Lo Que Le Sucedio A Las Hermanas
26 de Noviembre de 2013
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La noche estaba nublada. Ashlul, siendo sólo una sombra o silueta transparente, que no podía representar el menor peligro para quien se le acercara, deseaba que la luna hiciera su aparición lo más pronto posible, para poder derramar su esencia en su hijo, y que éste heredara muchos de los atributos que él poseía como guerrero. Y no cualquier guerrero, sino el mejor que su raza haya conocido. Él dejaría de existir, pero lo mejor de sí quedaría con el nuevo ser que cobraría vida muy pronto.
El espíritu de Ashlul se mantenía inmóvil en medio de la selva quintanarroense, observaba el cuerpo rígido y brillante que hasta ese momento representaba a su único hijo, el motivo por el que se encontraba allí, en ese ambiente que le era por completo desconocido. Él mismo no comprendía cómo había llegado hasta ese mundo que diferenciaba mucho del propio. Si la luna no aparecía en las próximas horas, él debía procurarse un cuerpo que le permitiera el sentido del tacto, pues de otra manera no podría cumplir con la misión de proteger a su amado hijo, que para el momento no era más que una estatuilla de jade, que sólo esperaba el reflejo de la próxima luna llena para poder adquirir movimiento y convertirse en la esperanza viva del mundo de los Ausleshxis, que estaba al borde del exterminio. El tiempo transcurría con su habitual ritmo. Ashlul, siendo un ser de luz, se encontraba incómodo en medio de aquella oscuridad. Un pequeño roedor pasó muy cerca de donde él se encontraba. Si bien, se sentía desesperado, apoderarse del cuerpo de un ser tan insignificante no le sería de mucha ayuda. Debía esperar por una víctima digna de un guerrero de su categoría, aunque la esperanza de ver la luna asomarse sobre la vegetación, le parecía lo mejor.
El grupo de excursionistas, para esa hora de la noche, y temerosos de que aquella nubosidad se convirtiera en una tormenta, terminaron de armar las tiendas. El campamento había quedado instalado en un hermoso claro rodeado de rocas y sembrado en medio de lo más espeso de la vegetación. La época de camperos aún no daba inicio, pero este pequeño grupo se había adelantado al acontecimiento. Los integrantes eran cuatro: el guía, llamado Horacio, quien conocía la mayor parte, transitada, de la región y se inventaba muchas historias para hacer emocionantes los recorridos que ofrecía. Davis, un estadounidense experto en deportes extremos, sobretodo en carreras a través de la ciudad, ya fuera librando obstáculos, saltando muros y en ocasiones de edificio en edificio. Emily era la única mujer en el grupo—hermosa en extremo—, que se dedicaba a la publicidad pero que era una atleta de nacimiento que podía competir con el más diestro de los hombres…por primera vez visitaba México, aunque hablaba muy bien el español, por ser hija de un chicano. Ella era amante de la naturaleza, por lo mismo y por querer conocer los famosos cenotes de agua, optó por aquella opción tan rudimentaria. Henry, quien era el de mayor edad, este hombre poseía una inteligencia inigualable y una de sus pasiones consistía en llenar su cerebro de conocimientos; sin olvidar su gran carrera militar que le llevó por casi todo el mundo cumpliendo misiones que se consideraban suicidas, de las que salió con vida gracias a su carácter, dureza y tenacidad.
Estos tres vacacionistas, a pesar de ser muy distintos, tenían algo en común: no les gustaba estar rodeados de mucha gente, por lo mismo buscaron un paquete como ése, que era muy exclusivo.
Encendieron una fogata y dispusieron todo lo necesario para la cena. A la mañana siguiente iniciarían las actividades, que consistirían en un recorrido por la extensa región, explorando lugares donde muy pocos humanos han estado—según lo dicho por el guía—. Unos coyotes se escucharon aullar no muy lejos del campamento. El guía tomó un rifle en sus manos e hizo algunos ademanes y gestos que dieron a entender, a los turistas, que no tenían nada de qué preocuparse, pues súper Horacio estaba al cuidado.
