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Presidencialismo Economico

genial05028 de Noviembre de 2012

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Presidencialismo Económico

En 1942, el destacado economista Ludwig von Mises desarrolló un estudio sobre la economía mexicana, donde planteó la necesidad de institucionalizar un marco económico de libertad. Entre otras cosas, recomendaba protección de la propiedad contra expropiación, eliminar mecansimos confiscatorios de imposición sobre los frutos del trabajo, eliminar los controles sobre flujos de capital o transacciones financieras, y no usar el aparato estatal para intervenir el las actividades cotidianas de intercambio. Estas ideas son bien conocidas, pero lo importante de esta cita es que la recomendación de Mises hace más de medio siglo sigue vigente en la actualidad.

En concreto, una forma de explicar el comportamiento de la economía a lo largo del periodo 1969-1999 es por medio de los criterios de libertad económica, criterios que hoy se plantean como las condiciones para lograr la prosperidad a largo-plazo. Un denominador en común de las pasadas cinco administraciones es, obviamente, el tema de "crisis sexenales" o el colapso del régimen cambiario. Los actores económicos del presente son miembros de una generación devaluada. En los últimos 25 años, la economía mexicana ha sufrido mayor desequilibrio en las principales variables macro, que en los 150 años anteriores. Tan sólo de 1976 a la fecha, se ha perdido el valor del peso en relación al dólar en razón de 98%. El aumento de la inflación acumulada en este periodo asciende a 275,000%. El producto per cápita ha crecido, en promedio, sólo 1.9% por año.

Este, sin embargo, tan sólo es el saldo de una enorme deficiencia en las instituciones económicas del país—un mal que se podría denominar el "presidencialismo económico." La política económica se ha desempeñado en un marco de mercantilismo, lleno de favores, un marco de arriba hacia abajo, basado en la "fatal arrogancia" de concentrar las decisiones cotidianas en una sola entidad política. Este error no tiene orientación ideológica. Se nos ha hablado de "manejar las finanzas desde Los Pinos" o de "administrar la abundancia" (en las épocas de populismo financiero), así como de "concertaciones" o "pactos." En la época de reforma estructural, el presidencialismo económico se ha manifestado en la obsesión por la economía digital, la importancia del número macroeconómico. El 3 de enero de 1995, ante el anuncio del primer plan de ajuste, la autoridad declaró: "mi administración habla con la verdad."

Esta patente falta de humildad ha convertido a las futuras generaciones del país en víctimas de políticas económicas equivocadas, objetos de laboratorio, simples partes de un experimento fallido. La consecuencia real es que los líderes del mañana no conocen los beneficios de la estabilidad, de la disciplina, de la acumulación de poder adquisitivo. Los jóvenes que se crearon en los ochentas, y los jóvenes que procuran desarrollar un futuro, no saben más que de inflaciones, devaluaciones, derroches, corrupción, deuda, baja en el nivel de vida, crisis, endeudameinto, y la expectativa que la economía está hechizada por una ley sexenal inalterble: crisis y devaluación.

Por otro lado, la esperanza es que estos desequilibrios generen una obsesión entre esta amplia comunidad de jóvenes con los principios de estabilidad, disciplina fiscal, y un estricto orden en las variables macroeconómicas. La esperanza, en otras palabras, es que la generación devaluada haga todo lo necesario para evitar los males macroeconómicos que han caracterizado el manejo de la política económica en el último cuarto de siglo.

Hoy por hoy, la sociedad mexicana a regresado al mal de ignorar el largo-plazo. El largo plazo es el próximo sexenio, y a veces el próximo mes. El experimento de los 80s fue, en gran medida, un intento por usar la vía fiscal como instrumento de redistribución. Sin embargo, el efecto fue la redistribución de la pobreza, no de la riqueza. El reto de las futuras generaciones es desarrollar un sentido de urgencia en el cambio estructural, reglas del juego que permitan distribuir oportunidad a todos los mexicanos. Esto requiere, ante todo, fomentar una cultura de libertad económica.

Recuento de Tres Décadas Perdidas

El recuento de la economía mexicana en los últimos treinta años es, en gran medida, un recuento de una tragedia, un costo de oportunidad sin precedente. Luis Echeverría inició la era del populismo financiero. Su administración heredó una economía con baja inflación, estabilidad cambiaria y alto crecimiento. El gasto público aumentó enormemente, mientras que los ingresos fiscales se estancaron. El alto déficit fiscal se convirtió en la regla, no la excepión. En 1973, la inflación resiente el exceso fiscal, y se cuadriplica. Así, Echeverría se caracteriza por justificar el proceso inflacionario como el precio del crecimiento. Este es un concepto que sobrevive la crisis del ’76 y se institucionaliza en la administración de José López Portillo. La fuga de capitales, también, se convierte en norma, no en excepción.

