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El último presagio de la derrota


Enviado por   •  11 de Septiembre de 2014  •  Tutoriales  •  3.596 Palabras (15 Páginas)  •  206 Visitas

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Tres son las fuentes indígenas de las que provienen los textos aducidos en este capítulo, acerca de la rendición de la gran capital mexica. El primer testimonio, de los informantes indígenas de Sahagún, menciona un último presagio que pareció anunciar la ruina inminente de los mexicas. Según este texto indígena, fue Cuauhtémoc quien por su propia voluntad se entregó a los españoles. La tragedia que acompañó a la toma de la ciudad, nos la describe a continuación el documento indígena de manera elocuente.

El segundo testimonio aducido proviene de la ya varias veces citada XIII relación de Alva Ixtlilxóchitl. Es en este texto donde se relata cuáles fueron las palabras que dijo Cuauhtémoc a Cortés, cuando hecho ya prisionero, tomando la daga que traía el conquistador, le rogó pusiera fin a su vida, como había puesto ya fin a su imperio. Es interesante notar las palabras textuales de Ixtlilxóchitl, que afirma que durante el sitio de México-Tenochtitlan murió "casi toda la nobleza mexicana, pues que apenas quedaron algunos señores y caballeros y, los más, niños y de poca edad".

El tercero y último texto que se presenta en este capítulo, proviene de la VII relación de Chimalpain, y en él se describe la forma como Cortés requirió por todas partes y aún sometió a tormento a los señores mexicas para obtener de ellos el oro y los demás tesoros que poseían ellos desde tiempos antiguos.

En la Relación de 1528 , debida a un indígena anónimo de Tlatelolco, de la cual se publica íntegra la sección referente a la Conquista, en el capítulo XIV de este libro, se ofrece uno de los cuadros mis patéticos en el que se pinta el éxodo de los vencidos y las vejaciones sin número de que fueron objeto, al ser sometida la capital mexícatl.

El último presagio de la derrota

Y se vino a aparecer una como grande llama. Cuando anocheció; llovía, era cual rocío la lluvia. En este tiempo se mostró aquel fuego. Se dejó ver, apareció cual si viniera del cielo. Era como un remolino; se movía haciendo giros, andaba haciendo espirales. Iba como echando chispas, cual si restallaran brasas. Unas grandes, otras chicas, otras como leve chispa. Como si un tubo de metal estuviera al fuego, muchos ruidos hacía, retumbaba, chisporroteaba. Rodeó la muralla cercana al agua y en Coyonacazco 1 fue a parar. Desde allí fue luego a medio lago, allá fue a terminar. Nadie hizo alarde de miedo, nadie chistó una palabra.

Pues al siguiente día nada tampoco sucedió. No hacían más que estar tendidos, tendidos estaban en sus posiciones nuestros enemigos.

Y el capitán (Cortés), estaba viendo constantemente hacia acá parado en la azotea. Era en la azotea de casa de Aztautzin, que está cercana a Amáxac. Estaba bajo un doselete. Era un doselete de varios colores.

Los españoles lo rodeaban y hablaban unos con otros.

La decisión final de Cuauhtémoc y los mexicas

Por su parte (los mexicas) se reunieron en Tolmayecan y deliberaron cómo se haría, qué tendríamos que dar como tributo, y en qué forma nos someteríamos a ellos. Los que tal hicieron eran:

Cuauhtémoc y los demás príncipes mexicanos . . .

Luego traen a Cuauhtémoc en una barca. Dos, solamente dos lo acompañan, van con él. El capitán Teputztitóloc y su criado, Iaztachímal. Y uno que iba remando tenía por nombre Cenyáutl.

Y cuando llevan a Cuauhtémoc, luego el pueblo todo le llora. Decían:

­¡Ya va el príncipe más joven, Cuauhtémoc, ya va entregarse a los españoles! ¡Ya va a entregarse a los "dioses"!

La prisión de Cuauhtémoc

Y cuando lo hubieron llevado hasta allá, cuando lo hubieron desembarcado, luego vinieron a verlo los españoles. Lo tomaron, lo tomaron de la mano los españoles. Luego lo subieron arriba de la azotea, lo colocaron frente al capitán, su jefe de guerra.

Y cuando lo hubieron colocado frente al capitán, éste se pone a verlo, lo ve detenidamente, le acaricia el cabello a Cuauhtémoc. Luego lo sentaron frente al capitán.

Dispararon los cañones, pero a nadie tocaron ya. Únicamente, dispararon, los tiros pasaban sobre las cabezas de los mexicas.

Luego tomaron un cañón, lo pusieron en una barca, lo llevaron a la casa de Coyohuehuetzin, y cuando allá hubieron llegado, lo subieron a la azotea.

La huida general

Luego otra vez matan gente; muchos en esta ocasión murieron. Pero se empieza la huida, con esto va a acabar la guerra. Entonces gritaban y decían:

­¡Es bastante! . . . ¡Salgamos! . . . ¡Vamos a comer hierbas! . . .

Y cuando tal cosa oyeron, luego empezó la huida general.

Unos van por agua, otros van por el camino grande. Aun allí matan a algunos; están irritados los españoles porque aún llevan algunos su macana y su escudo.

Los que habitaban en las casas de la ciudad van derecho hacia Amáxac, rectamente hacia el bifurcamiento del camino. Allí se desbandan los pobres. Todos van al rumbo del Tepeyácac, todos van al rumbo de Xoxohuiltitlan, todos van al rumbo de Nonohualco. Pero al rumbo de Xóloc o al de Mazatzintamalco, nadie va.

Pero todos los que habitan en barcas y los que habitan sobre las armazones de madera enclavadas en el lago, y los habitantes de Tolmayecan, se fueron puramente por el agua. A unos les daba hasta el pecho, a otros les daba el agua hasta el cuello. Y aun algunos se ahogaron en el agua más profunda.

Los pequeñitos son llevados a cuestas. El llanto es general. Pero algunos van alegres, van divirtiéndose, al ir entrelazados en el camino.

Los dueños de barca, todos los que tenían barcas, de noche salieron, y aun en el día salieron algunos. Al irse, casi se atropellan unos con otros.

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