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La politica exterior de los Estados Unidos. Lettieri

Pablo GarcíaApuntes5 de Febrero de 2017

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La política exterior de los Estados Unidos (1900-1945)

¿”Aislacionismo” o “Maquiavelismo”?

En líneas generales, los historiadores norteamericanos han considerado tanto la participación en la Gran Guerra (1914-1918) cuanto el anterior conflicto con España, 1898, como puntos de ruptura dentro de una estrategia internacional basada en los preceptos aislacionistas de George Washington. Aunque ya a mediados del siglo XIX los EE.UU iniciaron una marcha acelerada para convertirse en una potencia mundial. De este modo, en el caso de los EE.UU, no se habría buscado obtener un dominio directo de nuevos territorios, sino un control indirecto, fundamentalmente financiero y comercial, que les garantizase el acceso a materias primas baratas y nuevos mercados en el exterior, una vez concluido el proceso de colonización de las últimas tierras libres en el continente norteamericano.

Sin dejar de ser sugestiva este concepto de imperialismo norteamericano, dudamos de su originalidad, ya que no quedan tan en claro sus diferencias respecto de las características del “viejo” imperialismo inglés a lo largo del siglo XIX, que combinó la dominación política directa –colonias y protectorados-, con la informal –financiera y comercial prácticamente en toda América Latina y fundamentalmente en Argentina y Uruguay. Con el fin de obtener materias primas y alimentos baratos y asegurarse mercados para colocación de sus productos industriales.

Así, durante el siglo XIX y la primera parte del siglo XX, los EE.UU no renunciaron a la apropiación de territorios de los países vecinos (salta a la vista el caso de México, despojado  de más de la mitad de su antiguo territorio-, el establecimiento de bases militares en diversos países –como Cuba o Puerto Rico-, el emplazamiento de protectorados –Filipinas-, o bien la reserva del derecho de reconocimiento de los gobiernos en prácticamente toda América Central. Los postulados de la doctrina Monroe, pronunciada en 1823, y la interpretación formulada por el presidente Theodore Roosevelt en  1904 (Corolario Roosevelt) no sólo definieron a América Latina como ámbito territorial sometido a la influencia exclusiva de los EE.UU., sino que cuestionaron la capacidad de autogobierno de los latinoamericanos, y postularon el derecho –e incluso el deber moral- de los EE.UU de intervenir militarmente para corregir sus “desaciertos”, juzgando que ellos podrían significar una amenaza para la seguridad estratégica  norteamericana.

Por ello el autor no acepta el argumento del “aislacionismo”, ya que según Raymond Aron, las relaciones exteriores han significado un área prioritaria para la acción política de los EE.UU, y que según estudiosos ingleses han considerado que, tras la apariencia errática y contradictoria de su estrategia internacional, subyacía un astuto maquiavelismo, que les habría permitido superar su situación semicontinental inicial, para convertirse en la primera potencia mundial en al primera mitad del siglo XX. Estudiará las características de este proceso durante el periodo 1900-1945, haciendo hincapié en el estudio de las relaciones entre EE.UU y los países latinoamericanos.

  1. ANTES DE 1918

A partir de 1865, la política exterior norteamericana dio paso a la expansión económica en América Latina y el Pacífico. Esta extensión del comercio exterior fue apoyada con firmeza por las políticas gubernamentales, al considerarla sumamente benéfica  para garantizar el empleo interno y la prosperidad de la nación. El volumen del comercio exterior creció 400 millones en 1865 a 1.600 en 1890. Para proteger este comercio, el Congreso autorizó la construcción  de los primeros acorazados. En 1900 los EE.UU se habían convertido en la tercera potencia naval del mundo.

Pese a la importancia de este aumento en el comercio exterior, hasta inicios de la Gran Guerra (1914-1918) las exportaciones norteamericanas nunca superaron el 10% del producto nacional bruto. Si bien reiteradamente se barajó la posibilidad de obligar a los países latinoamericanos a negociar sus materias primas por producción manufacturera norteamericana, la mayor parte del comercio exterior de los EE.UU. seguía siendo practicándose con Europa. Sin embargo, la presión de comerciantes e industriales sobre las autoridades estimuló la búsqueda de nuevos mercados, así como una redefinición de la doctrina Monroe, que en sus orígenes implicaba la negación del derecho de las potencias europeas a extender su dominio territorial al hemisferio occidental; sin embargo, a partir de 1904 pasó a interpretarse como una afirmación del derecho de los EE.UU a intervenir en la política de América Latina.

