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Estado, Democracia Y Ciudadania En La Venezuela Actual

dayi202020 de Noviembre de 2011

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a) Globalización y las nuevas configuraciones de estado

Desde mediados del siglo XX y, de manera especial desde la caída del muro de Berlín (noviembre de 1989) la democracia representativa es un indiscutible referente universal y el Estado es interpelado por las demandas ciudadanas, en favor de la extensión y profundización de la democracia participativa, principalmente a impulsos del principio de subsidiariedad.

Una importante tesis de la modernidad presenta indiscutibles signos de crisis. Me refiero al progresivo desajuste entre el Estado y la sociedad. Aquel sigue confinado en el marco de las propias fronteras, mientras la sociedad, incómoda dentro de los límites estatales, presiona por doquier para vencer las fronteras y recrearse sobre espacios abiertos y transnacionales. Con la globalización se hace problemática la situación, al introducir factores de mutuo desencuentro entre la sociedad, el Estado y el territorio aunque, a pesar de las apariencias, la relación no degenera necesariamente en el conflicto o en la irrelevancia. Al socaire de las circunstancias generadas por los complejos procesos globalizadores, las relaciones entre los elementos mencionados son “reinventadas y reconfiguradas”, con la emergencia de nuevos modelos regionales globales y nuevas ciudades globales.

En la década de los noventa se difundieron, con interesada premura, por parte de los principales agentes de la globalización - los grupos financieros y sus compañeros de viaje, los expertos, tuvieron especial relevancia – algunos mitos, como el de que los problemas de la economía tenían su origen en los gobiernos, que imponían elevadas cargas fiscales y obligaban a la observancia “de rígidas regulaciones hasta el estrangulamiento”. Se defendía asimismo que la bajada de impuestos produciría grandes “aumentos del ahorro y del trabajo” lo que no parece haber acumulado argumentos de experiencia suficientemente demostrativos. Estos planteamientos nutrían la filosofía subyacente a lo que se denominó el thatcherismo y el reaganismo de los años ochenta y de manera implícita y difusa se contenían en el informe Nuestro Futuro Común. Entre las circunstancias, que favorecieron el clima de cambios, merecen destacarse la divulgación de planteamientos insólitos sobre escenarios irreales que aventuraban el desbordamiento de fuerzas apocalípticas de craques económicos, de epidemias o de catástrofes ecológicas y biológicas, el ocaso o el deterioro irreversible del Estado, “el fin de la historia” y otros discursos proféticos inferidos de apresurados ejercicios de prospectiva, que solicitaban el asentimiento hacia configuraciones políticas extravagantes o animaban el avance hacia el horizonte de un Estado Mundial.

En la era de la globalización, las estructuras del Estado están sometidas a progresivas tensiones, por la envergadura de los cambios y por la convergencia de una pluralidad de factores, que generan secuencias de modificaciones estructurales y funcionales en las instituciones, sean estas supranacionales, regionales, nacionales o locales. Este contexto de crisis inducida afecta a las estructuras políticas y administrativas del Estado y su vinculación con la globalización puede argumentarse desde variadas perspectivas. En primer término, desde la asimetría imbricada en los procesos de globalización que se extiende hasta los efectos producidos en los ámbitos económicos, políticos y culturales, penalizando de modo especial a los países en vías de desarrollo, generando incertidumbres y desasosiegos entre los individuos con escaso equipamiento para la competencia abierta de la era global. Una personalidad tan poco sospechosa de antiglobalización, como George Soros, afirma que “la globalización ha causado una mala distribución de los recursos” y no ha de confiarse sólo a los mercados la atención de las necesidades colectivas, los mercados “no son competentes a la hora de asegurar la justicia social”.

Estos bienes colectivos han de ser atendidos “mediante la intervención política”, a través de los procesos de orden político, que en muchos aspectos no serán tan eficientes como los mecanismos del mercado pero de los que no se puede prescindir. Las facilidades instituidas para el sistema financiero y para el comercio de mercancías favorece a los países de la OCDE y genera relaciones comerciales no solo asimétricas sino carentes de equidad, ya que “la globalización es profundamente selectiva”. Luis Ángel Rojo acentúa la injusta distribución de los beneficios afirmando que “la expansión ha sido muy buena para el capital, pero no para los trabajadores”.

