CAPÍTULO I. “EL PACHUCO Y OTROS EXTREMOS”
Tania PalestinoEnsayo13 de Diciembre de 2015
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CAPÍTULO I. “EL PACHUCO Y OTROS EXTREMOS”
En este capítulo podemos ver como nosotros vamos formando nuestra identidad desde niños, en este caso nuestra identidad “mexicana” que se caracteriza por sentirnos solos y aislados de lo que pasa a nuestro alrededor, pero como niños y jóvenes podemos olvidarnos de esa situación de soledad a través del juego o del trabajo. Cuando inicia nuestra etapa de la adolescencia es cuando comenzamos a querer formar por sí solos esa identidad que nos va a caracterizar. Comenzamos a entrar en grupos de jóvenes con el mismo fin de identificarse, uno de esos grupos son los “Pachucos”.
Octavio Paz escribió su libro cuando se encontraba fuera de México, en Los Ángeles, Estados Unidos; donde notó que lo habitaban muchos mexicanos que no se mezclaban completamente de los norteamericanos. Es aquí donde empieza a analizar ese grupo de jóvenes mencionado anteriormente “Los Pachucos”.
El nombre “Pachuco” es una palabra que no tiene una definición en sí, que dice nada y dice todo.
Los Pachucos son un grupo de jóvenes mexicanos que se distinguen por su lenguaje, vestuario y conducta. Que viven en las ciudades del sur, estos no quieren reconocer sus orígenes pero tampoco los quieren olvidar y tratan de no ser iguales a los norteamericanos, quienes los consideran peligrosos.
Este ha perdido toda su herencia natal en esa búsqueda por ser diferente y reconocido, la ropa que portan los distingue y a la vez homenajea a la sociedad que quieren negar (la mexicana).
Pero ¿qué distingue al mexicano del norteamericano? Octavio Paz nos da una respuesta, la gente norteamericana tiene mucha seguridad y confianza, tiene aparente alegría y conformidad con el mundo que los rodea, y ahí no terminan nuestras diferencias, ellos son crédulos y nosotros creyentes, aman a los cuentos de hadas y las historias policíacas, nosotros los mitos y las leyendas, los mexicanos mienten por fantasía o desesperación, ellos no mienten, pero sustituyen la verdad por otras menos desagradable. Los mexicanos son desconfiados, ellos abiertos, nosotros somos tristes y sarcásticos, ellos alegres y humorísticos.
En lo que escribe Octavio Paz se niega el supuesto complejo de inferioridad que caracteriza al mexicano. “Sentirse solo no es sentirse inferior sino distinto”, de hecho, la soledad no es una ilusión, es la vida contemplada con los ojos abiertos.
CAPÍTULO II. “MÁSCARAS MEXICANAS”
Nos habla de la variedad de máscaras que utilizamos en nuestra vida para protegernos de que nos hagan daño, y a la vez como es en el caso de la mujer la máscara que se tiene de ellas es la que a los demás les conviene ver. El mexicano usa máscaras para proteger su intimidad, no le interesa la ajena y por lo tanto, el círculo de la soledad se vuelve a cerrar. Las máscaras del mexicano, sus mentiras, reflejan sus carencias, lo que fuimos y queremos ser.
El autor reflexiona sobre el poder real que las palabras ejercen sobre el mexicano. Conceptos como “rajarse”, revelan el grado de machismo que todos llevamos dentro. Otro ejemplo, que sólo en México existe, es el albur. Lenguaje secreto, ingenioso, de fuertes connotaciones sexuales que agrede, reta, y finalmente, termina por demostrar nuestro carácter cerrado frente al mundo.
En el libro también se hace mención a como los mexicanos consideran a la mujer, principalmente como un instrumento, de los deseos del hombre, de los fines de la ley, la sociedad o la moral. Fines para los que nunca se le ha pedido su consentimiento y en esa realización solo participa pasivamente. “Prostituta, diosa, gran señora, amante, la mujer transmite o conserva, pero no crea, los valores y energías que le confían la naturaleza o la sociedad”. También se está consciente de que la mujer, representa la continuidad de la especie, el orden, y la dulzura. Pero el machismo que predomina en la forma de vida del mexicano necesita mujeres impersonales para subsistir. Se respeta el concepto de la madre, de la mujer abnegada pero no de la persona: la mujer como protagonista de su historia.
Simular es inventar o aparentar y así eludir nuestra condición. El que disimula no representa, sino que quiere hacerse invisible, pasar inadvertido, sin renunciar a su ser. Octavio Paz recuerda y hace mención de una ocasión que escuchó un leve ruido en el cuarto vecino al suyo y pregunto en voz alta: ¿Quién anda ahí?, y la voz de una criada, contestó: “No es nadie, señor soy yo”. Con esto no solo nos disimulamos a nosotros mismos y nos hacemos transparentes y fantasmales; también disimulamos la existencia de nuestros semejantes, algo que nos caracteriza como mexicanos ya que esa nada con la que nos hacemos llamar se hace “ninguno”. Y si todos somos ninguno, no existe ninguno de nosotros. El círculo se cierra y la sombra de Ninguno se extiende sobre México.