Ashlul seguía en el mismo sitio, pero ahora más convencido de que debía buscar el cuerpo que habría de ocupar. El aullido de los coyotes lo alertó. Pensó por unos segundos en que sería muy arriesgado ir tras su víctima mientras dejaba solo a su hijo, pero la urgencia por poseer un cuerpo lo hizo tomar el riesgo. Atravesando arbustos, árboles y rocas, poco a poco se fue acercando al lugar de donde provenían los aullidos, que eran continuos. Muy cerca de donde ahora se encontraba, pudo distinguir la fogata encendida en el campamento. Detuvo la marcha para cerciorarse de la luz que irradiaba el fuego—que ya era muy débil—. Recordó todo lo dejado atrás, extrañó su mundo, donde la noche, en vez de oscuridad, representaba una maravillosa fiesta llena luz. No supo distinguir entre una tienda de campaña y una roca…creyó que las tiendas también eran parte del entorno en que ahora se encontraba, no les dio importancia y continuó hacia donde lo guiaba el sonido. A los pocos minutos se encontró frente a la jauría. Observó a los animales—que no reparaban en su presencia—. Éstos no eran precisamente lo que buscaba, pero tuvo que conformarse. Distinguió al líder de la manada, que era el más fuerte y de mayor tamaño. Sigilosamente, se fue acercando al grupo que se mantenía en movimiento, al parecer, tras el rastro de lo que iban a cenar. Ashlul no apartaba la mirada del cuerpo que había elegido. Cuando estuvo complemente seguro de no errar en el ataque, se lanzó con mucha decisión. El pobre coyote no tuvo la mínima oportunidad de defenderse. El resto de la manada salió huyendo al mirar las convulsiones que sufría su líder. La transformación se dio en pocos minutos…el canino ahora caminaba casi erguido y sin el menor indicio de pelo; las patas traseras parecían más las de un gorila, lo mismo que el brazo izquierdo, que se diferenciaba del derecho porque éste en vez de mano, ostentaba una enorme garra que más bien parecía de oso. Los colmillos eran los mismos, aunque el hocico ya no era pronunciado. Ashlul estiró su nuevo cuerpo, crujiendo los huesos, y lanzó un alarido grave y descomunal, como proclamándose amo y señor de los alrededores.
Los excursionistas, al escuchar el fuerte sonido provocado por lo que sin duda era un animal enorme y peligroso, se alertaron. La tienda de la chica se iluminó con la luz de una linterna. La cortina de la entrada se abrió de pronto, Emily quedó paralizada ante el suceso…eran sus compañeros, que se le unían para discutir las medidas que tomarían ante lo que les parecía un peligro desconocido.
—Es Ixtabai—refirió Horacio, inventándose una historia—, el protector de esta región. No es la primera vez que lo escucho…
A diferencia de Emily, los otros dos turistas no comprendían lo que relataba el guía—pues por no ser muy bueno con el inglés, hablaba en español—. Ella tuvo que fungir como traductora.
La bestia volvía sobre sus pasos, pero ahora ya no podía atravesar los obstáculos, debía librarlos. Al pasar por el campamento de los turistas, pudo notar que las llamas de la fogata se habían extinguido completamente. Se sorprendió al ver una de las tiendas iluminadas—lo que para él era una roca más—, y más todavía al aguzar el oído y escuchar voces, que para comunicarse, se valían de un idioma extraño. Las siluetas dentro de la roca lo alarmaron, pero como no advirtió peligro, se desentendió del asunto.
—El Ixtabai es un ser que vive en estas tierras desde la época de los mayas—continuaba Horacio—. Se cree que éstos le ofrecían sacrificios, sobretodo de doncellas…
Los turistas estaban impactados ante el relato del guía; si bien aquello les infundía temor, también era un tema emocionante, sobre todo por la facilidad que Horacio tenía para dar realidad a sus mentiras.
Ashlul, que lejos de lo que se pueda pensar, no era un ser de maldad, se alejó del campamento, optando por ocuparse del motivo por el que se encontraba en este mundo. Emprendió una silenciosa carrera que duró unos segundos, pues su hijo no estaba muy lejos de allí.
El silencio se hizo presente en los alrededores, era de suponerse que ya no había nada que temer, pues ya ni los coyotes se oían. Con mucha precaución, Henry y el guía salieron de la tienda de la chica, rumbo a sus propios dormitorios.
—¿Estás segura de querer dormir sola?—pregunto Davis a Emily, coquetamente y dándole a entender que él estaba dispuesto a quedarse con ella, y no precisamente a velarle el sueño.
—Estaré bien, gracias por preocuparte—respondió ella, comprendiendo las intenciones del joven.
—Bueno. Si en algún momento sientes temor, no dudes en recurrir a mí. Mi tienda estará abierta,
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