El nacimiento de universitas: la búsqueda de la verdad como una empresa colaborativa
7775213Práctica o problema27 de Septiembre de 2022
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Universitas: diálogo hacia la verdad
P. Alex Yeung, L.C.
Facultad de Filosofía
Ateneo Pontificio Regina Apostolorum, Roma, Italia
© noviembre de 2020
El nacimiento de universitas: la búsqueda de la verdad como una empresa colaborativa.
El hombre es un animal social. Este hecho básico no se deriva simplemente de la necesidad biológica del hombre de tener una red social (una división colaborativa del trabajo) para sobrevivir y reproducirse. Desde un punto de vista más profundo, vivir en comunidad con otra persona es necesario para desarrollar lo que es más humano en la persona: el conocimiento, el amor y el significado.
La búsqueda de conocimiento, que implica una búsqueda de la verdad, es una empresa colaborativa. Es un hecho elemental de que mucho de lo que una persona sabe, o piensa que sabe, lo recibe de otras personas. Cuando mis padres me dicen que nací en tal fecha, lo asumo como una verdad. Esta “fe natural” en asumir como cierto (para todo propósito práctico) lo que otra persona me dice, se basa en mi confianza en la fiabilidad o autoridad de dicha persona. Lo que podría parecer, en términos puramente lógicos, una manera muy débil de establecer la verdad y la certeza es, de hecho, el medio mismo al que llegamos y asumimos la gran mayoría de nuestras verdades. El hombre es un ser que vive por la verdad y por la creencia (natural) en los demás[1]. Dicho de otro modo, la comunicación interpersonal de la verdad es humanizante y la comunidad humana está dirigida en gran parte al mutuo descubrimiento y comunicación de la verdad.
Con frecuencia, la comunidad de la verdad se considera en términos históricos: y como tal, es la transmisión de conocimiento de una generación a la próxima. Nuestra palabra “tradición” (traditio, “trans-” “a lo largo” + “dare” “dar”, que en latín quiere decir “entregar al que sigue”) proviene de este proceso de entrega del conocimiento, los valores, las costumbres y las instituciones que una generación ha recibido a la siguiente. La tradición ocurre principalmente en la estructura básica de la sociedad: la familia, y por extensión, en las sociedades cada vez más complejas en donde pueden formar parte las personas. El Estado es la sociedad más compleja en este sentido, pero no debemos olvidar la gran importancia que cumplen las sociedades intermedias, como las iglesias, escuelas, asociaciones culturales, clubes deportivos y otras similares. Cada realidad de la sociedad pasa un conjunto de símbolos culturales, valores y verdades encarnadas de una generación a la próxima. Podríamos decir que el aspecto de “escolaridad” de la universidad, desde este punto de vista, se muestra como una sociedad intermedia específicamente enfocada en pasar la herencia intelectual y cultural de una sociedad a las generaciones sucesivas.
No obstante, hay otra forma de pensar acerca de la comunidad de la verdad, y esto tiene que ver con el descubrimiento comunitario de la verdad. Mientras que el modelo de tradición parece enfocarse en el aspecto activo del profesor, y el aspecto receptor del alumno, el modelo de descubrimiento comunitario enfatiza el rol que el diálogo y el debate con los demás desempeñan esencialmente en el progreso del conocimiento. Esto no es simplemente una teoría abstracta, ya que cada uno de nosotros puede recordar cómo entablar un diálogo vivo con amigos o familiares, o incluso con personas que consideramos rivales, ha ayudado efectivamente a entender una situación, a resolver un problema, a hacer frente a la incertidumbre, etc. La universidad es quizás el lugar ideal para este tipo de búsqueda de la verdad comunitaria. De hecho, la palabra "universidad", proviene de la palabra latina “universitas” que significa "un cuerpo corporativo", "una comunidad", o como comenzó a ser utilizado en la Plena Edad Media: "un grupo de maestros y estudiantes que viven juntos en un lugar". La universidad tal como la conocemos hoy, se desarrolló en la Plena Edad Media, creciendo a partir de los gremios medievales (“universitas” también significa "gremio"), con la diferencia de que la especialización que se compartía no era ahora simplemente una habilidad práctica u ocupación en particular, sino más bien conocimiento por su propio bien, o al menos una combinación de conocimiento práctico y especulativo. La idea de vivir juntos en un lugar permite un diálogo colaborativo entre expertos en una amplia variedad de campos. Si se añade al concepto de "universidad" una organización unificada y fuentes de información comunes, como una biblioteca, se tiene una institución potente para sistematizar y ampliar el conocimiento.