Los representantes del sector comercial exigían al gobierno especial cuidado en lo referido a los medios a emplear para alcanzar sus objetivos. En teoría, el “nuevo imperialismo” comercial era esencialmente antibélico y anticolonial., y no debían emprenderse iniciativas que pusieran en riesgo la seguridad de los EE.UU. o supusieran un precio excesivo para su economía. Sin embargo, esta estrategia no tardó en despertar sentimientos expansionistas con fines extracomerciales. Algunos políticos imperialistas, como Theodore Roosevelt, insistían en el deber que asistía a los EE.UU. de izar la bandera de la civilización y del progreso en toda ocasión posible. La nueva prensa sensacionalista no dejaba de invocar el patriotismo, en tanto la política imperial servía como válvula de escape para las tenciones sociales. La guerra de 1898 contra España, por ejemplo, contó con la oposición de los hombres de negocios norteamericanos, que denunciaron el riesgo a que se exponía al fulgurante comercio caribeño, aunque los grandes negocios no tardaron en aparecer. Aunque no ahorró problemas de relaciones entra Cuba, y los EE.UU hasta en la actualidad, o el protectorado sobre Filipinas por el riesgo de dejar librado el territorio a la dominación del imperio alemán, ello los obligó al control directo, bajo la forma de protectorado. Así se anticipaba a las contradicciones de la política exterior norteamericana, sujetas a presiones estratégicas, económicas e ideológicas no siempre coincidentes.

En 1903, la agresiva diplomacia de Roosevelt posibilitó el acuerdo para la construcción del canal de Panamá, que aportó notables ventajas comerciales y estratégicas. Sin embargo, no fueron la única influencia; por ejemplo, la decisión del presidente Wilson de incidir en la resolución de la Revolución Mexicana, bombardeando y tomando posesión del puerto de Veracruz, tuvo resultados negativos ya que la nueva Constitución de 1917 dispuso la nacionalización de industrias vitales de México y perjudicó a los capitales norteamericanos, al tiempo que proporcionaba Alemania un aliado potencial en la extensa frontera sur de los EE.U.

  1. Características de la política exterior latinoamericana de los EE.UU.

El común denominador de la política norteamericana ha sido su aspiración de salvaguardar y acecentrar sus intereses y propiedades en la región latinoamericana, para lo cual se ha intentado excluir a cualquier poder extracontinental capaz de desafiarla. Si bien la Doctrina Monroe apuntaba a los miembros de la Santa Alianza, a lo largo del siglo XX experimento sucesivas reinterpretaciones que la dirigieron hacia las potencias del Eje, y ya en el siglo XX, hacia la Unión Soviética y China.

Desde la perspectiva de los EE.UU, su relación con América Latina está marcada por la benevolencia, en contraste con los designios malévolos de las potencias europeas sobre la región. En tal sentido, las medidas de control económico, e incluso la ocupación armada directa norteamericana, han sido justificadas como gestos de protección y de buena voluntad  hacia sus vecinos. El presidente Woodrow Wilson, el mayor intervencionista en el Caribe, por ejemplo, no tuvo empacho en condenar vigorosamente la explotación económica y financiera “extranjera” de la región por parte de las naciones europeas. (pese a que durante su mandato se sostuvieron las guerras que permitieron que los EE.UU adhiriesen más de la mitad del territorio de México, y a España le quitaron Puerto Rico y Cuba y Filipinas, así fue definido como el “gran no intervencionista” recurriendo al artilugio de afirmar que se trata de “guerras justas”)

De acuerdo a la interpretación oficial, los EE.UU han considerado al imperialismo estrictamente como una forma de dominación política directa, excluyendo de esa definición a la explotación económica de los pueblos supuestamente inferiores. En los casos en que los EE.UU. ocuparon de manera violenta el territorio de diversas naciones del Caribe y América Latina en general, se ha argumentado el carácter temporal y benévolo de la iniciativa y su naturaleza preventiva frente a eventuales intervenciones de las potencias europeas. Estas justificaciones se basaron en el supuesto de la superioridad moral de los EE.UU. sobre los europeos, que fue ingrediente vital de la doctrina Monroe. En cuanto al imperialismo económico, ha sido desechado reiteradamente por políticos e intelectuales, que consideraron que “la América Latina ha sido la parte beneficiada de la gran generosidad estadounidense y que, muy en particular en los últimos dos lustros (publicado en 1943), se han dado a la región grandes sumas de ayuda económica, y sin nada a cambio”.

Por entonces a fines del siglo XIX, sus dirigentes proclamaron explícitamente su misión civilizadora y no se preocuparon demasiado por ocultar su opinión de que los latinoamericanos no eran capaces de gobernarse a sí  mismos. Theodore Roosevelt (1901-1909), el “gran garrote”, puso los cimientos de lo que se ha descrito como la política panameña de los Estados Unidos; William Taft (1909-1913) se lo relaciona con la “diplomacia del dólar” y a Woodrow Wilson (1913-1921) con la “diplomacia misionera”. Si Taft deseaba aumentar la presencia económica de su patria en el Caribe, los progresos en este sentido se multiplicaron bajo el gobierno de Wilson. La penetración económica de los EE.UU. en América Central les permitió ejercer una influencia política mucho mayor en los asuntos internos de los países, sobre todo en la región del Caribe, donde el reconocimiento por parte de los EE.UU. han usado este instrumento tanto para derrocar a las autoridades que no aprobaban, cuanto para forzar la aceptación de ciertos compromisos como precio para su reconocimiento.

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