La abundancia de recursos petroleros le permite a López Portillo embarcar en una orgía de préstamos. La deuda externa se dispara. Los financiamientos se canalizan hacia la explosión burocrática y el manejo de empresas paraestatales (mismas que, en estos años, se dispararon de 300 a casí 1,200). La borrachera fiscal y el estatismo conducen a una crisis en el tipo de cambio. Se inaugura la "década perdida." Miguel de la Madrid hereda un entorno "en ruinas," con un déficit presupuestal de alrededor de 16% del producto nacional. El plan de ajuste procede, lentamente; pero en 1986 el país ingresa al GATT, lo que significa un cambio fundamental en el comercio exterior. La reducción del déficit y de la inflación se complican, ante el seguimeinto de una política gradualista, y a la luz de choques externos, como el terremoto del ’85 y el choque petrolero. A finales de 1987, se instumenta un plan de ajuste, el pacto de solidaridad económica. Se fija el tipo de cambio.

El gobierno de Carlos Salinas se caracteriza por profundizar las reformas y lograr la estabilidad macroeconómica. Se logra disciplina en las finanzas públicas, se inicia un largo proceso de desregulación, se profundiza el programa de desincorporación de paraestatales, y se intenta sellar el cambio estructural con el Tratado de Libre Comercio. En 1994, la tasa de inflación llega a un dígito, por primera vez en dos décadas. Sin embargo, la violencia en el entorno político y la falta de coordinación económica genera fuertes desequilibrios, que se heredan a la administración subsecuente. Las reservas internacionales habían registrado una cifra récord en marzo de 1994 (30 mil millones de dólares), sólo para acabar en 5 mil millones al fin de ese año. Ernesto Zedillo recibe una economía sólida en muchos sentidos, pero con dos puntos débiles: la incertidumbre sobre la paridad, y la incertidumbre sobre el financiamiento de las cuentas externas. La promesa de estabilidad se esfuma, lo que genera la necesidad de un severo proceso de ajuste.

La crisis cambiaria del ’94 se conoce como "la primera crisis financiera del siglo 21." Los avances tecnológicos en el mundo de las finanzas permiten que el flujo de capital se pueda moverse en cosa de segundos. El proceso político es impotente para contener estos movimientos, mientras que los capitales privados en esta era de globalización desconocen la figura nacionalista de las fronteras. Una política buena se premia con la entrada de capitales; una política mala conduce a castigos severos, en la forma de fugas abruptas de capital. Esto ocurrió en México en 1994, una vez que el gobierno buscó compensar la caída en reservas que se utilizaron para sostener el esquema de tipo de cambio, con un aumento en el crédito interno. Las tasas de interés se mantuvieron artificialmente bajas, una vez que se decidió no realizar un ajuste deflacionario. La devaluación causó un pánico generalizado, y cuando la confianza se desplomó, los capitales huyeron inmediatamente, y en estampida, buscando la seguridad de activos denominados en dolares.

La lección es que las economías emergentes deberían interpretar nuevas entradas de capital como episodios transitorios, no permanentes; y deberían ver las fugas de capital como ocurrencias permanentes, no transitorias. Esta estrategia falló en 1994: se pensó que la fuga de capital observada después del asesinato de Colosio era un fenómeno transitorio, y que esos capitales regresarían después de las elecciones. Una lección final es la necesidad de hacer correciones estructurales en la cuenta de capital, es decir, fomentar "inversión de largo plazo." La inversión directa es de una calidad más alta que la inversión financiera, ya que es un reflejo de un compromiso de largo-plazo, mejor informado sobre la economía y sus expectativas. Este es un reto fundamental para las futuras administraciones.

De Arriba Hacia Abajo

El actual sexenio zedillista ha resultado ser un sexenio complicado, pasando de un proceso de ajuste a uno de reactivación, posteriormente al "crisis-management" en virtud de la brutal turbulencia financiera de 1998. Sin embargo, no se ha abandonado un factor esencial del presidencialismo económico, el requerimiento constitucional que el gobierno debe presentar una "planeación democrática de la economía nacional." Esta es una reliquia del centralismo que tanto daño ha ocasionado en diversas regiones del mundo. Por un lado, la apertura comercial y el cambio estructural representan un modelo con características opuestas a la tradición protecionista de sustitución de

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