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Ensayo De Historia

sakuraotaku3 de Junio de 2013

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Tres acontecimientos ocurridos en el transcurso del siglo XX resultaron particularmente significativos para definir nuestra condición de seres vivos en el planeta que habitamos y para establecer interpretaciones acerca del pasado y el destino de nuestra especie. El primero de ellos significó el final del enfrentamiento armado más devastador que ha experimentado la humanidad: la Segunda Guerra Mundial, que según estiman los historiadores sumó un total aproximado de 50 millones de muertos durante los 6 años de contienda. Como recordaremos, la rendición de Japón ocurrió luego del lanzamiento de las bombas de Hiroshima y Nagasaki, es decir, luego de la proclamación del poder de la ciencia aplicado a la guerra mediante la consolidación de la energía atómica como fuente de un poder nunca antes visto.

De todos es sabido que gran parte de los desarrollos tecnológicos de la época y quizá de la historia humana han sido resultado del enfrentamiento bélico: el submarino (1898), el aeroplano (1903), las armas químicas y biológicas (1915), el radar (1935), el helicóptero (1936) y otros artificios más que fueron pensados para triunfar en los aires o los mares antes de tener un destino diferente: el estratégico, comercial masivo o científico. Con todo, no deja de sorprender el que justamente ese pensador de la ciencia tan celebrado en la era reciente, Albert Einstein, a pesar de sus discursos pacifistas posteriores, haya sido justamente quien llamara la atención del presidente estadounidense de aquel entonces, Roosevelt, mediante una comunicación por carta remitida un mes antes del inicio de la guerra en 1939, acerca de las investigaciones realizadas por Enrico Fermi y Leo Szilard según las cuales el uranio podría convertirse en una nueva e importante fuente de energía susceptible de utilización militar.

En efecto, el resultado de la competencia científica que se había establecido entre los dos grupos en disputa: los aliados y los nacional socialistas unidos a Italia y Japón, le enseñaban al mundo la tragedia que tan anhelado conocimiento podía propiciar. El año: 1945; el número de víctimas en las dos explosiones: 250.000; la lección para nuestra especie: éramos, por primera vez en la historia, capaces de acabar con nosotros mismos.

Los grandes vencedores de aquella guerra: Estados Unidos de América y la Unión Soviética, se repartieron gran parte de la geografía del combate, sin embargo, fueron los estadounidenses los encargados de saquear la mayoría del conocimiento científico dispuesto en miles de archivos, junto con las decenas de personas que lo habían propiciado, principalmente en Alemania, que para entonces era la nación más desarrollada en el asunto. Entre el grupo de científicos sonsacados estaba Wernher von Braun, uno de los artífices de la carrera espacial, que enfrentaría a las nuevas potencias del planeta por el desaforado intento de alcanzar el espacio exterior. von Braun fue la persona encargada de desarrollar los cohetes V2 para el Fürer, fabricados para arreciar el fuego desde las costas francesas, principalmente sobre la ciudad de Londres. Estos mortales objetos serían paradójicamente el principio que utilizarían Estados Unidos y la Unión Soviética para desarrollar la cohetería que les permitiría abandonar la biosfera; de hecho Von Braun y su equipo fueron encargados de diseñar el cohete Saturno V de la NASA, origen de tan ambiciosa empresa.

Esta circunstancia nos lleva por extraños caminos al segundo acontecimiento: el viaje a la luna, o para no ir muy lejos, el primer viaje tripulado al espacio exterior. Este ocurrió en 1961 con la misión Vostok I, y estuvo a cargo de un equipo soviético del que posiblemente recordaremos al cosmonauta Yuri Gagarin. El viaje a la luna fue obra de la maquinaria estadounidense, auxiliada por el ya mencionado contingente alemán, en 1969, a bordo de una nave llamada Apolo 11. El ser humano había hecho posible, con algunas salvedades, el intento mítico de algunos pueblos por alcanzar el cielo, en esta ocasión a través de una torre de Babel metálica.

Se dice que las evidencias de estos viajes espaciales fueron una de las razones que desencadenaron los movimientos verdes planetarios, otra fue según Donald Worster, célebre escritor de la historia ambiental, la explosión de la primera bomba de fisión nuclear en Jornada del Muerto, a 80 kilómetros de Alamogordo, Nuevo México, el 15 de julio de 1945 (1989, p. 6). Nuestra especie podía contemplar su fragilidad desde el espacio por medio de las imágenes captadas mediante cámaras fotográficas y de video, enfrentando así el desconsolador panorama que le ofrecía la ciencia: éramos, a pesar de tantas rabietas, solo un punto minúsculo en el espacio, circundando eternamente una estrella aún joven, en uno de los trillones de sistemas solares del universo; y esa esfera azul era nuestro hogar, el único posible de momento.

