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El camino por el desierto


Enviado por   •  17 de Septiembre de 2013  •  2.331 Palabras (10 Páginas)  •  338 Visitas

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El camino por el desierto

Sección: Antiguo Testamento

Estos versículos finales del c.15 introducen la marcha por el desierto. El pueblo liberado de la servidumbre, que ha experimentado las maravillas, las obras grandes del Señor, inicia su camino hacia la Tierra prometida. Pero antes de llegar a ella está el camino por el desierto. Camino largo, duro, difícil…

La fe, probada

Sorprende enormemente que después de la experiencia del éxodo y del canto triunfal nos encontremos esta reacción: «El pueblo murmuró contra Moisés diciendo: «¿Qué vamos a beber?». Contrasta fuertemente con la confianza exultante expresada en el canto de Moisés y con lo afirmado en 14,31: «Viendo Israel la mano fuerte que el Señor había desplegado contra los egipcios temió el pueblo al Señor y creyeron en el Señor y en Moisés su siervo». Apenas experimentada «la mano fuerte» del Señor en la situación crítica del Mar Rojo, ante la primera nueva dificultad el pueblo se queja, se revela, se manifiesta duro de cerviz.

El contraste es grande, y la sorpresa comprensible. Sin embargo, conviene fijarnos con detenimiento. Estas quejas del pueblo parecen estar justificadas: el camino por el desierto es agotador, con sed, con hambre, con cansancio, con dificultades de todo tipo. ¿No tendrá razón el pueblo? ¿No será que Dios le pide demasiado?.

Ciertamente las dificultades están ahí, son pruebas terribles. Pero el pueblo hace mal con quejarse y protestar. Con ello está manifestando su falta de fe. Al quejarse manifiesta que no se fía del Dios que les ha hecho libres y ahora les guía: también ahora son conducidos por la «mano fuerte», aunque invisible, del Señor. Al protestar dan a entender que no ven las dificultades presentes bajo el dominio de su Dios, que se ha mostrado Señor de la historia. No acaban de creer que el Señor seguirá sosteniéndolos en medio de todo tipo de pruebas y dificultades. No aceptan la voluntad de Dios que en su providencia permite estas dificultades ni creen en su poder que puede librarlos de ellas.

El texto bíblico nos da la clave de esta situación: El Señor «puso a prueba» a Israel (v.25). «Probar» es «poner a prueba», examinar en la práctica en situaciones-límite para ver hasta dónde el esfuerzo es posible y de qué la persona probada es capaz (Gen 22,1; Ex 20.20; Dt 8,2.16; 13,4). Se trata de una situación que no tiene solución fuera de la fe: ante la carencia de todo apoyo natural, Dios pide una confianza incondicional. Cuando Dios nos prueba nos está empujando a arrojarnos en sus brazos, a abandonarnos a su protección. Ante lo extremo de la dificultad, en la que se pierde pie, sólo quedan dos salidas: la confianza en Dios o la desesperación. Las situaciones de pruebas grandes son oportunidades preciosas para dar de lado apoyos falsos y apoyarse sólo en Dios, pero es grande también el peligro de renegar de Dios y hundirse en la desesperación. Dios, por su parte, manda o permite la prueba por amor, para sacarnos de la instalación, de los falsas seguridades, y hacernos vivir colgados de El.

Dios mismo apunta la solución (v.26): «Si de veras escuchas la voz del Señor, tu Dios…» En el camino del desierto, en medio de las pruebas y dificultades, nuestro agarradero, nuestra única garantía es la palabra del Señor. Se trata de permanecer atentos a su voz, pendientes de su palabra. Es ella la que guía, la que sostiene en medio de las pruebas. A través de su palabra es Dios mismo quien nos conduce y nos fortalece. Su palabra ilumina nuestra fe, conforta nuestra esperanza, enardece nuestro corazón…

El don del maná

El pecado del pueblo es siempre el mismo: bajo distintos aspectos y en diversas circunstancias es siempre su falta de fe lo que se pone de relieve. Aquí se manifiesta en que reniegan de la situación en que el Señor les ha colocado, lamentándose de no haber muerto en Egipto (v.3) y en que han perdido de vista que toda la aventura en que están embarcados tiene a Dios mismo como iniciador y protagonista (dicen a Moisés y Aarón: «Vosotros nos habéis traído a este desierto para matar de hambre a toda esta asamblea»). Y el pecado es tanto más grave cuanto más son reiteradas las pruebas que Dios da de su providencia amorosa: llega entonces a ser un pecado de obstinación, de rebeldía, de endurecimiento.

El salmo 106, una meditación sobre el pasado de Israel, presentará así los reiterados pecados del pueblo: «Hemos pecado como nuestros padres… Nuestros padres, en Egipto, no comprendieron tus prodigios. No se acordaron de tu inmenso amor, se rebelaron contra el Altísimo… Pronto se olvidaron de sus obras, no tuvieron en cuenta su consejo… A Dios tentaban en la estepa… Olvidaban a Dios que les salvaba, el autor de cosas grandes en Egipto, de prodigios en el país de Cam, de portentos en el mar Suf… En su palabra no tuvieron fe, murmuraron dentro de sus tiendas, no escucharon la voz del Señor…» He ahí el fondo de todo pecado: «olvidar» las grandes obras realizadas por el Señor, «no comprender» lo que hay detrás de ellas (su amor, su poder, su sabiduría), «no fiarse» de la palabra del Señor, «quejarse» de El (Parecidas reflexiones en el Sal 78).

A pesar de todo, Dios condesciende y da a su pueblo una nueva prueba de su cuidado paternal. A través de sus dones es Dios mismo quien se manifiesta: «Sabréis que es el Señor» (v.6), veréis la gloria del Señor» (v.7). Dios da sus dones para que le conozcamos a El, para que entremos en comunión con El por la fe y la gratitud. Pero ésta es nuestra tragedia: nos quedamos en los dones de Dios sin reparar en el que nos los da y en el amor que está detrás de ese don.

Moisés insiste: «No van contra nosotros vuestras murmuraciones, sino contra el Señor». Dios se identifica con su enviado. Cada vez que nos quejamos de algo o de alguien es en el fondo de Dios mismo de quien nos quejamos. Puesto que El es el Señor de la historia y conduce todo con su poder y su sabiduría, El es el responsable último de todo: «Ni un cabello de vuestra cabeza cae sin el permiso de vuestro Padre» (Mt 10,29-30). Toda queja es siempre, implícita o explícitamente, una queja contra el Señor.

«Este es el pan que el Señor os da por alimento». Independientemente de cual sea la explicación del maná, el texto subraya claramente que se trata de una intervención especial de Dios en favor de su pueblo. Se trate o no de una intervención especial de Dios en favor de su pueblo. Se trate o no de un milagro en sentido estricto, lo cierto es que el pueblo ha experimentado una vez más la mano providente de su Dios. Sirviéndose tal vez de un fenómeno natural de aquella región Dios ha dado a los suyos un alimento

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