El ideal medieval de debate y el nacimiento del contrapunto
La universidad medieval fue fundada sobre tres actividades fundamentales, designadas en latín como lectio, disputatio y predicatio. “Lectio”, de donde proviene nuestra palabra moderna para “lección” o “lectura”, tiene que ver con la lectura y los comentarios de textos predeterminados. Si una persona estaba estudiando en la Facultad de Artes, tales textos podrían incluir los textos lógicos y filosóficos de Aristóteles; si estudiaba en la Facultad de Teología, ciertamente incluirían la Santa Biblia o la colección de máximas de los Padres de la Iglesia. El Maestro tenía el trabajo de proporcionar un comentario ordenado e interpretativo sobre el texto para ayudar a los estudiantes en su comprensión, y cuando estos últimos se convirtieron en Maestros por derecho propio, para continuar con esta tradición interpretativa. Esta actividad académica es paralela a lo que identificamos anteriormente como el modelo de "tradición".
“Disputatio”, por otro lado, era un ejercicio formal en el que el Maestro elegía una proposición específica (tesis) para la discusión y debate. Los estudiantes, o incluso el propio Maestro, podían presentar una serie de argumentos para apoyar u oponerse a la tesis. Un joven profesor en formación (baccalarius) intentaría resolver los argumentos con su propio relato del asunto. El Maestro siempre se reservaba el derecho de intervenir cuando fuera necesario para dar una resolución más completa al debate. Las proposiciones que se debatirían normalmente seguirían un orden lógico, y la compilación de los procedimientos de estas sesiones nos ha llegado como quaestio disputata[2]. En días especiales, un Maestro podía realizar un debate público en el que cualquier invitado podría presentar un tema para debatirse; tales disputatio de quodlibet (que en latín significa "sobre cualquier cosa en absoluto") eran mucho más dinámicos y permitían que la capacidad del Maestro realmente brillara, si no a veces tal vez para ser humillado.
El debate medieval estaba destinado a ser un instrumento de búsqueda de la verdad. En un sentido, no era nada nuevo, ya que fluía en cierto sentido desde el método griego de considerar la endoxa (el término griego “ἔνδοξα” denota opiniones habituales). Aristóteles, en un clásico pasaje de Ética Nicomaquea, describe el método de observar algún fenómeno, discutir acerca de opiniones teóricas de mayor relievo y resolver estas dificultades a favor de un balance verídico de la situación, a la vez que integra en esta resolución lo que fuese verdadero entre las opiniones antes mencionadas[3]. En modo semejante al asombro, el hecho mismo de tener diferencias de opiniones entre compañeros eruditos generó la necesidad de resolver tales diferencias en la búsqueda y justificación de la verdad del asunto. Tengamos en cuenta que para Aristóteles y para los debates medievales, la multiplicidad de la endoxa no impidió por sí misma la posibilidad de llegar a la verdad, ni se resolvió solo a favor de la opinión más fuerte; sino que más bien había una presunción común de que había una verdad que encontrar, y que sería precisamente en el descubrimiento de la verdad que las diversas opiniones serían iluminadas. De hecho, la resolución, si realmente se logra, no sería simplemente displicente de posibles objeciones, sino que integraría lo que era verdadero o parcialmente verdadero en esas mismas objeciones o demostraría por qué pierden su fuerza o relevancia.
Como instrumentos mentales para la resolución, se aplicaban a distinguir con mayor claridad la definición o división del asunto en cuestión, además a ser rigurosos en el uso de las formas lógicas correctas de la argumentación[4]. Juan de Salisbury es un testigo del siglo XII del impacto del Organón aristotélico (que en griego significa "instrumento") en la práctica emergente del debate medieval.
[Aristóteles], el instructor de aquéllos que profesan ser lógicos, en los libros anteriores, por así decirlo, ha proporcionado los medios de debate [instrumenta disputandi], y amontonado en la arena armas para el uso de sus estudiantes. Esto lo ha hecho explicando los significados de las palabras individuales y aclarando la naturaleza de proposiciones y temas. Su siguiente paso es mostrar a sus discípulos cómo pueden usar estos instrumentos, y de alguna manera, cómo enseñarles el arte de participar en un combate [argumentativo][5].
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