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La Era Del Imperio


Enviado por   •  29 de Mayo de 2014  •  14.575 Palabras (59 Páginas)  •  192 Visitas

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ERIC HOBSBAWM

LA ERA DEL IMPERIO (1875-1914)

CAPÍTULO 3

LA ERA DEL IMPERIO

Sólo la confusión política total y el optimismo ingenuo pueden impedir el reconocimiento de que los esfuerzos inevitables por alcanzar la expansión comercial por parte de todas las naciones civilizadas burguesas, tras un período de transición de aparente competencia pacífica, se aproximan al punto en que sólo el poder decidirá la participación de cada nación en el control económico de la Tierra y, por tanto, la esfera de acción de su pueblo y, especialmente, el potencial de ganancias de sus trabajadores.

MAX WEBER, 1894

“Cuando estés entre los chinos -afirma [el emperador de Alemania]-, recuerda que eres la vanguardia del cristianismo -afirma-. Hazle comprender lo que significa nuestra civilización occidental. […] Y si por casualidad consigues un poco de tierra, no permitas que los franceses o los rusos te la arrebaten.”

Mr. Dooleyís Philosophy

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Un mundo en el que el ritmo de la economía estaba determinado por los países capitalistas desarrollados o en proceso de desarrollo existentes en su seno tenía grandes probabilidades de convertirse en un mundo en el que los países “avanzados” dominaran a los “atrasados”: en definitiva, un mundo imperialista. Pero, paradójicamente, al período transcurrido entre 1875 y 1914 se le puede calificar como era del imperio no sólo porque en él se desarrolló un nuevo tipo de imperialismo, sino también por otro motivo ciertamente anacrónico. Probablemente, fue el período de la historia moderna en que hubo mayor número de gobernantes que se autotitulaban oficialmente “emperadores” o que fueran considerados por los diplomáticos occidentales como merecedores de ese título.

En Europa, se reclamaban de ese título los gobernantes de Alemania, Austria, Rusia, Turquía y (en su calidad de señores de la India) el Reino Unido. Dos de ellos (Alemania y el Reino Unido/la India) eran innovaciones del decenio de 1870. Compensaban con creces la desaparición del “Segundo Imperio” de Napoleón III en Francia. Fuera de Europa, se adjudicaba normalmente ese título a los gobernantes de China, Japón, Persia y -tal vez en este caso con un grado mayor de cortesía diplomática internacional- a los de Etiopía y Marruecos. Por otra parte, hasta 1889 sobrevivió en Brasil un emperador americano. Podrían añadirse a esa lista uno o dos “emperadores” aún más oscuros. En 1918 habían desaparecido cinco de ellos. En la actualidad (1988) el único sobreviviente de ese conjunto de supermonarcas es el de Japón, cuyo perfil político es de poca consistencia y cuya influencia política es insignificante. (a)

Desde una perspectiva menos trivial, el período que estudiamos es una era en que aparece un nuevo tipo de imperio, el imperio colonial. La supremacía económica y militar de los países capitalistas no había sufrido un desafío serio desde hacía mucho tiempo, pero entre finales del siglo XVII y el último cuarto del siglo XIX no se había llevado a cabo intento alguno por convertir esa supremacía en una conquista, anexión y administración formales. Entre 1880 y 1914 ese intento se realizó y la mayor parte del mundo ajeno a Europa y al continente americano fue dividido formalmente en territorios que quedaron bajo el gobierno formal o bajo el dominio político informal de uno y otro de una serie de Estados, fundamentalmente el Reino Unido, Francia, Alemania, Italia, los Países Bajos, Bélgica, los Estados Unidos y Japón. Hasta cierto punto, las víctimas de ese proceso fueron los antiguos imperios preindustriales sobrevivientes de España y Portugal, el primero -pese a los intentos de extender el territorio bajo su control al noroeste de Africa- más que el segundo. Pero la supervivencia de los más importantes territorios portugueses en Africa (Angola y Mozambique), que sobrevivirían a otras colonias imperialistas, fue consecuencia, sobre todo, de la incapacidad de sus rivales modernos para ponerse de acuerdo sobre la manera de repartírselo. No hubo rivalidades del mismo tipo que permitieran salvar los restos del Imperio español en América (Cuba, Puerto Rico) y en el Pacífico (Filipinas) de los Estados Unidos en 1898. Nominalmente, la mayor parte de los grandes imperios tradicionales de Asia se mantuvieron independientes, aunque las potencias occidentales establecieron en ellos “zonas de influencia” o incluso una administración directa que en algunos casos (como el acuerdo anglorruso sobre Persia en 1907) cubrían todo el territorio. De hecho, se daba por sentada su indefensión militar y política. Si conservaron su independencia fue bien porque resultaban convenientes como Estados-almohadilla (como ocurrió en Siam -la actual Tailandia-, que dividía las zonas británica y francesa en el sureste asiático, o en Afganistán, que separaba al Reino Unido y Rusia), por la incapacidad de las potencias imperiales rivales para acordar una fórmula para la división, o bien por su gran extensión. El único Estado no europeo que resistió con éxito la conquista colonial formal fue Etiopía, que pudo mantener a raya a Italia, la más débil de las potencias imperiales.

Dos grandes zonas del mundo fueron totalmente divididas por razones prácticas: Africa y el Pacífico. No quedó ningún Estado independiente en el Pacífico, totalmente dividido entre británicos, franceses, alemanes, neerlandeses, norteamericanos y -todavía en una escala modesta- japoneses. En 1914, Africa pertenecía en su totalidad a los imperios británico, francés, alemán, belga, portugués, y, de forma más marginal, español, con la excepción de Etiopía, de la insignificante república de Liberia en el Africa occidental y de una parte de Marruecos, que todavía resistía la conquista total. Como hemos visto, en Asia existía una zona amplia nominalmente independiente, aunque los imperios europeos más antiguos ampliaron y redondearon sus extensas posesiones: el Reino Unido, anexionando Birmania a su imperio indio y estableciendo o reforzando la zona de influencia en el Tibet, Persia y la zona del golfo Pérsico; Rusia, penetrando más profundamente en el Asia central y (aunque con menos éxito) en la zona de Siberia lindante con el Pacífico en Manchuria;

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