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El beso de la fraternidad


Enviado por   •  21 de Febrero de 2023  •  Apuntes  •  5.560 Palabras (23 Páginas)  •  125 Visitas

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El beso de la fraternidad

Robert Darton, el historiador norteamericano autor de La gran matanza de gatos y otros episodios de la historia de la cultura francesa, que el FCE publicó hace un par de años, examina en este artículo, no exento de simpatía y amenidad, lo que realmente significó la Revolución Francesa. Tomado de The New York Review of Books, 1989.

¿Qué fue tan revolucionario en la Revolución Francesa? La pregunta que puede parecer impertinente en un tiempo como éste, cuando todo el mundo está felicitando a Francia en el Bicentenario de la toma de la Bastilla, la destrucción del feudalismo y la declaración de los Derechos del Hombre y el Ciudadano. Pero el alboroto del bicentenario tiene poco que ver con lo que realmente pasó hace dos siglos.

Los historiadores indicaron que la Bastilla estaba casi vacía el 14 de julio de 1789. Muchos de ellos argumentan que el feudalismo ha había dejado de existir cuando fue abolido y pocos han podido negar que los derechos del hombre fueron tragados por el Terror sólo cinco años después de haber sido proclamados. ¿Será que una mirada sobria de la Revolución no revela más que equivocada violencia y huecas proclamadas, nada más que un “mito”? para usar la expresión favorita de Alfred Cobban, un escéptico historiador inglés que no tenía nada que ver con la guillotina y los lemas.

Se podría responder que los mitos pueden mover montañas. Pueden volverse realidad de roca tan sólida como la torre Eiffel, construida por los franceses en 1889 para celebrar el primer centenario de la Revolución. Ahora en 1989, Francia gastará millones erigiendo edificios, creando centros, produciendo expresiones concretas de esa fuerza que hace doscientos años reventó expandiéndose por el mundo. Pero ¿qué era es fuerza?

Aunque el espíritu del 89 es tan difícil de expresar en palabreas como lo es su expresión con cemento y ladrillos, podría ser caracterizada como una energía –una voluntad- para construir un mundo nuevo desde las ruinas del régimen que se desmoronó en el verano de 1789. Esa energía permitió que todo ocurriera durante la Revolución. Transformó la vida no sólo para los activistas que trataban de canalizarla en direcciones por ellos escogidas sino para la gente ordinaria que se ocupaba tan sólo de su vida diaria.

La idea de un cambio fundamental en el contenido del diario vivir puede ser fácil de aceptar en abstracto, pero pocos de nosotros podemos realmente asimilarlo. Tomamos a mundo como viene sin imaginarnos que alguna vez estuvo organizado de diferente manera. Aunque hemos experimentado momentos en que las cosas se desmoronan, cómo una muerte tal vez, un divorcio o la repentina destrucción de algo que parecía inmutable, como el techo que cubre nuestras cabezas o el suelo bajo nuestros pies.

Tales shocks usualmente afectan vidas individuales pero rara vez traumatizan sociedades enteras. En 1789, los franceses tenían que enfrentar el colapso de todo un orden social –el mundo que retrospectivamente definían como el Antiguo Régimen- y encontrar un nuevo orden en el caos que los rodeaba. Experimentaban la realidad como algo que podría ser destruido y reconstruido, y encaraban lo que parecían ser posibilidades ilimitadas, para bien o para mal, ya sea para alzar la utopía o para caer en la tiranía.

Años antes, algunas conmociones sísmicas habían trastornado a la sociedad francesa, como, por ejemplo, la plaga bubónica en el siglo XIV y las guerras religiosas en el siglo XVI. Pero en 1789 nadie estaba listo para una revolución. El concepto en sí no existía. Si buscamos la palabra “revolución” en un diccionario común del siglo XVIII encontraremos definiciones que derivan del verbo “revolver”, tales como: el regreso de un planeta o estrella al mismo punto de partida.

Los franceses no tenían un gran vocabulario político antes de 1789 porque la política transcurría únicamente en Versalles, en aquel remoto mundo de la corte real. Una vez que la gente común empezó a participar en política – en la elección de los Estados Generales , basadas en el sufragio universal masculino, y en las insurrecciones callejeras – necesitaba encontrar palabras para lo que había hecho y visto. Se desarrollaron nuevas categorías fundamentales, como por ejemplo “derecha”, e “izquierda” derivadas de la ubicación en que se sentaban los miembros en la Asamblea Nacional. Primero llegaba la experiencia, luego el concepto. Pero ¿Cuál fue esa experiencia?

Solo una minoría de activistas se unió a los clubes jacobinos, pero toda la gente fue afectada por la Revolución porque éste penetró en todo. Por ejemplo, recreó el tiempo y el espacio. De acuerdo con el calendario revolucionario, adoptado en 1793 y usado hasta 1805, el tiempo empezaba cuando acababa la vieja monarquía: el 22 de septiembre de 1792 era el primero de Vendémaire, Año I.

Por voto formal de la convención, los revolucionarios dividieron el tiempo en unidades que ellos consideran racionales y naturales. Tenían semanas de diez días, meses de tres semanas y años de doce meses. Los cinco días sobrantes se convirtieron en festivales patrióticos, jours sanssculottides, donde se celebran como cualidades cívicas la Virtud, el Genio, el Trabajo, la Opinión y la Recompensa.

Los días normales adquirieron nombres nuevos que sugerían una regularidad matemática: primidi, duodi, tridi, etcétera, hasta llegar al decadi. Cada uno de ellos dedicado a algún aspecto de la vida rural para que así la agronomía reemplazara los días santos del calendario cristiano. Así, el 22 de noviembre dedicado a Santa Cecilia, pasó a ser el día del nabo; el 25 de noviembre, dedicado a Santa Catarina, pasó a ser el día del cerdo y el 30 de noviembre, antes día de San Andrés, pasó a ser el día en que se recoge la cosecha.

Los nombres de los nuevos meses tomaban en cuenta el ritmo natural de las estaciones. Por ejemplo, el 1 de enero de 1989 sería el año 197 del duodécimo de Nivose (mes de la nieve) ubicado después de los meses de niebla (Brumaire) y de frío (Frimaire) y anterior a los meses de lluvia (Pluviose) y de viento (Ventose).

La adopción de sistema métrico representó el intento similar de imponer una organización natural y racional al espacio. De acuerdo con el decreto de 1795, el metro se inauguraba como “la unidad de longitud igual a una diez millonésima parte del arco del meridiano terrestre entre el Polo norte y el Ecuador”. Es obvio que el ciudadano común no entendía mucho tal definición y tardaron tiempo en adoptar el metro y el gramo como nuevas unidades de medida. Pero aun en donde se mantenían los viejos hábitos, los revolucionarios sellaron sus ideas en la conciencia contemporánea cambiando el nombre de cada cosa.

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