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Norbert Elias y la caída de la civilización


Enviado por   •  21 de Abril de 2013  •  4.681 Palabras (19 Páginas)  •  366 Visitas

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Norbert Elias y la caída de la civilización

Justo Serna

(Publicado en versión catalana en L’Espill, núm. 16, 2004, págs. 150-162).

(Publicado en castellano en Prohistoria, núm. 8, 2004, Rosario, Argentina, págs. 137-150).

1. Nacido en Breslau en 1897 y fallecido en Ámsterdam en 1990, Norbert Elias es un autor de referencia, un afamado sociólogo al que debemos obras importantes y ensayos audaces acerca del curso histórico moderno. Su nombre figura a la altura de otros importantes científicos sociales, y su aportación es controvertida y necesaria, discutible e interesante: nos permite interrogarnos sobre la sociedad, el individuo, sobre la historia común y la vida irrepetible. La tesis que le dio mayor fama fue con la que él tituló uno de sus libros más célebres, El proceso de civilización, y con esa descripción se refería al tránsito de la Europa guerrera a la Europa cortesana, a la creación, a la generalización y a la internalización de controles y tabúes que permitieron contener y reprimir a los individuos interiormente. La concepción, admitámoslo, resulta muy atractiva para muchos de sus lectores, sobre todo si lo que nos proponemos es reflexionar acerca de las formas históricas de lo privado y de la intimidad, los modos en que los occidentales, particularmente, adoptaron y adaptaron el concepto y la práctica de vida propia, de vida reservada y preservada. La fama que le acompañó y aún le acompaña a Elias, incluso después de muerto, se debe a que es autor de un esquema de sociología histórica que para muchos resulta convincente, un esquema majestuoso, de gran ambición explicativa, que daría cuenta del proceso multisecular experimentado por la mentalidad europea moderna.

Pero lo que también llama la atención de su caso, aquello que ha despertado tantas adhesiones en los últimos años, es la pronta ideación de unas tesis, ya maduras en los años treinta, y la incomprensible demora de su difusión y reconocimiento internacionales, algo que sólo empezaría a partir de 1969. Habiéndose doctorado en filosofía en 1924, habiendo cursado estudios posteriores de sociología, Elias abandonaría la Alemania de 1933, instalándose en Gran Bretaña, tierra de promisión y de acogida para un judío amenazado como era él. Fue allí en donde salvó la vida, cosa que ya no pudieron hacer sus progenitores, pues el padre falleció en Breslau en 1940 y la madre murió en los hornos crematorios de Auschwitz. Fue allí, en Gran Bretaña, en donde dio comienzo a la redacción de El proceso de civilización (1936). Visto retrospectivamente, se entiende el entusiasmo que la obra de Elias ha despertado: tratar ya en los años treinta un tema como la contención civilizada moderna es algo que lo adelanta a los avances de la historiografía. De hecho, como más adelante veremos, lo verdaderamente significativo de su tesis no es el presunto acierto de su esquema, la solución que le daría al proceso, muy discutibles, sino la exacta elección del objeto, auxiliado, según yo creo, por Émile Durkheim, por Max Weber y por Sigmund Freud. En un momento en que la historiografía aún era esencialmente política o en una etapa en que la disciplina comenzaba su desarrollo económico-social, Elias opta por tratar la contención, las reglas que reprimen, las normas que socializan, los frenos que detienen el ejercicio particular de la violencia. Recuérdese, por ejemplo, que Durkheim abordaba la dimensión moral de la división del trabajo, la incapacidad creciente de los individuos para bastarse, los vínculos que nos atan y que nos ayudan a sobrevivir. Recuérdese también que Weber se ocupaba de la morigeración, de la contención del gasto, de la reinversión productiva dictada por una dimensión ética que premia el ahorro y condena el despilfarro de cada uno. Recuérdese, en fin, que Freud se ocupaba de la estructura psíquica ignota del individuo, del inconsciente, pero también de las prescripciones interiorizadas que nos regulan moralmente. Los objetos de Elias eran un acierto temático y revelaban una gran intuición que muchos historiadores de entonces no supieron ver o tener. Por eso, una obra de esta naturaleza sería vista a partir de los setenta como una investigación muy actual, muy cercana a la nouvelle histoire, incluso muy próxima a la última historia cultural que después se cultivó. Por eso, a Elias se le admitiría como a un audaz precursor que había sabido sortear barreras disciplinarias y académicas.

A pesar de haber transcurrido más de una década desde su muerte, la influencia de Elias no decrece y su obra se empareja con los grandes del pensamiento contemporáneo. Así, por ejemplo, dentro de la célebre colección de los Sage Masters fo Modern Social Thought Series, a este sociólogo ya se la han dedicado sus respectivos sus volúmenes, dirigidos por Eric Dunning y Stephen Mennell, y su nombre figura junto a los de Roland Barthes, Harold Garfinkel o Jacques Derrida entre otros. Se le ve como a uno de los más grandes sociólogos de la pasada centuria y, según señala el reclamo mercantil, la repercusión de su obra aún no habría producido todos sus efectos. Sin embargo, contemplada en su adecuada perspectiva contextual, la obra de este pensador no sería tan sorprendente, según hemos apuntado. En efecto, él mismo se encargaría de reseñarla humildemente en un volumen autobiográfico. Sin embargo, los énfasis no serían los mismos, puesto que para su autor dicha obra sería heredera y mediadora de la gran tradición sociológica alemana, la que sobre todo se encarna en los Weber, en Max y Alfred Weber, y, por supuesto, en Karl Mannheim. Él insistió en esa deuda particular, la admitió, proclamó su relación con estos autores citados y mostró también su admiración por Karl Marx, por la gran audacia teórica de Marx. Aunque subrayó esas afinidades en sus memorias intelectuales, no se reconoció seguidor fiel de ninguno de ellos y por ello quiso desarrollar una labor de mediación, de equidistancia, superadora de las antinomias sociológicas (cultura-sociedad, individuo-colectividad, etcétera) que habrían enfrentado a sus predecesores. Más aún, contemplándose a sí mismo como un francotirador, concibió su obra como un gran desvelamiento frente a ideologías, mitologías, velos, deseos, máscaras, ilusiones, fantasías, falsedades, idealismos, irrealismos, desfiguraciones y otros saberes o figuras paternales o maternales que ocultarían la realidad. Ese término, desvelamiento, y sus palabras asociadas no son mías, sino suyas, y expresan una a una la intención, el objetivo y la labor de

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