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Presidencia Imperial


Enviado por   •  4 de Junio de 2015  •  1.287 Palabras (6 Páginas)  •  208 Visitas

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Para Carlos Castillo Peraza.

Todo libro de historia tiene su prehistoria. La de La Presidencia Imperial, último tomo de la trilogía que incluye Siglo de Caudillos y Biografía del Poder, comenzó en el ya remoto año de 1968. Fui un participante fervoroso del movimiento estudiantil, y como tantos otros jóvenes de entonces sentí de manera directa y visceral la presencia excesiva del poder en México, el modo en que sutil o brutalmente coartaba libertades políticas esenciales como la de expresión y manifestación, la de criticar y también la de elegir a nuestros gobernantes.

El crimen colectivo del 2 de octubre fue nuestro bautizo de fuego. Al día siguiente despertamos con la convicción de vivir en un país secuestrado, hasta cierto punto, por una oligarquía política. ¿Qué hacer?

Algunos se fueron a la sierra y allí malograron sus vidas; otros se hundieron en la desesperación o el cinismo; otros más sufrieron condenas injustas en la cárcel. Unos cuantos, en fin, entrevimos que nuestra vocación sería la de procurar entender lo que había ocurrido. Por eso comenzamos a mirar hacia atrás. Por eso nos hicimos historiadores.

El paso de los años y el saldo cada vez más desastroso de los sexenios confirmaron puntualmente la tesis de un maestro entrañable de nuestra generación: don Daniel Cosío Villegas. El poder casi absoluto de los Presidentes -afirmaba- los convierte en monarcas sexenales con ropajes republicanos.

Como en la era de los Césares, el tiempo de los Enriques y Ricardos de la Inglaterra medieval o el de los Carlos y Felipes en la España barroca, así también en el México moderno y contemporáneo la psicología particular de los poderosos se transmite a la historia nacional limitando sus opciones y reduciendo su horizonte, por momentos decisivos, al de una biografía.

Cosío Villegas descubrió esta gravitación biográfica, pero es obvio que no la admiraba. Por el contrario: veía en ella una de las llagas mayores de la vida mexicana. Por eso ejerció la crítica y practicó la historia como dos vocaciones paralelas con un mismo objetivo: entender la naturaleza del poder en México -sobre todo del poder presidencial- y limitar así su influencia.

En la obra y la actitud de Cosío Villegas quisiera imaginar otro antecedente de este libro. Al exhibir hasta qué grado el destino político de México ha dependido de las pasiones, los conflictos, el carácter, el temperamento, las ideas, las obsesiones y hasta las enfermedades físicas o morales de los monarcas en turno (o de sus familiares cercanos), intenté practicar una suerte de exorcismo: confrontar al País con esa dependencia para así contribuir, un poco, a liberarlo de ella.

La trilogía histórica no fue una obra construida con premeditación, sino que se fue construyendo a sí misma a lo largo de tres lustros, en diálogo y tensión constantes con el presente de México. No partí de una filosofía de la historia: la descubrí haciéndola.

Si bien creo firmemente en la libertad de la persona para forjar, enaltecer o destruir su propio destino, conforme avancé en el estudio de nuestra historia política creí descubrir, para mi sorpresa, que en el pasado mexicano no sólo hay azar y espontaneidad, invención y voluntad, sino también una suerte de misteriosa escritura que nos deletrea y nos determina.

A riesgo de ser acusado de hegeliano tardío, pienso en México como el lugar histórico de una tensión irresuelta e insoluble, pero también intensamente creativa, entre la gravitación del pasado y el llamado impostergable del futuro. La obra pretende distinguir entre los legados útiles del pasado y los fardos que nos impiden acceder a una modernidad plena.

Y entre éstos, ninguno es más pesado que el arcaísmo de nuestra cultura política. Mientras corría el reloj de esta historia, creí advertir un ritmo pendular en el pasado mexicano: el siglo XIX como un triunfo provisional del futuro, la Revolución como una corrección impuesta por la tradición virreinal y prehispánica, y el sistema político mexicano como un compromiso entre estas dos tendencias profundas.

En abono de la verdad, es preciso reconocer

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