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Plan De Mercadeo


Enviado por   •  29 de Abril de 2012  •  1.692 Palabras (7 Páginas)  •  563 Visitas

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La fábula de los capitanes sin talento

Publicado el 20 septiembre, 2011 por Iñaki Silveira

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Érase una vez un imaginario país donde gran parte del territorio era un gran lago de cristalina agua dulce. El inmenso lago era un lugar tranquilo, rodeado de verdes laderas, bajo un cielo azul sin nubes. La vida resultaba idílica en aquel país. Al principio, la mayoría vivía en las orillas, sólo algunos navegaban con sus barcos por el lago, pero la gente observaba y pensaba “yo también quiero dirigir un barco”. Como el momento era propicio, el cielo era azul todos los días, nunca había más viento que una agradable brisa y aquel lago era un remanso de paz, poco a poco muchos habitantes decidieron comprar un barco y comenzar a navegar: se convirtieron en capitanes. Cruzar el lago de orilla a orilla transportando material suponía unos buenos ingresos económicos. El lago y el entorno ponían todo de su parte. Los que probaron se dieron cuenta de que manejar el barco era fácil. Unos usaban un pequeño barquito, otros, más osados, eligieron para la travesía barcos de mediano calado, e incluso hubo quien fabricó enormes navíos con los que cruzar el lago, para así poder transportar más material y ganar más y más dinero. Manejar algo del tamaño de un petrolero en aquel lago era sencillo, por lo que era de tontos no hacerse a la mar capitaneando el barco más grande posible. Eso sí, convenía no contar en tierra lo fácil que era aquello, había que vender la dureza de la navegación.

El lago se llenó de barcos en un abrir y cerrar de ojos. Había mucho espacio y mucho que transportar, cabían todos. Para aumentar las ganancias, los capitanes contrataron a un gran número de ayudantes que se ocuparían de todas las tareas de carga y descarga de material, mientras ellos descansaban en su sillón de la sala de mandos, disfrutando del eterno cielo azul. Esos ayudantes, lejos de ponerse a sudar moviendo bultos, contrataron a su vez a miles y miles de empleados para atender a las salas de máquinas y para realizar todas las tareas físicas de embarque y desembarque de materiales. Al capitán le daba igual el número de empleados que tuviera el barco, de hecho quería contratar a todos los posibles, porque la cuenta de resultados mostraba siempre unos números envidiables y más mano de obra a bordo significaba hacer las cosas más rápido. Los ayudantes del capitán disfrutaban de su puesto de mando intermedio sin apenas esfuerzo, sólo tenían que manejar a los empleados, a los cuales llamaban en privado carne o ganado. Los empleados tampoco se quejaban mucho, ya que podían disfrutar de un buen sueldo, así que muchos de ellos dejaron sus trabajos anteriores para alistarse en los nuevos barcos que surcaban el tranquilo lago.

Mientras tanto, conocidos predicadores de las orillas, que aunque nadie lo supiera estaban a sueldo de los propios capitanes, comenzaron a a predicar entre sus fieles. Decían que aquellos capitanes tenían un gran talento, y por lo tanto, deberían recibir premios y alabanzas de todo tipo por su trabajo al mando de las naves. Como los predicadores gozaban de gran fama, casi todo el mundo les creyó y aplaudía a los capitanes. Pasaban los años y en los puertos se hacían sin descanso múltiples eventos entre gran lujo para elegir al mejor capitán del año, a la mejor travesía, al mejor barco… Había tantos eventos que al final del año cada capitán, sin falta, tenía en su camarote privado varios trofeos. No faltaba capitán sin su trofeo. En aquel lago tranquilo, todos los barcos parecían cumplir su cometido y todos ganaban dinero. Los capitantes, cuando recibían los premios, explicaban en conferencias (a las que, por supuesto, cobraban por asistir) lo complicado que resultaba dirigir el timón del indomable barco, moverse por las complejas aguas del lago… en tierra sólo unos pocos no entendían porque decían “indomable barco” y “complejas aguas”, cuando ellos veían un barco totalmente automatizado, controlado mediante potentes ordenadores, y unas aguas en las que hasta un barco de papel llegaría a la otra orilla.

Los ayudantes de los capitanes eran felices, sus sueldos eran desorbitados y su tarea real, escasa, aunque por descontado ellos también explicaban en tierra lo duro que trabajaban gestionando el capital humano, como ellos decían en público. En privado aquellos empleados eran carne con la que traficar, optando siempre por la opción más barata para cada barco en cada caso, para optimizar sus propias ganancias. Esos mozos hacían toda la labor, pero eso en tierra no lo sabían, ni tenían porque saberlo. En tierra firme casi todos pensaban que el capitán y sus ayudantes del puesto de mando eran muy sabios, y sólo su gran pericia podía manejar aquellos barcos y transportar aquellas grandes cantidades de material. Los que dudaban de aquello recibían el desprecio de los demás: “agoreros”, “pesimistas”, “envidiosos”… les decían. A ojos de muchos de los habitantes de tierra firme, allí había unos osados capitanes que surcaban el lago transportando esos materiales de los que

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