Una Manera Para Vivir
Mauroelmejor13 de Abril de 2014
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Algunas reflexiones para seguir pensando
Una manera estúpida de vivir*
Manfred Max-Neef
La idea.
Desde niño me ha preocupado lo que considero una cuestión importante: "¿Qué es lo que hace únicos a los seres humanos? ¿Hay algún atributo hu-mano que ningún otro animal posea?" La primera respuesta recibida fue que los seres humanos tenemos alma, y los animales no. Esto me sonó ex-traño y doloroso, porque amaba y amo a los animales. Además, si Dios era tan justo y generoso hecho que yo todavía creía firmemente en esos días no hubiera hecho semejante discriminación. 0 sea, que no me convencí.
Varios años más tarde, bajo la influencia de mis primeros maestros, se me llevó a concluir que nosotros éramos los únicos seres inteligentes, mientras que los animales sólo tienen instintos. No me llevó mucho tiempo darme cuenta que estaba otra vez sobre la pista falsa. Gracias a las contribuciones de la etología, hoy sabemos que los animales también poseen inteligencia. Y reflexioné, hasta que un día finalmente creí que lo tenía -los seres humanos son los únicos seres con sentido del humor. Otra vez fui desengañado por estudios que demuestran que hasta los pájaros se hacen bromas entre sí y se "ríen". Ya era un estudiante universitario y había casi decidido rendirme, cuando mencioné a mi padre mi frustración. Simplemente me miró y dijo: "¿Por qué no intentas por el lado de la estupidez?". Aunque al principio me sentí impactado, los años pasaron, y me gustaría anunciar, a menos que alguien más pueda reclamar una precedencia legítima, que estoy muy orgulloso de ser probablemente el fundador de una nueva e importante disciplina: la Estupidología. Sostengo, por lo tanto, que la estupidez es un rasgo único de los seres humanos. ¡Ningún otro ser vivo es estúpido, salvo nosotros!
Claro que estas afirmaciones pueden sonar extrañas y hasta caprichosas al principio. Pero en el período escolar de invierno en 1975, dicté un curso en el Wellesley College de Massachusetts, abierto también para estudiantes del Massachusetts Institute of Teclinology (MIT), cuyo título fue "Investigación sobre la naturaleza y las causas de la estupidez humana". Como se podrán imaginar fue un curso muy concurrido. La gente pensó que iba a ser divertido, y de hecho las dos primeras clases lo fueron. Durante la tercera clase los participantes empezaron a verse un poco más serios, y en la cuarta sesión ya había caras largas. A medida que el curso avanzó, todos descubrimos que el tema era bastante serio.
* Adaptado de la conferencia en el marco de la Conmemoración de Schumacher en Bristol, Inglaterra, el 8 de octubre de 1989.
La crisis
Pero, ¿por qué menciono esto ahora?. Soy una persona que viaja mucho, quizás demasiado. Fue así que hace pocos meses completé mi tercer viaje alrededor del mundo en dos años. Resultó ser una experiencia muy especial, y me sucedió algo que nunca antes me había pasado, mientras estaba en Bangkok, la capital de uno de mis países asiáticos favoritos. La primera mañana me desperté sintiendo una gran depresión, como si estuviera enfrentando una crisis existencial profunda. No creo que pueda expresarse con palabras, pero la sensación fue algo así: "He visto de-masiado. No quiero ver más. ¡Estoy harto!". Era un sentimiento horrible, atemorizante, y me pregunté: "¿Por qué estoy sintiendo esto?". La respuesta llegó con la súbita constatación de que lo que crece con mayor velocidad, y se difunde con la mayor eficiencia y aceleración en el mundo moderno, es la estupidez humana. Ya sea cuando conocí la etapa final de un plan que arrasó miles de poblados rurales en Rumania con el fin de modernizar y expandir la producción agrícola(1); o cuando presencié el colosal programa de transmigración en Indonesia, financiado por el Banco Mundial, que desarraigó millones de personas y las transportó de un lado a otro del país en nombre del desarrollo; o cuando las autoridades del desarrollo en Tailandia anunciaron orgullosas que en el norte, que permanecía aún densamente forestado, se desmantelarían cientos de poblados, cuyos pobladores serían reinstalados en catorce centros urbanos "con todas las comodidades que requiere una sociedad moderna"; todas esas acciones reflejaban el mismo tipo de estupidez.
1.La Conferencia en Conmemoración de Schumacher , sobre la cual se basa este capítulo fue realizada antes de la caída del régimen de Ceausescu.
Me di cuenta entonces que la estupidez es una fuerza cósmicamente demo-crática. Nadie está a salvo. Y ya sea en el norte, el sur, el este o el oeste, cometemos las mismas estupideces una y otra vez. Parece existir algo que nos vuelve inmunes a la experiencia.
