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La Historia De La Mujer


Enviado por   •  13 de Febrero de 2014  •  2.370 Palabras (10 Páginas)  •  175 Visitas

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El presente texto fue escrito para HUMANITAS por la historiadora francesa con ocasión de “El Mundo de la Mujer”, serie de actividades culturales que tendrá lugar en el Centro de Extensión de la Pontificia Universidad Católica durante el mes de mayo del presente año.

El papel de la mujer en la historia es un tema nuevo en más de un aspecto. Sólo ha sido planteado recientemente, al menos por algunos historiadores, después de haberse producido una evolución considerable del lugar de la mujer en la sociedad, sobre todo en Francia, donde un poder marcadamente masculino parecía absolutamente natural y los reyes habían sucedido a los emperadores romanos, cuya lista constituía el fondo de los estudios generales del pasado.

Es innegable el hecho que la mujer prácticamente no ocupó lugar alguno en la trama del comienzo de la historia europea, es decir, en el imperio romano. En esa época, ella no tenía existencia legal. En la antigüedad romana sólo existe el poder del pater familias, dotado de ciudadanía plena, propietario absoluto (con derecho de vida y muerte sobre sus hijos) y gran sacerdote cuya autoridad tiene su origen en la religión.

Asimismo, al dar vuelta las páginas y llegar a ese período denominado “Edad Media” (¡una edad “media” con un milenio de duración, entre los siglos V y XV!), en una especie de desafío al sentido histórico, no deja de sorprendernos la aparición de rostros femeninos: nombres de reinas con un rol activo, que el historiador está obligado a considerar, comenzando por Clotilde, la reina que convierte al rey, con lo cual se producen en la sociedad las más diversas consecuencias, ampliamente consideradas en el curso del año 1996, probable aniversario del bautizo de Clodoveo. Han tenido lugar acaloradas discusiones sobre el tema, incluso en medios políticos muy alejados de los círculos universitarios. Es decisivo el desempeño de esta reina que induce al rey pagano a elegir la fe católica y no la herejía arriana adoptada por los demás invasores: godos, visigodos, alamanes y burgundas. Poco después harán lo mismo Teodosia en España y Teodelinda en Lombardía, y en Inglaterra la reina Berta convertirá a su esposo, el rey de Kent, a la fe católica.

Aun cuando no se considere su acción, hay algo insólito en la presencia de estas reinas después de la historia del imperio romano. Ciertamente, podemos admitir la influencia de las costumbres germánicas o nórdicas, mucho más abiertas a la presencia familiar de la madre y los hijos que la ley romana; pero eso no basta para explicar el cambio histórico que de pronto da espacio en Francia a una reina Radegunda, inspiradora de poetas, o a una reina Batilde, que pone fin a la esclavitud. ¿Qué había sucedido en el intervalo?

En realidad, hubo una fuente de inspiración: el Evangelio. Comienza con el “sí” de una mujer y termina con la llegada de algunas mujeres locas de alegría, que venían a despertar a los apóstoles dormidos. Se habían levantado antes del amanecer, vieron el sepulcro vacío, y el Resucitado se apareció en primer lugar a una de ellas, a María Magdalena. Esas mujeres estarán presentes al descender el Espíritu Santo sobre los apóstoles recordándoles todo lo dicho por Cristo, entre otras cosas la igualdad de derechos y obligaciones entre el hombre y la mujer y su creación conjunta. “Él los creó Hombre y Mujer”, había dicho el Génesis. En 1975, en la revista Missi por él dirigida, el Padre Naïdenoff había destacado el hecho de que en la Iglesia primitiva los nombres de santas son más abundantes que los nombres de santos. Desde esa época se tiene la impresión de que las mujeres emergen de la sombra. En la sociedad de esos tiempos, el hecho debió parecer sumamente desconcertante, pero sólo era una originalidad más, entre muchas, de esos cristianos de conducta tan extraña. “Conservan todo sus hijos”, se decía refiriéndose a ellos. Consideraban hermanos a todos los hombres, incluidos los esclavos. Se negaban a arrodillarse ante los dioses del comercio o la guerra, pero decían adorar a un Dios único y trascendente.

No es en absoluto sorprendente que se hayan necesitado varios siglos para llegar a una transformación profunda de la sociedad. ¿Llegará alguna vez a su fin semejante transformación? En todo caso, la posición de la mujer evolucionaría considerablemente en el curso de esos siglos. Y entre otros, tendríamos un ejemplo que muchos historiadores no percibieron. Me refiero a los monasterios mixtos. Son numerosos en la cristiandad de los siglos VI y VII, tan poco conocida. Sin embargo, las obras dedicadas a ellos pueden contarse con los dedos de una mano. Laon, Jouarre y Faremoutiers en Francia y Whitby en Inglaterra conservaron vestigios de sus monasterios mixtos, abadías con un edificio para las monjas y otro para los monjes, por lo general con la iglesia entre ambos. Ahora bien, el conjunto estaba bajo el magisterio de una abadesa y no de un abad, y los monjes dependían de una abadesa en su ejercicio.

Por sorprendentes que pudieran parecer, es fácil explicar la existencia de semejantes fundaciones. Los monasterios se instalan por lo general en lugares apartados, adecuados para el recogimiento. En una época con medios de transporte sumamente escasos, para las monjas era indispensable la proximidad de los sacerdotes para la misa y los demás oficios litúrgicos (en esos tiempos se comprendió perfectamente el hecho de que el sacerdocio haya sido conferido a los hombres sin que eso implicara superioridad alguna, solicitándose diferentes servicios al hombre y a la mujer). Por otra parte, en una época en que se vivía de cultivos propios, los monjes se dedicaban a los trabajos más fuertes, de arado, cosecha, etc. Asimismo, la presencia de los hombres podía ser preciosa en caso de ataque inopinado en esos lugares desiertos. Los monasterios mixtos fueron numerosos y prósperos hasta el momento de las invasiones más destructivas en el sur, de los árabes a partir del siglo VIII; en el norte, de los normando, navegando río arriba y saqueándolo todo a su paso; y en el este, de los lombardos y los húngaros. Europa sólo recuperará cierto equilibrio en el curso del siglo X.

No es sorprendente que fines del siglo XI, en una Europa pacificada, donde ya se han multiplicado las fundaciones cluniacenses, una orden mixta sea creada en Fontevraud por Robert d'Arbrissel. Al instalar a los monjes y las religiosas bajo el magisterio de una abadesa, estaba simplemente rescatando una tradición muy antigua.

Y Fontevraud tiene una actividad importante en la expansión de la lírica cortesana, que data de la misma época, como lo señaló magníficamente el romanista Reto Bezzola, historiador de la tradición cortesana. Se produce en ese momento un gran

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