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La maldicion del chenque


Enviado por   •  29 de Octubre de 2015  •  Resúmenes  •  3.658 Palabras (15 Páginas)  •  999 Visitas

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LA MALDICION DEL CHENQUE

(2001)

EL CASTIGO DE LOS CHENQUES

Dicen los paisanos que el que cava y saca esqueletos y cosas de un chenque, que es el cementerio de los indios antiguos, tendrá un castigo de cien años para él y para su familia. Dicen que ahí están sus antiguos parientes y que ellos los maldicen. Dicen que todos los que han sacado flechas, huesos y cacharros se han muerto pronto o han quedado malditos. Y dicen que conocen muchas personas que han muerto por eso.

Los paisanos tienen miedo de pasar cerca de los chenques en la noche y los miran con respeto supersticioso. Los chenques son como tesoros enterrados.

Narrado por José Autalán, Comodoro Rivadavia (Chubut) 1952. Recopilado por Berta E. Vidal de Battini, 1984. Publicado en el libro «Cuentan los mapuches».

Capítulo III

La tapa misteriosa en el galpón

Sucedió lo que tenía que suceder: ese verano las pulgas y las garrapatas se multiplicaron como una verdadera plaga y Tacaño, solidario con todos los bichos que andan dando vueltas por ahí, les dio alojamiento a todos. Mi papá no necesitó decirme nada. Me dirigió una mirada que hasta Tacaño comprendió. El perro y yo, en silencio, nos encaminamos al galpón de atrás para acondicionar lo que sería su cucha: un gran cajón de madera que puesto de costado tenía lugar para colocar el almohadón de un sofá destrozado. Tacaño me observaba con atención sentado en la puerta, mientras yo quitaba algunas porquerías y el polvo del cajón. Muy pronto se levantó una nube de tierra en el interior y tuve que salir para respirar aire puro. A lo lejos se veía la figura de Maxi que venía con unos libros bajo el brazo. Seguramente eran los de química. Cuando sucedía esto, Maxi se descolgaba con la idea de algún experimento extravagante que siempre terminaba mal: las remeras manchadas o algún frasco o botellas rotas y la sensación de que así nunca seríamos científicos.

Cuando llegó, se enteró de lo que había pasado y abandonando los libros sobre un tronco, se dispuso a ayudarme en la tarea.

- Ya que estamos, vamos a ordenar todo el galpón. Vas a quedar bien con tu papá y de paso, veremos si hay algo que sirva -dijo refiriéndose a cualquier cosa que fuera útil para los experimentos, las investigaciones o su museo de antigüedades.

Pusimos manos a la obra. Yo me encargaba de sacar las cosas del galpón y él de seleccionar lo que se debía guardar o tirar. Hacía tres pilas: una para la basura, otra para lo que se debía volver a entrar y otra con las cosas que podrían tener algún tipo de interés para nosotros.

A medida que fuimos desocupando el galpón, veíamos que la que más crecía era la de la basura. El jefe de la estación se había encargado de llevarse todo lo que fuera útil. Lo que quedaba no servía para nada, ni siquiera para el experimento más tonto.

Bromeamos un poco por la mugre que llevábamos encima y decidimos descansar un rato. Fui hasta mi casa a buscar una gaseosa y al regresar, estaba Melisa.

- ¿Ahora se dedican a limpiar galpones o es un experimento nuevo? -preguntó con cierto tono de burla.

Íbamos a responderle cuando Maxi se dio cuenta de que Tacaño olfateaba con insistencia en un rincón del galpón.

- Seguro que encontró la cueva de una laucha -dije al pasar.

Él no lo creyó así y se levantó para investigar lo que tanto preocupaba a mi perro.

- Mañana es el cumpleaños de mi hermanita menor. Si quieren, pueden venir -dijo Melisa.

- Estaría bueno -dije yo observando cómo Maxi se dirigía al rincón con un palito en la mano Sin dejar de observar el suelo, me pidió una escoba.

Al costado del galpón había una medio destartalada, pero servía igual para quitar el grueso de la tierra que se acumulaba en el rincón.

Me dirigí hacia allí y vi que Tacaño estaba muy excitado. Le pregunté qué había.

- No estoy seguro, pero no es la cueva de ningún animal -dijo Maxi barriendo enérgicamente

Melisa se acercó a nosotros con curiosidad. Tacaño comenzó a gemir. Ahora estaba muy nervioso.

- La escoba no alcanza -dijo Maxi-. Ahora la tierra está muy dura.

- Yo no veo nada. Me parece que ustedes están un poco locos -comentó Melisa observando que se había ensuciado las zapatillas blancas.

Entre la basura había una barra de hierro que podía servir para retirar la tierra. Se lo alcancé a Maxi y al segundo golpe se escuchó un ruido metálico. Me miró satisfecho.

- ¿Viste que no era una guarida de ratones? - me preguntó sonriendo.

No respondí nada. Ahora estaba tan excitado como Tacaño, que jadeaba a mi lado.

Fui al taller de papá en busca de una pala y en pocos minutos una tapa de grueso metal quedaba al descubierto.

- Parece la tapa de un sótano -señalé.

- Sí -dijo Maxi golpeándola con la pala. El ruido ahora era hueco.

Melisa preguntó qué habría allí dentro, pero ninguno de los dos le supimos responder.

- Debe ser otro depósito -arriesgué.

- No lo creo -dijo Maxi mientras quitaba el último resquicio de polvo con sus manos-. ¡Miren! ¡Tiene figuras grabadas!

Todos -hasta Melisa a quien ya no le importaba la suciedad del lugar- nos arrodillamos junto a la tapa para observarla con detenimiento: cuatro extraños dibujos se alzaban en relieve. Cada uno de nosotros intentaba descifrar esas figuras, pero ningún argumento parecía válido.

Estábamos concentrados en esa tarea cuando escuchamos que alguien, silbando, se acercaba a la puerta del galpón.

Tacaño comenzó a ladrar con furia, pero sin moverse de su lugar.

Los tres miramos en esa dirección y por el polvillo y la luz del sol sólo pudimos ver una figura que se detenía y nos observaba. Luego de unos segundos reanudó su marcha, silbando nuevamente.

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