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Hobsbawm, La era del Imperio, Resumen del Capítulo 3


Enviado por   •  30 de Marzo de 2019  •  Ensayos  •  7.670 Palabras (31 Páginas)  •  1.034 Visitas

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Historia Social Contemporánea

Unidad I

Eric Hobsbawm

La era del imperio

1875/1914

Introducción

Hobsbawm nació a finales de la Primera Guerra Mundial (1GM), por lo que para él la era del imperio forma parte de una zona de sombras entre la historia y la memoria, entre el pasado como registro generalizado y el pasado como trasfondo de la propia vida. Es una historia del pasado incoherente, transmitida por conocimientos y recuerdos de segunda mano. Todavía forma parte del presente pero queda fuera de nuestro alcance personal. Ya no formamos parte de ella, dice Hobsbawm, pero no sabemos hasta qué punto está presente en nosotros. Y es por eso que debe ser desmitificada.

A fines del SXX muchos siguen apasionados con el período. Hobsbawm divide a los autores que han escrito sobre esa época en dos categorías: los que miran hacia atrás y los que miran hacia delante.

Los primeros intentan revivir los atractivos de una época dorada para las clases medias y altas, la Belle époque. Es la interpretación del período que difunden el cine y la televisión. En una versión incluso más nostálgica, algunos autores intentan demostrar que ese paraíso no se habría perdido de no haber sido por algunos errores evitables.

Los historiadores de la segunda categoría, por su parte, buscan en esa época las raíces y anticipaciones de la nuestra: muchos aspectos característicos de la política, las producciones culturales, la ciencia y la tecnología actuales, se originaron durante la era del imperio.

Pero para Hobsbawm no es suficiente plantear la historia del pasado en esos términos. La continuidad y discontinuidad son triviales si se consideran aisladamente. El objetivo del autor es relacionar La era del imperio con La era de la revolución[1], y La era del capital, y a su vez, con el período subsiguiente. El eje que articula los tres libros es el triunfo y la transformación del capitalismo en la forma específica de la sociedad burguesa en su versión liberal.

Las contradicciones internas del progreso, que no habían causado problemas en la etapa anterior, dominaron la era del imperio. Esta fue una época de paz sin precedentes en el mundo occidental, que a su vez generó una época de guerras mundiales también sin precedentes. La creciente estabilidad social en el ámbito de las economías industriales desarrolladas permitió la aparición de pequeños núcleos que se vieron en situación de conquistar y gobernar vastos imperios, pero inevitablemente generó en los márgenes de esos imperios las fuerzas combinadas de la rebelión y la revolución que acabarían con esa estabilidad.

Aparecieron movimientos de masas organizados de los trabajadores exigiendo el derrocamiento del capitalismo, aún en un período en que las instituciones políticas y culturales del liberalismo burgués se ampliaron a las masas trabajadoras (incluyendo por primera vez a la mujer). Las democracias electorales, producto inevitable del progreso liberal, liquidaron el liberalismo burgués como fuerza política en la mayor parte de los países. Los fundamentos morales tradicionales de la burguesía se hundieron bajo la presión de sus acumulaciones de riqueza y confort. La transformación del sistema económico socavó su existencia como clase dominante.

En esta época se hizo evidente que la sociedad y la civilización creadas por la burguesía liberal no representaban la forma permanente del mundo industrial moderno, sino una fase de su desarrollo inicial. La era del imperio no era la última etapa del capitalismo. Anticipó y preparó un mundo diferente, pero no en la forma esperada y anunciada por muchos profetas. No hay retorno al mundo de la sociedad burguesa liberal. Desde 1914, el siglo de la burguesía pertenece a la historia.

Capítulo II: la economía cambia de ritmo

1.      Aunque el ciclo comercial generó algunas depresiones muy agudas en el período transcurrido entre 1873 y mediados del decenio de 1890, la producción mundial, lejos de estancarse, continuó aumentando de forma sustancial.

Sin embargo, muchos contemporáneos entendieron a esa época como una “gran depresión”.  A los economistas y a los hombres de negocios les preocupaba la prolongada depresión de los precios, del interés y de los beneficios. Lo que estaba en juego no era la producción sino su rentabilidad.

La agricultura fue el sector más deprimido de la economía y aquél cuyos descontentos tenían consecuencias sociales y políticas más inmediatas y de mayor alcance. Las dos respuestas más habituales entre la población fueron la emigración masiva (de quienes carecían de tierras o tenían tierras pobres) y la cooperación (de los campesinos con explotaciones potencialmente viables).

La gran depresión puso fin a la era del liberalismo económico al menos en lo que respecta a los artículos de consumo. Las tarifas proteccionistas pasaron a ser un elemento permanente en el escenario económico internacional.

De los grandes países industriales, sólo el Reino Unido defendía la libertad de comercio sin restricciones. Esto se explica no sólo por la ausencia de un campesinado numeroso (ausencia de voto proteccionista) sino también porque el Reino Unido era el mayor exportador de capital, de servicios “invisibles” financieros y comerciales, y de servicios de transporte. También era el mayor receptor de exportaciones de productos primarios del mundo y dominaba el mercado mundial de algunos de ellos. Por ello, aunque implicaba aceptar el hundimiento de la agricultura británica, el Reino Unido continuó mostrándose partidario del liberalismo económico, y permitió a los países proteccionistas la libertad de controlar sus mercados internos y de impulsar sus importaciones.

Muchos historiadores han debatido los efectos de ese renacimiento del proteccionismo. En la teoría del capitalismo liberal del SXIX, cuyos elementos básicos eran la empresa, el individuo y la compañía, que actuaban en el mercado global con el imperativo de maximizar ganancias y minimizar pérdidas, la nación como unidad no tenía un lugar claro. El Estado sólo existía como una interferencia en el funcionamiento autónomo del mercado.

Pero en la práctica ese modelo resultaba inadecuado. Las economías nacionales que formaban parte de la economía capitalista mundial existían porque existían los estados-naciones. Incluso las empresas transnacionales, tenían cuidado en vincularse a una economía nacional importante.

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