Pero no todo era oscuridad, sin embargo. En el medio de mi crisis, me di cuenta de que se están abriendo caminos, y existen también signos positi-vos. En realidad, al final, me invadió la sensación de que estaba presenciando los últimos cien metros de una carrera de diez kilómetros entre dos fuerzas irreconciliables, y que una de ellas iba a ganar por una nariz, y que todo parecía indicar que sería la nariz más importante de la historia humana.
Dos fuerzas, dos paradigmas, dos utopías, desarrolladas en forma brillante en el libro de Vandana Shiva "Abrazar la vida" (1), que producen un mundo esquizofrénico. Cualquier persona sensible no puede evitar caer en un esta-do esquizofrénico. Esa es nuestra realidad y no podemos engañarnos. En-tonces la pregunta es cómo hacemos frente a esta situación. ¿Cómo la interpretamos? 0 también, ¿cómo llegamos a caer en una situación así, si el mundo no fue siempre esquizofrénico, según creo honestamente ?.
El resultado final de mi crisis fue positivo. Pocos días después me encontraba con mi esposa en una maravillosa isla de Polinesia -el lugar perfecto para volver a enamorarse de la vida. Imaginen el caminar en el agua cristalina de un magnífico arrecife de coral y los peces que vienen a comer de nuestra mano.
Fue maravilloso, comencé a recuperarme, y pude así continuar mis reflexiones en circunstancias más propicias.
Siempre sucede que uno recibe ayuda de los amigos, no sólo de los que uno conoce personalmente, sino de los amigos que se han hecho a través de los libros. En esta ocasión, fue Ludwig Wittgenstein el que vino en mi ayuda. Me concentré de nuevo en el problema del lenguaje. El lenguaje no es sólo una expresión de cultura, sino que también genera cultura. Si el lenguaje es pobre, la cultura será pobre. Pero el tema es que también estamos atrapados por el lenguaje. El lenguaje es una forma de prisión. La forma en que utilizamos las palabras o conceptos influencia y hasta a veces determina no sólo nuestro comportamiento sino también nuestras percepciones. Cada generación, como señalaba el gran filósofo español Ortega y Gasset, tiene su propio tema, o sea, su propia preocupación. Yo agregaría que cada generación tiene también su propio lenguaje, que la atrapa.
1 Vandana Shiva, Staying Alive, Londres: Zed Books, 1988
La coacción del lenguaje
Estamos atrapados, nos guste o no, en el lenguaje de la economía, que ha domesticado al mundo entero. Un lenguaje nos doméstica cuando logra empapar toda nuestra vida cotidiana y nuestras formas cotidianas de expresión. El lenguaje de la economía se utiliza en la cocina, entre amigos, en las asociaciones científicas, en los centros culturales, en el club, en el lugar de trabajo, y hasta en el dormitorio. En cualquier lugar del mundo, estamos dominados por el lenguaje de la economía y esto influencia en gran medida nuestro comportamiento y nuestras percepciones.
Pero el hecho de que estemos domesticados por un lenguaje determinado, no necesariamente es negativo, aunque en este caso puede serlo. Todo se reduce a una cuestión de coherencia e incoherencia. Paso a explicar.
A fines de los años veinte y principios de los treinta, durante el período co-nocido como la "Gran Crisis Mundial", surgió el lenguaje de la macroecono-mía keynesiana. La macroeconomía keynesiana no fue sólo consecuencia de la crisis, sino que permitió su interpretación, y fue además una herramienta eficiente para superarla. Fue un caso de lo que yo llamo un lenguaje coherente con su desafío histórico.
El siguiente cambio en el lenguaje ocurrió en los años Cincuenta, cuando hizo su aparición el "lenguaje del desarrollo". Aunque Joseph Schumpeter ya había escrito sobre los conceptos del desarrollo económico en los años veinte, no fue hasta los años cincuenta que se puso de moda. Pero el lenguaje del desarrollo no fue consecuencia de una crisis, más bien lo contrario. Fue un lenguaje que respondió al entusiasmo generado por la espectacular reconstrucción económica de la Europa de la postguerra. Era un lenguaje optimista basado en el profundo sentimiento de que al fin se había encontrado la forma de erradicar la pobreza del mundo. Recordemos algunos de sus clichés: industrialización rápida, modernización, urbanización, gran impulso, despegue, crecimiento autosustentado, etc. Produjo muchos y muy importantes cambios durante los años cincuenta y sesenta, cambios que parecían justificar el optimismo. En cierta manera, fue otra vez un caso de coherencia entre el lenguaje y el desafío histórico.
Desde mediados de los setenta y durante todos los años ochenta (década que fue bautizada en los círculos de las Naciones Unidas como la "década perdida"), surgió una nueva crisis, una megacrisis que nos enfrenta, una megacrisis que todavía no podemos interpretar en toda su magnitud. Lo extraño
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