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Fraternidad


Enviado por   •  18 de Julio de 2013  •  1.672 Palabras (7 Páginas)  •  276 Visitas

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Ese es el caso de La brasa bajo la ceniza que, desde su título, nos invita a un modo de conocer jauretcheano y a reconocer la eternidad histórica del pueblo como componente básico de la fraternidad. La imagen del rescoldo de nuestra cultura popular predica sobre la pervivencia del fuego creador aún cuando las apariencias nos impulsen a desecharlo como un montón de polvorienta ceniza, como dispersión. El rescoldo de nuestros fogones, de nuestras horneadas de pan, no sólo es capaz de asar batatas y tortillas con grasa, sino que también lleva en sus entrañas el incendio. Pero la brasa bajo la ceniza, no es una sola, son multitud de vírgulas, de chispas, cuya solidaridad multitudinaria es el secreto de su poder, o sea, un poder que nace de la hermandad entre el calor y la luz.

Según Ighina, la fraternidad es un principio ocultado a causa de su potencialidad revolucionaria. Esa es una primera contradicción que pone en movimiento: la construcción en Latinoamérica de un campo intelectual cuyo sello distintivo es el fracaso. Porque, si por un lado, se puede considerar la fraternidad desde una “idea regulativa” y por lo tanto como un despliegue de sujetos kantianos, habermanianos et alteri; por el otro, en tanto praxis, su marca diacrítica es la revolución: “La revolución nos constituye a los hispanoamericanos”, sostiene Ighina. Ahora bien, la revolución es un acto fraterno que implica reformulación de ideas regulativas, pero sobre todo resistencia, amor, saberes, amistad, sabiduría. Me parece un acierto haber recurrido, para exponer estas vivencias, al poeta de Martinica Aimé Cèsaire cuyo valor no reside tanto en su apartamiento del “universal marxista” en la célebre carta a Thorez, sino por haber concebido la revolución como un gran acto poético y una discontinuidad epistemológica fundamental. La revolución, como la toma de la palabra por el pueblo, es el cambio del “vértice de la pirámide” que describe Ighina.

Considerar la fraternidad como un saber de los pueblos representa el propósito de sustraerla de la razón europea dominante para expandir un nuevo modo de conocer que el autor llama “principio epistemológico” descolonial.

Ighina transita entonces por los postulados de Mignolo y Quijano en su crítica a cierta oposición bipolar pero única: sajona/latina. Se habría producido una reducción a la nada de las culturas no europeas. En ese sentido, los programas emancipadores, incluso el bolivariano, no contemplarían a negros e indios, por ejemplo. No incorporan, en su formulación, a las mayorías no latinas del continente, renuncian al otro, se niegan a la asunción de la diversidad. Ahora bien, desde mi punto de vista, los descoloniales reducen la cuestión a una contradicción evidente pero a lo mejor no principal. Me refiero a cierta dialéctica racial que fue sólidamente discutida, antes de la fórmula descolonial, por Manuel Ugarte, cuando en su libro póstumo e inconcluso La reconstrucción de Hispanoámerica (1950), postula que el problema fundamental de nuestro continente es la de la sumisión al imperialismo mediante la traición de las oligarquías locales que en cada momento histórico toman distintos nombres y características. El nativo, el mestizo, mal pagado y mal nutrido, “extrae, manipula o lleva sobre sus espaldas la riqueza que se va”. La cuestión fundamental sería la injusticia social. Por lo tanto, la justicia social sería el rostro nuevo de la fraternidad.

Por eso me parece estimulante que Ighina nos invite en este libro a “explorar la fraternidad en el pensamiento plebeyo”. El pensamiento plebeyo latinoamericano, más que con ideas regulativas, tiene que ver con ideales. Por supuesto, como lector libre, tomo la palabra ideales en el sentido ugartiano de mística: “Las naciones no pueden vivir sin mística. Nada puede desarrollarse plenamente sin ayuda del ideal”. Evita regulará luego esta paradójica mística, mediante su planteo sobre la “inteligencia del corazón”. Es un modo muy especial pensamiento que concuerda con una aseveración de Ighina en este libro: la fraternidad, igual que el “germen vivo” scalabriniano, diseña el futuro. Desde el pensamiento plebeyo se desenmascara lo que la fraternidad no es: ni un instrumento ideológico, ni una fórmula para salvar privilegios.

Otro tópico interesante que me induce a elucubrar, es el de la apoliticidad. Ighina lo reflexiona a partir de un texto del historiador indio Partha Chaterjee cuando se refiere a “un tiempo homogéneo vacío” en que los seres humanos no pueden imaginarse “viviendo”. ¿Cómo imaginar la política en un destiempo, en el afuera de la historia, “no en el tiempo en que viven”? El resultado será un tipo de nacionalidad forzado. Convengamos que es una situación aplicable al África, al cercano y parte del lejano oriente, para usar términos anacrónicos, en que las potencias colonialistas crearon estados nacionales pisoteando tradiciones, culturas, etnias y religiones de los pueblos dominados. Pero eso es posible gracias a la complicidad de grupos privilegiados locales siempre aliados con el dominador extranjero. Es el operativo por el cual las minorías unifican territorios mediante la destrucción de la memoria y el formateado del hombre cero. En Latinoamérica también se produce esta dialéctica, más que por la presión unificadora

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