ClubEnsayos.com - Ensayos de Calidad, Tareas y Monografias
Buscar

Historia Chica De Fantasmas


Enviado por   •  16 de Mayo de 2014  •  2.794 Palabras (12 Páginas)  •  618 Visitas

Página 1 de 12

Historia chica de fantasmas

De Enrique Melantoni

Ahora que Eugenia y Lorenzo me llamaron para contarme que la casa fue demolida, y que pasaron tantas cosas en la vida de todos los que estuvimos presentes aquel día, lo que voy a contar probablemente ya no producirá la misma impresión que entonces, pero estoy seguro de que todavía vale la pena recordarlo.

Éramos un grupo de quince chicos y chicas, entre vecinos del barrio y compañeros de escuela, que nos encontrábamos en una calle cerca de la iglesia los domingos por la tarde para jugar, generalmente a la escondida. Tengo que confesar que mi técnica para esconderme no era de las mejores, pero me alcanzaba para no estar muy seguido en la Piedra. Era un jugador apenas mediano, que sabía aprovechar una calle llena de lugares para ocultarse.

Ahora, sin esforzarme demasiado, puedo recordar media docena de escondites buenísimos. El jardín delantero del abogado, que tenía unos macetones gigantes; el zaguán de la casa de Eugenia, con su puerta cancel siempre entreabierta; las ventanas de la casa colonial, y el gomero de la esquina. A veces, cuando alguien en la mitad del juego llegaba a librar para todos, de sus ramas caían chicos como fictas maduras. Si uno sabía elegir, el juego duraba toda la tarde.

Aquel día, el sorteo inicial puso a contar a Lolo, uno de los mayores y probablemente el mejor jugador, ya que era capaz de descubrir hasta el refugio más secreto. Claro que él vivía a una cuadra, y se conocía la manzana de memoria.

Miguel y yo habíamos encontrado unos lugares tan frescos y cómodos, tan alejados del calor bochornoso de esa tarde de enero, que no nos enteramos de nada hasta que unos gritos nos obligaron a asomamos. Desde donde estábamos se veía claramente La Piedra, es decir, la pared de la casa de la partera, en la vereda de enfrente. Un grupito de chicos con cara de aburridos, que habían sido encontrados casi inmediatamente, estiraba los cuellos hacia la esquina. No alcancé a ver desde dónde saltó Santiago. Lo cierto es que cayó planchado en la vereda, a mitad de camino entre la Piedra y Lolo, y cuando éste vio lo que pasaba empezó a correr inme¬diatamente, gritando.

Pero Santiago no corría, a pesar de la ventaja. Se levantó despacio, se tocó los brazos y la cara, se puso una mano en la espalda lo más atrás que pudo y se quedó mirándola. Me dio un poco de lástima, porque una vez que Lolo acelerara ya no iba a poder alcanzarlo y Santiago jamás había librado para todos. Pero ahí estaba, poniendo cara de zombi, cuando Lolo pasó al lado suyo levantando viento.

Algo muy raro debía de tener la expresión de Santiago, porque Lolo frenó y volvió atrás, a preguntarle qué le pasaba. Los demás cuidábamos nuestros lugares, por si acaso, pero al fin la curiosidad nos ganó y nos fuimos acercando. Al principio me pareció que Santiago tenía algún problema para hablar. Estaba pálido. Lolo le preguntó si se había lastimado al caer, porque no tenía ninguna marca.

-Las cicatrices -murmuró Santiago.

-¿Qué cicatrices?

-Las de mi cara...

-A ver... ¡Anda!, ¡eso es chocolate...!

Santiago se pasó la lengua.

-Mmmmm... sí, es chocolate...

El juego quedó en suspenso. De a poco, Santiago se fue serenando lo suficiente para contamos lo que le había pasado. Empezó a caminar despacio mientras hablaba. Parecía querer alejarse de la esquina, pero no podía evitar mirar cada tanto hacia atrás. Esto fue lo que nos dijo:

Cuando Lolo se puso a contar, yo ya había elegido mi escondite. ¿Ven la casa colonial, la que tiene los rosales secos bajo las ventanas? Esa. Tiene la puerta y las ventanas tapiadas, pero estaba seguro de caber en cualquiera de los antepechos, entre los ladrillos y la baranda oxidada. Me acomodé, y después de un ratito escuché a Lolo gritar < ¡ Piedra Libre para Pablito...! > Pablito andaba cerca mío, así que me imaginé que Lolo estaría por descubrirme. Me arriesgué a asomar la cabeza para ver qué hacía. Estaba de espaldas, pateando un cascote y haciéndose el distraído. Pero no me engañó. Siempre hace eso, esperando que alguno se confíe y se deje ver. Entonces corre, libra y golpea la Piedra en un solo movimiento continuo. Siempre me sorprende que pueda reaccionar tan rápido, con esas piernas flacas que tiene. Así que me quedé donde estaba.

En eso vino el perro de Euge, hizo pis en un rosal seco y se sentó justo enfrente de mí en medio de la vereda. Me miró, y lo miró a Lolo, y me volvió a mirar, y volvió a mirarlo a Lolo, como diciéndole <Che, acá hay uno escondido, vení a buscarlo). Yo no quería moverme, por miedo a que se pusiera a ladrar, así que me apreté más contra los ladrillos. Yo no sé si en el tapiado habían puesto poco material, o si el tiempo lo había ido aflojando, pero les juro que sentí como si me hundiera en una cosa esponjosa... De pronto perdí el equilibrio, cayéndome adentro de la casa. El golpe contra el piso de madera no fue tan fuerte, pero me atontó un poco. Me quedé un momento tirado boca arriba, sin saber si moverme o pedir auxilio. Me acuerdo que del techo caía polvillo del revoque, que se iluminaba al pasar frente a la ventana. Parecía una lluvia de estrellitas.

Enseguida pensé: estoy en la biblioteca; pero ese no era un pensamiento mío, seguro, porque yo nunca había estado antes en esa casa. No podía saber si había caído en una biblioteca o en un baño. Sin embargo, pensarlo me tranquilizó, me dio paz.

Allí no encontraría extraños que pudieran verme y asustarse.

Me levanté despacio, y vi que era cierto. Lo que primero parecían paredes desnudas y rajadas después me dieron la impresión de estanterías, y lo que parecía vacío, al mirar con más atención, resultaron ser libros y más libros, desde el piso hasta el techo. Era como si al mismo tiempo pudiera ver la pared descascarada de la casa, sin habitantes quién sabe desde cuando, y los muebles y cosas que habían estado en otro tiempo en ese lugar. El perro de Euge, afuera, empezó a ladrar. Escuché la voz de Lolo, que se mezcló con el ruido de un carro y una voz rasposa que gritaba: ¡Aguateroooo...!

Miré para afuera. Un carro tirado por dos bueyes que parecían caminar en cámara lenta pasó, tapando la luz. Cargaba un tonel, y de una canilla de madera caía cada tanto una gotita de agua que era de inmediato chupada por la calle de tierra. ¿Qué es esto?, me pregunté, ¡ si el agua sale de cualquier canilla! Y enseguida me vino a la cabeza un recuerdo imposible: en el fondo de la casa hay un patio y en el patio un pozo con su roldana y su balde, por eso no hace falta comprarle al aguatero.

El carro terminó de pasar, y atrás venía Lolo como si nada. No se oían autos, ni música. No había edificios

...

Descargar como (para miembros actualizados)  txt (16 Kb)  
Leer 11 páginas más »
Disponible sólo en Clubensayos.com