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Cuatro Cuenta Su Historia

nathpff11 de Abril de 2013

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Cuatro cuenta su historia

No me habría presentado voluntario para entrenar a los iniciados de no ser por el olor de la sala de entrenamiento: el aroma a polvo, sudor y metal afilado. Era el único lugar en el que me había sentido fuerte, y cada vez que respiro este aire vuelvo a sentirme así.

En un extremo de la habitación hay una plancha de madera con una diana pintada. Contra la pared hay una mesa cubierta de cuchillos para aprender a lanzarlos; son feos instrumentos de metal con un agujero en una punta, perfectos para los iniciados inexpertos. Alineados frente a mí están los trasladados de otras facciones que todavía llevan, de un modo u otro, la marca de su procedencia: el veraz de espalda recta; el erudito de mirada penetrante; y la estirada, que se apoya sobre las puntas de los pies, lista para moverse.

—Mañana será el último día de la primera etapa —dice Eric.

No me mira; ayer lo herí en su orgullo, y no solo durante la captura de la bandera: Max me llamó en el desayuno para preguntar cómo iban los iniciados, como si Eric no estuviese al cargo. Eric se pasó todo el rato en la mesa de al lado, mirando su magdalena integral con el ceño fruncido.

—Entonces volveréis a luchar —sigue diciendo Eric—.

Hoy aprenderéis a apuntar. Que todo el mundo elija tres cuchillos. Y prestad atención a la demostración que os hará Cuatro de la técnica correcta para lanzarlos. —En ese momento mira a algún punto al norte de mi persona, como si estuviera por encima de mí. Me enderezo. Odio que me trate como a su lacayo, como si no le hubiese partido un diente durante nuestra iniciación—. ¡Ya!

Salen corriendo a por los cuchillos como si fueran críos sin facción que buscan un trozo de pan, desesperados. Todos salvo ella, con sus movimientos pausados, que mete la cabeza entre los hombros de los iniciados más altos. No intenta parecer cómoda con los cuchillos entre las manos, y eso es lo que me gusta de ella, que, aun sabiendo que estas armas son antinaturales, encuentra la manera de empuñarlas.

Eric se acerca a mí, y yo retrocedo por instinto. Intento que no me asuste, pero soy consciente de lo listo que es y de que, si me descuido, se dará cuenta de que he estado mirándola, y eso supondría mi fin. Me vuelvo hacia la diana con un cuchillo en la mano derecha.

Solicité que este año eliminaran el lanzamiento de cuchillos del programa de formación, ya que no tiene más objeto que fomentar las bravuconadas de los osados. Aquí nadie los usará salvo para impresionar a otra persona, igual que yo los impresionaré ahora. Eric diría que deslumbrar a los demás puede resultar útil, que es por lo que rechazó mi propuesta, pero eso es justo lo que odio de Osadía. Sostengo el cuchillo por la hoja para equilibrarlo bien. Mi instructor durante la iniciación, Amar, se dio cuenta de que yo tenía una mente muy activa, así que me enseñó a acompasar mis movimientos con la respiración. Inspiro y me fijo en el centro de la diana. Espiro y lanzo. El cuchillo da en el blanco. Oigo a algunos iniciados contener el aliento, todos a la vez.

Encuentro el ritmo: inspiro y me paso el cuchillo a la mano derecha; espiro y le doy la vuelta con las puntas de los dedos; inspiro y observo el blanco; espiro y lanzo. Todo se oscurece alrededor del centro de esa tabla. Las otras facciones nos llaman brutos, como si no usáramos nuestras mentes, pero en eso consiste precisamente lo que hago aquí.

— ¡En fila! —grita Eric, sacándome de mi ensimismamiento.

Dejo los cuchillos en la tabla, para recordar a los iniciados que es posible, y me apoyo en la pared de un lado. Amar también fue el que me dio mi nombre, allá en los días en los que lo primero que hacían los iniciados al llegar al complejo de Osadía era pasar por su paisaje del miedo. Era la clase de persona que consigue que un apodo se use, una persona tan agradable que todos lo imitaban.

Ahora está muerto, pero, a veces, en este cuarto, todavía lo oigo regañarme por contener el aliento. Ella no lo contiene. Eso es bueno..., un mal hábito menos que superar. Sin embargo, tiene un brazo torpe, más nulo que un muslo de pollo.

Los cuchillos vuelan, aunque, la mayor parte del tiempo, no lo hacen dando vueltas. Ni siquiera Edward lo ha resuelto, y eso que suele ser el más rápido, con las ansias de aprender de los eruditos.

