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La Paz En La Republica Dominicana


Enviado por   •  2 de Marzo de 2014  •  1.076 Palabras (5 Páginas)  •  458 Visitas

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CAPÍTULO I

LOS PREDICADORES DE LA PAZ

esde la obtención de la Independencia hasta

nuestros días los predicadores de la paz en la

República, salvo rarísimas excepciones, han

sido tontos o pícaros. Cuando no se inspiraban en la

más supina ignorancia pedían consejo a la mala fe

hipócrita o desvergonzada. De ninguno sé que, al

hablar de paz al pueblo dominicano, se colocara en el

justo medio de la razón y de la lógica.

Es una ñoñería infantil entonar la cantinela de la paz

a quien está abajo sufriendo el látigo de los de arriba

mientras la organización social, inspirada en el feudalismo

que trajeron en el tuétano los Conquistadores, le

mantiene aherrojado o impotente contra el adversario

triunfador, a quien no animan otros sentimientos que

los que hicieron exclamar a Breno en el terrible momento

de la victoria: “¡Ay de los vencidos!” —¡Son tus

hermanos!, ¡no los hieras, no los desangres!— le dicen

al pueblo vilipendiado y explotado los escritores de

alquiler, hartos de pan y de indignidades.

Pero ese pueblo sucio, hambriento, sin nutrición para

el cuerpo ni para el espíritu, podría contestarles a los

falsos Apóstoles:

—Está bien. Yo quiero la paz, yo quiero el orden. Yo

quiero que mis días se deslicen tranquilos al sol de mi

trabajo, a la sombra de mi hogar, al amparo de mi

derecho. Pero diles a los usurpadores, a los explotadores,

a los tiranos inconscientes por tradición y a los

tiranos conscientes por soberbia y por codicia, que no

abusen de mí, que no me maltraten, que no me exaccionen,

que respeten mi vida, mis bienes, mi honor y el

de mi familia, que reconozcan que no soy un siervo de

la gleba sino un ciudadano igual a ellos.

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—Depón las armas —dirían los falsos Apóstoles.

—Que depongan ellos el látigo, primero. Yo no quiero

otra cosa que mi bienestar, y en la guerra no lo encuentro

. Pero tampoco lo hay, menos lo hay, en esta

paz que me constituye en esclavo. La guerra puede

matarme, no lo niego. Pero al menos mientras ella

dura soy libre, estoy bien mantenido y ejerzo un desquite

contra la organización y los hombres que me

oprimen.

Los predicadores hueros de la paz entonan entonces el

himno de la feracidad y las riquezas naturales de esta

tierra. El subsuelo cruzado de placeres y filones auríferos;

la capa cultivable que da ciento por uno de todos

los vegetales del Trópico; el aire embalsamado y saludable;

los ríos que difunden frescor y feracidad en todo

el suelo; las lluvias periódicas que ahorran al agricultor

el costo y el trabajo de los riegos artificiales. Una

jauja, en fin, si hubiera paz.

Para un extranjero situado a larguísima distancia, y

con el cerebro algo vacío, ese himno es concluyente.

Sólo el espíritu belicoso de los dominicanos frustra el

bienestar en la predilecta de Colón. Para un hombre

ilustrado los tales predicadores ñoños de la paz son

objeto del desprecio más profundo, porque las riquezas

naturales, simples elementos de riqueza, sólo pueden

ser aprovechadas por el hombre y convertidas en riqueza

cotizable, artículos de cambio con los cuales se

obtiene cuanto se necesita, cuando preside la Ciencia,

sobre todo la Ciencia Jurídica y la Ciencia Económica,

en la organización y en el desenvolvimiento social.

Pueblos a cuyos pies está remachada la cadena del

feudalismo son pueblos que padecen en un ambiente

adverso a su existencia y que se debatirán sin cesar

por liberarse y salir al sol indispensable a la conservación

de su vida. Importa poco que el tirano sea nacional

o sea extranjero. Dondequiera que haya tiranía

habrá protesta. En el siglo pasado tres veces fue héroe

el pueblo dominicano sacudiendo

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