Una segunda argumentación se apoya sobre los riesgos ambientales que, como afirma acertadamente Ulrich Beck, “poseen una tendencia inmanente a la globalización”, es decir, los riesgos modernos en su expansiva dinámica desconocen las fronteras y cualesquiera que fueren sus efectos específicos, los riesgos civilizatorios menoscaban la calidad de vida de los seres humanos en el planeta y son causantes del progresivo deterioro de los sistemas sostenedores de la vida.

Algunos Estados son cada vez más conscientes de la situación y mediante sus representantes han impulsado la convocatoria de la Asamblea de las NN. UU. que se ha reunido de manera solemne en tres ocasiones, con el propósito de crear un clima de opinión favorable a las necesarias medidas a tomar de orden legal y práctico; alertar la conciencia ciudadana que estimule en los empresarios y en los individuos particulares unas conductas mas coherentes con la conservación de los recursos medioambientales y exigir las decisiones pertinentes a los gobiernos de los Estados con el objetivo de mantener en perfecto funcionamiento los sistemas sostenedores de la vida en el planeta . Ante los problemas ecológicos y ambientales, los Estados Nacionales resultan unidades de pequeño tamaño y de recursos escasos para abordar muchas de las cuestiones, que afectan claramente a gran parte de la humanidad: “ningún estado es capaz ya de enclaustrar en un territorio ni ‘las serviciales ondas del aire’, llenas de significado, ni siquiera a sus ciudadanos, y, mucho menos, “el punible derrame de nieblas”.

El cambio climático, las lluvias ácidas, la disminución del ozono de la estratosfera, el calentamiento del planeta, la deforestación y desertización, la contaminación de la atmósfera, la escasez de aguas dulces, la extinción de ciertas formas de vida y los accidentes radiactivos son riesgos que trascienden las competencias y las capacidades de actuación del Estado Nacional, inscribiéndose plenamente en el contexto global. La distribución de los riesgos siguen pautas de un nuevo tipo de asignación, la “adscriptividad civilizatoria del riesgo”, se democratiza la distribución de los riesgos ni son observables de manera inmediata por el individuo, se necesita la intervención de técnicas avanzadas para su detección y medición. La globalización económica es esencialmente perjudicial para el medio ambiente porque se basa en el consumo, en la incontrolada explotación de los recursos, en el progresivo aumento de los residuos o en la producción orientada a la exportación.

La vinculación entre los riesgos ambientales como factor de la crisis del Estado Nacional y la globalización es insoslayable. En tercer lugar, en la era de la globalización parece deteriorarse el ajustamiento que el Estado nacional, la sociedad nacional y sus instituciones habían tejido a lo largo de la modernidad, por cuanto se establecen múltiples y diferentes tipos de relaciones de poder y competitividad entre el estado nacional y la sociedad por una parte y otros actores, identidades, escenarios, espacios y situaciones transnacionales

Nación es real, se apoya sobre los riesgos de la sociedad moderna y, según Beck, se fundamenta en la naturaleza misma de la globalización que ha destruido un principio esencial de la modernidad, “la idea de vivir y actuar en los espacios cerrados y recíprocamente delimitados de los Estados Nacionales y de sus respectivas sociedades nacionales”. El Estado Nación está sometido además a progresivas tensiones por la delegación continuada de competencias hacia destinatarios diferentes, que cuestionan el excesivo protagonismo del Estado en el ámbito nacional y el rol de protagonista exclusivo de las relaciones internacionales que, hasta el presente, se ha arrogado el Estado sin penas contestación.

Con la globalización se consolida la nueva redistribución del poder en dos direcciones: la primera, hacia ámbitos supranacionales, viene exigida por su limitada capacidad para enfrentar los problemas económicos y medioambientales, tecnológicos o de seguridad; por la emergencia de nuevos actores transnacionales e instituciones que asumen papeles de importancia, a costa de los que hasta el presente correspondían al Estado; por la acumulación de acuerdos internacionales de obligado cumplimiento como los derechos humanos, las normas de salud que da la OMS, etc.; por la presencia de organizaciones supranacionales que no discuten su papel internacional, lo ejercen y son atendidos. La globalización, en cuanto fenómeno multidimensional, produce un desplazamiento de la actividad humana y del poder hacia pautas transnacionales o interregionales, adoptando formas diferentes con trayectorias diversas y generando cambios de la comunidad política democrática de tal magnitud que sería pretencioso establecer el núcleo del poder político efectivo en las estructuras del gobierno nacional.

No sería coherente situar una comunidad autosuficiente y soberana “dentro de los límites de una sola Nación Estado”. La segunda tendencia, que parece debilitar al Estado, surge desde las demandas que se

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