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Relaciones de poder en la película Gritos y Susurros


Enviado por   •  16 de Junio de 2019  •  Tareas  •  2.213 Palabras (9 Páginas)  •  221 Visitas

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La película “Gritos y susurros” de Ingmar Bergman (1972) nos muestra las deplorables condiciones laborales y vitales de explotación en las que se encontraba la servidumbre a finales del siglo XIX. Las ejemplifica en la relación económica de la criada Anna con la familia en la que sirve perteneciente a la burguesía o clase social alta danesa. Anna aparece como una joven vital y fuerte que se ocupa de todos los quehaceres de la casa, incluyendo limpieza, cocina y servicio, además de asumir todos los cuidados necesarios de Agnes -la protagonista enferma- que se encuentra en fase terminal y finalmente fallece. La relación de Anna con la familia está marcada por una gran desigualdad de poder y explotación, en la que ella solo tiene obligaciones pero ningún derecho tal y como se ve reflejado a lo largo de toda la película y con mayor crudeza, en su despido que acontece sin ningún tipo de reconocimiento ni valoración por su trabajo y entrega a lo largo de todos los años: no hay ninguna muestra de afecto o de gratitud ni compensación o indemnización adecuada. Toda la vida de Anna y todo su ser están consagrados a servir a la familia a cambio de techo y comida, cosa que la familia asume con naturalidad como si de una esclava se tratara. Tanto para las hermanas como para los maridos de éstos, Anna es una especie de objeto al que se le ordena y se manda, del que se espera que siempre esté disponible y funcione y realice todas las tareas sin mediar palabra. Aunque vive con la familia desde hace años y asume los cuidados de la enferma con más cariño y entrega que los propios familiares, éstos le niegan una aceptación más allá de su condición de sirvienta, la rechazan como igual y se sienten molestos en caso de que Anna participe en las conversaciones familiares e intente tener voz propia tal y como lo refleja Karen cuando dice “detesto cuando Anna se comporta como si fuera de la familia”. Por su parte, Anna, que lleva desde muy joven y desde hace muchos años consagrada al cuidado de la familia sin tener una vida propia más allá de esta, desarrolla un vínculo afectivo muy fuerte con las hermanas y sobre todo con la enferma, que casi podríamos decir no le deja otra opción que entregarse con cuerpo y alma a ese trabajo ya que tampoco tiene otra cosa en la vida ni las circunstancias le permitirían desarrollar una vida propia. Si nos imaginamos esta situación hoy en día, podemos decir que gracias a los cambios sociales y legislativos en las últimas décadas y en especial la última reforma laboral de 2012 relativa a la regularización de los empleados en el servicio del hogar en España (Desdentado, 2015), ya no sería ni legalmente posible ni socialmente aceptada una relación de explotación tan extrema que recuerda a la de “amos-esclavos” como la que vemos en la película: Anna sería una empleada del hogar dada de alta en la Seguridad Social con un horario de trabajo reglado, derecho a vacaciones y una indemnización en caso de ser despedida. Aun así, no tendría derecho a subsidio por desempleo y según nos alerta Oxfam Intermón (2018), el sector del servicio doméstico - incluyendo los cuidados- es un sector mayoritariamente femenino que sigue siendo particularmente vulnerable. Dada la particularidad de trabajar dentro de una familia y un hogar - y también debido a la ambigüedad de las relaciones y vínculos que se crean entre afectivos y profesionales- hay más informalidad, abuso y precariedad que en otros sectores.

