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Isabel 1.


Enviado por   •  20 de Octubre de 2013  •  Ensayos  •  2.499 Palabras (10 Páginas)  •  290 Visitas

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ISABEL l

El reinado de Isabel I de Inglaterra, prototipo del monarca autoritario del Quinientos, tiene un interés histórico de primera magnitud por cuanto fue fundamento de la grandeza de Inglaterra y sentó las bases de la preponderancia británica en Europa, que alcanzaría su cenit en los siglos XVIII y XIX. Pero la protagonista de esta edad de oro, que conocemos con el nombre de "era isabelina", se destaca ante nosotros por su no menos singular vida privada, llena de enigmas, momentos dramáticos, peligros y extravagancias. Isabel I, soberana de un carácter y un talento arrolladores, sintió una aversión casi patológica por el matrimonio y quiso ser recordada como la "Reina Virgen", aunque de sus múltiples virtudes fuese la virginidad la única absolutamente cuestionable.

Isabel I de Inglaterra

Tras repudiar a la primera de sus seis esposas, la devota española Catalina de Aragón, en 1533 el rey Enrique VIII de Inglaterra contrajo matrimonio con su amante, la altiva y ambiciosa Ana Bolena, que se hallaba en avanzado estado de gestación. Este esperado vástago, debía resolver el problema derivado de la falta de descendencia masculina del monarca, a quien Catalina sólo había dado una hija, María, que andando el tiempo reinaría como Maria I. Aunque el nuevo matrimonio no había sido reconocido por la Iglesia de Roma y Enrique VIII acababa de ser excomulgado por su pecaminosa rebeldía, el próximo y ansiado alumbramiento del príncipe llenó de alegría todos los corazones y el del rey en primer lugar. Sólo faltaba que la soberana cumpliera con su misión pariendo un hijo vivo y sano que habría de llamarse Enrique, como su padre. El 7 de septiembre de 1533 se produjo el feliz acontecimiento, pero resultó que Ana Bolena dio a luz no a un niño sino a una niña, la futura Isabel I de Inglaterra.

Una familia turbulenta

El monarca sufrió una terrible decepción. El hecho de haber alumbrado una hembra debilitó considerablemente la situación de la reina, más aún cuando el desencantado padre se vio obligado a romper definitivamente con Roma y a declarar la independencia de la Iglesia Anglicana, todo por un príncipe que nunca había sido concebido. Cuando dos años después Ana Bolena parió un hijo muerto, su destino quedó sellado: fue acusada de adulterio, sometida a juicio y decapitada a la edad de veintinueve años. Su hija Isabel fue declarada bastarda y quedó en la misma situación que su hermanastra María, hija del primer matrimonio Enrique VIII con Catalina de Aragón y diecisiete años mayor que ella. Ambas fueron desposeídas de sus legítimos derechos hereditarios al trono de Inglaterra.

Ana Bolena fue sustituida en el tálamo y el trono por la dulce Juana Seymour, la única esposa de Enrique VIII que le dio un heredero varón, el futuro rey Eduardo VI. Muerta Juana Seymour, la esperpéntica Ana de Cleves y la frívola Catalina Howard ciñeron sucesivamente la corona, siendo por fin relevadas por una dama (dos veces viuda a los treinta años) que iba a ser para el decrépito monarca, ya en la última etapa de su vida, más enfermera que esposa: la amable y bondadosa Catalina Parr. En 1543, poco antes de la sexta boda del rey, los decretos de bastardía de María e Isabel fueron revocados y ambas fueron llamadas a la corte; los deseos de Catalina Parr tenían para el viejo soberano rango de ley y ella deseaba que aquellas niñas, hijas al fin y al cabo de su marido y por lo tanto responsabilidad suya, estuviesen en su compañía.

Isabel tenía diez años cuando regresó a Greenwich, donde había nacido y estaba instalada la corte. Era una hermosa niña, despierta, pelirroja como todos los Tudor y esbelta como Ana Bolena. Allí, de manos de mentores sin duda cercanos al protestantismo, recibió una educación esmerada que le llevó a poseer una sólida formación humanística. Leía griego y latín y hablaba perfectamente las principales lenguas europeas de la época: francés, italiano y castellano. Catalina Parr fue para ella como una madre hasta la muerte de Enrique VIII, quien antes de expirar dispuso oficialmente el orden sucesorio: primero Eduardo, su heredero varón; después María, la hija de Catalina de Aragón; por último Isabel, hija de su segunda esposa. Catalina Parr mandó apresurar los funerales y quince días después se casó con Thomas Seymour, hermano de la finada reina Juana, a cuyo amor había renunciado tres años atrás ante la llamada del deber y de la realeza. Esta precipitada boda con Seymour, reputado seductor, fue la primera y la única insensatez cometida por la prudente y discreta Catalina Parr a lo largo de toda su vida.

Thomas Seymour

Thomas Seymour ambicionaba ser rey y había estudiado detalladamente todas sus posibilidades. Para él, Catalina Parr no era más que un trampolín hacia el trono. Puesto que Eduardo VI era un muchacho enfermizo y su inmediata heredera, María Tudor, presentaba también una salud delicada, se propuso seducir a la joven Isabel, cuyo vigor presagiaba una larga vida y cuya cabeza parecía la más firme candidata a ceñir la corona en un próximo futuro. Las dulces palabras, los besos y las caricias aparentemente paternales no tardaron en enamorar a Isabel; cierto día, Catalina Parr sorprendió abrazados a su esposo y a su hijastra; la princesa fue confinada en Hatfield, al norte de Londres, y las sensuales familiaridades del libertino comenzaron a circular por boca de los cortesanos.

Catalina Parr murió en septiembre de 1548 y los ingleses empezaron a preguntarse si no habría sido "ayudada" a viajar al otro mundo por su infiel esposo, que no tardó en ser acusado de "mantener relaciones con Su Gracia la princesa Isabel" y de "conspirar para casarse con ella, puesto que, como hermana de Su Majestad Eduardo, tenía posibilidades de sucederle en el trono". El proceso subsiguiente dio con los huesos de Seymour en la lóbrega Torre de Londres, antesala para una breve pero definitiva visita al cadalso; la quinceañera princesa, caída en desgracia y a punto de seguir los pasos de su ambicioso enamorado, se defendió con insólita energía de las calumnias que la acusaban de llevar en las entrañas un hijo de Seymour y, haciendo gala de un regio orgullo y de una inteligencia muy superior a sus años, salió incólume del escándalo. El 20 de marzo de 1549, la cabeza de Thomas Seymour fue separada de su cuerpo por el verdugo; al saberlo, la precoz Isabel se limitó a decir fríamente: "Ha muerto un hombre de mucho ingenio y poco juicio."

Por primera vez se había mostrado una cualidad que la futura reina conservó durante toda su existencia: un talento excepcional para hacer frente a los problemas y salir airosa de las situaciones

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