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Luz en mi oscuridad

Alejandro1213Resumen2 de Septiembre de 2015

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"Luz en mi oscuridad", El libro por Helen Keller acerca de Swedenborg

HELEN KELLER

Nació en 1880, y antes de cumplir dos años de vida había perdido la vista y el oído en el transcurso de una enfermedad. "Durante casi seis años", dice, "viví privada del menor concepto sobre la naturaleza o la mente, la muerte o Dios. Puede decirse que pensaba con mi cuerpo, y, sin excepción, los recuerdos de aquella época están relacionados con el tacto... No había una chispa de emoción o racionalidad en esos recuerdos clarísimos, aunque meramente corporales; podía compararme con un insensible pedazo de corcho. De pronto, sin que recuerde el lugar, el tiempo o el procedimiento exactos, sentí en el cerebro el impacto de otra mente y desperté al lenguaje, el saber, el amor, a las habituales nociones acerca de la naturaleza, el bien y el mal."

Lenta, penosamente, aprendió los nombres de las cosas que podía tocar; aprendió a hablar y a escuchar con las manos. Aprendió a escribir y a mecanografiar. Fue admitida a “Radcliffe College”, y allí cursó estudios. Ninguna mujer de su época ha sido con mayor justicia celebrada.

Aislada del mundo de la luz y del sonido, sus percepciones espirituales son especialmente agudas. Como su vida transcurre en un plano espiritual, comprende las visiones de Swedenborg sobre los espíritus bondadosos y sobre los malvados. Esta obra de Helen Keller ofrece, como mensaje, el firme conocimiento del mundo espiritual—donde ella ha vivido inmune a las distracciones del mundo físico—y el coraje y la fe que provienen de esta convicción.

Los datos que aparecen en los párrafos que proceden fueron publicados en una edición anterior de este libro extraordinario.

Este inspirado resumen autobiográfico lo presenta ahora, en nuevo formato.

Helen Keller murió el 1 de junio de 1968 a los ochenta y ocho años de edad, pero aún vive públicamente a través de sus propios libros y en los artículos que tratan de su vida. Su personalidad es objeto de dramática versión en el cinematógrafo, la radio, la televisión y el teatro.

Es ciertamente notable que una mujer tan impedida físicamente desde la niñez haya podido inspirar a otros y ejercer el bien sobre personas y grupos del mundo entero, especialmente a través de su labor con la Fundación Americana para el Ciego. Su propia experiencia en elevarse triunfalmente por encima de sus limitaciones físicas le permite ayudar no solamente a los sordo-ciegos, sino a cuantos tienen la oportunidad de conocerla.

Indudablemente, no habría podido jamás lograr tanta influencia sobre los demás si careciera de recursos anímicos bien cimentados. El profundo sentido de lo divino colma su vida de delicia, vitalidad y altruismo siempre creciente.

Sin embargo, Helen Keller está lejos de afirmar que sus experiencias son únicas. Por el contrario, las cree asequibles a todos los hombres y mujeres, tarados físicamente o no, que necesitan un perdurable núcleo de fortaleza dentro de sí mismos. Esperamos que con la reimpresión de este libro muchos lectores puedan hallar en sus vidas los recursos que han hecho de Helen Keller una mujer tan extraordinaria.

PROLOGO [de la primera edición]


Helen Keller es amada en todas partes del mundo. Sus logros, a despecho de singulares dificultades, han despertado en la humanidad el sentido de lo heroico. Su paciente lucha y convincente triunfo es verdaderamente conmovedor. Nadie puede apreciar el secreto de su desarrollo sin conocer algo de su fundamento espiritual. Para ella la religión es una manera de vivir día a día, y la vida espiritual es tan real y práctica como la vida natural. Su cristianismo se basa en el evangelio del amor.

A menudo se le pregunta en público acerca de su religión. Aunque responde brevemente, siempre suspira por decir más. Por eso, cuando le pidieron que escribiera un libro sobre sus creencias religiosas, aprovechó la oportunidad de decir a sus muchos amigos cuáles son sus ideales en este sentido y de dónde provienen. Ha sido una obra de amor en la que ha volcado el alma entera, no por probar un punto de vista, sino más bien para compartir con los otros lo que para ella es de inestimable valor.

A través de su libro podemos observar una mente que desde la niñez ha sido extraordinariamente pura; una experiencia religiosa libre de toda ceguera sectaria; un discernimiento espiritual, un don de percepción en manera alguna amortiguado por la absorción en las cosas relacionadas con la vida sensorial; una criatura en quien el Señor ha obrado un milagro. Con razón dice: «Sólo sé que antes era ciega y ahora veo.»

PAUL SPERRY Washington, D. C.