Cabe preguntarse cuáles son las bases políticas, sociales y económicas que sustentan ese abuso de poder y esa desigualdad que caracterizan la relación de Anna con la familia. Según el pensamiento marxista el origen de la desigualdad está en los modos de producción de la sociedad industrial que no son hechos naturales sino hechos sociales e históricos herederos del contrato social que de por si refleja la asimetría de fuerzas establecidas dentro del modo de producción capitalista (Tirado, 2009). Para Marx, los fenómenos económicos están intrínsecamente ligados a la vida de los seres humanos y son fenómenos sociales, por lo que son los factores económicos los que determinan los diferentes tipos de sociedad. El sistema económico capitalista conlleva la desigualdad de las relaciones sociales de producción que acontecen entre los propietarios, que sería la burguesía o clase dominante y los no propietarios, que sería la clase oprimida o proletariado llevando inexorablemente a una lucha de clases. La única forma de superar está asimetría de poder sería a través de una revolución que transforme por completo las relaciones de producción eliminando la propiedad privada y la división de clases. Mientras no se cambien estas relaciones de producción, los trabajadores que forman parte del proletariado están oprimidos y se ven obligados a vender su fuerza de trabajo por un salario mínimo que apenas cubre su subsistencia, viéndose cada vez más empobrecidos y desprovistos del fruto de su trabajo, asemejándose ellos mismos a una mercancía. El trabajo se desnaturaliza y deshumaniza llevando a la alienación de las personas, en la que “el trabajador no tiene capacidad de decisión sobre el destino de su esfuerzo y se aliena en su misma actividad productiva” (Tirado, 2009, p. 28). Aunque en un principio Marx se refería con la alienación sobre todo al trabajo industrial en las fábricas, esta condición también la podemos vemos ver reflejada en la relación de Anna con la familia, ya que ella no tiene otra opción más que la de vender su fuerza de trabajo para poder subsistir sin tener ninguna posibilidad de enriquecerse y salir de su condición siendo indiscriminadamente explotada por la familia burguesa sin tener ningún tipo de alternativa. Podemos decir que Anna está alienada ya que el trabajo se reduce a un medio necesario para satisfacer su necesidad de subsistir. Tampoco es dueña del fruto de su trabajo ni éste le ni sirve para afirmarse como ser humano: no decide ni qué, ni cuanto, ni cómo ni cuándo trabaja; no es correspondida en su afecto y cariño por la familia ni recibe una compensación material adecuada, ni durante su trabajo ni al fallecer la enferma y ser despedida. Por tanto tampoco es de esperar que Anna se sienta una empleada acorde a un pensamiento liberal que presupondría un abanico de opciones para todas las personas y una libre elección del empleo a desempeñar. Más bien podemos suponer que Anna es consciente de su condición de obrera en el sentido marxista, sabiéndose obligada a vender su fuerza de trabajo para cubrir su subsistencia asumiendo unas condiciones abusivas y de explotación como dadas e inevitables para su condición.

Desde el punto de vista de Michel Foucault sin embargo, el poder no depende de los modos de producción ni de las posesiones tal y como se expone en el pensamiento marxista. Nos dice que “el poder no es una institución, y no es una estructura, no es cierta potencia de la que algunos estarían dotados: es el nombre que se presta a una situación estratégica compleja en una sociedad dada” (Foucault, 1977; en Tirado, 2009). Por tanto, tampoco es  algo dado a través de un pacto social y que una clase social, un Estado o un soberano pueda poseer y que únicamente actúa a través de la opresión y la coerción. Más bien define el poder como estrategia que se construye socialmente y que no se puede localizar, que funciona como una red que se expande y reproduce en todas partes y en todos los ámbitos, afectando y moldeando las relaciones sociales, económicas, laborales, privadas y de las personas consigo mismas, siendo a al mismo tiempo el origen y la causa de las interacciones. Foucault acuña el término de biopoder como régimen de gobierno caractéristico del liberalismo y lo entiende como técnicas a través de las cuales se gestionan y gobiernan los individuos y las poblaciones: por una parte la anatomopolítica con las disciplinas del cuerpo que se centra en la observación, vigilancia y control de los individuos y sus cuerpos para mejorar su fortaleza, capacidad y utilidad en la sociedad y la biopolítica que se centra en la gestión de las poblaciones humanas a través de controles de salud, natalidad, mortalidad, longevidad y estadísticas (Tejero, 2009). De esta forma y a través de prácticas discursivas del saber y la verdad se conseguirá establecer clasificaciones y significados para definir lo que es la normalidad. Ésta acabará guiando las conductas de las personas y especificará lo que es un comportamiento adecuado o normal distinguiéndolo del comportamiento inadecuado o anormal creando diferentes clasificaciones y marginando lo que se desvía de la norma. Por ello, el poder se genera a través de las estrategias discursivas basadas por ejemplo en la medicina, la biología, la psicología, las ciencias sociales etc, que ostentan tener la verdad y acaba definiendo como las personas deben de ser y deben de comportarse en todos los ámbitos de su vida. Estos discursos acaban siendo asimilados por las sociedades y las personas y se mantienen siendo reproducidos en las instituciones, escuelas, familias, grupos, etc., creando lo que Foucault llama la sociedad de la normalidad: el saber marca lo que es la normalidad que se expande de una manera transversal a través de toda la sociedad llevando a una regulación y vigilancia de uno mismo y de su entorno para cumplir con la norma. En ese sentido podríamos decir que el poder y la desigualdad reflejadas en la relación de Anna con la familia se constituye a través del significado “sirvienta” de la época que conllevaba una relación de desigualdad y explotación que era “normal” y se reafirma en la repetición de cada interacción desigual entre ellos y la repetición de esta misma manera de interactuar en todas las familias con sirvientas de la época. En cuanto a la disciplinarizacion del cuerpo a través de la anatomopolítica podemos pensar en la forma que los discursos heterosexuales y patriarcales de la época controlaban y definían el cuerpo de la mujer como instrumento para la reproducción y el placer a voluntad del hombre. Tanto el marido de Karen como ella misma tienen interiorizados estos conceptos como imperativos y se someten a ellos sin cuestionarlos, por lo que la única forma que encuentra Karin de resistirse a ellos es autolesionándose y así disponer de un cuerpo que ya no puede cumplir con la norma de dar placer a su marido.

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