La imagen de nuestro planeta visto desde afuera, anticipada primero por Ptolomeo y luego por Giordano Bruno, establece esa consideración del equilibrio que pervive aun en los mitos de algunos pueblos antiguos como los U`wa, asentados en la Sierra Nevada del Cocuy, en Colombia, quienes hablan de tres mundos inferiores y tres superiores, cuyo centro es un mundo más, de color azul y adecuado para la vida, ese mundo que llamamos Tierra.

Esto nos lleva al tercer evento planteado: la “conquista” (colonización, encuentro de culturas o como quiera llamársele) de América. Con un poco de imaginación entenderemos lo que significó para la sociedad europea del siglo XV el advenimiento de un lugar que pareciera existir entre la realidad y la fantasía. Este “hallazgo” transformaría no solo las nociones de la geografía sino también las ideas acerca del poder y la alteridad en ambos continentes. América era ese territorio que condensaba el sueño de la posesión a ultranza, el espacio que ampliaba los horizontes de lo habitable. Tal es así que en no pocas ocasiones se ha comparado este evento con el viaje a la luna, solo que en este caso América podía poseerse, era alienable y las justificaciones para ello procedían de una mirada determinista surgida de la religión y la razón. En este punto sería interesante figurarse qué hubiera sucedido si la luna tuviese materiales “valiosos” y explotables según nuestra particular manera de evaluar lo existente, tal como sucedió en América.

La instauración de la ingrávida bandera estadounidense en el frío casquete lunar tuvo su parangón durante la conquista española, cuando los recién desembarcados se adjudicaban la posesión de cuanto lugar hallaron, mediante un acto entre civil y religioso que dejaba consigo la escritura de documentos de propiedad que imponían nuevos nombres en donde ya existían otros e implantando la lógica de su lengua, su dios y su relación con la tierra. De esta manera, América fue la palabra con la cual se nominó a esta vasta extensión de territorio, dada en honor del marinero Amerigo Vespucci, quien junto con sus expediciones confirmara la existencia de un nuevo continente.

La razón que integra estos tres hechos históricos en el siglo XX se llama historia ambiental, un campo de la ciencia a medio camino entre las ciencias naturales y sociales que se empezó a establecer en la década de 1970 en los Estados con la creación de la American Society for Environmental History (1975), como una reacción científica ante el poderoso movimiento ecológico popular sucedido a finales de los años sesenta.

Recordaremos a la generación de los sesenta como la última experiencia humana occidental consciente que planteó su posición respecto a la guerra colonialista de manera fehaciente en dos de los mayores centros de poder planetario: USA (guerra de Vietnam todavía en curso 1958 - 1975 ) y Francia (guerra consumada de Argelia 1954 – 1962 cuyas tesis tercermundistas derivadas de ella, salieron a la palestra durante el mayo parisino). La juventud de los años sesenta reclamó los derechos de la mujer, cuestionó el poder y la relación con el entorno vivo, y además dio una mirada respetuosa al pensamiento oriental y al de las comunidades indígenas americanas. Así mismo, fue esta generación alucinada la que pidió explicaciones ante los fracasos de la modernidad y la idea errónea de que la ciencia lo podía todo, incluso prescindir de la naturaleza misma.

Los tiempos han cambiado. De alguna manera nos acostumbramos a la comodidad del sistema reinante; comodidad para quienes podemos percibirla en diferentes escalas dentro de los centros urbanos, esos escenarios de la civilización que se han convertido en meros consumidores de alimento y combustible fósil. Hoy estamos claramente lejos de algo que el mismo Worster insinuara como el posible programa revolucionario del ecólogo, el más reciente de los profetas de la ciencia (1989, p. 9). La explicación del fracaso de la ciencia proviene entonces de la misma ciencia, a través de la historia ambiental, que ha dejado sus intenciones de cambio a un lado para dedicarse a emitir juicios históricos, de los cuales el más memorable ha sido justamente el que significó la conmemoración del quinto centenario del inicio de la colonización de América en 1992.

Hablamos entonces de una limpieza política con respecto al pasado, en la cual se intenta demostrar que este proceso no fue tan vandálico como en ocasiones se solía pensar. De momento la bibliografía enseña principalmente el caso mexicano: prácticas culturales precolombinas en varios lugares de América (Denevan: 1992), el Bajío (Butzer y Butzer: 1997), Michoacán (Endfield y O´Hara: 1999), Verazcruz (Siemens: 1999). Estas investigaciones apoyadas en muestras palinológicas y sobre todo en archivos del período colonial español, exponen cómo las tierras

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