El Poema de Helen Keller en homenaje a la contribución de Swedenborg al bienestar espiritual de la raza humana.

"SWEDENBORG"

"El cielo le franqueó sus majestuosas puertas."

¡Oh ser que portas luz a mi ceguera,

siempre a mi lado, sin mudanza!

Que si el dolor me agobia

te acercas más a mí...

Graba en mi alma el esplendor de gema

de la palabra santa.

Mientras espero que la Muerte

dulcemente me lleve a la presencia amada,

que es una antorcha en esta oscuridad,

mi gozo en la eternidad.

~Capítulo 1~

Hans Christian Andersen, en uno de sus bellos cuentos, describe un jardín donde crecían árboles gigantescos en tiestos demasiado pequeños. Aunque sus raíces estaban cruelmente apretadas, los árboles se alzaron gallardamente al sol, lanzaron al espacio sus gloriosas ramas, prodigaron un tesoro de flores, y sus dorados frutos revivieron a fatigados mortales. A sus brazos hospitalarios vinieron las aves a cantar, y en sus corazones surgió para siempre un impulso de renovación y alegría. Por fin un día rompieron las heladas y duras cadenas que los confinaban y desplegaron sus poderosas raíces en la dulzura de la libertad. A mi modo de ver, ese jardín extraño simboliza el siglo XVIII, del cual emergió el genio gigantesco de Emanuel Swedenborg. Este siglo, que algunos llaman la Edad de la Razón, se caracteriza por ser la época más fría y deprimente que haya registrado la historia humana. Cierto que se hicieron progresos admirables y abundaron los grandes filósofos, estadistas y audaces investigadores de la ciencia. Las formas de gobierno fueron mejorándose, se abolió el sistema feudal y los campos y ciudades fueron por primera vez lugares de relativa seguridad. Las ardientes pasiones del Medioevo fueron refrenadas con grave decoro gracias al férreo dominio de la razón.

Pero en esa época, lo mismo que durante el período de oscurantismo que le precedió, prevaleció una siniestra y sofocante atmósfera de tristeza y de sombría resignación. Escritores capaces, como Taine en su Historia de la Literatura, han hecho destacar la acritud con que la teología se ocupó del hombre como si fuera el fruto abyecto del pecado, dejando el mundo expuesto de nuevo a la ira de Dios. Hasta el Ángel de la Caridad, el más benévolo de todos, bien acogido por los santos antiguamente, fue apartado del hombre. Solamente se exaltó la fe, convertida en egocéntrica presunción de que para salvarse bastaba creer. Todas las obras útiles fueron tachadas de vanidad; las desgracias físicas, un castigo. Sobre el sediento corazón de la humanidad se abatieron la ignorancia y la insensibilidad, la más negra de todas las noches.

De esta edad, de este riguroso ambiente de aprisionadores dogmas, surgió el genio de Swedenborg, cuyo destino fue demolerlos como otrora los árboles de mi cuento rompieron sus cadenas. Cuando surge en el mundo un pensador de su calibre, es interesante recordar los acontecimientos históricos y las personalidades de su tiempo.

Swedenborg nació poco después de la muerte de Juan Amos Comenio, campeón heroico que asestó el primer golpe mortal al escolasticismo triunfante en el Viejo Mundo durante tanto tiempo. El año de su nacimiento, 1688, fue también el de la funesta e incruenta revolución en Inglaterra. Vivió la época más espléndida del reinado de Luis XIV, cuando el recuerdo de La Rochelle aún aparecía descarnado y cruel en la mente de los protestantes. Presenció las asombrosas expediciones de Carlos el Temerario, de Suecia, y fue coetáno de Linneo. En el transcurso de los últimos años de la vida de Swedenborg, Rosseau predicaba en Francia su famosa doctrina de la educación conforme a la naturaleza, y Diderot desarrollaba su filosofía de los sentidos e informaba al mundo que los podían acceder a la cultura, mediante una pedagogía adecuada. Acaso ningún otro hombre estuvo más precariamente situado, como Swedenborg, entre las tradiciones de una civilización tambaleante y el súbito arranque de una nueva época que su avanzada mente anticipaba.

Tenía tan poco en común con su iglesia o con las normas de su siglo, que mientras más reflexiono sobre su actitud menos puedo explicármela, como no sea por un milagro. En las circunstancias de su nacimiento y su educación primera no he logrado descubrir lo que pudiera ser la clave del movimiento de mayor independencia hasta ahora iniciado en la historia del pensamiento religioso. Miles de individuos han nacido de padres devotos y han sido admirablemente educados, como lo fue Swedenborg, sin aportar una idea nueva o acrecentar la dicha humana. Más no nos extrañe que esto ocurra siempre con el genio, un ángel hospedado de incógnito entre los hombres.

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