—— ¡Creo que la estirada se ha llevado demasiados golpes en la cabeza! —dice Peter—. ¡Oye, estirada! ¿Se te ha olvidado lo que es un cuchillo?

Normalmente no odio a nadie, pero sí que odio a Peter.

Odio que intente menospreciar a los demás, igual que hace Eric. Tris no responde, se limita a recoger un cuchillo y lanzarlo, todavía con el mismo brazo torpe, pero funciona: oigo el ruido de metal contra madera y sonrío.

—Oye, Peter, ¿se te ha olvidado lo que es un blanco? —dice Tris.

Los observo a todos, intentando no toparme con los ojos de Eric, que da vueltas detrás de ellos como un animal enjaulado. Debo admitir que Christina es buena (aunque no me gusta reconocerles el mérito a los listillos veraces), y también Peter (aunque no me gusta reconocerles el mérito a los futuros psicópatas). Por otro lado, Al no es más que un mazo con patas, todo potencia sin sutileza. Qué pena que Eric también se dé cuenta.

— ¿Cómo se puede ser tan lento, veraz? ¿Es que necesitas gafas? ¿Tengo que acercarte más el blanco? — pregunta en tono forzado.

Resulta que Al él Mazo es sorprendentemente débil por dentro. La broma lo rompe. Cuando tira de nuevo, el cuchillo da contra una pared.

— ¿Qué ha sido eso, iniciado? —pregunta Eric.

—Se... se me ha resbalado.

—Bueno, pues deberías ir a por él —dice Eric, y los iniciados dejan de lanzar— ¿Os he dicho que paréis? —añade Eric, arqueando sus agujereadas cejas.

Esto no va bien.

— ¿Que vaya a por él? —pregunta Al—. Pero todo el mundo está lanzando...

— ¿Y?

—Y no quiero que me den.

—Ten por seguro que tus compañeros iniciados tienen mejor puntería que tú. Ve a por tu cuchillo.

—No.

«El mazo golpea de nuevo», pienso. La respuesta es señal de tozudez, pero no estrategia. En cualquier caso, demuestra más valentía diciéndole no a Eric de la que demuestra Eric obligándolo a que le claven un cuchillo en la cabeza, cosa que Eric nunca entenderá.

— ¿Por qué no? ¿Tienes miedo?

— ¿De qué me apuñalen? ¡Claro que sí! —responde Al.

Se me cae el alma a los pies cuando Eric alza la voz y dice:

— ¡Parad todos!

Cuando conocí a Eric llevaba ropa azul y el pelo con la raya en el medio. Temblaba cuando se acercó a Amar para que le inyectara en el cuello el suero del paisaje del miedo. Durante su paisaje, no se movió ni un milímetro; se quedó quieto, gritando con los dientes apretados, y, de algún modo, logró que su pulso bajara hasta llegar a un ritmo aceptable usando su respiración. Yo no sabía que fuera posible controlar el miedo de tu cuerpo antes de conseguirlo en tu cabeza. Entonces supe que tendría que tener cuidado con él.

—Salid del círculo —dice Eric, y mira a Al—. Todos menos tú. Ponte de pie delante del blanco.

Al traga saliva y se arrastra hasta la diana. Me aparto de la pared; sé lo que va a hacer Eric, y seguramente acabará con un ojo perdido o un cuello agujereado; acabara con algún horror, como casi todas las peleas de las que he sido testigo, momentos que me han ido alejando cada vez más de la facción que he elegido como refugio. Sin mirarme, Eric dice:

—Oye, Cuatro, échame una mano, ¿eh?

Parte de mí siente alivio, al menos sé que, si lanzo yo el cuchillo en vez de Eric, Al tiene menos probabilidades de salir herido. Sin embargo, tampoco puedo ser tan cruel y, sin duda, no quiero ser el que le haga el trabajo sucio a Eric. Intento actuar como si nada, me rasco la ceja con la punta de un cuchillo, pero no es así como me siento. Me siento como si alguien intentara meterme en un molde en el que no encajo, obligándome a adoptar la forma equivocada.

—Vas a quedarte ahí mientras él te lanza cuchillos, hasta que aprendas a no acobardarte —dice Eric.

Noto un nudo en el pecho. Quiero salvar a Al, pero, cuanto más desafíe a Eric, más decidido estará a ponerme en mi sitio, así que finjo

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