Resistencia pagana frente al avance del cristianismo.
virniInforme6 de Septiembre de 2016
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Resistencia pagana
frente al avance del cristianismo.
Coronel Deborah, legajo: 117282
De Rosa Maria, legajo: 97166
Rojas Virna Karina, Legajo: 101623
Segovia, Romina, legajo: 101108
Valverde Florencia, legajo: 117229
Introducción
Este informe analizará un momento particular dentro de un proceso histórico específico, como fue el advenimiento del cristianismo en el Imperio Romano durante los finales del Siglo IV y la resistencia pagana aristocrática en el seno de su vida política: el Senado romano. Por un lado, la aristocracia romana pagana tradicional se manifiesta en la figura de Quinto Aurelio Símaco, educado en Galia, escritor y estadista, con profunda estirpe pagana, que ocupó un lugar destacado en la clase senatorial, prefecto de Roma en el año 384 d.C y cónsul en el año 391 d.C. Por otro lado, Ambrosio[1], Obispo de Milán proveniente también de una familia aristocrática romana y que poseía una sólida educación con conocimientos en lo retórico y jurídico.
“La Carta de Símaco”
Fuente que caracterizamos como primaria, directa e histórica. A partir de su lectura podemos advertir las diferentes tensiones que se generaron a raíz de medidas puntuales, como fueron la destitución del Altar de La Victoria del lugar que ocupaba tradicionalmente; y la revocación de privilegios a sacerdotes y vírgenes vestales[2] de la religión pagana, hechos acaecidos bajo el mandato del emperador Graciano[3]. Esta situación provocó gran conmoción en el interior del Senado romano, por lo que Símaco decide escribir aproximadamente en el año 382-383, a los emperadores Teodosio y Graciano en defensa de las viejas tradiciones romanas; solicitando la restauración del mencionado Altar y la restitución de los privilegios revocados.
El Altar de La Victoria.
El emperador Augusto -Cayo Julio Cesar Octavio-[4] manda a colocar en el año 29 a.C., en la sala de sesiones del Senado romano; un altar que conmemoraba la victoria naval romana sobre Marco Antonio y Cleopatra en la batalla de Actium[5] producida en el año 31 a.C. Este símbolo tradicional representaba a la Diosa Victoria; erigida en una escultura de oro; personificada como una mujer alada de formas opulentas, que descendía para otorgar una corona de laurel al vencedor; los senadores que ingresaban al Senado quemaban incienso en su altar.[6] Este culto pervivió hasta que, Constancio, hijo de Constantino, en un viaje a Roma-357 d.C- ordena quitar el altar para luego ser restaurado por Juliano, en concordancia con su política de restablecer el paganismo-361-. Los emperadores siguientes, Joviano y Valentiniano I no se ocuparon del tema; fue Graciano quién decide deponerlo nuevamente en el año 382, en el marco de medidas que podemos caracterizar cómo “antipaganas”[7].
Fundamentación Filosófica
Hacia finales del siglo IV, el cristianismo comenzaba a ser cada vez más reconocido siendo incorporado en el sistema legal de Roma; participando de los asuntos públicos del Imperio. Los cristianos poseían una doctrina, un dogma que los hacía atractivos desde la época de Constantino como elemento fundamental para hacer efectiva la reconstrucción del Imperio. A medida que transcurría el siglo; los cristianos iban adquiriendo beneficios: donaciones a sus iglesias y un status público especial para los sacerdotes. Mientras, el paganismo se veía desplazado de la esfera central político-religiosa a través de la destrucción de sus templos, prohibiciones de cultos, bienes confiscados[8].
“La Carta de Símaco” nos ayuda a observar algunas estrategias del paganismo en esta pugna, donde confronta al cristianismo por un lugar privilegiado en la vida de Roma.
En la composición del discurso de Símaco, observamos que se estructura en base a dos aspectos fundamentales: a) una fuerte tradición clásica romana: recalca la necesidad de retornar a lo primigenio que tan correctamente ha funcionado y rechaza de plano desatender estos fundamentos, se retrotrae a los principales lineamientos de una tradición basada en un conjunto de preceptos, costumbres y usanzas que configuraban al romano como tal. Estos mos maiorum, en su totalidad símbolo de la integridad moral y el orgullo de ser romano, componían la mayor herencia dejada por los progenitores y transmisibles a los descendientes; habían logrado hacer de Roma una sociedad bien desarrollada y equilibrada. Una sociedad bien desarrollada y equilibrada que contenía la concepción de libertad romana, condición anclada en la pertenencia a la tierra natal o la patria. Así esa libertad romana y los mos maiorum configuraban los supremos valores romanos.
“(…) pero ¿se nos podrá culpar de que defendamos las instituciones de nuestros abuelos, los derechos y el porvenir de la Patria, con el mismo calor que defendamos la gloria de nuestro siglo, que será mucho mayor, si no se permite nada que se oponga a los usos de nuestros padres?”[9]
b) una normativa típica y común a los autores de la época: la estructura discursiva remite, a un conjunto normativo común a todos los autores de su tiempo. Durante el siglo IV asistimos a un gran desarrollo del género epistolar como único medio de comunicación entre individuos a lo largo de todo el Imperio. Dicho género responde a una estructura basada en una intensa ceremonia, cortesía y en unas convenciones formales muy estrictas que se deben respetar. El mantenimiento de una correspondencia regular, responder a las cartas recibidas, comunicar noticias importantes junto con expresiones de amenidad, benevolencia y prudencia, permitían propiciar y reafirmar el mantenimiento de todo tipo de relaciones. Inclusive una infracción en las mismas se consideraba una descortesía. Sus protagonistas eran conscientes de la importancia de la comunicación, el intercambio de información, ideas e influencias[10].
