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Revolucion De 1952


Enviado por   •  2 de Diciembre de 2014  •  2.385 Palabras (10 Páginas)  •  312 Visitas

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Una Lectura Anacrónica de la Historia del 52

Publicado en 25 agosto 2012

Publicado en Nueva Crónica Nº 109

La “historiografía convencional”, el “análisis plano”, un “artificio nacionalista”, las “conveniencias epocales” (sic), el “nacionalismo escolar”, la “construcción emenerrista de la identidad nacional”, la “mirada colonial y occidental”, la “reconstrucción elitista del proceso”…

Esta colección de adjetivos calificativos sazona el capítulo uno del libro La Bala no Mata sino el Destino de Mario Murillo, en la que hace una crónica de la Revolución desde los testimonios orales de veintiún personas que fueron actores o testigos de los tres días cruciales de abril de 1952. Para contextualizar su trabajo el autor parte de una serie de premisas conceptuales y un somero enjuiciamiento de quienes hemos escrito libros de historia que se dedican específicamente o tocan ese momento de nuestro pasado. Concluye que la historiografía boliviana sobre la Revolución de 1952, salvados los estudios de Zavaleta, Almaraz y Antezana (Luis H., no Luis a secas), es funcional a la construcción de las categorías nacional-revolucionarias expresadas fundamentalmente por Nacionalismo y Coloniaje de Carlos Montenegro e impuestas por los primeros gobiernos del MNR.

Cada línea historiográfica o ensayística –algo que Murillo no dice- tiene su propia lógica interna y sus alcances concientemente delimitados. No tiene caso comparar el ensayo sociológico y político con las obras militantes de partido y con las obras de historia general. Hacerlo es poco serio, tanto en el método como en las categorías de análisis.

Murillo propone una relectura que se apoya especialmente en la tesis de su mentora Silvia Rivera y en Ranajit Guha. Se permite en ese contexto comparaciones entre los tres días de abril de 1952 y la guerra de liberación vietnamita que dejó más de un millón de muertos, lo que es –cuanto menos- una desmesura.

Los supuestos del libro cuestionan la licitud de asumir la lectura de nuestro pasado desde una perspectiva occidental, lo que en su opinión conlleva una actitud “colonial, marcada por la búsqueda de la verosimilitud, por la cronología unilineal y por el relato totalizador”, a mi entender aspectos fundamentales en el trabajo histórico que nada tiene que ver con una actitud colonial.

Se trata de descalificar la evidente raíz occidental de nuestra cultura (inexcusable en la formación del pensamiento intelectual boliviano), insistiendo en negar las categorías construidas a través de casi cinco siglos, que definen uno de los dos brazos constitutivos de lo boliviano.

La lógica de una supuesta realidad colonial y mirada colonial posrepublicana, es parte de una tesis que busca cuestionar la supuesta apropiación hecha por las elites intelectuales de la construcción del Estado Nación. Pero es en realidad una lectura forzada y anacrónica en su explicación interna. Presupone que las elites negaron (en el caso boliviano hay un momento de corte que tiene que ver con los historiadores de la primera mitad del siglo XX) y niegan aún la participación popular definida y específica (indígenas, mineros, fabriles, gremiales, cocaleros, etc.) en los diferentes momentos en que se produjeron cambios fundamentales en el destino del país a partir de 1952.

Tanto los textos generales como los especializados publicados en los últimos treinta años, desmienten esa afirmación que cada vez tiene menos argumentos a los que aferrarse. El problema está en presuponer que este es un tablero exclusivamente de espacios negros y espacios blancos.

Por supuesto Murillo cuestiona nuestra mirada de “historiadores oficiales y de elite”, lo que conlleva –en su opinión- nuestro interés por consagrar una visión unilateral en la que buscamos mitificar al MNR y sus líderes como los únicos artífices del proceso del 52.

Lo curioso es que los testimonios que enriquecen su libro no desmienten las premisas fundamentales que se pretenden descalificar. La razón es muy sencilla. Es imposible separar las acciones individuales de las colectivas, los liderazgos intelectuales, políticos y militares de los liderazgos intermedios y la acción del pueblo. No parece tener mucho sentido a estas alturas del desarrollo de la historiografía universal y boliviana, insistir en lecturas parciales que pretendan destacar lo uno sobre lo otro. No podría entenderse por ejemplo, la Revolución Soviética sin Lenin, no se podría desentrañar sus tensiones sin Trotsky y su lógica de poder sin Stalin.

Digamos claramente que no existe posibilidad de que una Revolución se lleve adelante insumida solo en lo colectivo. Los liderazgos individuales son imprescindibles.

Es incuestionable además que si bien el eje del golpe convertido en Revolución tenía como cabeza al MNR y sus principales dirigentes, muchos de los combatientes en La Paz, El Alto y Oruro no eran militantes de ese partido ni actuaron necesariamente bajo la conducción o la convicción partidaria movimientista. Ocurrió con la clase media, con los fabriles y con los mineros. Hecho que no modifica en lo esencial, como refieren los valiosos testimonios recogidos, la naturaleza fuertemente teñida por el MNR de ese momento histórico en Bolivia.

Murillo omite algo muy importante en su libro; el contexto. Sea porque solo le interesa el tiempo del 8 al 11 de abril, sea porque contextualizar debilita su hipótesis, prefiere hacer su crítica desde el vacío. No basta con una nota a pie de página que reza que “al ser otro el objetivo del trabajo” no hace análisis de prefiguraciones y causas. Eso estaría muy bien si no dedicara casi medio libro a hacer consideraciones sobre la totalidad del proceso y juzgar a quienes escribimos sobre esa totalidad. Para juzgar a los historiadores de ese periodo debiera probar primero que redactamos nuestras obras prescindiendo intencionalmente de actores cruciales.

Pero ante todo vale la pena no olvidar lo evidente, que el MNR logró hacer suyo el discurso revolucionario que habían acuñado intelectuales como Aguirre Gainsborg y Lora desde el POR, o Arze desde el PIR. El MNR tomó el poder en 1943 junto a Villarroel, considerado -como bien apunta Javier Torres Goitia en la obra que nos ocupa- un santo y mártir por los mineros, lo que ratifica que es el propio pueblo el que construye sus mitos con nombre y apellido. Lo propio podríamos decir de la figura de Paz en el ámbito rural en el primer periodo de la Revolución o de Morales en el actual momento que vivimos. En el duro debate posterior a la tesis de Pulacayo

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