sus trabajadores exigían sueldos mayores y, lo que resultaba todavía más alarmante, cada vez se hablaba más de nacionalizar desde las minas hasta los bancos propiedad de extranjeros para financiar el sueño latinoamericano de la independencia económica.

Todo se centraba en el inquebrantable mensaje de Friedman: todo se estropeó con el New Deal. Ahí fue donde tantos países, «incluido el mío, empezaron a ir por el mal camino».

Para que los gobiernos volvieran al camino correcto, Friedman, en su popular libro Capitalismo y libertad, diseñó lo que se convertiría en el manual del libre mercado y que, en Estados Unidos, constituiría el programa económico del movimiento neoconservador.

En primer lugar los gobiernos deben eliminar todas las reglamentaciones y regulaciones que dificulten la acumulación de beneficios. En segundo lugar deben vender todo activo que posean que pudiera ser operado por una empresa y dar beneficios. Y en tercer lugar deben recortar drásticamente los fondos asignados a programas sociales.

Dentro de la fórmula de tres partes de desregulación, privatización y recortes, Friedman tenía muchas salvedades. Los impuestos, si tenían que existir, debían ser bajos y ricos y pobres debían pagar la misma tasa fija. Las empresas debían poder vender sus productos en cualquier parte del mundo y los gobiernos no debían hacer el menor esfuerzo por proteger a las industrias o propietarios locales.

Todos los precios, también el precio del trabajo, debían ser establecidos por el mercado. El salario mínimo no debía existir. Como cosas a privatizar, Friedman proponía la sanidad, correos, educación, pensiones e incluso los parques nacionales. En resumen, abogaba de forma 93bastante descarada por el abandono del New Deal, aquella incómoda tregua entre el Estado, las empresas y los trabajadores que había impedido que se produjera una revolución popular tras la Gran Depresión. La contrarrevolución de la Escuela de Chicago pretendía que los trabajadores devolvieran las medidas de protección que habían ganado y que el Estado abandonara los servicios que ofrecía a sus ciudadanos para suavizar los cantos más afilados del mercado. Y pretendía todavía más: quería expropiar lo que gobiernos y trabajadores habían construido durante aquellas décadas de febril actividad en el sector de las obras públicas. Los activos que Friedman apremiaba a los gobiernos a vender eran el resultado de años de inversiones y know-how público, necesarios para construirlos y hacerlos valiosos.

Por lo que a Friedman atañía, por una cuestión de principios había que transferir toda aquella riqueza compartida a manos privadas. sin compensar a la población local. La guerra que Friedman había declarado contra el «Estado del bienestar» y el «gran gobierno» prometía un nuevo frente de rápido enriquecimiento, sólo que esta vez en lugar de conquistar nuevos territorios la nueva frontera sería el propio Estado, con sus servicios públicos y otros activos subastados por mucho menos dinero del que realmente valían.

Doctrina de shock en el Mundo: Chile

El gobierno de Unidad Popular de Salvador Allende ganó las elecciones de 1970 en Chile con un programa que prometía poner en manos del gobierno grandes sectores de la economía que estaban dirigidos por empresas extranjeras y locales.

Allende pertenecía a una nueva raza de revolucionario latinoamericano: igual que el Che Guevara, era médico, pero a diferencia del Che, también lo parecía, pues su imagen y su traje de tweed lo alejaban de la imagen romántica de la guerrilla. Podía pronunciar discursos tan feroces como los de Fidel Castro, pero era un demócrata convencido que creía que el cambio socialista en Chile debía llegar a través de las urnas, no a través de las armas. Cuando Nixon se enteró de que habían escogido presidente a Allende, lanzó su famosa orden al director de la CIA, Richard Helms, de que «hiciera chillar a la economía».

La elección también resonó con fuerza en el departamento de Economía de la Universidad de Chicago. Arnold Harberger estaba en Chile cuando ganó Allende.

Escribió una carta a sus colegas describiendo el acontecimiento como una «tragedia» e informándoles de que «en los círculos de la derecha se plantea en ocasiones la idea de un golpe militar».

Aunque Allende se comprometió a negociar indemnizaciones justas para compensar a las empresas que perdían propiedades e inversiones, las multinacionales estadounidenses temían que Allende representara el comienzo de una tendencia general en toda América Latina, y muchas no estaban dispuestas a aceptar perder unos recursos que se habían convertido en una porción importante de sus beneficios. Hacia 1968, el 20 % del total de inversiones extranjeras de Estados Unidos se dirigían a Latinoamérica y las empresas estadounidenses tenían 5.436 filiales en la región. Los beneficios que producían estas inversiones eran sobrecogedores.

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