CAPÍTULO III. “TODOS SANTOS, DÍA DE MUERTOS”
El mexicano ama las fiestas y las reuniones públicas, todo es ocasión para reunirse, cualquier pretexto es bueno para interrumpir el tiempo, el trabajo y las labores y celebrar con festejos y ceremonias. Nuestro calendario está poblado de fiestas, los mismos días en los lugares más apartados como en las grandes ciudades, el país entero reza, grita, come, se emborracha y mata.
No nos bastan las fiestas que ofrece todo el país, la iglesia y la réplica, sino que la vida de cada ciudad y de cada pueblo está regida por un santo, al que se le festeja. Y para acabar los barrios y los gremios tienen también sus fiestas anuales.
“Las Fiestas son el único lujo de México”. Y una vez más, el círculo de la soledad se cierra. El mexicano derrocha esperando que el derroche mismo atraiga a la abundancia y si no la atrae, por lo menos se aparenta. Los mexicanos deberíamos ahorrar tiempo y dinero, que gastamos en tantas fiestas, tratando de semejar a las grandes ciudades donde por ejemplo los países ricos tienen pocas fiestas, no tienen tiempo, ni humor. Y no son necesarias; la gente tienen otras cosas que hacer y cuando se divierten lo hacen en grupos pequeños.
Uno de los festejos que más llama la atención: es el día de muertos. Ya desde antes de la llegada de los españoles, los indígenas creían que la vida se continuaba con la muerte, y de hecho, la vida misma se alimentaba de la muerte. Nada más privilegiado en vida, que ser sacrificado para los Dioses. Mientras que para los cristianos la muerte es la antesala a otra vida, para los aztecas, la manera de participar fundirse con las fuerzas creadoras. Para los aztecas, ni la vida ni la muerte les pertenecía, todo era un capricho de los dioses. La religión y el destino, trazaban la vida de sus hijos. “La conquista de México, sería inexplicable sin la traición de los dioses, que reniegan de su pueblo”.
Actualmente, Paz señala, “todo funciona como si la muerte no existiera”, se exalta la salud con drogas milagrosas en un siglo donde también hubo campos de concentración. Para el mexicano moderno, la muerte ha dejado de ser tránsito, ahora es su amor más permanente, su juguete favorito.
CAPÍTULO IV. “LOS HIJOS DE LA MALINCHE”
Se abre el capítulo, con una dura crítica al capitalismo. Sistema económico o modo de producción (según Marx) donde la condición humana es rebajada hasta sus últimas consecuencias. El individuo se vuelve obrero, número de fábrica prescindible. Produce mercancía que el mismo consume. Se disuelve en la masa y entonces cobra significado. Ahora pertenece a una clase. Luego, volviendo a aterrizar en tierras mexicanas, el autor sorprende con una frase demoledora. “El mexicano no quiere o no se atreve a ser el mismo” Demasiados fantasmas lo habitan: la conquista, la colonia, la independencia, las guerras contra Francia y Estados Unidos “nuestro buen vecino”, demasiados abandonos por parte de los dioses.
Sin embargo, los mexicanos tenemos una manera de exorcizar a nuestros demonios. Un grito es suficiente para afirmarnos ante lo exterior, ante los demás: ¡Viva México hijos de la Chingada! Y ¿quién es la Chingada?, ¿a quién o quienes se dirige tal grito de guerra? No es casual por supuesto, que el 15 de septiembre, aniversario de la independencia, todo México, embriagado de seguridad y orgullo, lo grite. Y tampoco es casual que la figura materna, por un lado falsamente respetada, sea el blanco de la agresión. La “Chingada”, es la mujer abierta, violada, es el resultado del conquistador, penetrando por la fuerza a la mujer indígena. Sin embargo, los hijos de la “Chingada” son los otros, los no mexicanos, los malinchistas.
La Malinche, encarna al mito, nadie en México le perdona su colaboración con el invasor y también, nadie en México negaría a la Virgen de Guadalupe su lugar como madre suprema de todos los mexicanos; seres provenientes de la soledad “fondo de dónde brota la angustia y que empezó el día en que nos desprendimos del ámbito materno y caímos en un mundo extraño y hostil”. Tonantzin, la virgen india, es la madre que vino a cuidarnos de nuestra orfandad.
Y Así, la Chingada y la Virgen de Guadalupe, ambas figuras pasivas, representan el amor -odio del mexicano hacía sí mismo.
CAPÍTULO V. “CONQUISTA Y COLONIA”
Nos habla de que cualquier contacto con el pueblo mexicano, muestra que todavía laten costumbres y creencias, y que han recobrado más fuerza después de los descubrimientos de arqueólogos e historiadores, que han convertido estas sociedades como supremas.
La llegada de los españoles parece una liberación a los pueblos sometidos por los aztecas. Los diversos Estados-ciudades se alían a los conquistadores o contemplan con indiferencia, cuando no con alegría, la caída de cada uno de sus rivales y en particular del más poderoso: Tenochtitlan. La llegada de los españoles fue interpretada por Moctezuma –al menos al principio- no tanto como un peligro “exterior” si no como el acabamiento interno de una era cósmica y el principio de otra.
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