Símaco y Ambrosio han legado una correspondencia de riqueza extraordinaria con gran influencia filosófica clásica, sobre todo por la escuela neoplatónica[11].
Símaco se centra en dos cuestiones; la restitución del Altar de La Victoria que garantizaría la libertad romana en cuanto a la libertad religiosa, y la devolución de privilegios revocados a las vírgenes vestales y sacerdotes que contenía la financiación pública de la religión tradicional del Estado y los beneficios que derivaban de ello en todo el Imperio Romano[12].
Ambrosio, Obispo de Milán, redacta cartas al Emperador rechazando de plano lo solicitado y rebate punto por punto lo argumentado por Símaco; y advierte que, si se accede a las peticiones, el Emperador sería excomulgado de la iglesia cristiana; el emperador es consciente de que este hecho traería profundas consecuencias políticas, debido a que se vería enfrentado a la aristocracia cristiana y a las grandes masas urbanas convertidas al cristianismo. Ambos escritos fueron leídos ante el emperador, quien dijo: "Mi padre no destruyó los altares, y nadie le pidió tampoco que los reconstruyese. Yo seguiré su ejemplo y no modificaré el estado de cosas".[13]
Debate entre Quinto Aurelio Símaco y San Ambrosio.
A fines del siglo IV, Ambrosio, obispo influyente, asume la defensa del cristianismo mediante cartas dirigidas al joven emperador Valentiniano II (epístolas XVII y XVIII). Allí, no sólo marca su oposición a la restitución del Altar, sino que debate uno a uno los diferentes argumentos presentes en la petición de Símaco. Para un análisis más completo e inteligible confrontaremos brevemente ambas posturas a partir de las ideas principales:
- Al iniciar su petición, Símaco refiere “Cuando vuestro numerosísimo Senado vio dominado el vicio por las leyes […] me confió por segunda vez el encargo de hacer interprete de sus quejas…”[14]. En respuesta a esto, Ambrosio, afirma que no es la totalidad del Senado la que requiere la restauración. Por lo tanto, considera a los peticionantes como una minoría dentro del Senado. Además, señala que la realización del culto pagano en ese ámbito representa una presión para los senadores cristianos. Por último, advierte que de aceptar la solicitud de Símaco, el emperador no sería recibido en la Iglesia.[15]
- Con respecto a los éxitos militares romanos, Símaco los adjudica a la Victoria utilizando un argumento pragmático: “Sólo el que no ha probado sus favores, ha sido capaz de mirar con desdén su poder; pero no lo deseará nuestro patriotismo, pues los repetidos triunfos os enseñan a apreciarlo…”[16]. Además, afirma que, debido a los incesantes ataques de los bárbaros, es imperioso recibir la protección divina. Ante esto, Ambrosio, sostiene que los dioses no pueden defender a los emperadores y que ni siquiera son capaces de lograrlo con respecto a quienes los veneran[17].
- Con respecto a los privilegios recibidos por Vestales y sacerdotes, Símaco los defiende argumentando que: “Las leyes de nuestros abuelos honraban a las vírgenes Vestales y a los sacerdotes, concediéndoles un módico estipendio y privilegios fundados en la justicia de disfrutaros, hasta que vinieron viles tesoros que suprimieron los alimentos destinados a la sagrada castidad para darlos a miserables conductores de literas; entonces sobrevino una repentina escasez, (…) No debemos echar la culpa de esto a la tierra, (…) el sacrilegio es quien ha esterilizado el suelo”.[18] Allí puede observarse la legitimación de la costumbre a partir de un fundamento jurídico- pragmático, en donde lo vivido es prueba de lo que es útil y a partir de la experiencia se logra el conocimiento. Ante esto, Ambrosio responde que de acuerdo a ese pensamiento, deberían subvencionarse de igual manera a todas las vírgenes y sacerdotes cristianos. En cuanto al hambre como castigo, el obispo afirma que en todas las épocas se han dado hambrunas y períodos de escasez[19].
Las posturas de Símaco y de Ambrosio Obispo de Milán; nos revelan la visión que cada uno tiene de la religión. La visión pagana es que todas las religiones deben considerarse como caminos de búsqueda de la fe, por lo que no se valora el medio sino el fin. Por lo tanto, la religión tradicional no puede abandonarse debido a lo “útil” que ha sido para Roma. Sin embargo, para Ambrosio, no hay múltiples opciones, sólo existe un solo camino hacia una fe verdadera. Estas posiciones pueden observarse en la situación de si Roma debe o no cambiar de religión. Basándose en los argumentos anteriores, ambos apelan a Roma, como ser viviente que expresa su voluntad: “…soy deudora de una religión sabia; respetadla (…) y no tendréis que arrepentiros de ello.” Mientras Ambrosio la presenta arrepentida, pues la ciudad se lamentaba de sus errores pasados y no se avergonzaba de cambiar.
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